Del escritorio de Julio Ruíz

Una respuesta condicionada

respuesta condicionada

En el capítulo 7 de Segunda de Crónicas Dios se dirige a su pueblo con un llamado al arrepentimiento y a acercarse a su presencia.  Dios sanará nuestra tierra y hará grandes cosas como una respuesta condicionada a cómo su pueblo actúe.

2 Crónicas 7:13-15

Según las últimas cifras el Coronavirus ha infectado a más cuatro millones de personas y hasta ahora los muertos se acercan a unos doscientos mil. La economía de los países está recibiendo uno de sus más duros golpes en la historia, tanto que se habla de una recesión sin precedente.

Los presidentes de los países están luchando desesperadamente para reabrir los negocios, las empresas y todos los lugares que ayudarán a levantar la economía. En conclusión, el mundo es y será otro después de esta pandemia. Los cambios que se darán no tendrán parangón en ninguna otra época de nuestra historia reciente.

Vamos indefectiblemente hacia otro mundo que no habíamos pensado. Y es frente a este panorama desolador y hasta inseguro que surge la pregunta de obligada respuesta, cómo será la iglesia del Señor después del desastre de este virus. Cuál será la actitud de cada creyente frente a lo que es inevitable.

Si seguimos siendo los mismos de nada habrá servido este juicio temporal permitido por Dios. Quiero pensar que si algo bueno el Señor está permitiendo es que su iglesia pase por este fuego de prueba y salga renovada y victoriosa para un mejor uso. Sorprendentemente la palabra del Señor nos va a decir que la sanidad de la tierra y con ello su prosperidad está relacionada con la obediencia de su pueblo, ahora su iglesia.

Esto lo digo porque si hay un texto que tiene que ver con lo que estoy diciendo es 2 Crónica 7:14. Ese texto fue presentado en el contexto de la dedicación del templo que hizo Salomón, junto con toda una extravagancia de sacrificios y una gran fiesta que duró varios días, donde Israel se gozo como en ninguna otra parte su historia en consagrar lo que se consideró como una de las siete maravillas de aquel tiempo; hablamos del templo hecho por Salomón. El Señor aceptó la oración que hizo Salomón y le prometió estar en ese lugar, pero le dejó claro a su pueblo que lo que él más requería no era tanto de sus sacrificios que iban a traer, sino del quebrantamiento de su corazón. Y esto es lo que Dios espera para responder y sanar la tierra. Veamos en qué consiste.

Dios responderá de acuerdo con nuestra humildad

La humildad requerida

2 Cronicas 7:14ª. Es muy significativo que lo primero que Dios demande de su pueblo para dar respuesta a sus oraciones sea el humillarse. ¿Por qué? Porque “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (1 Pe. 5:5). Se ha dicho que la carencia de la santidad es lo que debe llevarnos a humillarnos delante de Dios. Normalmente son los pobres, por carecer de recursos, los que tienen que humillarse ante el rico para conseguir el sustento.

Pero nosotros también somos pobres, y por eso es por lo que apelamos a las misericordias divinas. De esta exigencia divina se desprende que la mayor contradicción cristiana es un creyente orgulloso, soberbio, iracundo, mal genioso y descontrolado.

¿Qué se entiende por humillarse? Es, en efecto, poner a un lado la apariencia (el rostro que siempre presentamos), despojarnos de nuestra propia justicia, romper con nuestros propios proyectos personales y ponerlos en los brazos del Padre celestial. Thomas Merton, dijo: “Si nosotros fuéramos en realidad humildes, conoceríamos realmente lo mentirosos que somos”. Así que la oración más necesaria en la vida es que el Señor nos enseñe a ser auténticamente humildes. Que no seamos autosuficientes para todo.

La humildad expresada

La oración “sobre el cual mi nombre es invocado” revela al pueblo que posee tal humildad. Nosotros somos los que llevamos e invocamos su nombre. Así que nuestra reputación le afecta a él. El nombre de Dios o es glorificado o es blasfemado entre los hombres. De modo, pues, que cuando Dios pone su nombre sobre una persona corre un gran riesgo. Cuando David pecó contra Dios, los enemigos blasfemaron el nombre de Jehová. Las palabras de Natán fueron estas: “Pero como en este asunto has hecho blasfemar a los enemigos de Jehovah, el hijo que te ha nacido morirá irremisiblemente” (2 Sam. 12:14).

¿Quiénes son los que deben ser humillados? El pueblo del Señor, su iglesia, donde su nombre es llevado y pronunciado. El ser conscientes que somos representantes del nombre de Dios debe ayudarnos a vivir honrando su nombre. No es extraño que el vivir en humildad haga grande su nombre en la tierra. ¿Por qué decimos esto? Porque la humildad abre el camino a las bendiciones y a la guía de Dios. Además, es la humildad la que nos permite conocer la gracia de Dios y la dulzura de la vida espiritual. Y es ella la que nos conduce a la grandeza de acuerdo con el Señor (Lc. 14:11)

La humildad recompensada

El primer y gran fruto que produce el humillarse delante de Dios es que captamos su atención. Por consiguiente, si no nos humillamos Dios no nos responde. El adverbio “entonces” es una manera de decir “a partir de allí comenzaré a oír”. Usted seguramente se pregunta por qué muchas veces Dios no oye mi oración. Bueno, aquí encontramos una respuesta. La falta de humildad hace que la vida espiritual sea pobre y con un falso concepto de la grandeza. “Oiré desde los cielos” es una promesa consoladora.

El saber que contamos con un Dios que atiende nuestra condición es un gran consuelo, pues sabemos que al final será juzgada nuestra causa. Manasés fue un rey muy malvado, aunque fue hijo del gran rey Ezequías (2 Cr. 33:1-20). Entre las cosas que hizo fue la edificación de altares a otros dioses en la misma casa de Jehová, incentivando con ello la idolatría de Israel, por cuando se dedicó a la adoración del ejército de los cielos. Además, pasó por el fuego a su propio hijo. Pero cuando fue llevado en cadenas a Babilonia se humilló y se arrepintió; Dios, al ver su humillación lo escuchó, lo restauró y le confirmó otra vez el reino. La humillación es recompensada. Al hacerlo Dios nos oiré desde los cielos.

Dios responderá de acuerdo con nuestra búsqueda

 La importancia de la oración

“… y oraren…”. El orden que Dios establece en este texto tiene mucho sentido. Cuando uno se humilla delante de él lo desea es querer hablar con él. Porque entendemos que nadie más nos comprenderá y nos asistirá que el Señor en ese momento. Hermanos, cuánta bendición hay en una vida de oración. De cuántas cosas nos perdemos cuando dejamos de orar. El camino de nuestras victorias depende mucho de la frase “y oraren”.

La oración no tiene sustitutos. Hay poder en una vida llena de oración. En el caso que nos asiste, la oración del cual el Señor nos habla en este pasaje es la oración de confesión. El contexto de este pasaje nos hace referencia a las faltas que el pueblo cometería contra Dios. En la oración de Salomón, él habla del pecado contra el prójimo; de ser derrotados en batallas, si los cielos se cierran y que no haya lluvia por causa del pecado y si hubiera hambre y pestilencia por la misma causa (2 Cr. 6:22-31). Pero si el pueblo orare a Dios, entonces él oiría desde los cielos y perdonaría sus pecados. El clamor de un corazón quebrantado por el pecado atrae la pronta respuesta divina. En esto concuerdan las palabras de David: “El corazón contrito y humillado no desprecias tú…”.

La importancia de acercarnos a él

“… y buscaren mi rostro”. El más grande anhelo de Dios es el querer tener un encuentro personal con sus hijos. Aunque es un Dios infinito, también es un Dios cercano. Entonces ¿qué significa buscar su rostro? ¿No es lo mismo que orar? No, no es lo mismo. Usted y yo podemos orar sin buscar el rostro de Dios. De hecho, así son la mayoría de nuestras oraciones.

Buscar el rostro de Dios es un grado más de profundidad en la comunión con el Padre. Así como usted puede hablar con alguien sin mirar su rostro. Considere el caso de los niños cuando hacen algo malo y son reprendidos por sus padres. Es cierto que hablan con ellos, pero sus caras pudieran estar en otro lado. Es por eso por lo que algunos padres dicen: “¡Mírame a los ojos!”. El asunto es que para poder mirar el rostro de alguien uno tiene que sentirse libre de culpa. Mirar el rostro es estar dispuesto a ser confrontado. Y es ahí donde muchas veces huimos fácilmente escondiéndonos aún en la misma oración para no ser confrontados por el Dios Eterno.

Esta experiencia la tuvo Abraham, Moisés, Gedeón, Elías, Isaías y muchos más. Todos ellos se postraron cuando estuvieron cara a cara con Dios, porque no puede prevalecer el rostro humano ante el rostro divino. Es allí donde usted y yo nos rendimos. ¿Ha buscado el rostro del Señor?

Dios responderá de acuerdo con nuestro arrepentimiento

Reconocer los malos caminos

2 Crónicas 7:14 d. La primera impresión que da al leer este texto es que Dios está hablando al mundo inconverso. Pero la frase “sobre el cual mi nombre es invocado” pone de inmediato el contexto que Dios le está hablando a su pueblo, a sus hijos, a su iglesia. Entonces aquí surge la pregunta, ¿puede andar el pueblo de Dios en malos caminos? La respuesta es ¡Sí! Note que la oración dice, “y se convirtieren de sus malos caminos”.

Dios sabe que su pueblo anda en malos caminos. Así fue en el pasado y lo es el presente, siendo esta la causa por la que él retiene sus bendiciones en nuestras vidas. Dios no permanece indiferente ante el pecado. Él no puede tolerar nuestros malos caminos porque sería negar la obra expiatoria de su propio Hijo. Es por eso por lo que se vale de disciplinas correctivas para que volvamos a él. Dios nos manda a convertirnos de nuestros malos caminos porque el pecado, en su astucia para engañarnos, nos lleva a seguir bajo el dictado de toda su perversidad y conducirnos como si Dios no viera lo que hacemos. Creo que la oración de David cobra una gran importancia en este asunto (Sal. 139:23, 24). “Examíname, oh, Dios” es el gran clamor. ¿Habrá caminos de perversidad en mi vida, en la iglesia del Señor?

La importancia del perdón

2 Crónicas 7:14c. Esta es la garantía que tenemos todos los que nos humillamos, todos los que oramos, y todos los que buscamos el rostro del Señor. El asunto más importante en la vida de un ser humano es el poder experimentar el perdón de sus pecados. Nada arruina más el alma y el espíritu que el pecado. El hombre quedó separado de su Dios cuando obedeció una voz contraria en el huerto del Edén. Desde entonces quedó marcado por el pecado y el único que le puede perdonar es Dios.

La promesa de este texto descansa en esta frase. No hay pecado tan grande que él no perdone. No hay ofensa tan grande que él no perdone. Tampoco hay faltas tan graves que él no perdone. Lo único que él no perdona es cuando los hombres abiertamente le rechazan y hasta blasfeman contra él. Cuando eso hacen, incurren en la llamada “blasfemia contra el Espíritu Santo”, siendo este el llamado pecado imperdonable.

Cuando el profeta Isaías reveló la “hinchazón y podrida llaga” que supuraban del pueblo de Israel, Dios le dijo que vinieran y se pusieran a cuenta: “Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Is. 1:18).
Así es como Dios obra. No hay pecado que no sea emblanquecido por la sangre del Cordero

Y sanaré su tierra

Este resultado final nos revela dos cosas. Uno es que la tierra está enferma. Hay en ella todo tipo de enfermedad y contaminación. El presente virus lo comprueba. Y esto es un hecho desde que Dios la maldijo cuando Adán pecó hasta este día. Ahora tenemos a una creación que “gime con dolores de parto” deseando ser redimida (Ro. 8:20-22).

En segundo lugar, que nuestro arrepentimiento contribuye para su sanidad. Dos cosas dijo el Señor a este respecto. Por un lado, que nosotros somos “la sal de la tierra”, llamados a preservarla de la corrupción. Y también que somos la “luz del mundo”; eso es, los que podemos despejar sus tinieblas. Así que el Señor sanaré nuestra tierra cuando su pueblo se humille, ore y busque su rostro. Esto es lo da origen al avivamiento. Mis amados hermanos, el corazón quebrantado y arrepentido es el medio que Dios usa para traer sanidad a nuestra vida. ¿Por qué nuestra tierra cada día se destruye? ¿Estamos los cristianos contribuyendo a su destrucción o a su preservación?

Respuesta Condicionada

Dios oye nuestras oraciones, aunque no siempre responde según nosotros quisiéramos. Sin embargo 2 Crónicas 7:14 es la más clara demostración en la Biblia sobre la forma cómo Dios responde. He aquí las condiciones: humillarse, orar y buscar su rostro. Esa actitud de un corazón quebrantado no desprecia el Señor. Usted tiene la garantía que, si su corazón se quebranta delante del Señor, él viene a su encuentro y le levanta. ¿Lo hará usted? El versículo quince nos dice: “Ahora estarán abiertos mis ojos y atentos mis oídos a la oración en este lugar”. Este texto es la respuesta a las condiciones que Dios ha establecido. Ojos abiertos y oídos atentos de parte de nuestro Dios es lo que anhelamos que suceda cuando hacemos realidad 2 Crónica 7:14.

Julio Ruiz

Venezolano. Licenciado en Teología. Fue tres veces presidente de la Convención Bautista en Venezuela y fue profesor del Seminario Teológico Bautista de Venezuela. Ha pastoreado diversas iglesias en Venezuela, Canadá y Estados Unidos. Actualmente pastorea la Iglesia Ambiente de Gracia en Fairfax, Virginia.
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Francesc Montaño
Francesc Montaño
4 años de haberse escrito

Apreciado Julio: los libros del Antiguo Testamento nunca son «primera o segunda», ya que no son cartas o epístolas (en femenino). Son libros (lit. royos), por lo que se deben mencionar en masculino, primero, segundo de…
Un abrazo y gracias por tus mensajes

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