Del escritorio de Julio Ruíz

Salvados por asignación del Padre

(Juan 6:37-44)

INTRODUCCIÓN: Es un hecho indiscutible que la Trinidad interviene en nuestra salvación. Pero este texto nos muestra quién tiene los derechos de concederla.  Véamoslo así. Cuando una persona decide venir a Cristo muchas cosas acontecen. Lo primero es que sus pecados son perdonados. Luego el creyente recibe la justificación de los mismos a través de su fe en Cristo. Cuando alguien viene a Cristo pasa de muerte a vida, de maldición a bendición, de condenación a esperanza. Esto pone de manifiesto que no hay vida nueva fuera de Jesucristo. Todas las religiones del mundo tienen la intensión de establecer un camino para alcanzar la salvación a sus seguidores. Pero cuando hablamos que sólo a través de Cristo podemos encontrarla, estamos legitimando el derecho que la salvación no puede encontrarse en otro lado. Y si se logra sólo por Cristo, entonces los derechos de la salvación son exclusivos del Padre celestial. Note que el Hijo no se abroga ese derecho. Lo que él dice es que: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no lo trajera”. De acuerdo a esto, el asunto de la salvación es más serio de lo que pensamos. Algunos pudieran decir que venir a Cristo es algo fácil, pero la verdad es otra. Es cierto que mucha gente está llegando a Jesús, pero bajo qué pretexto. ¿Cuál es el  propósito por la que la gente busca a Cristo? Cuando Jesús alimentó a las multitudes con los panes y los peces se contaban por miles los que le estaban siguiendo, pero el Señor los confrontó acerca del por qué la gente venía a él. Su búsqueda era más por el pan que perecía que por la vida eterna que él ofrecía. La oferta de un evangelio barato hace que el seguir a Cristo sea fácil porque todo tiene que ver con un beneficio personal. Sin embargo, aquí tenemos que anunciar que Cristo solo es el medio de la salvación, pero al Padre le corresponde la asignación. Nuestra salvación está enteramente en sus manos. ¿Qué implicaciones tienen las palabras de Cristo?

I.    QUE EL HOMBRE POR SU CONDICIÓN NATURAL NO PUEDE  VENIR A JESÚS

1. Lo que no impide venir a Jesús. El hombre posee sus condiciones físicas; eso es, tiene capacidad de movimiento y con un poco de voluntad puede acercarse a cualquier iglesia que tenga a bien visitar. Nadie puede impedir que alguien camine hacia el templo de su preferencia. Así que si la salvación consiste en ir a la casa del Señor, muchos hombres caminan a estos lugares. De hecho hay muchas religiones en el mundo que “otorgan” la salvación a sus seguidores por la asistencia a sus templos. Tampoco el hombre está impedido por el ejercicio de su mente. Sobre este respecto, alguien puede creer en la veracidad de la Biblia en la misma forma que puede creer que otros libros son tan importantes como lo es la Biblia. Así que no es extraño que alguien pueda creer en Jesús en la misma proporción que cree en cualquier otra persona. Como los filósofos atenienses que creían en un montón de dioses y también le dedicaban un rinconcito “AL DIOS NO CONOCIDO”.  El hombre física y mentalmente no tiene problemas en acerca a Dios. No está impedido porque goza de su entera libertad para hacerlo. Sin embargo esta forma de acerca a Dios no garantiza que haya sido escogido para venir a Jesús.      
2. Lo que sí impide acercarse a Jesús. Uno de los textos que siempre me impresiona del Antiguo Testamento, acerca de la naturaleza del hombre, lo presenta el profeta Jeremías cuando dijo: “Aunque te laves con lejía, y amontones jabón sobre ti, la mancha de tu pecado permanecerá aún delante de mí, dijo Jehová el Señor” (Jer. 2:22). No hay “detergentes” en la tierra que cambie esa condición original. El hombre posee una naturaleza caída, degradada, depravada y corrompida. Por eso es que la Biblia nos dice que: “No hay justo, ni aun uno; No hay quien entienda, no hay quien busque a Dios” (Ro. 3:10-11). Ese tipo de naturaleza hace que el hombre sea incapaz de venir a Cristo por su propia cuenta. ¿Por qué piensa usted que es tan difícil que la gente acepte a Cristo y tome una decisión por él? Por lo que dice el texto: “No hay quien busque a Dios”. Vamos a verlo con el siguiente ejemplo. La naturaleza del cerdo va contra todo lo limpio. Bien pudiera usted tener a un cerdito como su mascota. Lo puede bañar y perfumar todos los días. Le puede dar las comidas finas que ahora comen otros animales. Lo puede tener como parte de su familia, pero le aseguro que si un día usted suelta a su mascota, ese día él buscará un charco de agua sucia y allí irá a parar. ¿Por qué razón? Porque su naturaleza no es como la del armiño, cuya piel es tan fina y delicada que ellos rehúsan el barro. De igual manera, es la naturaleza corrompida la que impide llegar al Señor. Es el barro contra la santidad.
3. El hombre moral y espiritualmente ha quedado incapacitado.  El énfasis de todo este pasaje es que nadie puede venir a Cristo a menos que el Padre lo traiga. En un sentido, esta posición doctrinal se constituye en la base del ministerio salvador de Cristo. La soberanía del Padre celestial, basada en su predestinación, se ha cumplido a través del sacrificio de Cristo. Mire lo que él dijo en el versículo 37: “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí…” v. 37. Pero también mire lo que él dijo en otra oportunidad, tocante al asunto de la condición moral y espiritual del hombre: «Y no queréis venir a mí para que tengáis vida.”. ¿Por qué no quiere venir el hombre a Cristo para que le salve? Porque hay en su corazón una rebelión que transforma su voluntad y hace que su corazón rechace la oferta de salvación. Hay algo que debemos decir a este respecto. El hombre originalmente nació con libre albedrío, pero el pecado cambió esa condición tanto en los ángeles como en los hombres. Mírelo así. Cuando el hombre escuchaba la voz Dios en el Edén, venía pronto a su encuentro; pero después cuando pecó, y escuchó su voz, se escondió. Desde entonces los hombres no buscan voluntariamente a Jesús. Por otro lado, el hombre tiene su entendimiento entenebrecido. La Biblia nos dice que el príncipe de este mundo cegó su entendimiento para que no le resplandezca la luz de Cristo. Esto lo hace ser una persona ciega, y tal condición lo inhabilita para venir a Cristo. Además, su muerte espiritual no le hace tener “una buena conciencia delante de Dios”.  Su conciencia se cauteriza por el pecado mismo. De esta manera, no es que él no quiera, sino que no puede venir por si solo a Jesús.

 

II.    QUE SOLO EL PADRE CELESTIAL PUEDE TRAERLO

1. Él es el único que tiene esa potestad. Es muy cierto que los hombres vienen a Cristo por medio del evangelio, esa verdad la hemos predicado por mucho tiempo. Pero hay más que esto, el contexto de este pasaje nos muestra que Jesucristo pronunció estas palabras estando en Capernaum. Allí él predicó vehementemente e hizo muchos milagros, sin embargo fue a ellos a quienes les dirigió los “ayes” más severos por su incredulidad. Tanto así que Jesús dijo que si en Tiro y en Sidón se hubieran dado esos milagros, ellos se habrían arrepentido de todo corazón. Así que si su presencia no bastó para que  vinieran a él; eso es, si su propio evangelio no produjo en ellos los cambios que se esperan, entonces era necesario que el mismo Padre se encargara de invitar a los que en verdad deseaban la salvación. Esto nos indica que no es el predicador el que trae al pecador a los pies de Cristo. Debemos asegurarnos que esto no suceda. Nosotros somos simples canales cuando exponemos la palabra para que esto ocurra. Nosotros no traemos a nadie. Bien pudiera haber gente en nuestras congregaciones que han sido atraídas por el verbo y el carisma del predicador, pero no por el Padre celestial. Entonces, en la salvación del perdido tiene que haber una intervención de la primera persona de la Trinidad. Ciertamente al evangelizar debemos orar encarecidamente que nuestro Padre traiga las almas a Cristo.

2. Lo hace descubriendo su enfermo corazón. Si el hombre no llega al Señor por su propia incapacidad, ¿cómo es que entonces llega? ¿Qué es lo que sucede en la conversión del individuo? Que el Padre y el Espíritu Santo se unen para poner en aquella persona, insensible y dura de corazón, una atracción divina con el único propósito de mover su voluntad terca y egoísta, con el fin de traerlo a Cristo para que lo salve. Por supuesto que nadie sabe cómo hace Dios para que en el corazón de ese hombre se produzca un cambio, pero sucede. Es cuando vemos que alguien tiene un corazón tan duro que hasta perdemos toda fe en su posible salvación, pero de un momento a otro se produce el cambio. La forma cómo lo hace es que el Espíritu Santo interviene como el Cirujano divino abriendo su corazón y mostrándole que tiene una especie de cáncer repugnante que está consumiendo su ser interno, pero que por su orgullo o vanagloria no lo ve. La intención del Espíritu Santo es golpearlo de tal manera que no le quede más opción sino rendirse y venir a Cristo en total quebrantamiento. Así que cuando es confrontado por un llamado interno, el hombre descubre que no es tan bueno como pensaba, quedando horrorisado de su condición. Es allí donde se da cuenta que no tiene méritos para salvarse.

3. Lo hace poniéndolo frente a la cruz. La función del Espíritu Santo es despertar la conciencia dormida y hacerle ver al individuo cuan perdido está sin Cristo. Cuando él despierta de su estado se da cuenta que no podrá ser salvo, que está perdido en sus pecados. Es allí donde percibe cuán lejos ha estado del hogar del Padre. Observe la experiencia del hijo pródigo en esto. Cuando el Espíritu de Dios despertó su conciencia dormida por el pecado, dice el texto que él, “volviendo en sí”, se propuso regresar al seno de su hogar. Pero note que en su quebrantamiento no exigió que se le reconociera como su hijo, sino que el padre lo hiciera como a uno de sus jornaleros. Aquel joven reconoció que no era tan listo como pensaba. Admitió que no podía vivir todo el tiempo fuera del amor y misericordia del padre. Así es como trabaja el Espíritu Santo en la salvación del impío. Al desnudar su corazón le muestra que ha estado “apacentando cerdos y que desea llenar su estómago con las algarrobas que ellos comen”. Es allí cuando el Espíritu Santo le revela su propio estado, le presenta la cruz, y le dice: “En las tres cruces que estaban en el calvario, la del centro era tuya, pero Cristo tomó tu lugar, y cuando vienes a él es cuando podrás disfrutar de completa paz en tu alma atribulada”. La cruz es lo que guía el camino al cielo.

III.    QUE JESUCRISTO LE ASEGURA SU SALVACIÓN

1. Él no le cierra la puerta a nadie v.37. ¿Ha visto usted en el evangelio algún caso donde Jesús haya rechazado a alguien que viniera a él? ¡Muéstreme un solo caso! ¿Rechazó al ciego, al leproso, al paralítico, a Nicodemo, a los niños? Es que nunca ha habido ni habrá un rechazo de parte de Jesús. Los que están condenados no podrán hablar desde su lugar de tormento que vinieron a Jesús y el les echó fuera. Más bien los fariseos le criticaron, diciendo que “éste a los pecadores recibe”. Los que son enviados por el Padre para que él los salve jamás son rechazados. ¿Te has dado cuenta cómo es que el mundo nos acepta? El mundo te rechaza por el color de tu piel, por tu idioma, por tu cultura, por tus conocimientos y hasta por tu religión. Pero escucha lo que dijo Jesús hace más de dos mil años: “El que a mí viene, no le echo fuera”. En esto consiste la salvación. El Padre le envía la gente a su Hijo, pero Jesús no se pone a clasificarlos. Él los recibe exactamente como su Padre se los envía. No hay tal cosa como un concurso para escoger a los que a él vienen. Jesús no le cierra la puerta a nadie. Ponte a pensar cómo es que vienes a Jesús. Venimos a él con debilidad, con una fe vacilante, con poco conocimiento, con una menguada esperanza, con oraciones indecisas, con confesiones incompletas, con una alabanza desganada, y sin embargo, él nos recibe. Qué pasaría con nuestras vidas si Jesús tomara en cuenta cómo venimos a él. Pero el que “a mi viene, no le echo fuera”.

2. El nos vestirá con un cuerpo nuevo vv. 39, 40, 44.  ¡Cuán hermoso es este texto! Por un lado el Padre se encarga de traernos al Hijo, y el Hijo nos asegura abrirnos no solo la gran puerta, sino resucitarnos en el “día postrero”. La muerte sigue siendo un misterio sin resolver para mucha gente. Pero lo es más cuando la persona no sabe dónde pasará la eternidad. Sin embargo Jesucristo vino para deshacer el poder de la muerte por medio de la resurrección. Cuando él habló en este pasaje todavía no había resucitado, sin embargo cuando vino a Lázaro que ya tenía cuadro días muerto, dijo: “Yo soy la resurrección y la vida, el cree en mí, aunque esté muerto vivirá”. Y como cosa muy segura, en este mismo texto Jesús dice tres veces que a todos los que el Padre le diera los resucitaría en el día postrero. ¿En qué basaba Jesús su confianza? Que la resurrección de los muertos está garantizada por lo que pasó con él mismo. ¿Qué nos dicen las Escrituras?  Que fue el poder de Dios que resucitó a Cristo de la muerte, y que ese mismo poder actuará también  en nosotros: “Sabiendo que el que resucitó al Señor Jesús, a nosotros también nos resucitará con Jesús, y nos presentará juntamente con nosotros” (2 Cor. 4:14). Hermanos, nadie que venga a Cristo quedará con su vestido viejo.

Ya él ha preparado tu vestido eterno.

CONCLUSIÓN: Los derechos de propiedad la salvación tiene un solo dueño, el Padre celestial. Jesucristo es el instrumento que el Padre ha enviado para hacer posible esa obra. Él descendió del cielo para cumplir con esta tarea. No vino para hacer otra cosa que no fuera la voluntad del Padre (v. 38). ¿Y cuál fue la voluntad del Padre? “Que todo el aquel que vea al Hijo, y crea en él tenga vida eterna…” v. 39. ¿Cuántos de nosotros sentimos que el Padre nos ha traído al Hijo para que creamos en él y tengamos vida eterna? ¿Ha sido usted atraído a Cristo por el Padre?

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