Mateo 6:9, Salmo 8
¿Por qué es tan especial el nombre de Dios? Jesucristo después que nos enseñó que oráramos al “Padre nuestro”, nos deja claro que lo primero que tenemos que hacer es despertar un profundo deseo por adorar, glorificar, y santificar el nombre de Dios a quien ahora llamamos íntimamente “Padre”.
No podía ser de otra manera. Jesús no enseñaría a sus discípulos a orar sin que primero ellos honraran Su nombre.
¿Qué significa la palabra “santificado”? Es la palabra que tiene que ver con algo que está “separado de las cosas profanas, para ser dedicado a Dios”.
Vea este ejemplo. Dios le recordó a Moisés que los vasos que se usaron para el tabernáculo deberían ser santificados antes de ser usados. Tenían que ser consagrados para esa tarea. De igual forma, el lugar Santísimo debería estar separado aún de las demás cosas santas, por cuanto era el sitio donde la gloria de Dios se manifestaba.
Israel fue enseñado acerca de la palabra “santificado”. Los sacerdotes tenían que ser santificados. El varón primogénito fue santificado. Al pueblo se le ordenó que se santificara cuando Dios iba a descender para revelar su gloria. Pero en este texto no estamos hablando de santificar cosas o que la gente se santifique.
Nuestra referencia es a Dios mismo. Jesucristo demandó que ese nombre fuera santificado. Cuando hablamos así decimos que Dios está separado del pecado y de los pecadores (He. 7:26). Dios está por encima de la corrupción de este mundo (Hab. 1:13). Y es que el nombre de Dios es tan digno de ser honrado, que hay ángeles en los cielos con una naturaleza extraordinaria que lo proclaman tres veces santo (Apc. 4:8). ¿Se da cuenta que en el cielo nadie toma el nombre de Dios en vano?
Veamos, pues, cómo estas cuatro palabras están llenas de la más grande reverencia al nombre de Dios que se conozcan. ¿Qué hacemos cuando oramos así?
Al orar «Santificado sea tu nombre» describimos la persona de Dios
Dios tiene un carácter santo
En un mundo tan demandante como el que vivimos, el nombre de alguien o de algo pareciera ser lo más importante. Hay países donde el nombre de un gobernante determina el diario vivir. Hoy sabemos que el nombre de un artista, político, músico, escritor o deportista llega a ser una especie de “marca de venta”, revelando con esto que hay un poder detrás de ese nombre.
Todos, en cualquier momento, cualquiera de nosotros siente el impulso a comprar algo llevado más por el nombre y por la marca. El mundo se desvive por exaltar y honrar esos nombres. Observe cuáles son los temas de conversación y se sorprenderá cuánta pleitesía se le rinde a los mortales antes que a Dios. Pero la verdad que está por encima de lo que el mundo exalta es que nada es más santo, digno de ser honrado, y respetado, que el nombre de nuestro poderos Dios.
El nombre de Dios posee en sí mismo una naturaleza santa. Cuando Isaías recibió el llamamiento divino escuchó el canto más excelso y sublime que se haya cantado: “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria.”. Esta declaración del carácter de Dios quita toda pretensión de honra y gloria a los mortales.
Nombre sobre todo nombre.
Decíamos en el mensaje anterior que Israel conoció a Dios a través de varios nombres con sus diferentes significados. Que cuando tenían alguna necesidad especifica, lo llamaban de acuerdo a lo que estaban pasando. De esta manera vemos que cada nombre que se le dio a Dios en el Antiguo Testamento reveló su carácter santo.
Su pueblo conoció a un Dios con nombre propio. Cuando esos nombres aparecen al lado de Yahweh, nos revela cómo el nombre de Dios fue santificado en su pueblo y por qué debe ser santificado por siempre. El primer nombre que aparece en la Biblia para Dios es “Elohim», que significa «Dios», y es una palabra plural conocida en hebreo para expresar su gloria.
Se le llama Yahweh-Elyon, que significa «El Señor Altísimo.» Él es llamado Yahweh-M’Kaddesh, que significa, «El Señor, nuestro santificador.» También se le llama el-Shaddai, que significa «el es todo-suficiente, o el Dios Todopoderoso.» Se le llama también Adonai, que significa «Señor». Ahora Jesucristo ha llamado a ese Dios como “Padre nuestro”. Pero el más grande de todos esos nombres es el de nuestro Señor “Jesucristo”, porque es el Dios encarnado que murió por todos nuestros pecados.
Nada es más santo que su nombre. ¿Qué significa “santificado sea tu nombre”? Digamos en primer lugar que no somos nosotros los que santificamos su nombre, pues su nombre ya es santo desde la eternidad. Lo que quiere decir es que no hay nada más santo que el nombre de Dios. Cuando decimos “santificado sea tu nombre”, estamos reconociendo que nuestro Dios no es cualquier Dios. Vamos a verlo de esta manera.
Aunque este mundo nos decepciona cada vez más, burlándose y blasfemando el nombre de Dios, él sigue siendo santo. En una cultura llena de mentiras, donde se elogia y se dignifica hasta lo profano, Dios sigue siendo santo. Así mismo, en una generación donde prolifera la falsedad, y donde los engañadores comercian con la mente de tantos incautos, Dios sigue siendo santo.
En una era que entró en el relativismo moderno, donde a lo bueno le dice malo y a lo malo bueno, Dios sigue siendo santo. Cuando vemos que hay sistemas políticos que persiguen a los creyentes, que tuercen las Escrituras para exaltar a sus líderes, que convierten los preceptos bíblicos en un descarado sincretismo, Dios sigue siendo santo. Por eso decimos: “Santificado sea tu nombre”. Nada es más santo que él. ¡Aleluya!
Al orar «Santificado sea tu nombre» declaramos nuestra más grande reverencia
Lo primero que Dios pidió
Ex. 20:1-7. El asunto de santificar el nombre de Dios es tan importante que el “Decálogo” (los Diez Mandamientos), lo más grande que se ha escrito para regir la vida moral y espiritual, se asegura que el nombre de Dios aparezca en primer lugar para ser reconocido, pero sobre todo, para que no sea tomado en vano.
Dios quiso que su pueblo santificara su nombre desde el mismo comienzo de su formación. ¿Por qué razón? Porque él es muy celoso de su nombre. Desde un principio dijo que no daría su gloria a ningún otro. El primer mandamiento fue dado para que se prohíba la adoración a todo aquello que no sea Dios. Pero siga viendo esto, el segundo mandamiento no permite que se haga una semejanza de él, ni de cualquier cosa, para usarla en la adoración.
Mientras que el tercer mandamiento enfáticamente dice: “No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano” (v.7). Así tenemos que la petición: “Santificado sea tu nombre”, expresa la voluntad de Dios y el deseo de todo aquel que ama al Señor. La única razón de usar el nombre de Dios es para adorarlo. Si usted lo usa de otra manera lo está haciendo en vano.
Lo primero que Jesús pide
Note que Jesús no solo se asegura de enseñarnos acerca a quién oramos, sino de la importancia de dignificar su nombre. ¿Cuál nombre debe ser santificado? Pues el de Dios como Padre. Vea el significado que Jesús le dio a esta oración al pedir que se honrara primero a Dios. Por lo general nuestras oraciones no tienen la precaución de reconocer esta importantísima parte de la llamada “Oración Modelo”.
Solemos decir “Padre nuestro”, con lo cual reconocemos nuestra relación íntima y amorosa con Dios, pero nos olvidamos que lo primero que Jesús nos pide es que tomemos en cuenta el nombre de Dios al orar.
¿Qué significa entonces esto para nosotros? Que al momento de hacerlo no nos olvidemos que estamos en presencia del asunto más grande que jamás se haya dicho, y que se espera que quienes tengamos a Dios como Padre, lo honremos así. Que no entremos a pedirle nada a Dios si primero no honramos su nombre. Asi mismo que Dios mismo santifique su nombre. ¿Cómo explicar esto? Pues es pedirle que él mismo haga que su nombre sea tan valioso en la mente y corazón de cada creyente. Hay muchas cosas que no son santas en nuestras vidas. De allí esta importante petición.
Lo primero que debemos hacer nosotros
El más grande reto que tenemos al orar es definir si voy a concentrar mi oración en mí mismo o centrar mis pensamientos en la declaración “Santificado sea tu nombre”. Cuando esto hago declaro que me estoy inclinando en humildad y reverencia ante el más excelso y sublime ser que existe a quien con confianza llamo ahora “Padre nuestro”.
Esto significa que como adorador le doy a mi Dios el primer lugar en mis pensamientos, mis afectos y en toda mi vida. Expreso con esto mi deseo de honrarlo con mis palabras y mis hechos. “Santificado sea tu nombre” tiene una íntima relación con el más grande mandamiento que demanda un amor a Dios de todo corazón, alma y mente (Mt. 22:27).
De esta manera, este mandamiento de Jesús me emplaza a decir que todo lo que haga, donde quiera que vaya, las actividades que elija, los hábitos que formo, la música que escucho, las películas que veo; sea que esto lo haga en el cuerpo, en mi alma o en mi mente, debo asegurarme que estoy santificando el nombre de Dios.
Si no estoy santificando el nombre de Dios con mis actos, entonces no estoy orando. La única manera de santificar el nombre de Dios es vivir solo para él.
Al orar «Santificado sea tu nombre» hablamos del poder que representa
El poderoso nombre de Yahweh
El nombre para un hebreo tiene que ver con la esencia misma de la persona. Es como si su carácter está estampado en su nombre. Este es el caso del nombre de Dios. Una primera lectura de la Biblia nos muestra a Dios revelando su nombre.
Así aparece en Génesis 1:1: “En el principio creo Dios los cielos y la tierra”. El nombre “Elohim”, que es el que se asigna acá para Dios, nos muestra la gloria de ese nombre en toda su creación. Pero sobre todo, se nos ha dado ese nombre para saber que no hay otro Dios como él. Que es el único y verdadero Dios. Los demás nombres que se le dan a Dios revelan su función.
Pero es el nombre Yahweh que revela su naturaleza y su poder. Tan digno fue ese nombre que los copistas que traducían las sagradas Escrituras, cuando tenían que escribir ese nombre, se detenían. Lo primero que hacían era bañarse y cambiarse de ropa para poder escribir esa palabra.
Además, el instrumento con que habían escrito antes, lo desechaban por uno nuevo. Tan sagrado era el nombre Yahweh que no lo pronunciaban, por eso usaron la palabra “Adonai”, que significa “Jehová es el Señor”. ¿Por qué cree usted que Jesús pidió que se santificara ese nombre?
Yahweh el poderoso en batalla
Sal. 24:8. Esta definición, al lado de “Yahweh (Jehová) de los ejércitos”, pone de manifiesto que el nombre de Dios ha sido el ancla sobre el cual el pueblo de Dios ha enfrentado y ganado cada batalla. ¿Quién podrá hacerle frente a Dios en una batalla y vencerlo?
El faraón pretendió enfrentarlo, pero Dios le envió diez plagas, una por cada dios que poseía, dejando claro que el nombre de Dios, “Jehová el poderoso en batalla”, lo destruyó junto con su poderío. El arrogante faraón tuvo que entender quién era Dios: “Y a la verdad yo te he puesto para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado en toda la tierra” (Ex. 9:16).
Es como si Dios le dijera: “Tu sabes que la razón por la estás todavía vivo es para mostrar mi poder y engrandecer mi nombre”. Faraón conoció por qué Dios es “Jehová el poderoso en batalla”. Cuando David se enfrentó al temible Goliat, este le intimidó con su fuerza, tamaño y poderío militar. Pero el joven pastor de ovejas se puso delante de él y lo derrotó. Lo hizo invocando el nombre de “Jehová el poderoso en batalla” (1 Sam. 17:45). Los discípulos levantaron a un paralítico en el nombre de Jesús (Hch. 3:6). El nombre Yahweh está por encima de todo. Este es el nombre que Dios mismo preserva y por eso lo debo santificar en mi vida.
Santificado sea Tu Nombre
Hemos visto que la petición de Cristo es “santificado sea tu nombre”. Esto dijo por el carácter de su nombre, por la reverencia que encierra su nombre y por el poder que tiene su nombre. ¿Qué implica santificar el nombre de Dios? Significa honrarlo en palabras y en hechos.
Pero, ¿cómo lo deshonramos? Nosotros deshonramos a Dios cuando honramos a Dios de labios, pero mi corazón está lejos de él. Deshonramos su nombre cuando mis acciones pecaminosas son un mal testimonio para que el inconverso hable mal de mi Dios. Otra manera cómo deshonramos el nombre de Dios es cuando le llamamos “Señor, Señor”, pero no hacemos lo que él nos manda.
Deshonramos su nombre cuando decimos: “El Señor te dice”, cuando en realidad no ha dicho nada. Jesús también nos dice que si no santificamos su nombre, el resto de la oración no se cumple (Sal. 25:11). Finalmente, no mencione usted el nombre de Dios si no es para adorarlo. ¡Cuidado cuando usa su nombre! ¿Santificamos su nombre en nuestros corazones?