Lucas 7:36-50
En la entrega anterior hablamos de un publicano invitando a Jesús a cenar a su casa, quedando demostrado con esto la grandeza de su misericordia. Pero allí estaban también los fariseos, quienes eran algo así como la antítesis de la bondad. Y la ironía de este nuevo pasaje es ver a un fariseo invitando a Jesús a comer en su casa.
No sabemos si Simón estaba dentro del grupo de los murmuradores de oficio en la cena de Mateo, pero aquí lo vemos invitando a Jesús a una cena en su casa. Por supuesto que los resultados de esta cena serán muy distintos a la anterior. De hecho, no tuvo la intención de la cordialidad, el reconocimiento o la gratitud. No sabemos mucho acerca de este hombre; y tampoco sabemos por qué Simón invitó a Jesús a cenar, sin embargo, Jesús no rechazó la invitación.
Varias cosas van a ser sorprendentes en el pasaje. Por un lado, vamos a ver la osadía de una mujer pecadora entrando a ese lugar sin ser invitada, y exponiéndose a todas las críticas y murmuraciones de un mal anfitrión y de los demás presentes. Pero sobre todas las cosas, esta historia nos sigue mostrando el lado tan humano de nuestro Señor Jesucristo, descendiendo y atendiendo a todos. Notaremos cómo Jesús encaró las intenciones de este fariseo, aun sabiendo de sus prejuicios y el odio que ya tenían hacia él.
Al final nos encontramos en esta historia con alguien que permitió a Jesús entrar en su casa, pero no le permitió entrar a su corazón porque llegó a ser un mal anfitrión; pero a su vez, nos encontramos a una mujer siendo muy pecadora, convirtiéndose en a la mejor anfitriona, frente al desplante de Simón. Cuáles son las verdades aprendidas acá.
Podemos relacionarnos con Jesús sin honrarlo
La descortesía del anfitrión
Lucas 7:44-46. En tiempos de Jesús se recibía a los invitados dándoles agua para lavarse los pies polvorientos, pero si la persona era un “huésped de honor”, el anfitrión mismo vertería el agua en sus pies. La costumbre era de saludar al invitado honrándolo con un beso en la mejilla, especialmente si era rabino. Otra costumbre tenía que ver con honrar al anfitrión poniéndole un poco de aceite en su cabeza para refrescarse del sol caliente y seco.
Simón no hizo ninguna de estas tres cosas cuando Jesús llegó a su casa. Se portó de la manera más descortés, especialmente con ese invitado de honor a quien tantos hogares les hubiera gustado tener. ¿Qué hubiera hecho usted ante tal descortesía? Imagínese que te invitan a la casa de alguien y cuando llegas la puerta está abierta, entonces tocas y entras y todos están viendo la televisión y ni siquiera parecen notar tu presencia. Nadie te da la mano, ni se ofrecen a tomar tu abrigo o invitarte a sentarte. ¿Te sentirías bienvenido?
Es posible quedarse allí por un tiempo, pero si la indiferencia sigue, probablemente te des media vuelta y te vas. Sin embargo, Jesús no hizo esto. Pasó por alto la ofensa y se unió a la cena. Jesús ha sido el más grande caballero que jamás ha existido.
Las intenciones del anfitrión
Cuando uno lee una historia como esta pronto se pregunta ¿cuál era la verdadera intención de este fariseo al invitar a Jesús a su mesa? Bueno, podemos hacer algunas deducciones, especialmente cuando sabemos quiénes eran los fariseos y por qué fueron los acérrimos enemigos en el ministerio de Jesús, con un odio hasta llevarlo a la cruz misma.
Seguramente Simón invitó a Jesús porque tenía curiosidad acerca de sus enseñanzas, y para escucharlo mejor, lo trajo a su casa. Podía ser también que Simón le gustaba codearse con celebridades y aquella sería una perfecta oportunidad para lograrlo. Pudo ser que haya invitado a Jesús para alimentar su ego; a los escribas y fariseos les gustaba mucho esto. Peor aún, pudiera ser que Simón invitara a Jesús a su casa con el propósito de exponerlo como un fraude ante los demás.
Y a lo mejor pensó haberlo logrado cuando Jesús atendió a una mujer prostituta. Pero Jesús aprovechó la deshonra del fariseo para llevarlo a un punto donde recordaría para siempre la actitud gallarda de Cristo, frente a la suya, quedando totalmente al descubierto.
Los prejuicios oscurecen la visión de la bondad
Una invitada inesperada
Lucas 7:37. Hemos dicho que los fariseos eran muy cerrados y selectivos, no solo con quienes hablaban, pero aún más, a quienes invitaban a sus casas, que por lo general eran los de su propia élite. Ahora imagínese este cuadro. En aquellos días las casas solían estar muy abiertas debido al calor de la zona. Era común que los hogares tuvieran un comedor abierto al que pudiera acceder el público.
A menudo, cuando los dignatarios llegaban a la ciudad, la gente del pueblo venía y se paraba en el borde del comedor para poder escuchar a escondidas la discusión de los asistentes. Pero para esas reuniones la mayoría de los invitados eran hombres, así que si una mujer se acercaba por allí sería para oír desde lejos. Por lo tanto, ver a una mujer entrar de esta manera tan osada a la casa de este fariseo legalista, era un auténtico escándalo. Esa mujer no fue invitada; de hecho, ella misma se invitó a esa cena.
No sabemos nada de su identidad. No sabemos si ya había sido transformada por Jesús. Simplemente era una mujer con una vida pecaminosa. Para los fariseos, el ser tocado por una pecadora era quedar contaminado. Y el escándalo fue mayor cuando se soltó su cabello, un acto solo propio de una ramera. Pero ella hizo esto por amor a Cristo.
Si este fuera profeta…
Lucas 7:39. Si usted se da cuenta, el fariseo no dijo estas palabras, sino que las pensó, pero ya Jesús lo sabía. Este hombre llegó a esta ligera conclusión, descalificando a Jesús como profeta, al permitir que una mujer pecadora lo tocara. Sin embargo, si Jesús no hubiera sido profeta, tampoco sabría lo que estaba pensado este fariseo.
Lo que Jesús le dijo al fariseo nos recuerda las palabras del salmista en el Salmos 139:4.En no pocas ocasiones la actitud nuestra es parecida a la de este fariseo. Al ver que estamos hablando con alguien de dudosa reputación pudiéramos responder de una manera prejuiciada.
Qué gran ejemplo nos ha dado nuestro Señor Jesucristo; él es amigo de pecadores. Cuánto necesitamos descender en este asunto de alcanzar a las personas para Cristo. El problema de algunas personas como este fariseo es su pensamiento equivocado acerca de la bondad. ¡Lo que este fariseo no entendía era que algunas personas consideran de mal gusto el ver a Jesús visitando su propia casa! Simón creía que él era digno de Jesús, pero la mujer no.
La lección que nos da el Señor es la de asociarnos con la gente para poder alcanzarlos para Cristo. Hasta que no descendamos no conoceremos a los demás.
Jesús es digno de un amor extravagante
Un perfume costoso en manos de una pecadora
Lucas 7:37. Esta mujer se nos revela como pecadora. Según la calificación hecha, ella vendía su cuerpo para su propio sostenimiento, por lo menos eso es lo que sabemos de este vergonzoso oficio. Pero esa mujer hizo algo con el cual demostró lo extravagante de su amor por Cristo. Aquel perfume era muy caro. Nadie sabe cómo y en cuánto tiempo esa mujer obtuvo ese perfume.
Por otro lado ¿qué sacrificio haría ella para entrar en la casa de Simón y derramar este perfume en los pies del maestro? ¡No lo sabemos! Una mujer pecadora llenó de perfume la casa del hombre que la despreció. Esta mujer presentó a Jesús un servicio personal. Ella pudo ir acompañada de otras mujeres, pero lo hizo por sí misma. Su nombre aparece varias veces en el texto.
Con este gesto, ella vino para presentar un servicio exclusivo al Señor. No se lo vino a presentar a Juan, Pedro o a Jacobo. Esta mujer consideró que Jesucristo era digno de un amor extravagante. Con este gesto vemos que el amor por Cristo debe ser sacrificado, así como el suyo lo fue por nosotros. El fariseo no hizo ningún sacrificio por Cristo, como lo hizo la menos indicada. El orgullo menosprecia las bondades venidas del cielo.
Un quebrantamiento costoso del corazón
Lucas 7:38. Necesitamos darle seguimiento a toda la acción de estar mujer una vez dentro de la casa del fariseo. Observe la manera cómo vemos su profundo quebrantamiento. Se colocó detrás de sus pies llorando. Las mesas de ese tiempo no tenían sillas y las personas se ponían recostadas, con los pies hacia atrás. ¿Qué hizo esta mujer una vez allí? Pues se concentró en estar a sus pies. Obsérvese en todo lo hecho. Comenzó a regar con lágrimas sus pies.
Además, los enjugaba con sus cabellos sueltos. Por si faltaba algo, los besaba con sus labios y finalmente los ungió con el perfume. Curiosamente otra mujer llamada María ungió a Jesús en su cabeza con otro perfume muy caro, pero lo que aquella mujer hizo fue para ungirlo para su sepultura. La historia de esta mujer es única en la Biblia.
Ella nos revela la actitud con la que debemos llegar a Jesús. El hombre que invitó a Jesús no manifestó ningún vestigio de arrepentimiento; en ningún momento tenía esa intención. Sin embargo, esta mujer nos ha mostrado la manera como debiéramos acercarnos al Señor. Nadie que no llegue de esta manera al Señor podrá oír al final que sus pecados han sido perdonados. ¿Te acercas a Jesús de esta manera?
Al que mas se le perdona más ama
El acreedor con sus deudores
Lucas 7:41-42. Jesús no necesita saber de las palabras porque ya conoce los pensamientos. Simón pensó en su corazón acerca de la mala reputación de aquella mujer pecadora, pero ahora Jesús trae un planteamiento para que el mismo fariseo juzgue la actitud de la pecadora. Jesús contó una parábola a Simón, y poniéndola en términos contemporáneos, sería vista así: un hombre le debía a un usurero $500 y el otro $5000.
Ninguna de estas deudas, ni la más pequeña, podía pagarla. En lugar de romperles las piernas (era común en algunos lugares), o asignarles una tasa de interés obscena, el usurero canceló la deuda. Jesús entonces le preguntó ¿cuál de las dos personas estaría más agradecida? Esta pregunta la respondió bien Simón, y Jesús la aprovechó para traerlo a ese momento para que entendiera lo hecho por aquella mujer, tan contrario a su actitud hacia Jesús cuando entró en la casa.
Aquel nombre trató a Jesús como si en verdad no quisiera que Jesús estuviera con él. Jesús aprovechó la ocasión para hacerle ver al fariseo la necesidad de reconocer cuán pecador es el hombre delante del Señor. Y ese principio sigue hasta hoy: cuando se ama mucho, los muchos pecados son perdonados.
Tus pecados te son personados
Lucas 7:48. Aquella mujer deseaba desesperadamente oír estas palabras. A ella no le importó los pensamientos de Simón, ni las críticas de los asistentes a aquella fiesta. La opinión que más le importaba junto con el veredicto de sus pecados, era la de Cristo. Seguramente Jesucristo le diría muy suave en su oído: ‘ni yo te condeno, vete y no peques más’.
Por la historia misma, Simón no recibió el perdón de sus pecados, aunque estuvo en su propia casa al salvador. En las cosas observadas por Jesús respecto a los pecadores, aparece esta significativa frase: “mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama”. Hay gente como Simón convencidos de no ser tan malos como aquella mujer para que le sean perdonados de sus pecados.
Simplemente no tienen “muchos” pecados. En esta historia, este hombre ni siquiera muestra algo de sed para ser saciado. Las personas como Simón no necesitan gracia; ellos lo analizan todo. Ellos no piden misericordia; lo debaten y lo dejan sin efecto. No era que Simón no pudiera ser perdonado; simplemente nunca pidió serlo. Si ese hombre no se arrepintió después, se perdió para siempre y su mayor castigo desde el infierno será recordar que tuvo a Cristo en su propia casa.
Un mal anfitrión
He aquí a Jesús comiendo en otra casa, no de un publicano o pecador, sino en la casa de los que se consideraban sin “pecados”. Jesús no rechazó ninguna invitación a comer, si con eso podía dejar sus más grandes enseñanzas. Aquí lo tenemos dictando una de las cátedras más grandes que se conozcan respecto al perdón de los pecados, especialmente en una de las personas más perdidas, de acuerdo con la visión de su tiempo.
La primera lección de esta historia es mostrarnos la insensibilidad religiosa a través del prejuicio y el menosprecio a Cristo en una cena hecha para él dado por un mal anfitrión. La segunda verdad resaltada de la historia es la de “una adoración sin palabras con una mujer sin nombre”. Ella lavó los pies de Cristo enjugándolos con sus propias lágrimas, en lugar de agua.
Como tampoco tenía una toalla, utilizó sus propios cabellos sueltos para secarlos, y fue después de eso cuando le besó sus pies, en lugar de su mejilla, como se espera del anfitrión. La adoración debe ser hecha con hechos. Si mi adoración no trae consigo la fragancia del sacrificio para derramarlo a los pies de Cristo, no es adoración. Cristo vino a salvar lo que se había perdido.
Estudios de la serie: Cenando con Jesús
1: Comiendo con pecadores2: Un mal anfitrión
3: La lista de los invitados
4: La mejor comida