Del escritorio de Julio Ruíz

¿Entiendes lo que lees?

(Hechos 8:26-39)

IEsta es una de las más bellas historias de conversión que aparece en el libro de los Hechos. Interesante, pues está antes de la dramática conversión de Pablo y de la no menos importante conversión de Cornelio. Alguien ha dicho que estas tres experiencias, vistas en este orden, representan la universalidad del evangelio. Para el caso del eunuco, Lucas nos da detalles que ayudan a ver cómo el evangelio rompió todas las barreras hasta alcanzar a los no alcanzados. En primer lugar era un eunuco. Estas personas, quienes lo eran por nacimiento, por causa de algún oficio o por causa del evangelio, de acuerdo a la descripción de Cristo (Mt. 19:12), tenían serios problemas para ser admitidos dentro de la congregación (Dt. 23:1). Pero además, este hombre era de color, oriundo de Etiopía (que significa: “hombre de rostro tostado o quemado por el sol”), y perteneciente a la clase política. Se dice que era también tesorero de la reina, un funcionario de la realeza. Pero el dato más importante es que este hombre era temeroso de Dios, sin embargo no entendía lo que leía. La pregunta que le hizo Felipe se constituye en la preocupación de cada pastor de una iglesia local. Mientras la Biblia no sea leída, explicada y entendida, tendremos a muchos “etíopes” sentados tratando de entender la palabra, pero sin tener alguien que se la explique como preguntó el eunuco. Así que hay una urgencia para que nuestra gente estudie y entienda “todo el consejo de Dios”. La conversión de una persona viene por el alumbramiento de la palabra y su crecimiento depende de la instrucción de ella misma. La pregunta que formulamos para el mensaje de hoy debiera constituir la visión educativa de cada iglesia local. En la pregunta encontramos cuatro revelaciones sorprendentes. Estudiémoslas.  

I. HAY UNA URGENCIA DIVINA PARA QUE SE ENTIENDA LO QUE SE LEE

1. El llamado del ángel v. 26. Definitivamente la salvación de un alma tiene un gran valor celestial. Los ángeles han tenido, tienen y tendrán una gran participación para que los hombres no se pierdan. Ellos están interesados en la salvación de las multitudes, como en el caso de Samaria donde estarían apoyando a Felipe, pero también a nivel individual al percatarse de un viajero en el desierto que provenía de Jerusalén a Gaza. “Levántate”, es la orden que no admite demora, ni mucho menos desobediencia como lo hizo el profeta Jonás cuando fue llamado para ir a Nínive. Los ángeles son mensajeros de Dios. Ellos anda, al igual que Satanás, rodeando la tierra, pero con la diferencia que mientras el uno lo hace para destruir al hombre, los otros lo hacen para crear las condiciones de la salvación, como el caso del etíope. Ellos son parte de la urgencia divina para que cada hombre pueda entender lo que lee. Ellos le dan una preeminencia a la palabra divina de manera que pueda ser entendida, sobre toda aquella que habla de Cristo.

2. El llamado del Espíritu Santo v. 29. Por supuesto que el más interesado en la salvación de los perdidos seguirá siendo el Espíritu Santo. La orden que él le dio a Felipe fue: “Acércate”. El Espíritu Santo sabe que las Escrituras contienen pasajes que necesitan ser explicados. Por supuesto que él, como el intérprete por excelencia, revelará a cada hombre su verdadero significado. La labor del Espíritu Santo siempre será la de poner al hombre en contacto con el evangelio. Es el evangelio de Cristo el que transforma al individuo a través de esta intervención divina. El libro de los Hechos está dominado por la actuación del Espíritu Santo. Como el gran iniciador de la primera iglesia en Jerusalén, y el resto  de ellas en las demás regiones, el Espíritu Santo se hizo presente a través de la conversión de muchas personas, quienes compungidas por su obra, se les revelaba el plan de salvación.  La pregunta de Felipe al etíope sobre su nivel de interpretación del texto, puso de manifiesto la necesidad que en el carruaje se sentara Felipe, el eunuco y el Espíritu santo. Recordemos que Felipe era un hombre lleno del Espíritu Santo.

II. HAY UN INTERES INDIVIDUAL PARA ENTENDER LO QUE SE LEE

1. Un viaje llevando la Biblia v. 28. Si el etiope había ido a Jerusalén adorar es muy probable que era un judío prosélito. Si esto es así, a lo mejor fue a Jerusalén a la fiesta de la pascua, la que más gente atraía de todas partes. Por seguro participó del cordero de la pascua sin saber del simbolismo salvador de aquella fiesta. Es probable  que haya ido a alguna librería de Jerusalén y se comprara un pergamino de las Escrituras, y como esas cosas que solo sabe hacer el Señor, fue dirigido a leer a Isaías 53, el pasaje que explica la razón de la pascua y a Jesús como el cordero inmolado. Una vez terminada la fiesta y habiendo terminado sus oficios como funcionario, emprendió su retorno a casa leyendo las Escrituras. Amados hermanos, ninguna lectura debiera sustituir a la palabra divina, aun en nuestros viajes de descanso. Es posible que usted, al igual que el etíope, no entienda lo que lee, pero su propia diligencia lo pondrá en contacto con alguna revelación especial del Espíritu Santo, a través de algún instrumento que él usará para este fin.

2. En búsqueda de una revelación. ¿Qué es lo significante de esta historia acerca de este particular personaje? Que desde que comenzó a leer aquellas Escrituras, tuvo una muy especial curiosidad por saber el contenido de lo que estaba leyendo. Note lo que el dijo a Felipe: “Te ruego que me digas: ¿de quién dice el profeta esto; de sí mismo, o de algún otro?” v. 34. ¡Qué manera de buscar la revelación! Las características de este hombre nos ponen de manifiesto que era un investigador diligente. Que era un ejecutivo que en lugar de perder el tiempo satisfaciendo su propio ego, y alimentando su propia vana gloria, le daba una importancia suprema al estudio de la Biblia como la verdadera fuente de todo conocimiento y sabiduría. Es una bendición ver a un hombre y a una mujer con una pasión por la lectura bíblica. Les aseguro que los tales están caminando hacia una revelación que afirmará su fe y doctrina, pero sobre todo, que les hará creyentes de un carácter mucho más santo para el Señor. La oración de Jesucristo sigue siendo vigente: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Jn. 17:17). No hay otra como ella.  

III. HAY VERDADES ESCONDIDAS QUE TODAVIA NO SE HAN ENTENDIDO

1. ¿Cuánto conoce usted las Escrituras? Si usted es un religioso como el etiope, pero no entiende las Escrituras, anda solo rodando por un camino desierto. Bien pudiera tener muchos años en el evangelio pero ser un “analfabeta bíblico”. Toda la lectura de la Biblia es importante, pero hay algunas porciones que son vitales, y estas no debieran ser ignoradas. El etiope, como hombre culto, pudo haber mostrado mucho interés en otras obras para aumentar su saber o mejorar su propio oficio. Pudo haber conseguido la copia de algún libro de “administración gerencial”, sin embargo prefirió comprar un pergamino con las Escrituras sagradas. Damos por sentado que no tenía toda una copia de la ley y los profetas, sino el rollo del profeta Isaías. Sólo tenía una parte de las Escrituras, pero las mismas fueron suficientes. La diferencia entre aquel hombre y nosotros es que mientras él tenía solo una parte de la palabra, nosotros gozamos de toda ella en sus múltiples versiones. Pero, ¿tenemos el mismo interés que tuvo aquel extranjero? ¿Conocemos de tal manera las Escrituras hasta el punto de estar descubriendo sus tesoros escondidos?

2. ¿Por qué capacitar a los obreros? El deseo de saber más por parte del etiope nos reveló una de las grandes necesidades del alma: descubrir las fuentes de conocimiento y de sabiduría que se esconden en la palabra santa. La Biblia es una mina de tesoros insondables. Hasta ahora hemos escavado (si así lo hemos hecho), solo la superficie. Es interesante que a los fariseos, uno de los grupos más estudiosos de las Escrituras, Jesús los haya increpado a “escudriñar las Escrituras”. ¿Cuál era el punto? Ellos se jactaban de ser los “hijos de la ley”, pero no habían descubierto el tesoro más grande que ella contiene: la revelación de Jesucristo. En vista de su ignorancia, pues eran más dados a buscar la letra que el espíritu de la palabra, Jesús les dijo: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí, y no queréis venir a mí para que tengáis vida.” (Jn. 5:39). La importancia de capacitarnos radica en el principio que seamos obreros aprobados para toda buena obra. El reto de la preparación en las Escrituras es para que lleguemos a ser maestros de la palabra y no seguir siendo niños con necesidad de leche (He. 5:12-14).  

IV. HAY UN HOMBRE DISPUESTO PARA ENSEÑAR LO QUE NO SE ENTIENDE

1. La disposición del maestro. Felipe era uno de los siete primeros diáconos, quien pasó del “oficio de las mesas” a un ferviente pastor y evangelista a los samaritamos, un grupo muy despreciado. Era un hombre lleno del Espíritu Santo, primera condición para enseñar la palabra. Estaba respaldado por una familia muy piadosa (Hch. 21:8), con cuatro hijas profetizas, lo que hacía más revelador su ministerio de la enseñanza. Con la experiencia de Felipe descubrimos la necesidad de maestros para la tarea. Estamos conscientes que hay gente en nuestras iglesias que “no entienden lo que leen”. Esto justifica la importancia que tiene una escuela dominical con sus maestros para ayudar a los alumnos. Por cuanto tenemos hermanos urgidos de ser enseñados, requerimos de un programa de capacitación que nos permita revelar a los alumnos más claridad respecto a la enseñanza bíblica y teológica. La figura de Felipe sentado con el etiope nos muestra la importancia que tiene la enseñanza a través de hombres dispuestos a darla a conocer. No renunciemos a esta necesidad. ¿Está usted dispuesto a ser usado como maestro de la  palabra?                                          2. La meta del maestro. La tarea principal de un maestro es enseñar el “evangelio de Jesús” v. 35. Nos capacitamos para este trabajo. La enseñanza de la Biblia no puede ser un mero entretenimiento. Las Escrituras se entienden cuando el maestro pone en ella la verdad central del evangelio: la muerte de Cristo por nuestros pecados. A Felipe se le entregó la responsabilidad del ángel, como del Espíritu Santo, de explicarle al etiope lo que no entendía del texto sagrado. El corazón de aquel hombre tuvo que arder como ardió el de los caminantes de Emaus mientras oían cómo el Señor también les explicaba las Escrituras que tenían que ver con él mismo. Así que lo primero que hizo Felipe fue llevarlo a Cristo. Lo segundo fue pedirle una confesión v. 35. Lo próximo que ocurrió fue que este hombre mandó detener su vehículo para ser bautizado. Esta acción significa que en la vida hay que detener el “carruaje” para que se de un cambio de corazón. En esto consiste la enseñanza bíblica. Cuando aquel etiope llegó a su país era más que un funcionario de la reina; ahora era un funcionario del Rey celestial. La meta del maestro es que el alumno descubra a Cristo en las Escrituras. Cuando eso ocurra, cada persona seguirá feliz, como el etiope, por el resto del viaje de su vida.  

CONCLUSION: El etiope venía leyendo en Isaías 53:7. Este es el corazón del evangelio del Antiguo Testamento y la razón por la que ahora tenemos el Nuevo Testamento. Tome en cuenta el interés que se originó par salvar a un solo hombre en el desierto. Primero intervino un ángel, después el Espíritu Santo y finalmente Felipe. ¿Por qué todo esto? Porque Dios tiene un desmesurado amor por cada persona. Lo mismo le son las multitudes donde estaba predicando Felipe, que el viajero solitario del desierto. En esta historia se comprueba la eficacia de la palabra explicada. Por un lado, el pecador la entiende y por otro lado viene un transformación total (He. 4:12; 2 Tim. 3:16, 17).

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