Del escritorio de Julio Ruíz

Pecador sacudido pero no salvado

Pecador sacudido pero no salvado
Pareja en conversación.
 Imagen cortesía de DepositPhotos

Este estudio titulado «Pecador sacudido pero no salvado» está basado en Hechos 24:1-27

Le ha tocado estar delante de un juez donde usted sabe que es responsable por lo que hizo? ¿Qué sintió en ese momento? ¿Fueron sus argumentos tan fuertes para cambiar el veredicto en su contra? ¿Y cómo se sentiría si es inocente de los cargos que le imputan? En la historia de hoy nos encontramos con este caso, pero con la diferencia que el procesado no solo es inocente, sino que posee un testimonio tan poderoso que llegó a pasar de prisionero a juez. ¿Cómo se dieron los hechos en aquella audiencia?

Por un lado vea la forma cómo el orador Tértulo, contratado para exponer los cargos contra Pablo, se dirige ante el juez Felix. Su presentación estuvo llena de tal adulancia que rayaba en la frivolidad. Ni los mismos acusadores se “comían el cuento” de las supuestas bondades y virtudes de este personaje. Felix simplemente no calzaba en esta descripción que hizo el orador quien buscaba congraciarse para que condenaran al prisionero inocente.

Por otro lado, observe la forma cómo Pablo inicia su defensa. No hubo elogios porque Pablo sí sabía quién ere este hombre y su mujer, de allí el énfasis que hizo en estos tres puntos en su sermón delante de Felix. ¿Tenía que ver esta predicación con la conducta del juez que ahora se dispone condenarle? En un país donde las leyes se cumplan y se mantengan los más altos estándares éticos para nombrar los magistrados, la elección de ellos debería ser objeto del más minucioso escrutinio de su conducta pública y privada. Por cuanto ellos compondrán el Tribunal Supremo de Justicia, se requiere que sean jueces honestos, probos y transparentes en su conducta.

¿Llenaba el juez Felix estas condiciones para juzgar al prisionero Pablo? ¡Nos parece que no! El versículo 26 revela la conducta inapropiada del juez ante quien Pablo expone su causa. Así que en este encuentro habrá un choque de conductas. Por un lado está el prisionero exponiendo su forma de conducirse v. 16, y por otra la de un juez corrupto que no tiene interés en aplicar justicia, sino obtener ganancias. Esta historia nos muestra como ninguna otra el poder de la palabra y del testimonio cuando se confronta al pecado. Pero veremos también como se rechaza la palabra, pretendiendo otra oportunidad. Veamos por qué no es suficiente asombrarse ante la palabra, si al final alguien se pierde para siempre.

En este pasaje encontramos en primer lugar al pecador confrontado con su pecado

Un hombre injusto

En la historia de este juez llamado Felix confluyen toda una serie de actos que lo condujeron a ser un juez injusto. Siendo un esclavo se convirtió en uno de los infames favoritos del emperador Claudio. Como parte de la corte real consintió en todos los caprichos y los deseos lascivos de su señor. Y por cuanto agradó a su emperador, fue subiendo todos los peldaños hasta llegar a ser gobernador de Judea. Pero abusando de su posición, llegó a cometer todo tipo de actos de extorsión, tanto así que el propio emperador Nerón después lo destituyó y se salvó de morir por la intervención de su hermano.

De él escribió el historiador Tácito, diciendo: “Él desempeñaba las funciones imperiales en Judea con un alma mercenaria.”. Esto explica a primera vista por qué Pablo comenzó disertando acerca de la justicia frente a alguien que era tan injusto. ¿Puede imaginarse la injusticia que cometía este hombre sin Dios? Imagínese a los más desposeídos como las viudas, los huérfanos, los sin techos, sin protección y ayuda. Imagínese los sobornos que había recibido por impartir la justicia. Véalo aplicando impuestos que nadie podía pagar. Este hombre era injusto. Pero el buen testimonio de un prisionero le reveló su condición pecadora. La Biblia nos dice que toda “injusticia es pecado”.

Una mujer lasciva

Imagínese por un momento al prisionero Pablo encadenado delante del trono donde están sentados Felix y Drusila (v. 24). Allí él no puede mover sus manos, pero puede mover su boca y hablar. Aunque está encadenado, el Espíritu y la palabra están libres, y desde esa posición sigue hablando. Así que después que ha hablado de la justicia, mirando fijamente a Felix, ahora cambia de dirección y mira a Drusila (“fuerte”), a quien le habla del “dominio propio”.

¿Por qué este tema? Porque allí está una mujer cuya vida no difería mucho de la mujer samaritana. Esta Drusila era hija de Herodes Agripa, el grande. Se le describe como una mujer notable por sus atributos físicos, hasta el grado superlativo con una voluptuosidad que rayaba el desenfreno. Toda su vida fue un enredo sentimental, pues estuvo comprometida con Antíoco, quien rehusó casarse con ella.

Después de eso se casó con un pequeño rey de siria, quien por amarla tanto se sometió a todos los ritos judíos con tal de casarse con ella. Pero aquel amor no fue correspondido, y al poco tiempo abandonó al rey para irse a vivir con Felix, el juez de esta escena para juzgar a Pablo. Así que cuando Pablo habló de la continencia, estaba censurando severamente delante de todo a ambos gobernantes. La falta de dominio propio es lo que lleva a los hombres a la ruina. Se requiere de un mensaje de poder para hacer que los hombres cambien sus conductas. La falta de dominio propio es la causa de los pecados sexuales.

El juicio venidero

Sigamos en la escena con Pablo. Mirémosle dándole fuerza a sus palabras, no dando oportunidad a la pareja de reaccionar hasta que culmine su mensaje.  Contemplemos el rostro de Felix y Drusila, cambiando de tono debido a lo que están oyendo. Ahora veámosle como introduce el tema del “juicio venidero”, donde el prisionero ahora es abogado acusador.

Veamos cómo un hombre solo se enfrenta a sus opositores con el arma de la verdad y de su testimonio. ¿Por qué Pablo trajo este tema en su disertación? Bueno, su propósito era conducir a Felix a mirar desde el trono donde está sentado, al “trono blanco” donde serán juzgados todos los hombres. La intención de confrontar al pecador con el juicio venidero, es el asunto más serio de la evangelización. Es la advertencia más solemne, porque de ella depende el destino eterno.

Felix era juez, pero ahora ha sido confrontado por el Juicio Mayor. Pablo logró que el “juez” quedara convicto de pecado. Cuando un mensaje está respaldado por un testimonio intachable, pone al descubierto las reales intenciones de un corazón lascivo como el de Felix. Quizás este gobernador quiso escuchar otro sermón que alimentara su ego, pero oyó éste. Ahora este hombre está contra la pared. El mensaje sobre el juicio venidero o le condena o le salva. Usted decide.

Encontramos en segundo lugar a un pecador asombrado por la palabra

Le oyó acerca de la fe en Jesucristo

Hechos 24:24. Los hombres que vinieron acusar a Pablo le hablaron muy mal de él. El orador Tértulo lo trató de “plaga” y de sedicioso (v. 5), y la comitiva que le acompañaba afirmaba lo mismo (v. 9). Por lo tanto lo que Felix hasta ahora ha oído son quejas, insultos y deseos de condenación. Sin embargo este gobernador estaba interesado en escuchar a Pablo, aunque buscaba con esto el poder sacarle dinero para dejarlo libre (v. 24).

Note ahora el giro de Pablo en su defensa. Al principio se limitó a comprobar su inocencia, lo cual la hizo con valentía y persuasión, dejando al tal Tértulo sin argumentos frente a la palabra expuesta. Su interés ahora es que Felix escuche el mensaje Cristo, lo cual el gobernador oyó con atención. Este es el mensaje que debe predicarse. Hay una tendencia en muchos ministros del Señor, sobre todo cuando están en presencia de alguna celebridad, de hablar de temas que suenan bien al oído, muchos de ellos con adulancia y reconocimientos, pero no se habla del Señor.

Si algo admiramos de Pablo es que era un creyente cristocéntrico. Así que Felix por seguro escuchó de Jesús como el Mesías y el salvador del mundo. Si este hombre se perdió no fue por ausencia del mensaje. Hermanos, no importa a quien tengamos por delante, los hombres son pecadores y el pecado debe ser confrontado, presentando a Cristo, Aquel que le ha vencido.

 Un juez espantado

La palabra de Dios no tiene distinción para hablar a los hombres. No importa en qué posición esté la persona, la palabra de Dios es viva y eficaz y penetra hasta “partir el alma y el espíritu” (He. 4:12). Lo mismo le son los reyes, príncipes, presidentes, que los plebeyos, esclavos y humildes. Lo mismo le son los ricos que los pobres. Ella ha sido dada para traer el mismo efecto: que los hombres se sientan impactados para dejar su mal camino y rendirse a Jesucristo (Hch. 26:27-29).

Volvamos otra vez a la audiencia que juzga a Pablo. Él es un pobre prisionero que no cuenta sino con la predicación de la verdad. Esa es su arma más poderosa y la ha usado con tal destreza y valentía, que ahora vemos al juez de su causa “espantado” porque la espada del Espíritu penetró lo más íntimo de su conciencia. Pablo le “arrancó los bigotes al león en su guarida”, como dijo Spurgeon en su mensaje acerca de Felix. ¡Qué poderosa es la palabra de Dios!

No hay nada que se asemeje a ella para producir en los corazones de los hombres un estado de asombro y de reconocimiento interno sobre la condición perdida. Y es que si la palabra de Dios no nos espanta y la conciencia no se despierta para buscar al Señor, estamos en la misma ruta del impío Felix. ¿Cómo responde usted a la palabra al oírla?

Espantado pero no cambiado

Esta escena nos invita a ver cómo el prisionero se convierte en juez y el juez se convierte en un convicto por sus acciones. El texto simplemente nos dice que Felix “se espantó”. ¿No es esto extraordinario? ¿Ha experimentado usted la misma sensación de Felix? ¿Pero es suficiente espantarse? La verdad es que muchos de los que se asombran con la palabra, no siempre son cambiados por ella. Ciertamente la palabra tiene el poder de hacer que la conciencia se despierte, y aunque el resultado sea que se tenga temor por las consecuencias del pecado, el asunto es que usted siga amándolo y practicándolo.

La experiencia de Felix en ser confrontado con el poder de la palabra, pero solamente quedar espantado, nos revela que no es suficiente que usted sienta remordimiento por el pecado, si al final pierde su alma. Nos muestra a todos esos hombres que llegan a estar tan cerca la salvación eterna, pero solo se asombran. Están aquellos que les gusta oír y hasta se conmueven, pero no cambian. Son los que pueden estar años y años oyendo del evangelio, pero sin haber nacido de nuevo. El infierno está lleno de gente que se asombró al oír de Cristo, pero no cambiaron. No juguemos con la palabra.

Encontramos en tercer lugar al pecador posponiendo su salvación eterna

 El rechazo a la palabra

La palabra de Dios estaba llegando muy fuerte a la conciencia de Felix que no la soportó más. Simplemente se limitó a decir: “Ahora vete…”. ¿Le es familiar esta frase cuando predica? ¿Sabe usted cuánta gente le dice a la palabra de Dios “ahora vete”? Félix postergó la decisión y al igual que él, muchos la siguen postergando.

Felix en lugar de decir “ahora es el momento”, dijo: “Ahora vete”. Irónicamente este hombre tuvo apuros para no oír la verdad. ¿Qué otro asunto pudo ser más urgente para que él recondujera su vida y con ello la salvación de su alma? Pero esta es la condición del mundo. Sorprende que cuando la palabra predicada toca alguna conciencia dormida, pareciera que el pecado ejerce una fuerza más poderosa sobre los hombres de manera tal que la verdad es resistida y rechazada del corazón.

Irónicamente el nombre Felix significa “feliz y afortunado”, pero este nombre fue “infelix” debido al rechazo que hizo al mensaje de la palabra. Cuando se rechaza la palabra de Dios se le está diciendo al alma que su destino eterno no es importante. El asunto es que cada vez que se dice “vete ahora”, se posterga peligrosamente el destino eterno. La divina invitación dice: “Si oyereis hoy su voz no endurezcáis vuestro corazón”. Si usted rechaza al Señor ahora, no espere misericordia en el día del juicio. Al final, el Señor será el Juez. ¿Por qué se detiene?

Pero cuando tenga oportunidad te llamaré

Hechos 24:25. ¡Oh, cuán equivocado estaba Felix al pensar que podía tener otra oportunidad! Esta fue su oportunidad de oro, pero—como lo hacen tantos aún—la desperdició. Un asunto que debe decirse acá es que si alguien tuvo oportunidades para oír a Pablo y con ello el mensaje de Jesucristo fue Felix. Observe lo que dice la segunda parte del v. 26: “Por lo cual muchas veces lo hacía venir y hablaba con él”.

Claro está que Felix llamaba a Pablo para ver si lo podía extorsionar, pero todas esas eran oportunidades que Pablo aprovechaba para predicarle a Jesucristo. Sin embargo este hombre dijo “cuando tenga oportunidad te llamaré”. Al final nunca más pudo llamar a Pablo, y ahora estando en el infierno recordará las veces que perdió la oportunidad para salvarse. Cuántos hombres y mujeres tienen las oportunidades de salvarse y la rechazan.

Pecador sacudido

El nombre Felix significa también “placer”, y aunque así era su vida, ahora ha sido confrontado por la palabra (v. 25). Cuando este hombre oyó de Jesús y de su conducta inmoral, “se espantó”. Él oyó y tembló. No negó lo que Pablo predicó ni lo rechazó. No se rió, ni se burló, ni lloró. Tembló con convicción. Dios había hablado a su alma. El pecado produjo convicción. Este hombre supo que Pablo dijo la verdad.

Sabía de su vida disipada, al vivir con una mujer que era de otro. Su vida se concentraba en beber, comer y ser feliz, pero estaba perdido. Recibió una advertencia y siguió perdido. Pensó en otra oportunidad y siguió perdido. Los hombres reciben sus advertencias, y todas las personas que perecen han recibido una advertencia final.

Tal vez esta sea tu última advertencia. Tú no tienes que terminar como Felix. Tú puedes venir a Cristo como estás, y el mensaje acerca de la justicia, el dominio propio y el juicio venidero que escuchas ahora, será la oportunidad para salvarte. No la dejes pasar.

Simplemente creyendo que tienen otras, postergan la decisión más importante. Sin embargo llegará la hora cuando la puerta de cerrará y aunque llamen insistentemente no se les abrirá. No condicione el día para arrepentirse, pudiera ser que no llegue nunca. “Hoy es el día aceptable, hoy es el día de salvación”. No posponga más su salvación. Entréguese a Cristo hoy y escape del castigo eterno.

Julio Ruiz

Venezolano. Licenciado en Teología. Fue tres veces presidente de la Convención Bautista en Venezuela y fue profesor del Seminario Teológico Bautista de Venezuela. Ha pastoreado diversas iglesias en Venezuela, Canadá y Estados Unidos. Actualmente pastorea la Iglesia Ambiente de Gracia en Fairfax, Virginia.
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