Del escritorio de Julio Ruíz

La queja de Dios


Malaquías 1:6-14

INTRODUCCIÓN: Dios tiene todas las razones para quejarse. Él dejó a una nación debidamente instruido para que le sirviera a través de una adoración genuina, fresca y placentera. Pero el profeta Malaquías nos presenta a un pueblo cansado y aburrido de esa adoración. Y es que uno de los retos que todo creyente enfrenta  es el de mantener el sentido de lo sorprendente mientras adora a su Dios. Esto es dicho porque no hay nada más irreverente delante de nuestro Dios que ofrecerle una adoración sin motivación, rutinaria y hasta llena de fastidio. La intensión del presente pasaje es mostrarnos las consecuencias de ese tipo de actitud. Este es uno de los textos más elocuentes de la queja de Dios respecto al servicio que le ofrecemos. En los nueve versículos hay ocho preguntas donde se observa una especie de “protesta” divina por la forma cómo se le estaban presentando el culto. Esto también es para nosotros ¿Tienen nuestros cultos un entusiasmo contagioso? Se cuenta de un ganadero que había dejado de asistir a la iglesia poniendo muchas excusas. Algunas iban desde la pérdida del trabajo, problemas familiares y problemas personales. La última excusa que puso fue que todos los días llovía copiosamente. El pastor le dijo: “Pero hermano, dentro de la iglesia todo está seco”. Y el ganadero le dijo: “Esa es otra razón por la que no voy, porque todo está seco en la iglesia”. ¿Qué hacer en esos cultos que a veces no tienen vida? ¿Cómo poner un lubricante en nuestros servicios de adoración para que luzcan más radiantes y más poderosos? El asunto es que cuando lo que hacemos se convierte en una carga, algo no anda bien. En este pasaje el Señor se dirige a los sacerdotes, los responsables del culto lo cual se aplica a nosotros, porque  ahora también somos sacerdotes (1 Pe. 2:9). He aquí un llamado a cambiar de actitud. Aunque estemos cansados en el trabajo no debemos cansarnos de este trabajo. Consideremos, pues, las quejas de Dios delante de su pueblo.

I.  DIOS SE QUEJA CUANDO SE HONRA MÁS A OTROS QUE A SU PERSONA v. 6

1. Hay que honrarle como Padre. La queja del Señor viene porque en el ámbito humano los hijos honran a sus padres siguiendo el mandamiento; pero mientras los hijos hacen estos con sus padres, siendo muchos de ellos malos, el pueblo de Dios no le honra. La queja que hace al Señor tiene que ver con esta pregunta: “Si, pues, soy padre, ¿dónde está mi honra?”. La honra tiene que ver con la adoración que a él le ofrecemos. No hay honra sin adoración. ¿Es para usted algo serio la adoración? La iglesia a Laodicea tenía una adoración a media. Era tibia. La tibieza espiritual es la peor forma de adorar. Una persona tibia no está entusiasmada. Es cuando la gente viene a la iglesia solo para bostezar y dormir. Pero Dios dice: “Si soy tu Padre, ¿dónde está mi honor?”.   Jesús nos enseñó a decir: “Padre nuestro que estás en los cielo…”. Pero con frecuencia llamamos a Dios Padre, sin embargo estamos muy lejos de honrarle de esta manera.

2. Hay que honrarle como Señor. La otra queja de Dios fue esta: “Y si soy  señor, ¿dónde está vuestro temor?”. Con esta otra queja se pone de manifiesto la gran falta de respeto en la que su propio pueblo había incurrido. Dios se había constituido en su Señor por derecho de redención. Pero lo sorprendente era que el esclavo honraba a su señor, pero Israel menospreciaba a Dios. Y si Dios es el Señor, lo primero que debe producir en nuestras vidas es un santo temor. El temor del cual la Biblia nos habla no está basado en algo sucio. De acuerdo al Salmo 19:9, el temor de Dios es algo limpio. No se trata de  un sobrecogedor horror de Dios, sino de un temor hacia él para no pecar  (Ex. 20:20). El temor de Dios es el que quita todos los temores. Dios elimina los demás temores. Considere que ese  temor a Dios puede expresarse por medio de una adoración calmada, pero también una adoración exaltada. Dios espera de nosotros un temor reverente.

3. Hay que honrarle por su precioso nombre.  La próxima queja de Dios tenía que ver con su nombre, la más dura de todas. Con estas palabras les increpa: “dice Jehová de los ejércitos a vosotros, oh sacerdotes, que menospreciáis mi nombre. Y decís: ¿En qué hemos menospreciado tu nombre? El nombre de Dios es sagrado tanto así que entre los diez mandamientos, la prohibición a “no tomarás  el nombre de Dios en vano”, ocupa el tercer lugar en su orden. Y aquí como en otras ocasiones, Dios se siente burlado. Se ha dado cuenta cómo los ministros encargados de magnificar su nombre, ahora lo han despreciado. La rebelión “ministerial” era notoria. La forma cómo los sacerdotes ministraban en el santuario era un menoscabo al nombre de Dios. Y la pregunta “inocente” que hacen no los eximía de la culpabilidad por haber profanado ese nombre. El servicio prestado a Dios tenía la etiqueta de lo “inmundo”. En los versículos  11, 12 y 14, el Señor le responde diciendo que su nombre es grande entre las demás naciones.  Nada es más deshonroso para Dios que se profane su nombre en el culto mismo. 

II. DIOS SE QUEJA CUANDO NO SE LE OFRECE LO MEJOR v. 8, 13

1. Ciego, cojo, enfermo y ultrajado. Así eran los sacrificios que los sacerdotes estaban presentándole al Señor. Era notorio que ellos estaban presentando lo peor del rebaño. Estas cuatro categorías de animales indicaban lo más bajo en cuando al valor del sacrificio, pero también un flagrante menosprecio a Dios quien es digno de la mejor ofrenda. Con esto los sacerdotes habían olvidado la ley, pues ella prohibía absolutamente esa clase de sacrificios (Lv. 22:17 y sg..). La ley que establecía lo que no debería traerse, decía así: “Ciego, perniquebrado, mutilado, verrugoso, sarnoso o roñoso, no ofreceréis éstos a Jehová, ni de ellos pondréis ofrenda encendida sobre el altar de Jehová” v. 22. La queja del Señor era notoria. Los encargados de su altar estaban trayéndole lo peor de lo que tenían. Amados, esta queja sigue latente aunque ahora no sea audible. Con cuanta frecuencia el pueblo de Dios lo que da a él es lo “ciego, cojo, enfermo y lo ultrajado”. Considere sus ofrendas y sus diezmos. ¿Está trayendo lo mejor de esto al Señor? ¿Qué tan serio se toma usted esto para Dios? ¿Por qué  paga usted con tanta diligencia sus impuestos pero no muestra el mismo interés por lo que Dios le pertenece? 

2. Lo que damos es un reflejo de lo que somos. ¿A quiénes representaban las ovejas ciegas, cojas, enfermas y ultrajadas? A los mismos que las ofrecían. Los sacerdotes pensaban que estaban honrando  a Dios al dar  estos defectuosos sacrificios, pero lo que no sabían era que ellos mismos eran los ciegos, cojos  y enfermos. Pensaban que le estaban prestando un gran servicio a Dios pero aquel acto no era sino una radiografía de lo que ellos representaban. Dios les dijo que si ellos creían que tales sacrificios eran buenos, que se los presentaran al gobernador como pago de sus impuestos para ver si los recibiría. ¿Qué es lo que estamos revelando cuando le damos a Dios lo que ya no queremos? Pues que así somos y que así es como vivimos. Cuando no damos lo mejor al Señor estamos comprobando dos cosas: que nosotros mismos no nos valoramos y que Dios no es digno de lo mejor.  Cuando lo que decido dar es lo “ciego, cojo, enfermo y ultrajado”, estoy diciendo que esta ofrenda significa poco para mí y en consecuencia también significará poco para Dios. Pero Dios no puede bendecir una ofrenda que se da sin sacrificio, o que se da de lo que me ha sobrado. David fue un hombre que supo distinguir entre darle lo que no servía a Dios y lo que realmente costaba. Arauna quiso regalarle una porción de tierra para que levantara un altar al Señor, y esta fueron sus palabras: “No, sino por precio te lo compraré; porque no ofreceré a Jehová mi Dios holocaustos que no me cuesten nada…” (2 Sam. 24:24).

3. Las ovejas enfermas no podían representar a Cristo. ¿Se ha preguntado alguna vez por qué Dios siempre dio lo mejor para bendecir al hombre? Véalo en su creación. El sello distintivo de su obra fue: “Y vio Dios que era bueno en gran manera”. Véalo en su provisión; Dios nos  sostiene con lo mejor. Pero sobre todo, véalo cuando decidió salvarnos. ¿Qué fue lo que hizo? ¿Dio Dios lo ciego, cojo, enfermo o ultrajado para salvarnos? ¡No! Mire usted lo que él envió del cielo: un cordero sin mancha sin contaminación. Cuando Dios especificó los sacrificios que fueran sin mancha, sin defectos, de un año… estaba ubicando el perfecto símbolo que miraba hacia el futuro, cuando un día, él mismo ofrecería un sacrificio santo en la persona de su propio Hijo. Es  por esto  que él no acepta ofrendas sin costo alguno. Él no puede aceptar lo ciego, cojo, enfermo y ultrajado porque es una deshonra a lo que él ha hecho por nosotros. Las ovejas sin defectos eran la mejor representación de lo que sería el sacrifico que Dios haría en el futuro. 1 de Pedro 1:18-20 es el mejor cuadro bíblico que tenemos del “cordero sin mancha”. La queja de Dios es justificada cuando se le ofrece lo que no cuesta ni tampoco nos importa.

III.  DIOS SE QUEJA DEL CARÁCTER DE SUS ADORADORES

1. Un carácter irreverente en el servicio. Los sacerdotes eran los responsables porque todo funcionara bien a la hora de presentar  los sacrificios delante de Dios. Las instrucciones acerca de cómo deberían ser llevado a cabo el servicio en el templo, eran muy específicas. Cada uno de ellos conocía muy bien su trabajo y sabía qué hacer y cómo hacerlo. Pero cuando fueron examinados en la forma cómo estaban presentando el servicio a Dios, reaccionaron. Llegaron a un punto de hacer preguntas insolentes que reflejaban un claro desafío a la majestad de Dios. La forma cómo respondieron puso en evidencia, no solo la falta de temor, sino una abierta postura contra el Dios que les había puesto allí. Ante el reclamo justo de parte de Dios ellos no se callaron sino que respondían con preguntas descomedidas, tales como: “¿En qué hemos menospreciado tu nombre?”. Y la otra pregunta decía: “¿En qué te hemos deshonrado?”. ¿Nos suena popular estas preguntas? Cuántas veces  las repetimos de alguna manera distinta.  Amados hermanos, la verdad es que nosotros no distamos mucho de la actitud de aquellos sacerdotes. Muchas reacciones en el servicio a él ponen de manifiesto un carácter irreverente.

2. Un carácter irreverente en la adoración. Ese carácter irreverente se puso de manifiesto cuando ellos llegaron a la osadía de decir que la adoración que le presentaban al Señor a través  de los sacrificios era un  fastidio. Observe lo que dice el texto sobre esto: “Habéis además dicho: !Oh, qué fastidio es esto! y me despreciáis, dice Jehová de los ejércitos…” (v. 13). Todos los días tenían que hacer lo mismo; la rutina de hacer esto diariamente les había llevado a un fastidio en este sagrado trabajo.  ¿Por qué  la adoración era un fastidio para ellos? Porque estaban ofreciendo a Dios sacrificios indignos. Habían profanado la adoración al menospreciar lo que ofrecían. ¿Qué le viene a la mente cuando escucha la palabra profanación? ¿Sabía que en la iglesia podríamos estar profanando la adoración cuando usamos el nombre de Dios en vano? Cuando usted canta, ora u ofrenda sin hacer de eso un acto de verdadera adoración, usted está irreverenciando a Dios. Cuando está en el culto y todo le parece un fastidio, usted está menospreciando a Dios y su sacrificio. Debemos recordar que al momento de la adoración la persona de Jesús está presente y él es lo más importante del culto. Ilustración: El pastor que dijo que tendrían la visita del presidente de la república y que había que arreglar el templo.

CONCLUSIÓN: En este pasaje encontramos tres quejas divinas. Los encargados del culto al Señor lo habían profanado al no honrar la persona de Dios, aunque si honraban a otros. De una manera descarada ofrecían animales ciegos, cojos, enfermos y ultrajados. Pero además, al presentarlo sentían fastidio por este servicio. Qué más podía hacer el Señor sino sentenciarlos con estas finales palabras: “Maldito el que engaña, el que teniendo machos en su rebaño, promete, y sacrifica a Jehová lo dañado. Porque yo soy Gran Rey, dice Jehová de los ejércitos, y mi nombre es temible entre las naciones” (v. 14).  Si el nombre del Señor es temible entre las naciones, cuánto más lo debiera ser en medio de su pueblo. No permitamos la queja de Dios por la clase de adoración que le ofrecemos. Que el Señor nos libre de esta maldición al prometerle  una cosa y darle otra. Cobijémonos más bien  en esta palabra: “Ahora, pues, orad por el favor de Dios, para que tenga piedad de nosotros” v. 9.  Sí, que el Señor tenga piedad de todos nosotros.

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