Del escritorio de Julio Ruíz

Las Siete Virtudes Capitales, Parte 2

Amar es esperar, la castidad

Este fue el slogan que se uso en los años noventa para una gran campaña continental cuyo propósito fue preservarse puros sexualmente hasta el matrimonio. Su nombre en inglés fue: “True Love Waits” (El Verdadero Amor Espera) Se estima que alrededor de ochenta y dos mil adolescentes, en el caso de los EE.UU., desfilaron y se comprometieron bajo una sola consigna a permanecer castos para su futura pareja. El énfasis principal de la campaña fue el de enseñar a muchachos y jovencitas el plan que Dios constituyó para el buen uso de la sexualidad humana. La verdad que se quiso revelar fue que el sexo es un hermoso regalo de Dios, pero él nos dio unos parámetros de comportamiento los cuales, aplicados de una manera consciente, apuntan a la felicidad del individuo y al respeto propio y hacia los demás. Por supuesto que esta noticia no solo impactaría al mundo por esa extraña resolución y ese pacto de integridad, sino a la misma sociedad americana que ha sucumbido en un libertinaje sexual. Esto pudo haber sonado como una decisión juvenil puritana toda vez que en las mimas escuelas y a través de la TV, hay un bombardeo constante de “educar” al joven con los mejores preservativos para que no tenga riesgo al momento de consumar la relación sexual. De modo que la determinación de conservarse puro, sea esto antes o durante el matrimonio, pareciera ser el milagro de este siglo. Una juventud que decida guardarse en castidad pareciera ser un espécimen raro en esta sociedad permisiva.
 
 Con esto señalamos que la castidad, la tercera de las Siete Virtudes Capitales, requiere del más resuelto dominio propio para mantenerla. Su tarea es la de promover la delicadeza moral, así como la pureza de pensamientos y actos, refrenando las pasiones carnales. Fontanes, el gran amigo del moralista francés J. Joubert por allá en los años (1754-1824), publicó un libro que fue basado en los propios pensamientos de su amigo; hablando de la castidad, dijo: “Gracias a la castidad, el alma respira aire puro en los ambientes más corrompidos”. Y, ¿quién pone en duda esta verdad? Todos estamos conscientes que los “dardos de fuego del maligno” apuntan cada día hacia la destrucción de nuestros más estimados valores. La mente llega atiborrarse de tantas imágenes sensuales, provenientes de todas partes, que si no hay una firmeza de carácter y una fortaleza del espíritu se puede caer en cada trampa de los deseos sexuales antes o fuera del matrimonio. El mundo de la pornografía, como fuente de donde se alimenta la lujuria, se ha hecho tan explícito a la vista que la lucha por mantenerse íntegro resulta una verdadera proeza.
 
 Y en esto es bueno decir que la castidad no es sólo abstinencia de los apetitos sexuales. La práctica de esta virtud plantea una auténtica batalla que debe vencerse primero en la mente y luego en la voluntad. Los diferentes pecados sexuales que se manifiestan en todo tipo de fornicación, infidelidad, hasta aquellos que rompen con el sexo planificado por Dios entre un hombre y una mujer, buscan primero asaltar la fortaleza del alma, y a través de una alimentación cotidiana de malos pensamientos, destruir la vida dejando una conciencia culpable. Jesucristo, nuestro modelo a seguir para toda norma ética, moral y espiritual, comprobó que la limpieza del alma tiene mucho que ver con la conquista de los pensamientos. Por ejemplo, la ley prohibía el adulterio y señalaba un severo castigo a los transgresores. Pero cuando Cristo vino le dio una nueva aplicación; así dijo: "Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón" (Mateo 5: 27, 28) Según esto, la pureza sexual comienza en mi propia mente.
 Hay una palabra que debe ser dicha en todo esto. Por cuanto esta virtud plantea el desafío de una vida abstemia para mejores fines, y por cuando somos seriamente confrontados a ceder a todo tipo de tentación, requerimos hacer en esta parte el más grande esfuerzo para no acarrearle a nuestra vida y a los que me rodean, una ruina con secuelas irreparables. Para esto Jesús recomendó hacer ciertas "cirugías" que, aunque son dolorosas, también son necesarias, pues de ellas depende la felicidad de nuestras almas (Mateo 5:29, 30)
 
 


Estudios de esta Serie:

Las Siete Virtudes Capitales, Parte 1
Las Siete Virtudes Capitales, Parte 2
Las Siete Virtudes Capitales, Parte 3
Las Siete Virtudes Capitales, Parte 4
Las Siete Virtudes Capitales, Parte 5
Las Siete Virtudes Capitales, Parte 6
Las Siete Virtudes Capitales, Parte 7

Nota: Este estudio es brindado por entrecristianos.com y su autor para la edificación del Cuerpo de Cristo. Siéntase a entera libertad de utilizar lo que crea que pueda edificar a otros con el debido reconocimiento al origen y el autor.
 
 

 

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