Del escritorio de Julio Ruíz

El Dios que cuenta tus cabellos

(Mateo 10:29, 30)

INTRODUCCIÓN: De acuerdo a las investigaciones hechas, una persona promedio pudiera tener hasta ciento cincuenta mil pelos en su cabeza. Por supuesto que en esto habría que considerar que hay algunas cabezas que contienen más abundancia que otras, mientras que hay otras que no contienen nada. Esto nos revelaría que, aunque la calvicie o la quimioterapia le “ahorran” el trabajo a Dios de contar nuestros cabellos, debido a la cantidad de hombres y hasta mujeres que pierden esta particularidad del cuerpo, él conoce cada pelo de las más de seis mil millones de personas que existen en el mundo y hasta ha contado los que están a punto de nacer.  ¿Por qué esto? Porque él es su creador.  Jesucristo trajo a consideración el presente texto, dentro de su muy cotidiana manera de ver todas las cosas para poner de manifiesto que su Padre celestial tiene un absoluto control de todo lo que puede sucedernos. El propósito de este “conteo extremo” fue para que los atemorizados discípulos se percataran que así como los parajillos no caen a tierra sino es por la voluntad de Dios, así también nada pasaría en sus vidas a menos que Dios también lo haya permitido. Este es uno de los pasajes donde vemos a Jesús fungiendo como el gran Consolador antes que llegara el Espíritu Santo. La vida está llena de muchos temores, pero el oír a Jesús hablando con esa familiaridad y tierno cuidado, nos llena de absoluta confianza y nos infunde mucha paz. Qué bueno es recordar que frente a cualquier pánico que se haga presente, cuyo fin es robarnos la paz, Jesús nos dice: “Pues aun vuestros cabellos están todos contados”. Amados hermanos, no se le olvide que Dios todo lo ve y todo lo sabe. Eso nos alienta a proseguir en un nuevo año para el que auguramos notables victorias, sobre todo para esos momentos de temor como pasaron los discípulos. Pero aquí hay una promesa. ¿Qué objeto tiene el que Dios cuenta el cabello de sus hijos?

I.    MOSTRARNOS CÓMO ÉL HACE LAS  COSAS ANTICIPADAMENTE

1. Fueron contados antes de nacer. Dios previó todas las cosas y después proveyó para cada una de ellas. Ver anticipadamente y hacer una provisión para esa necesidad es una tarea divina. Vea usted de esta manera la provisión de Dios. Él ordenó desde mucho tiempo atrás cuándo naceríamos, dónde naceríamos y quiénes serían nuestros padres. Más aún, Dios planificó mi niñez, mi adolescencia, mi juventud hasta mi vida adulta. El asunto es que si creemos que todos nuestros cabellos están contados por él, debemos entender que el resto de nuestra vida ha sido contada también por él en cada etapa por la que nos toca pasar. ¿Te habías puesto a pensar que todos los eventos de tu vida, incluyendo grandes o pequeños, victorias o fracasos, muerte o vida,  han sido ordenados por la providencia divina? Esta pregunta nos hace pensar que ninguno de nosotros morirá ni antes ni después. En la providencia divina hay un calendario determinado para tu existencia. Es cierto que   reaccionamos ante la idea de un Dios que pareciera tener un destino fatal y que no haya una forma de cambiar ese estado. ¡Eso parece terrible! Pero lo cierto es que nuestro Dios se mueve en función de darnos lo mejor y hacer de nosotros la clase de hijo que al final traigamos honra al mismo nombre de Dios a través de su Hijo Jesucristo. Él no es un Dios caprichoso. Bien pudieras ver tu enfermedad, tu dolor, tus penas o tristezas como injustas proviniendo de ese Dios de gracia y de amor, pero como tú sabes que lo que tienes no te lo puso el enemigo sino que lo ha permitido el Dios amante. Si así lo ves, al final entenderás por qué “el hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado”, según nos decía el salmista.

2. Fueron contados por el dedo de Dios. Dios pudo usar alguna de sus criaturas para que se encargaran de la enumeración de tus cabellos, como alguno de sus más inteligentes ángeles. Pudo usar la mejor “computadora” para que hiciera ese trabajo a la perfección; seguro que el conteo hubiera sido exacto. Pero no fue así. Él, personalmente, se encargó de ese trabajo. Lo que aquí se pone de manifiesto es que todo lo que gobierna nuestras vidas, todo está en sus manos. Si él puede contar todos nuestros cabellos, entonces también contará todo lo que nos pasa. Nada escapa a su soberanía. Todo lo ha predeterminado. Uno de los hombres que conocía la forma cómo Dios contaba anticipadamente a sus criaturas fue el rey David. Cuando habló de su nacimiento no pudo ser más descriptivo. Observe cómo habla de su previo estado: “Porque tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre. Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien. No fue encubierto de ti mi cuerpo, bien que en oculto fui formado, y entretejido en lo más profundo de la tierra. Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas” (Sal. 139:13-16). Así cuenta Dios.  

II.    ASEGURARNOS EL CONOCIMIENTO ÍNTIMO QUE TIENE DE NOSOTROS    

1. El sabe todo de ti. Aunque es cierto que un gobierno pudiera conocer mucho de ti por medio de las identificaciones que posee, hay cosas que no sabe de ti. Aunque es cierto que tus padres saben muchas cosas de ti, porque te han visto crecer, no es cierto que conozcan todo de ti. Aunque es cierto que tu esposa o esposo sabe muchas cosas de ti, y con el paso de los años ese conocimiento se hace más real, es un hecho que no sabe todo de ti. Aunque es cierto que tu mejor amigo pudiera conocer mucho de ti, hay cosas que desconoce de ti. Tu médico que te ha asistido por años pudiera conocerte muy bien, y aunque podrá conocer tu cuerpo, no conocerá tu alma. Ninguno de los que dicen que te conocen ha podido contar tus cabellos.  Pero hay Alguien que si sabe todo de ti. Él sabe cómo eres por dentro y como eres por fuera. Él conoce tu levantarte y tu acostarte. Él sabe cómo roncas, cómo te ríes, cómo lloras. Él conoce tus alegrías y tus tristezas. Pero sobre todo, él sabe cuáles son todos tus pensamientos y todas tus intenciones. Nada, absolutamente nada hay en nosotros que Dios no lo conozca. Aún las cosas que tú no sabes de ti mismo ya él las conoce. Dios nos conoce mejor de lo que nosotros mismos nos conocemos. Ese conocimiento que Dios tiene de nosotros le hace amarnos más que otros.

2. Él te conoce más allá de tu apariencia. Cuando Jesús dijo que el Padre conoce todos nuestros cabellos nos estaba revelando el más íntimo conocimiento que se conozca. Se trata de un toque delicado más suave que el de una madre sobre la cabeza su niño cuando lo duerme o lo mima. Cuando él toca nuestra cabeza está tocando también nuestra alma. Su toque es tan íntimo que al pasar su mano sobre nuestra cabeza ya sabe cuando hemos perdido alguno de nuestros cabellos. El asunto es que Dios sabe todo sobre ti. Entonces, si su conocimiento es tan íntimo, ¿no deberíamos nosotros ser fieles a tan extravagante amor? Si él nos conoce con esa intimidad, más que la madre cuando acaricia a su bebé, ¿no debiéramos nosotros, como lo hizo María de Betania, ofrecer nuestros cabellos para enjugar los pies de nuestro muy amado salvador? Por ese conocimiento tan íntimo que el Señor dispensa sobre nosotros, ¿no debiéramos conducirnos, los que le hemos conocido “justa y santa” en toda nuestra manera de vivir? Y por ese conocimiento que tiene por ti, pecador, ¿no debieras venir hoy a sus manos amorosas para que él toque tu cabeza contando tus cabellos, al contar también  las intensiones de tu corazón? Por lo tanto, si Dios conoce todo de ti ven a él confiadamente. Cuano vengas a él, el temor que ahora te asedia por tu pecado o alguna enfermedad, huirá de ti.

 

III.    REVELARNOS DE CUÁNTA ESTIMA SOMOS TODOS  PARA ÉL

1. Eres de gran valor para el Señor. La historia de la iglesia cristiana nos presenta a sus integrantes como gente muy humilde. No hay tal cosa como un abolengo del que se diga que todos procedemos. Las palabras de Pablo que a lo “vil y despreciado del mundo ha escogido Dios…” (1 Cor. 1:28), tienen una gran verdad en el origen del cristianismo. Así que si alguien hubiera visto a esas iglesias del primer siglo, habrían concluido que no había ninguna persona respetable en medio de ellos. Esto lo mencionamos porque la forma de etiquetar a los seguidores del Señor en la actualidad ha cambiado enormemente. Hoy día hasta tenemos iglesias para los profesionales y hombres de negocio, como si los indoctos no fueran importantes. El ser respetable ha llegado a ser sinónimo de poder económico, poder social y hasta poder político, y hay iglesias que no han escapado a esa tentación. Pero mire el grupo de hombres que escogió el Señor. Cualquiera que pretenda fundar un movimiento de proporciones tan grandes como lo iba a ser el cristianismo, diría que Jesús estaba condenado al fracaso. Mire el currículo de cada uno de esos seguidores. Creo que muy pocos de ellos habían terminado la primaria y ninguno habría llegado a la universidad. Pero Jesús escogió a doce de ellos. Su Padre celestial los tuvo en gran estima, pues previamente había contado sus cabellos y ahora eran contados como parte del equipo de su Hijo. Es posible que usted esté dentro de la iglesia como el más insignificante de  de los hombres o de las mujeres, pero el Señor ha contado todos tus cabellos. Tú eres importante para él. La gente te valora por lo que tienes, Dios te valora cuando ha contado tus cabellos.

2. Tu alma vale más que tus cabellos. Vamos a poner este texto en una perspectiva más objetiva. ¿No es cierto que el pelo es una de las partes más insignificantes que poseemos, comparadas con los órganos vitales de nuestro cuerpo? Si no, pregúntese ¿por qué nos cortamos con frecuencia el cabello? ¿Se cortaría usted otra parte de su cuerpo? Entonces, si el cabello que hoy es y mañana lo cortamos vale tanto para el Señor, hasta el punto de contarlo, cuánto más valdrá nuestra alma por la que Cristo murió. ¿Sabe usted cuánto vale su alma? El precio está registrado en la cruz del calvario.  El valor que tiene una madre por su hijo no es comparado con el valor de un alma para Dios. Esto nos pone de manifiesto que no hay tarea más grande y de tanta repercusión divina como la salvación de un alma. ¿Se ha puesto a pensar por qué el texto bíblico dice que “hay gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente”? Yo no sé cómo lo ve usted, pero quiero imaginarme que en el cielo hay un equipo de ángeles que están amenizando la fiesta por cada pecador que es registrado en el cielo. Así que, mientras el Padre celestial está escribiendo sus nombres en el libro de la vida, el resto está celebrando con gran júbilo la salvación de un pecador. Un alma vale más que todos los cabellos juntos, nunca se nos olvide eso. Su alma vale más que su cabello, imagínese de cuánta estima eres para el Señor.

IV.    ASEGURANOS QUE NOS HA PRESERVADO PARA SIEMPRE

El acto de contar todos nuestros cabellos es una indicación que nuestro Dios está altamente interesado en preservarnos para el día final. En la presente declaración, Cristo nos da la base para sustentar la gran doctrina de la perseverancia de los santos. A los que sostenemos la seguridad de la salvación, las palabras de Jesús que ninguno de sus seguidores sufrirá la más pequeña pérdida, son muy alentadoras. En medio del gran discurso escatológico con proporciones catastróficas, que incluía la destrucción de Jerusalén, y la muerte de muchos de sus seguidores, Jesús, hablando de la preservación del alma, al término de tales acontecimientos, ha dicho: “Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá…” (Lc. 21:18). Con esta declaración de confianza el Señor nos revela la más completa promesa de protección. Usted tiene que saber que si Cristo le ha comprado, él como “Dios fuerte” lo preservará hasta que venga. Usted y yo nos levantaremos de la tumba completos. Aunque entremos a esa vida del cielo sin un ojo o sin un pie, al final resucitaremos completos. Las pruebas que nos llegan no son para que perdemos algo, más bien son las encargadas de asegurarnos que el Señor se mantiene muy cerca de nosotros, pues “aunque pases… por los ríos, no te anegarán”. O aunque pases “por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti” (Is. 43:2). Podrá haber pérdida material pero no habrá pérdida espiritual. Podrán caer mil y diez mil a tu lado, pero nadie tocará tu morada. Podrá haber pérdida del “barco”, pero al final oirás, como se le reveló a Pablo, que ninguno de los que estaban con él perecerían (Hch. 27:23, 24). El que Dios cuente nuestros cabellos es garantía de protección eterna.  

CONCLUSIÓN: Hay cuatro puntos de vista acerca de lo que está pasando en este mundo; son cuatro teorías sobre cómo ocurre todo. Algunos dicen que las cosas llegan a pasar de acuerdo con una ley fija, conocida como la ley de la naturaleza. En esta lista están los que optan por el punto de vista racional. Para ellos, nada que no se explique por las leyes naturales debiera ser creíble. La fe de los que así opinan está basada en el resultado de lo que revela un microscopio o lo que se puede examinar en tubo de pruebas. Los segundos son los que suponen que las cosas pasan por una clase de suerte ciega. Ellos creen que no hay nada seguro o certero; simplemente una cosa pudiera pasar tanto como la otra. El tercer grupo piensa que todo llega a ocurrir por una simple causa del destino. Y por supuesto están los cristianos, los que creen que las cosas llegan a pasar por la Providencia de Dios. Son los que dan por un hecho que si Dios cuenta todos nuestros cabellos, es porque tiene un control total de todo el resto de lo que nos pasa. Esta seguridad debe producir una inmensa paz en el espíritu para que no temamos como se les dijo a los discípulos. El texto nos dice que ni un pajarito caerá a tierra si Dios no lo permite. Y si Dios sabe todo esto, y ha contado tus cabellos, ¿no podrá él transformar tu temor en gozo y tu fracaso en victoria?

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