El desaliento después de la victoria de Elías
Un análisis de las causas del desaliento y la manera cómo Dios obra cuando pasamos por esos momentos difíciles en la vida, basado en la experiencia del profeta Elías. Escrito por el pastor Julio Ruiz
¿Cuál es el hombre que más admira en todas las Escrituras? ¿Por qué lo admiras? ¿Sabía usted que los llamados “gigantes bíblicos” eran hombres como nosotros? Hombres como Moisés, David, Daniel, Pablo y otros, nos parecieron inalcanzables, pero la verdad es que ellos eran tan humanos como nosotros. Ellos nacieron y crecieron como lo hicimos todos. Ellos comían y bebían como nosotros. Ellos trabajaban y dormían como todos nosotros.
Ellos lloraban y se reían como lo hacemos todos. Ellos sentían y reaccionaban como todos nosotros. Ellos eran seres humanos como nosotros. No eran dioses con poderes sobrenaturales. Y entre esos hombres, está Elías, considerado el más grande de todos los profetas. Sin embargo, ¿qué dice Santiago de él? que Elías “era un hombre sujeto a pasiones como las nuestras” (Santiago 5:17). Mejor descripción no podemos encontrar para hablar de la “debilidad de un hombre fuerte” quien, frente a la amenaza de morir, huyó para salvar su vida, hasta llegar al extremo de pedirle a Dios que le quitara la vida. Con este ejemplo nos daremos cuenta de que aun los hombres más grandes colapsan.
Que aun cuando estemos en la cumbre de las victorias espirituales podemos ser visitados por el desaliento, hasta dar lugar a la depresión. La ironía con el caso de Elías es que él venció muchas batallas, pero cuando llegó la desilusión colapsó. Nuestros recursos (físicos, mentales, emocionales y espirituales) pueden agotarse por nuestras victorias. Con el ejemplo de Elías estamos en presencia de otra queja contra Dios: no quiero seguir viviendo con este desaliento.
¿Cuándo ocurre el desaliento en la vida espiritual?
Cuando el temor te hace olvidar tus victorias
“Cuando Acab llegó a su casa, le contó a Jezabel todo lo que Elías había hecho, incluso la manera en que había matado a todos los profetas de Baal” v. 1.
Elías esperaba que con este acto tanto Acab como su mujer Jezabel se arrepintieron y esto trajera un gran avivamiento en Israel, pero la debilidad del rey le llevó a echar el “chisme” a su esposa de las hazañas del profeta, poniendo en su corazón el deseo de matar al profeta.
Cuando Elías vio que ni aun esta demostración del poder de Dios produjo cambios en el corazón de los dirigentes de su pueblo, sino esta seria amenaza, cambió sus expectativas, y en lugar de seguir adelante, confiando y creyendo en el poder de Dios, le dio la bienvenida al desánimo. Hay algo que debemos recordar, Dios no nos hace responsables de los resultados. Los resultados están en sus manos, no en las nuestras.
No podemos cambiar a las personas y, a menudo, no podemos cambiar nuestras circunstancias, sólo Dios puede hacerlo. Con esto concluimos que las amenazas, ya sean reales o imaginarias, pueden hacernos perder el equilibrio y hasta olvidar las victorias pasadas que el Señor nos ha dado. Nada es más peligroso en la vida espiritual que dejarse invadir por el temor, el miedo, y el desánimo, porque todo eso genera un estado depresivo y nos hace olvidar la obra de Dios, aun las más recientes vistas.
“Así me hagan los dioses, y aun me añadan, si mañana a estas horas yo no he puesto tu persona como la de uno de ellos” v. 2.
En esta historia tenemos lo que algunos han definido “el síndrome de Elías”. El síndrome se define como “conjunto de signos o fenómenos reveladores de una situación generalmente negativa”. ¿Por qué aun los hombres con una gran estatura espiritual se agotan, se desaniman y hasta han deseado la muerte? La valentía no siempre es una señal de fortaleza.
Elías fue capaz de burlarse de 450 falsos profetas degollandolos en el río (1 Reyes 18:20-40), pero ahora huye hasta 150 km desde la cumbre de su victoria, porque una mujer lo amenazó de muerte.Ver a Elías corriendo para salvar su vida, porque los temores lo habían invadido, y después pedirle a Dios le quitará la vida es el cuadro más descriptivo del que tengamos conocimiento para entender que, cuando se trata de calmar las emociones aun los hombres más santos y espirituales llegan a debilitarse en su fe, y optan por huir, dejando a Dios “mal parado”, después de la más grande demostración de poder. Elías fracasó en el mismo punto donde sentía su fortaleza. El hombre valiente en la cumbre del Carmelo ahora huye de una mujer enojada.
Cuando cambiamos la sombra de Dios por la temporal
“Y él se fue por el desierto un día de camino, y vino y se sentó debajo de un enebro…” v. 4. El texto nos dice que Elías huyó a Beerseba, que está más al sur. Beerseba era un lugar desértico, totalmente apartado de la experiencia anterior. Elías emprendió un día de viaje por el desierto para buscar refugio, no en el Todopoderoso, sino en un arbusto. En ninguna parte de este capítulo encontramos a Elías invocando al Señor, o buscando Su dirección, sino quejándose con Dios.
El problema no fue que se levantara y huyera, o que bajara al desierto a esconderse, sino olvidarse de Dios como su refugio principal. Con mucha frecuencia andamos corriendo, alejándonos de los demás hasta quedar en una gran soledad por nuestro aislamiento. Cuando nos aislamos a menudo dejamos que nuestra mente se descontrole y se convierta en “el patio de recreo de Satanás”. Una cosa es aislarse para estar en comunión con Dios, pero otra muy distinta es aislarse de su comunión.
“Y echándose debajo del enebro, se quedó dormido…” v. 5.
Elías pasó de sentarse a echarse debajo del enebro (árbol de retama). Cuando cambiamos la sombra de Dios por la de un enebro nos sentimos devastados por pensamientos de autocompasión, y llegar a encubar pensamientos de suicidio. La soledad que excluye a Dios llega a ser el mejor “taller de trabajo” para que nuestros pensamientos nos dominen, nos alteran, y nos lleven a hacer otras cosas donde Dios no está presente. A menudo buscamos en otras partes la respuesta a nuestro problema, excepto en el único lugar donde podemos encontrar ayuda real.
Hay creyentes que han perdido su perspectiva espiritual y ahora viven bajo la “sombra” de sus negocios, de sus diversiones, o de sus placeres. Hace rato sacaron a Dios de su ecuación. Para algunos ya ni el Señor ni la iglesia es su prioridad. Al igual que Elías, la sombra de su propio “enebro” les da mayor placer que la comunión con su Dios y con sus hermanos. Pero te dejo este pensamiento: esa “sombra” será siempre temporal, sin embargo, la sombra de Dios no cambia ni tiene tiempos de variación (Santiago 1:17).
Cuando pensamos que somos indispensables
“… y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida” v. 10, 14. Otro de los síndromes de Elías era pensar que era el único para la tarea, por lo tanto, se sentía indispensable. Es como decir “si las cosas no salen como yo las hago, nada sirve”. Era cierto que Elías tenía un vivo celo por las cosas de Dios y eso lo llevó a la osadía de sentirse como si fuera único e indispensable frente aquella agotadora tarea. Pero si él en realidad era el último profeta o creyente vivo, ¿por qué no anhelar vivir el mayor tiempo para ayudar a los demás?
Si los enemigos de Dios, como Jezabel, le querían muerto, ¿no debería de buscar él el derrotar su malvada voluntad? Cuando pensamos que somos los únicos para hacer la obra del Señor dejamos que la incredulidad y el temor nos atrapen. Y luego agrega: «Yo solo he quedado y me buscan para matarme». Creo que Elías está diciendo algo así como: «Yo me quiero morir, pero no quiero que me maten». Pero vea que el Señor en su misericordia no lo reprende. No le dice, cómo lo haríamos nosotros: «Tan grandote y valiente ¿no te da vergüenza estar corriendo y asustado por las amenazas de una mujer?». Elías se da cuenta de que ha defraudado a aquellos que lo necesitaban, y ahora es incapaz de hacer algo al respecto, de allí su “soledad”.
“Y yo haré que queden en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron” v. 18. Elías pensó ser el único, pero Dios le mostró que había siete mil profetas quienes no se habían arrodillado ante baal ni los habían besado. Cuando nos sentimos indispensables para la obra del Señor, y nos ocupamos en nuestra propia fidelidad, comenzamos a revelar ciertas actitudes donde se engendran sentimientos en nuestro corazón, en contra de los demás, y nos sitúa muy fuera del lugar de intercesión a Dios por ellos. Los hermanos “solitarios” de las iglesias son egoístas en su comportamiento.
¿Cómo debió reaccionar Elías al pensar que era el único hombre fiel en la tierra y después oír de Dios de los otros 7 mil profetas que se tenía reservado? El síndrome de Elías era este asunto en la presunción de considerarse único e indispensable. El creyente debe evitar la tentación de sentirse como si fuera el único entre los demás. Cuando alguien dice: “Solo yo he quedado” está desplazando a Dios de lo que Él es y lo que hace. Usted no es el único que canta, predica, diezma o sirve. La iglesia es todo un cuerpo.
¿Cómo nos restaura Dios del desaliento?
Haciendo provisión para el cansancio del camino
“… y he aquí luego un ángel le tocó, y le dijo: Levántate, come” v. 5b.
La primera necesidad que Dios abordó en la vida de Elías fue la necesidad de restauración física. El v. 4 habla de irse al desierto “un día de camino”, por lo tanto, Elías ahora está extenuado, cansado, frustrado y con hambre. Los psicólogos dicen que la emoción humana es predecible. El estar sometido a una emoción intensa tanto tiempo, tiene como consecuencia el cansancio del cuerpo y la posibilidad de caer deprimido en algún momento. Eso fue exactamente lo que sucedió con el fiel profeta. Esta es una escena muy significativa. Quedarse dormido por un profundo cansancio y ser despertado por un ángel, y con la cena servida, no está nada mal.
Debo pensar que nada puede igualar a la comida de los ángeles. Se nos dice que era una torta cocida sobre brasas, pero, además un jarro de agua. Curiosamente el texto nos dice que después de eso el profeta siguió durmiendo, pero fue despertado otra vez, y volvió a comer hasta reanudar un largo camino de 40 días. Dejar que duermas un rato más es la manera cómo Dios cuida de ti. El descanso fortalece el alma y el cuerpo.
“Y tras el fuego un silbo apacible y delicado” v. 12. Después de caminar 40 días hasta llegar al monte Horeb (Sinaí), Elías activó su síndrome al esconderse en una cueva. Primero estuvo debajo de un enebro, y ahora está en una cueva. Es como si todavía está aturdido por el temor y prefiere esconderse, y es estando allí donde el Señor lo llamó preguntándole dos veces “¿qué haces aquí, Elías?” v. 10, 14. Oír dos veces la voz de Dios significa ser alimentado ahora Su Palabra.
En estas manifestaciones naturales (el viento, terremoto y fuego) vemos reflejado el carácter del profeta, y Dios las usó para acrecentar un temor mayor de ser perseguido por una mujer. Y si bien Elías conocía a ese Dios de esos fenómenos (Job 37:2-6), sus emociones serían calmadas a través de un viento suave que disipará sus miedos. Cuando Elías oyó aquel silbo apacible cubrió su rostro en señal de reverencia, salió de la cueva, y comenzó su restauración final.
Ahora volverá a ser el profeta Elías, sin más miedo. Años más tarde otro profeta dijo lo siguiente: “Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas” (Isaías 40:29).
Aplicación
Es posible que en no pocas ocasiones el Señor nos haga la pregunta de Elías: «¿Qué haces aquí, en tu vida privada, en tu vida social, en tus recreaciones, en tu trabajo? ¿Qué haces en tu vida familiar y qué haces en tu vida espiritual? ¿Qué haces en tu iglesia local?».
Bien podríamos responder, diciendo: «Bueno, en cuanto a la iglesia la verdad es que no mucho, porque tú sabes Señor mis circunstancias, el trabajo, y mis preocupaciones me absorben demasiado. Después que pase esta racha si te voy a servir Señor». Pero el tiempo pasa, los domingos vienen, y yo sigo lo mismo, no le sirvo a mi Dios. Así también pensaba Elías, pero Dios le habló una vez más para que cambiara de parecer.
Conclusión
En la desesperación Elías se quejó a Dios y pidió que lo matara. Los psicólogos llamarían esto una “depresión con pensamientos de suicidio”. Pero Dios no complació al profeta. Después de renovarlo física, anímica y espiritualmente le cambia el rumbo de su carrera. El Señor le ha enseñado una lección imborrable. Dios le ha dado una nueva misión. Lo ha restaurado y le ha dado su gozo y su fortaleza. A Elías le quedaba todavía la tarea de ungir a tres hombres (Hazael, rey de Asiria; Jehú, rey de Israel y Eliseo, su sucesor).
Todos ellos se encargaron de completar la obra de restauración de Israel y de limpiarlo de la idolatría, lo cual en efecto hicieron. Dios no respondió al deseo de morir del profeta, sino que, en lugar de eso, Dios se lo llevó al cielo vivo en “un carro de fuego con caballos de fuego” (2 Reyes 2:11). Dios no satisfizo su queja, porque le tenía un puesto reservado al lado de Jesucristo en otro monte (Mateo 17:1-13). Pidámosle a Dios el deseo de seguir viviendo para seguir sirviendo.
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