Mateo 16:13-17
“¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?
Esta es una pregunta sumamente importante, porque no todo el mundo se atreve a hacerla. No es lo mismo la opinión de alguien de afuera, que decir: “¿Qué opina usted de mí?”. En ese momento deseamos oír una opinión favorable acerca de nosotros, sobre todo si la pregunta es hecha a una persona de un alto aprecio para nosotros.
Seguramente usted escuchará acerca de sus virtudes, pero será muy raro si le mencionan sus defectos. Sin embargo, hay dos personas que nos conocen muy bien y nos dirán exactamente quiénes somos: Dios y nuestras esposas. Esta fue la pregunta hecha por Jesús a los hombres, aunque ya conocía la opinión de su Padre. Pensemos en el contexto de esta pregunta. Jesús la hizo mientras se acercaba a la cruz y deseaba saber si la gente estaba convencida de quién era él.
La pregunta, por otro lado, pretendía pulsar la opinión tanto externa, pero sobre todo la interna, la de sus discípulos. Para Jesús, el concepto que ellos tuvieran de él a estas alturas determinaba si su misión había logrado su propósito o simplemente fracasaría. Pero la pregunta también fue hecha en uno de los lugares más importantes, habiendo Jesús escogido la región de “Cesarea de Filipo” para hacerla. ¿Por qué Jesús prefirió ese lugar para hacer tan importante pregunta? Porque según la historia, en esa región estaban los templos de los dioses sirios de Baal.
También se creía que era el lugar del dios Pan, el dios de la naturaleza. También las leyendas de los dioses de Grecia se concentraban en torno a Cesarea de Filipo, y fue en ese lugar donde se construyó un gran templo de mármol blanco dedicado a la divinidad del césar por Herodes el Grande. La pregunta de Jesús iba más allá de escuchar una opinión. En ese lugar se iba a definir quién era el verdadero Dios y Señor de la vida. He aquí, entonces, la pregunta de Jesús. Veamos su naturaleza y las distintas respuestas.
La opinión der la gente acerca de la pregunta
Algunos dicen que eres Juan el Bautista
Mateo 16:14. Estas personas sabían bastante acerca de Juan el Bautista. Algunos seguramente habían sido sus seguidores después de haber escuchado su predicación directa y frontal. Ellos sabían que Juan era la “voz de uno que clama en el desierto”, trayendo consigo el mensaje de arrepentimiento, y el bautismo en agua a manera de confirmación.
Ellos recordaban la manera cómo murió decapitado por Herodes por denunciar el pecado; aquello no era un secreto. Sin embargo, si bien Jesús podía encarnar algunas de las características de su predecesor, por su ímpetu y vehemencia en comunicar el mensaje del cielo, Juan solo preparó a los hombres para recibir el reino de Dios en su corazón; de hecho, ese fue el mensaje: “arrepentíos y convertíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”; pero el reino de los cielos traído por Cristo para el mundo fue hecho a través de su ministerio, muerte y resurrección.
Como lo expresa Daniel Carro en su comentario de Mateo: “Juan se paró en los umbrales del reino, pero Jesús fue la puerta por medio de la cual los hombres entran en el reino” (Daniel Carro et al., Comentario bı́blico mundo hispano Mateo, 1. ed. (El Paso, TX: Editorial Mundo Hispano, 1993–), 220.
Algunos dicen que eres Elías
Mateo 16:14b. La profecía de Malaquías 4:5 estaba en el ambiente. La creencia era que llegaría el día cuando Dios enviaría al profeta Elías de regreso a Israel para preparar el camino para la venida del Mesías. Esta profecía se cumplió en la vida de Juan el Bautista, a quien llamaron el “Elías resucitado”.
Esa opinión era muy grande, pero Jesús era más que Elías, y por lo tanto ese profeta no era el Mesías. Notemos algo. Ciertamente ambos hombres eran poderosos en la oración. Elías oró por un muerto y lo resucitó, oró para que no lloviera y no llovió por tres años.
Jesús también oró por los muertos y fueron resucitados, oró y reprendió a los vientos, y cesaron. Pero cuando los comparamos, notamos una gran diferencia. Elías tuvo sus propios logros, pero casi todos fueron en el campo físico, y hasta usando armas físicas (recordemos la muerte de los 400 profetas).
Las conquistas de Cristo fueron espirituales. Mientras Elías derramó mucha sangre humana, Cristo puso su propia sangre para salvar a la humanidad. Elías al final mostró un carácter débil al huir de la malvada Jezabel, mientras que Cristo no temió morir, sino que enfrentó la cruz sin ninguna vacilación. Ciertamente Jesús no era Elías, aunque se parecía.
Algunos dicen que eres Jeremías
Mateo 16:14c. La gente siguió pensando en la pregunta e iban comparanndo a Jesús con varios profetas. Me llama la atención que a Jesús no lo compararon con alguien más de los grandes líderes de Israel, como el legislador Moisés, el conquistador Josué o el victorioso David.
La comparación se hizo en relación con los profetas, por eso también se mencionó Jeremías. ¿Por qué Jeremías? Porque Jeremías, al igual que Jesús fue un hombre que predicó la palabra de Dios con toda su verdad y con autoridad. Ambos hablaron de ella sin vergüenza y sufrieron por su causa.
Ambos denunciaron la maldad y corrupción de su día, y ambos fueron perseguidos y sufrieron injustamente. Pero ¿era Jesús como Jeremías? Pues no, porque si bien ambos tenían características parecidas, al final Jeremías fue eso, un profeta. Ciertamente él profetizó la llegada de un nuevo pacto a través de los cuales los hombres obtendrían el perdón de sus pecados (Jeremías 31:31).
Sin embargo, Jesucristo llegó a ser el cumplimiento de ese nuevo pacto cuando derramó su sangre por todos nosotros (1 Corintios 11:25). En todo esto vemos que Jesús no fue “algunos de los profetas”, como la gente pensaba acerca de él.
La relevación que originó la pregunta
Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Mateo 16:15. Las respuestas anteriores de la gente revelaban una válida opinión acerca de Jesús. Compararlo con esos grandes hombres de Dios no estuvo mal, pero Jesús desea saber algo más. Estaba bien la opinión externa, pero cuál era la opinión de su grupo íntimo. Desconocemos cómo reaccionaron todos en ese momento.
Es posible que se produjo en alguinos un silencio por instante, mientras todos pensaban en la respuesta que Jesús esperaba de ellos. ¿Se imaginan los pensamientos de Judas el traidor, del otro Judas el revolucionario, el matemático Felipe, el incrédulo Tomás, el administrador Mateo, el pensador Juan y el inquieto Pedro? Aquella pregunta parece haberles tomado por sorpresa. Pero si alguien deseaba saber la opinión de ellos era Jesús.
Había trabajado tres años muy de cerca con todos ellos y quería asegurarse de no haber perdido su tiempo. La opinión de ellos determinaría el futuro de su misión. Con esta pregunta Jesús les está diciendo: “Me importa lo que la gente opine de mí, pero más me importa la opinión de ustedes”. Al final eran ellos los que seguirán este ministerio en su ausencia, de allí su comprometedora pregunta: “¿quién decís que soy yo?”.
Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente
Mateo 16:16. Después de algún silencio entre todos, alguien debería tomar la palabra, y es allí donde interviene Pedro. La definición de Pedro era la correcta, la ajustada a la naturaleza de Jesús. Los tres evangelios nos dan su versión de la confesión de Pedro. Mateo nos dice: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.” Lo expresado por Marcos es más breve: “Tú eres el Cristo” (Marcos 8:29).
Mientras que Lucas lo resume, diciendo: “Tú eres el Cristo de Dios” (Lucas 9:20). Todas estas versiones nos ayudan a ver la más grande confesión hecha a la persona de Cristo. Por un lado, Pedro habla de Cristo (el Mesías esperado).
La palabra “Cristo” también traduce “ungido”, por lo tanto, Jesucristo fue reconocido de esta manera, y así comenzó su ministerio (Lucas 4:18). Por lo tanto, Jesús no era un profeta, sino el esperado por todos, el Mesías en hebreo, y Cristo en griego. Pero, sobre todo, para Pedro, Jesús era “el Hijo del Dios viviente”.
Hay un solo Dios que es el “viviente” y hay un solo Hijo de ese Dios, el Cristo. Esta confesión marcaría un antes y un después, debido a la misión redentora de Cristo. No sabemos lo que Cristo dijo de las otras opiniones, pero veamos cómo calificó esta respuesta.
Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás…
Mateo 16:17. La calificación de Jesús llamando a Pedro “bienaventurado”, fue una confirmación de lo que él desea oír. Jesús era más que un profeta y esta confesión lo define más allá de ese oficio. La confesión de Pedro vino como una revelación divina, mas no de la carne. Y es bueno que esta confesión haya venido del cielo, porque Pedro en no pocas ocasiones se metió en problemas por los arranques rápidos de sus opiniones.
Es curioso que en este mismo pasaje, Pedro después de haber hecho esta única e inigualable confesión, jamás hecha por hombre alguno, el Señor le diga: “!Quítate delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres.” (v. 23). Usted se imagina, entonces, si Dios no le hubiera revelado a Pedro esta confesión ¿cuál habría sido su respuesta?
Con esta confesión había un hecho seguro: Jesús fue lo que dijo ser. Él fue profetizado desde el mismo vientre de María como el Hijo de Dios. El ángel Gabriel le dijo a María: “… por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1:35). Dios pondrá siempre en los labios de sus siervos esta confesión con la que honramos el nombre de Dios.
La razón por la que Jesús hizo esa pregunta
Jesús va a enfrentar la cruz
Mateo 16:21. No fue sorpresa oír hablar a Jesús de su muerte en el mismo pasaje donde se habló de su divinidad según la confesión de Pedro. Sus palabras fueron claramente expuestas: “… que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos…”.
Cuando él hizo la pregunta “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?”, la gente allí presente no estaba pensando en un Mesías que iba a morir. De hecho, no cabía en la mente de un judío la idea de un “mesías sufriente”, y tampoco para sus discípulos de acuerdo con el “consejo” de Pedro en aquel mismo momento de no ir a Jerusalén y sufrir (v. 22).
Su ida a Jerusalén para morir era una locura, pero este era el único camino para la salvación. Los profetas mencionados por el pueblo fueron muy buenos, pero ninguno de ellos podía salvarnos, porque eran pecadores. Cristo era el Cordero de Dios y por lo tanto su sentencia estaba echada.
Hay tres palabras de sufrimiento mencionas por Jesús al llegar a Jerusalén: padecer, morir y resucitar. Su última visita a Jerusalén no era turística, sino para morir y salvar a la humanidad. Si esto no estaba claro en los discípulos, entonces no habían entendido a las Escrituras. ¿Qué opinas tú de Jesús llamado el Cristo?
A Jesús le interesa la opinión que tengas de él
Este finalmente es el corazón de este texto. La opinión de la gente fue dicha, la opinión de los apóstoles también, pero ahora la pregunta es ¿qué opinas tú de Jesús? Jesús dejó claro en ese lugar que él no solo era un buen profeta o un mesías salvador, sino también el Señor de la vida. Mucha de la gente allí seguía a Jesús por las señales hechas, por el pan que les había dado, o porque era un líder revolucionario con poderes para derrotar a los romanos.
Hoy pasa lo mismo. Muchos quieren a un Jesús “buena gente” para que les rescate de las consecuencias eternas del pecado, pero allí no termina todo, parte del paquete incluye recibirlo como Señor de nuestras vidas. ¿Qué significa esto? Significa someterse al señorío de Cristo, entregar la dirección de la vida él, arrepentirnos de nuestros pecados, cambiar nuestros planes, entregarnos incondicionalmente.
Mis amados, el cristiano de hoy conoce a un Cristo incompleto. Conocen al Jesús que una vez recibieron como el salvador, pero viven sin un propósito. Bien pueden hablar de él como el Señor, pero siguen siendo gobernados por su propio estilo de vida. ¿Cuál es la opinión que tenemos de Jesús? Si él es mi Señor ¿por qué no me rindo totalmente a él? Si él es el Señor ¿por qué sigo viviendo una vida sin frutos y sin victorias?
La pregunta comprometedora
Interesante que Jesús no comenzó su pregunta, diciendo: “¿Qué dicen los fariseos o los cribas acerca del Hijo del Hombre?”, sino qué dicen los hombres en general. Qué dice la gente del pueblo, aquellos a quienes los mismos religiosos habían ignorado.
Por supuesto, si esta pregunta se la hiciéramos a la gente de hoy, las respuestas serían muy variadas. Los de la teología de la liberación dirían que Jesús es un revolucionario. Los testigos de Jehová dirían que él es un Arcángel creado. Los mormones dirían que Jesús fue hermano de Lucifer. Los de la Nueva Era dirían que él fue un místico y un santo.
Mientras que los escépticos lo calificarían como un simple hombre, maestro de moral, pero nada más. En aquel tiempo la gente común dio su opinión comparándolo con Juan el Bautista, Elías, Jeremías o alguno de los profetas, mientras que los apóstoles, dirigidos por Pedro, dijeron: “Tu eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. La pregunta para nosotros será: ¿Quién es Cristo para mí? Mi respuesta determinará la vida que finalmente llevaré. Si Jesús no es el Señor de mi vida, seguramente otros señores la estarán gobernando.