Del escritorio de Julio Ruíz

El más grande anhelo

(Romanos 10:1-9)

 

INTRODUCCIÓN: ¿Cuáles son los  anhelos naturales del  corazón humano? Por lo general tiene muchos. Entre los más comunes están: Tener una estabilidad económica que a su vez pueda dar seguridad a la familia. Llenar la necesidad afectiva a través de una buena relación amorosa. Tener paz interior, pues logrando esto se logra vivir bien con el resto de nuestro entorno. Los padres anhelan que sus hijos culminen sus carreras y que tengan éxito en la vida. Estos son anhelos legítimos, pues las aspiraciones son necesarias. Pero en todo esto, ¿dónde aparece el anhelo que la gente tiene por Dios? ¿Anhela la gente tener un encuentro con Dios y que él forme parte de su agenda donde incluye sus demás deseos? Y para el caso de un creyente, ¿cuál debería ser el anhelo de su corazón? Pablo nos da una respuesta por demás interesante: “Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios por Israel, es para salvación” v. 1. Después que Pablo se convirtió al Señor llegó a considerar su propio abolengo y  preparación académica como basura, con tal de alcanzar la excelencia del conocimiento de Cristo hasta alcanzar a otros con la salvación de Jesucristo. Su resolución fue la de gastarse a si mismo por amor de los hombres. He aquí hermanos el ejemplo que debemos seguir. Si el anhelo más grande de mi vida no es la salvación de otros, entonces tengo que reconocer que serán los afanes de la vida, y el deseo de satisfacer mis propias necesidades lo que tiene mayor importancia. Si otros anhelos son los que más predominan, debería cambiar mi oración para que el Señor le de pasión a mi alma y renueve un espíritu recto dentro de mí para calentar otra vez mi corazón por el perdido. Veamos, pues, por qué la salvación de un alma debiera ser mi más grande anhelo. 

 

I. PORQUE ALGUNOS TIENEN UN CELO  EQUIVOCADO 

 

1. El testimonio del celo. Nadie fue mejor que Pablo para dar testimonio acerca de la clase de celo que su pueblo tenía. Él mismo, por ese celo que había manifestado, persiguió a la iglesia creyendo que con esto agradando a su Dios. Pablo, por ser un “hebreo de hebreos”, era un estricto cumplidor de la ley. Y así como él, todos los que se consideraban del mismo linaje, los llamados “hijos de la ley”, eran verdaderos celosos por el estricto cumplimiento de los mandamientos dejados. Pablo dada testimonio de ello; él reconocía que en esto nadie los aventajaba. Nosotros conocemos a mucha gente que también tienen un celo religioso. Si los pusiéramos dentro de la balanza del celo de  muchos de los que se llaman “cristianos”, la verdad es que algunos hasta le ganarían.  Pero la verdad que debe ser explicaba a ellos es que su celo religioso no puede salvarles. Nuestro anhelo debiera ser tal que ellos cambiaran de celo. Que se encuentren con Jesucristo para que ahora se encienda en ellos un celo, pero un celo como el que tuvo Cristo por la casa de su Padre, cuando dijo: “El celo por tu casa me consume”. La confusión que genera esta clase de celo es peor que si la persona fuera un ateo. Porque es vivir perdido, pensando que con ello se podrá alcanzar la salvación. No es sino hasta que alguien llega a conocer a Cristo cuando se le quita la ceguera de su entendimiento. Frente a este celo ciego debemos proclamar el mensaje de la luz. Frente a esta esclavitud nada será más poderoso que proclamar la libertad a los cautivos. El mensaje del evangelio es un cambio de relación más que un cambio de religión. En esto consiste la salvación. 

 

2. Un celo que no es conforme a ciencia. ¿Cuál era el problema del pueblo de Israel? ¿Por qué los fariseos chocaron tanto con el mensaje de Cristo? Los judíos poseían un “celo” irracional por Dios. El de ellos era un celo sin el debido conocimiento. Habían convertido a la ley en una tradición oral que tenía tanta autoridad como la palabra misma. Se dedicaban a estudiar la letra más no el espíritu de de la ley. Esto fue lo que llevó a Jesús a decirles: “Escudriñad las Escrituras porque a vosotros os parece que ella tenéis la vida eterna”. Fue este celo sin conocimiento el que no les permitió ver a Cristo en las Escrituras. Fue la falta de de ese conocimiento que les llevó a preferir a Barrabás en lugar de Jesucristo. Y fue la falta de ese conocimiento de las Escrituras que les llevó a gritar de una forma enardecida: “Crucifícale, crucifícale”.  Fue este celo sin conocimiento la que llevó a taparse los oídos para no escuchar lo que Esteban les predicaba, tomando la fatídica decisión de apedrearle, haciendo de él el primer mártir de la fe. Mucha gente está perdida bajo el techo de una “fe” en Dios. En ese celo confuso, mucha gente vive con un sincretismo religioso. Dicen adorar y amar a Dios, mientras caen en las más bajas creencias donde se permite también la idolatría. Nuestra responsabilidad es contrarrestar esa tendencia por medio del ofrecimiento de la salvación al que está religiosamente perdido. Nuestra más grande tarea es llenar a la gente del conocimiento de Cristo.   

 

II. PORQUE ALGUNOS IGNORAN LA JUSTICIA DE DIOS 

 

1. Hay una justicia que Dios no acepta. La justicia que Dios no aceptada es aquella donde la persona ha establecido la suya propia para su salvación. ¿Cuál es la justicia que Dios rechaza? Aquella donde el individuo se considera una buena persona por guardar ciertos mandamientos de tipos morales, sin guardar los que más se exigen como lo es el de amar a Dios con todo el corazón, el alma y las fuerzas. Dios rechaza esta justicia porque él es santo y ningún pecado puede estar en su presencia. El mejor de todos los hombres sigue siendo un pecador. Y lo mejor que él pudiera ofrecer (sus obras), son como trapos de inmundicia. La salvación no es un premio para el que se cree justo, sino un regalo para los que se  reconocen pecadores. La salvación no es algo que yo busco para alcanzar, sino que es un regalo que debo recibir. ¿Cuál era el problema de los judíos en el tiempo de Pablo? Que ignoraban la justicia de Dios y establecieron la suya propia. Debe decirse que esta justicia es rechazada por Dios. Imagínese el siguiente cuadro sobre esta justicia propia. Suponga que usted pastorea una congregación compuesta por fariseos. ¿Sabía que ellos serían más fieles que usted en muchas cosas? Ellos oraban hasta tres veces al día. Ayunaban dos veces por semana. Les gustaba vivir ceremonialmente limpios. Diezmaban de todo lo recibido,  y en la asistencia a la iglesia, no fallaban ninguno de sus cultos.  ¿No sería  esta una excelente iglesia? Pero,  ¿sabía usted que  toda esa iglesia se iría al infierno? Por qué razón. Porque ellos sustituyeron la justicia de Dios  por la suya propia. 

 

2. La justicia de Dios ha quedado revelada (6-8). La justicia de Dios, que no puede ser comparada con la que el hombre posee, es real, existe. Es una justicia para salvación. Es una justicia que revela su carácter de amor y perdón para los hombres. ¿Es usted una persona salva? Pues si no lo es, vea como estos versículos nos muestran cuán cerca usted está de la salvación, y es justicia que Dios desea revelar. Hay personas que piensan que les falta mucho para salvarse. Pero de acuerdo a estos textos, usted está muy cerca. Dice el texto: “Cerca de ti está la palabra…”. Y, ¿qué tan cerca está? “Cerca… en tu corazón  y en tu boca”.  Eso significa que usted no tiene que ir hasta Jerusalén, o hacer otra excursión a algún lugar sagrado para encontrar la salvación.  La salvación está allí, a un paso; está en su propio ser. Esto significa que Dios ha provisto todo por medio de su palabra para que el hombre sea salvo. El agente por el cual él ha revelado su justicia es en primer lugar por medio de su palabra. El texto dice: “Cerca de ti está la palabra…”. Fíjese que no dice: “Cerca de ti está la filosofía, tus principios morales, tu fama o riqueza”. No dice: “Cerca de ti la religión en la que me he formado, la única que considero para mi salvación”. No, no dice esto. Dice: “Cerca de ti esta la palabra”. ¿Cuál palabra? La única, la palabra de Dios, la que da testimonio de Jesús, por medio de la cual podrás ser salvo. 

 

III. PORQUE NO HAY SALVACION FUERA DE CRISTO

1. No es aceptar sino confesar.  Con frecuencia al evangelizar decimos: “¿Le gustaría aceptar a Cristo como el salvador?”. Pero eso no es correcto. Eso no se dijo cuando comenzó el evangelio. Creo que este es el problema más serio que hemos tenido en la evangelización. Llamamos a la gente para que acepten a Cristo, pero no para que lo confiesen con su Señor. No es que primero lo aceptamos como el salvador y después como Señor. El asunto es que si Cristo no es el Señor, tampoco ha sido su salvador. Mire bien lo que dice el texto en el v. 9. En esta confesión no solo debemos proclamarlo como el Señor que reina, sino también como el Cristo resucitado. Jesucristo fue declaro como Hijo de Dios con poder por la resurrección de los muertos. Y en esta confesión usted tendrá que ir más allá. En la evangelización también necesitamos  ir más allá. Hay que confesarlo como el Señor que reina, como el Cristo resucitado y finalmente como el Cristo redentor. Pero esto tiene que hacerlo el hombre. Hay que creerlo en el corazón; allí donde todo es privado. Donde solo usted decide. Pero luego hay que confesarlo con la boca para que el corazón lo haga público. ¿Por qué razón? Porque si nos avergonzamos de Cristo en esta generación, entonces él también se avergonzará de nosotros cuando venga en su gloria. Un día Cristo confesará nuestro nombre arriba si notros le hemos confesado aquí. “A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Y a cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos” (Mt. 10:32, 33)

2. El hombre necesita confesar a Cristo como el Señor. La palabra que está cerca, en la boca y en el corazón, es presentada para que haya una confesión. El versículo 9 es la más grande confesión que encontramos en la Biblia, y para alcanzar la salvación debe ser hecho. El señorío de Cristo es el asunto más importante en la vida del creyente. Porque si Jesús no es mi Señor, otros lo serán. Cuando vivíamos sin él, éramos por naturaleza esclavos del pecado, de vicios, de maldad. Satanás nos tenía cautivos en su propia fortaleza. La confesión a Cristo produce tal liberación. En Romanos 14:9 encontramos la más completa declaración de su señorío. Los sufrimientos de Cristo le llevaron a ser Señor. Filipenses 2:5-11 nos da una descripción completa del descenso y la exaltación de su nombre. Después que el padeció, Dios “le exaltó hasta lo sumo”, y le dio un nombre que es “sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla… y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor para gloria de Dios Padre”

 

3. ¿Qué implicaciones tiene la confesión del nombre del Señor? Para el tiempo cuando Pablo vivió había un solo Señor, el César. La palabra para Señor era “kurios” en griego y  “dominus” en latín. El  César era todo eso para el imperio y la gente. De modo que quien se arriesgara a llamar a otro por ese nombre podía ser objeto de  muerte. Mucha de la sangre de los creyentes con la que fue rociado el imperio, tales como el de Domiciano,  tuvo que ver con la confesión de Cristo como Señor y la abdicación de confesar al César como el Señor. Para los primeros creyentes la confesión del nombre Señor significaba un reconocimiento como Mesías designado por Dios, pero que a su vez que  había resucitado y  había sido exaltado en gloria. La otra era la de rendirse de una manera exclusiva, cediendo todos los derechos a su nuevo amo. Era, además, entrar en una nueva relación con  quien era el “kurios” (Señor), mientras que el creyente era el “doulos”, esclavo. Era reconocer que Cristo era “Adonai” que llegó a ser la forma judía para llamar  “Yahweh” a Dios, quien se reveló  a Moisés como el “yo soy el que soy”. ¿Alguna vez se ha bajado de su trono para que Cristo sea su Señor? ¿Controla él como Señor toda su vida? 

 

CONCLUSIÓN: El anhelo mayor de todo creyente debiera ser, ver a los hombres viajando al cielo para reunirse con Cristo en lugar de irse al infierno a reunirse con Satanás. Este anhelo debe ser muy vivo porque muchos tienen un celo por Dios que los hace ciegos, en lugar de salvos. Debemos anhelar la salvación del perdido porque muchos tienen su propia justicia. Y sobre todo, debemos anhelar la salvación del perdido porque no hay salvación fuera del señorío de Cristo.  El misionero Hudson Taylor, quien fuera el fundador de la Misión interior a la China, hablando de su pasión por aquellos perdidos en ese vasto país asiático, dijo: “Mi deseo es que Dios nos haga el infierno tan real a nosotros que no podamos descansar; el cielo tan real que deseemos poblarlo; que Cristo sea tan real que Él se convierta en nuestro motivo supremo”. ¿Cuál es nuestro mayor anhelo? ¿Qué tanta compasión tenemos por el perdido? 

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Matt Alvarez
Matt Alvarez
2 años de haberse escrito

muy bien elaborado y bastante util desde su perspectiva .me gusta que no empleen lenguje rebuscado

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