El desafío de la misión está basaddo en Nehemías 2:11-20
No es lo mismo hacer un viaje a un país de hermosas ciudades, con sus enormes edificaciones, con sus comodidades y facilidades para el visitante, que ir a visitar a una ciudad donde sus edificaciones y fortalezas están en el suelo, destruidas por alguna invasión enemiga. En el año 1988 tuve la experiencia de ir a Europa, y conocer países, tales como: Holanda, Francia, Bélgica, Alemania, Luxemburgo y España.
Además, tuve la experiencia de manejar de Ámsterdam a París y de allí hasta la ciudad de Bonn en Alemania. Lo visto y vivido simplemente fue indescriptible debido a la belleza de esas ciudades. Pero, aunque ese viaje no fue de placer, sino para participar de unas conferencias evangelistas, al compararlo con el viaje de Nehemías para ir a “la ciudad, casa de los sepulcros” de sus padres, lo visto por él no fue nada hermoso, sino una vista de total devastación.Consideremos esto.
El viaje de Susa, la capital del reino, a Jerusalén era de unos mil kilómetros. Este viaje no será ni descanso ni de placer. La ciudad a donde va no es ni la sombra de la que seguramente conoció siendo niño. Jerusalén tuvo una gloria excelsa en el pasado, durante los tiempos de David y Salomón.
Fue llamada la “Ciudad Santa”, “Ciudad de Dios” y la “Capital del Mundo”. Pero su mayor fama se debió a que dentro de sus muros estaba el templo hecho por Salomón, una de las siete maravillas de ese tiempo, y porque en ese edificio estaba el arca del pacto, guardián de la gloria de Dios. Sin embargo, la ciudad de Jerusalén a donde Nehemías va está en ruinas. Sus muros y sus puertas están consumidas por el fuego. La misión de la reconstrucción planteaba uno de los más grandes desafíos de los que se tenga memoria; este será nuestro tema.
Acompañemos a Nehemías en su viaje. Veámoslo ahora allí, adentro, viendo y luego motivando a sus pobladores para la obra reconstrucción. Consideremos las diferentes etapas en el desafío de esta misión para la reconstrucción de esta monumental obra.
La etapa del silencio desolador
Gastando tiempo con Dios en medio de la ruina
Nehemías 2:11-12. Nehemías nos muestra persistencia de la oración cuando nos disponemos “levantar los muros caídos”. La tendencia humana es simplemente arrancar un plan sin considerar a Dios para su ejecución. Si bien el viaje de Nehemías fue largo y cansado, la mención de estos tres días, además del descanso, fue para buscar el rostro de su Dios frente a la tarea por acometer.
Ya él había orado cuando escuchó la noticia del estado de la ciudad, lo mismo hizo cuando el rey le preguntó “¿Qué cosa pides?”, pero ahora vuelve a orar. Es como si su oración tuviera tres tiempos: el del quebrantamiento, el de la iluminación, y ahora el de la ejecución. El v. 12 nos indica que, en efecto, Nehemías gastó tres días en comunión con su Dios, porque después de eso no declaró “a hombre alguno lo que Dios había puesto en mi corazón que hiciese en Jerusalén”.
Aquel fue su tiempo de silencio con su Padre celestial. Si bien en la primera oración se dice que Nehemías lloró e hizo duelo, al estar en medio de aquella desolación sus emociones no fueron menos, aunque no las sabemos. Esto significa que antes de levantar los muros debemos permanecer en silencio con Dios esperando su respuesta.
2. Caminando en silencio en medio de los escombros v. 13-16. La manera cómo este texto narra los hechos es extraordinaria. El lector es llevado a imaginarse el relato por la forma tan descriptiva como va pasando todo. Hasta ahora Nehemías está haciendo las cosas solo, explorando personalmente el alcance del enorme problema que va a enfrentar.
Obsérvelo en la media noche, moviéndose de puerta en puerta. Véalo topando su cabalgadura con los escombros, y quitando los obstáculos para poder avanzar. La pregunta que pronto surge aquí es ¿por qué Nehemías hizo todo esto de noche? ¿A caso no es mejor hacer las cosas de día con la luz del sol? Pero Nehemías hace este trabajo de inspección en la quietud de la noche.
La investigación por la noche a parte de ver lo lúgubre de las cosas, era como sentir más el dolor de su ciudad. Es como si al enfrentarnos con la noche misma, y la desolación dejada por la mano enemiga, tuviera mayores proporciones para lo que tiene que hacer.
El Señor Jesucristo vio también en una noche sombría y lúgubre los “muros caídos” por pecado en el hombre, y fue en esa misma noche cuando él se levantó para restaurar todo el daño dejado, con la diferencia que nadie le acompañó en esta tarea.
La etapa de la visión revelada
Dando a conocer la visión del desastre
Nehemías 2:16-17. En el v. 16 observamos todavía el silencio de Nehemías al no comunicar a nadie lo visto en aquella noche. Sin embargo, ahora reúne a su gente y les revela su visión, y seguramente lo que Dios le había indicado para hacer en Jerusalén. Al reunirlos les dice: “Vosotros veis el mal en que estamos, que Jerusalén está desierta, y sus puertas consumidas por el fuego…”.
Esta información la tenía Nehemías de parte de su hermano, pero ahora él ha visto la magnitud de la tragedia. En la noche Nehemías percibió a una ciudad desierta y sus puertas quemas. En lugar de la ciudad alegre con sus canciones, ahora les habla de una ciudad llena de escombros y de inmundicia. Nehemías le presentó a su gente la visión del desastre, pero también tiene un plan, y es lo que va a comunicar a ellos.
Toda reconstrucción demanda una visión previa de los daños hechos, y es aquí donde entra Nehemías como un gran motivador. Él no era un constructor, pero sí era el hombre que levantó el ánimo de su gente para esta gran obra. Cuando vemos lo que el hombre de Dios ve, lo próximo debe ser la ejecución del plan. Esta visión de Nehemías es parecida a una vida espiritual desierta, con daños fuertes para ser reparados.
La invitación de unirse al plan
Nehemías 2:v. 17b. Las palabras de un motivador siempre serán positivas y llenas de posibilidades. La semana pasada vimos a un Nehemías usando su “fe restauradora” al pedirle al rey el permiso y los recursos para el viaje a Jerusalén. Ahora, una vez en el sitio, Nehemías le presenta a su pueblo la invitación a unirse a su plan, diciendo: “venid, y edifiquemos el muro de Jerusalén, y no estemos más en oprobio”.
Otra versión traduce este texto así: “¡Reconstruyamos la muralla de Jerusalén y pongamos fin a esta desgracia!” (NTV). Según la historia pasada, las ruinas de Jerusalén habían estado allí durante más de cien años. Es como si en efecto estuviera diciendo, «esto ya es suficiente. Es vergonzoso que no se haya hecho nada hasta ahora. Llegó la hora de actuar». Curiosamente el templo ya había sido levantado, pero sus muros seguían en el suelo. Aquello era una gran afrenta para el pueblo que sabía de la gloria pasada de la ciudad.
Se ha dicho que no es suficiente saber acerca de lo que debemos hacer; también necesitamos la invitación para hacerlo realidad. Esta invitación también es para nosotros: venid y edifiquemos nuestros muros. Los muros derribados son una visión de un alma sin protección.
La etapa del compromiso compartido
Levantémonos y edifiquemos
Nehemías 2:18b. Este fue el primer resultado de compartir la visión. El entusiasmo con el cual Nehemías debió comunicar lo visto, y revelado, tocó los corazones de los hombres de la ciudad. Si algo sabía el “copero del rey” era que aquella tarea no era de él solo, sino de todos los afectados.
En los días más oscuros de la Segunda Guerra Mundial, cuando Gran Bretaña se enfrentó sola a los nazis, Winston Churchill asumió el liderazgo como primer ministro quizás en el momento más desalentador y difícil en la historia de su nación. Pero fue en esa ocasión cuando aquel ministro en su famoso discurso prometió a los británicos “sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”. Todos coinciden en señalar a ese discurso como el que unió más a la nación en aquel aciago momento.
Cuando hay una motivación genuina para hacer el trabajo, los resortes de las congregaciones deben activarse. Para Nehemías oír de su gente el compromiso de levantarse y edificar fue como el sello de aprobación para el desafío de su misión. “Levantémonos y edifiquemos” son las palabras que debieran salir de todo creyente, sobre todo cuando ve la necesidad en la que estamos. No solo es estar presente, y sentados, debemos levantarnos y edificar.
Así esforzaron sus manos para bien
Nehemías 2:18c. Otra versión traduce esta oración así: “Y unieron la acción a la palabra” (NVI). Cuando alguien transmite palabras de entusiasmo, de motivación y de esperanza, pronto conseguirá seguidores. Las palabras bien dichas, y, sobre todo, dichas con amor, no serán difíciles de ser oídas y obedecidas.
Veamos otra vez a Nehemías. Él vino a unos ciudadanos deprimidos, temerosos y escépticos de Jerusalén, y al hablarles acerca de lo que Dios ya había hecho a través de la provisión de rey pagano de Persia, y como Su mano había estado con él hasta ahora, estos hombres después de levantarse “esforzaron sus manos para bien”.
Las manos para hacer el mal se activan fácilmente en todo momento. Mientras que las manos para hacer el bien llegan a ser lentas y pesadas. Cuán distinta fuera nuestra vida si esforzamos nuestras manos para hacer el bien.
Se cuenta que, en un bombardeo de la segunda guerra mundial, una estatua de Jesús con las manos abiertas fue seriamente dañada. Después de un buen trabajo lograron casi la reconstrucción total de la figura, pero no pudieron arreglar sus manos por el daño hecho. Y después de mucha discusión concluyeron, diciendo: “El Señor no tiene otras manos que las nuestras”.
La etapa de la confianza plena
Confianza frente a los desanimadores
Nehemías 2:19. En este pasaje, mientras algunos dijeron levantémonos y edifiquemos, y pusieron sus manos para hacer el bien, aparecieron otros con su lengua para hablar mal y traer un gran desánimo. En este libro esas lenguas desanimadoras se llaman Sanbalat y Tobías, y ahora se unió a ellos un árabe llamado Gocen.
Compare las palabras de ánimo de Nehemías con la de estos hombres perversos. Observen la intención de las dos preguntas hechas. Ambas estaban dirigidas para crear desánimo en el pueblo. En la primera aparición de estos enemigos de la obra se disgustaron “en extremo que viniese alguno para procurar el bien de los hijos de Israel” (v. 10).
A las personas con el “don” de desanimar no les gustan los cambios y los nuevos desafíos. Cuando se trata de entusiasmar a otros para hacer el trabajo, pronto aparecen con un espíritu de crítica donde todo les huele mal, agarrando a los más débiles para contagiarlos con su desánimo, y en algunos casos, hasta arrastrarlos para unirse a su desaliento. Los Sanbalat, Tovías y Gesen los vamos a tener siempre, y ellos nos probarán la paciencia, pero debemos seguir adelante. Participemos en el coro de los que siempre animan.
Confianza en el Dios de los cielos para hacer la obra
Nehemías 2:20. Nehemías ya sabía quiénes eran los encargados de traer el desaliento en la congregación, por eso no dudó en darles una respuesta del tamaño mismo de sus atrevimientos. Él les recordó a estos charlatanes de oficio, que sería el mismo Dios de los cielos (a quien ellos no conocían), el encargado de prosperar la misión emprendida.
Si alguien sabía de esa prosperidad era Nehemías. Ya había dicho con profundo gozo y satisfacción que el rey le había provisto de recursos “según la benéfica mano de mi Dios sobre mí” v. 8. Y es por esa confianza en la prosperidad de Dios que Nehemías arenga a su gente a trabajar en el levantamiento del muro. Y para esos saboteadores de la obra del Señor, las palabras de Nehemías no pudieron ser más contundentes: “porque vosotros no tenéis parte ni derecho ni memoria en Jerusalén” v. 20.
Los que no procuran el bien para la obra del Señor, sino que son instrumentos del desaliento, no pueden tener parte en la obra del Señor. En la obra del Señor son bienvenidos esos hombres y mujeres con un espíritu alegre y optimista, en lugar de un espíritu de crítica. Que ninguno de nosotros tenga el espíritu de Sanbalat, Tobías y Gocen.
El desafío de la misión
“Levantémonos y edifiquemos”. He aquí lo que produce una palabra de aliento frente a unos muros y puertas quemadas. No es el plan de Dios que sus hijos permanezcan en su misma condición. Dios no desea verte más en ese estado de oprobio como estuvo su amada y santa ciudad.
Por más de 100 años Jerusalén estuvo en ruinas y abandonada, pero ahora Dios interviene en ella a través de Nehemías para levantarla. Ha llegado con un mensaje de aliento y de esperanza, y ante ese llamado aquí hay estas decisiones de levantarse y edificar.
Estas mismas palabras de ánimo te las dice hoy el Señor frente a cualquier ruina de tu alma. Debería ser el deseo de tu corazón, al oír estas palabras, de levantarte e ir. El llamado de la Palabra para ti hoy como lo fue para Jerusalén es: “Levántate y resplandece porque ha llegado tu luz”. No te quedes sentado.