No Juzgar
(Mateo 7:1-6)
INTRODUCCIÓN: Los seres humanos somos verdaderamente complejos. Tenemos la tendencia de medir a los demás de acuerdo a lo que vemos por fuera. Al compararnos con otros para juzgarlos, descubrimos un sin fin de fallas, pero no siempre vemos las nuestras. Hemos hecho nuestro propio instrumento para medir a los demás, pero muy rara veces lo usamos para medir el tamaño de nuestra propia condición. Sin embargo, debemos recordar que “metro” que usamos para medir los demás servirá también para que nos midan a nosotros. En Juan 7:8 el Señor nos recuerda que no debemos juzgar de acuerdo a las apariencias sino hacerlo con justo juicio. Por supuesto que el Señor no está diciendo que no debemos hacer una evaluación para distinguir entre el bien y el mal. Claro que somos llamados para exhortarnos los unos a los otros. También se nos insta a tener cierto juicio de valor para determinar qué clase de espíritu se mueve en determinada ocasión (1 Jn. 4:1). Y para aquellos que creen que ciertas conductas no debieran ser juzgadas, la misma Biblia es el juez que determina lo correcto. Lo que la Biblia llama pecado, nosotros no podemos llamarlo de otra forma. Al hacer esto estamos poniendo las cosas en el lugar que corresponde. Todo juicio debe hacerse apegado al dictamen de la Biblia. Ahora lo que Jesús prohíbe con este mandamiento es hacer un juicio apresurado, sin tomar en cuenta que me está prohibido “mirar la paja en el ojo de mi hermano”, mientras tengo en mi ojo una viga sin sacar. ¿Por qué este mandamiento en el Sermón del Monte? ¿Por qué estamos inhabilitados para juzgar a los demás de esta forma?
I. PORQUE AL JUZGAR A OTROS QUEDAMOS TAMBIÉN BAJO JUICIO
1. “No juzguéis, para que no seáis juzgados”. Solo Dios tiene la prerrogativa de hacer juicio. En todo caso, el único juicio que nos está permitido es a nosotros mismos. De manera que si nuestros labios se abren para juzgar a otros de una manera negativa, quedamos bajo juicio automáticamente. Este asunto de juzgar es tan serio que el mismo Padre le entregó al Hijo esa delicada tarea (Jn. 5:22, 27, 30). ¿Que por qué el Padre ha hecho esto? Porque así como Jesús tiene todas las credenciales para ser nuestro salvador, también por su misma condición de obediencia, es el único capaz de ser juez al mismo tiempo. Así que cuando usted juzga a otro, lo cual es sinónimo de condenar, lo que está haciendo es usurpar la autoridad que le corresponde al Señor. No sé hasta dónde habíamos entendido esta palabra, pero nuestra propia naturaleza pecaminosa nos inhabilita para juzgar. El problema es que nuestro juicio nunca podrá ser transparente. Se encontraba una familia de cinco personas pasando el día en la playa. Los niños estaban haciendo castillos de arena junto al agua cuando a lo lejos apareció una anciana con sus vestidos sucios y harapientos recogiendo cosas del suelo y poniéndolas en una bolsa. Los padres llamaron a sus niños y les dijeron que no se acercaran a la anciana. Cuando ella pasó junto a ellos, inclinándose una y otra vez para recoger cosas del suelo, dirigió una sonrisa a la familia. Pero ellos no le devolvieron el saludo. Algunas semanas después supieron que la anciana llevaba toda su vida limpiando la playa de vidrios para que los niños no se hirieran los pies. ¿Sabía usted que las personas que más juzgan son las que al final serán más juzgadas? El juzgar a otros a la final se convierte en un boomerang.
2. Al juzgar nos convertimos en acusador. El último trabajo que un hijo de Dios está llamado a ser es convertirse en un acusador de su mismo hermano. Dios no nos ha elegido para que seamos abogado acusador. ¿Usted sabe quién es el acusador del creyente? ¡Satanás! Mire lo que la Biblia nos dice a este respecto: “Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche” (Apc. 12:10). Así, pues, cuando juzgamos de una manera indiscriminada a otro hermano, nos estamos haciendo amigos del diablo. Pablo pregunta en Romanos 8:33 lo siguiente: “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica”. El único que tiene el poder para redimir o para condenar es Cristo, no es el diablo ni otra persona. Satanás se siente muy complacido cuando en la misma iglesia le ayudan en su trabajo. Pero lo que debemos recordar es que desde el momento que nos constituimos en jueces de nuestros hermanos, le estamos haciendo el trabajo a Satanás.
II. PORQUE SEREMOS MEDIDOS SEGÚN LA FORMA QUE JUZGAMOS
1. Medidos por el tamaño de la lengua. La medida que usamos para con los demás, Dios la usará de la misma manera para nosotros. Si entendiéramos las implicaciones de esta palabra nos abstendríamos de usar de una forma desmedida la lengua para criticar a otros. No creo que resulte muy alentador pensar que mi Dios me trate de la misma manera con la que yo trato a mi hermano. No somos llamados a juzgar sino a perdonar y a levantar al hermano. En este mismo capítulo Jesucristo habló del perdón recíproco, diciendo: “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también vuestro Padre celestial; mas si no os perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mt. 6:14, 15). No podemos pretender ser tratados por Dios con benevolencia si no lo hicimos con nuestro prójimo. Mientras más juzgamos, más grande será el metro con el que seremos medidos. La tendencia humana es juzgar a los demás según nuestras normas. Pareciera que hay un sentido de satisfacción cuando logramos que los demás se parezcan a nosotros. En algunas ocasiones, los creyentes se parecen a un bandido llamado Procusto, perteneciente a la mitología griega. Él capturaba a las personas y las llevaba a una cueva donde tenía una cama de hierro. Él medía a las personas en su lecho de manera que cupieran exactamente allí. Si eran demasiadas largas las mutilaba; y si eran demasiadas cortas las estiraba hasta descoyuntarlas. ¿Sabía usted que muchas veces nosotros hacemos lo mismo? Tenemos una cama que se ajusta a nosotros y queremos que todo el mundo se ajuste a lo que nosotros somos. ¿No cree que sea mejor darle gracias a Dios que la gente no es como nosotros? Que no se nos mida por el tamaño de la lengua. Que la lengua siga siendo el órgano pequeño del cuerpo.
2. Juzgamos por nuestra iniquidad v. 3. Aquí vemos a un hombre con una viga en su ojo juzgando la paja que está en el otro. Un hombre tratando de practicar “oftalmología espiritual”, pero tiene un tronco en su ojo. Jesús nos dice que los que así actúan son los hipócritas. Son ellos los que juzgan a otros, ignorando lo que tienen en su vida. ¿Sabe usted el esfuerzo que tendría que hacer alguien con una viga en su ojo para ver la paja en el ojo del hermano? Pero Jesús dice que asía actuaban los hipócritas. Ellos eran súper críticos. Hay que cuidarse de esa actitud censuradora. Si usted vino con una actitud de crítica, de buscar algo en alguien, en su pastor, en el sermón… lo encontrará. Pero si usted vino a buscar a Dios también lo encontrará. Lo que vemos en otros es un reflejo de lo que hay en nuestros corazones. Ilustración: el gato que fue a visitar a la reina en Inglaterra y le preguntaron qué vio allí, y algunos pensando que les iba a decir que vio los grandes palacios de ese país, les dijo que vio a un ratón debajo de la silla de la reina. Romanos 2:1-3 nos muestra las razones por las que no podemos juzgar a otros. En este mismo sentido, somos propensos a juzgar los pecados escandalosos en otros, pero no hacemos lo mismo con los pecados del carácter. Hay pecados de la carne que están escondidos, pero el Señor los ve. Podemos escondernos en una vida santurrona que no permite ver nuestra condición. Antes de juzgar a otros tenemos que juzgarnos a nosotros.
III. PORQUE TENEMOS QUE QUITAR LA VIGA ANTES DE QUITAR LA PAJA
1. El que juzga no se da cuenta de su viga. No todos están calificados para reprender a otros. Lo que Jesús nos está enseñando acá es que las faltas que veo en mi hermano no son comparadas con las que yo mismo pudiera estar teniendo. La “paja” que hay en el ojo de mi hermano no es comparada con la “viga” que estoy llevando. Lo que Jesús condena aquí es esa actitud que forma todo un escándalo por faltas más pequeñas mientras él se permite hacer cosas más graves. Muchos de los juicios que hacemos contra otros han sido errados. Nosotros juzgamos según la apariencia, mientras que solo Dios juzga de acuerdo al corazón. Lo que Jesús nos muestra aquí es que algunos pecados debieran aparecer a nuestros ojos mayores (este el sentido de la viga), de manera que nuestra conciencia sea la que determine que al juzgar a otro yo mismo tengo pecados peores. Solo una persona con una extraordinaria capacidad espiritual queda apta para quitarle la “basurita” que tiene el otro hermano.
2. ¿Cuál es la viga mayor que hay en mi ojo? La lista es muy larga, pero voy hacer referencia a la más común: la falta de un sincero amor por lo demás. Uno de los textos que no usamos con frecuencia, a lo mejor por esa misma actitud de buscar las fallas en los demás y no las nuestras, nos dice: “No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley… El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor”. (Romanos 13:8, 10). Los fariseos creían cumplir la ley pero no tenían amor. Sin embargo, los que cumplen la ley son los que dan amor. Escuche esto: “El que ama al prójimo, ha cumplido la ley”. El amor limpia nuestros ojos de la viga antes de ver la paja en los demás.
CONCLUSIÓN: Jesucristo enfáticamente nos ha dicho: “No juzguéis…”. Este mandamiento plantea que al juzgar quedamos también bajo juicio. Al juzgar a otros nos exponemos a ser medidos con la misma media. Y al juzgar a otros nos damos cuenta que hay una viga en nuestros ojos lo cual nos impide buscar la paja de el otro hermano. La única manera permitida para “juzgar” a otros, la encontramos en Gálatas 6:1 “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo”. En lugar de juzgar debemos restaurar.