Mi Dios suplirá todo lo que os falte
Una de las promesas de la Biblia está en Filipenses 4:14-20 donde nos dice que Dios suplirá todo lo que nos falte conforme a sus riquezas en gloria
Sin duda que uno de los textos preferidos por el pueblo de Dios, es el que Pablo menciona en esta parte final de su epístola del gozo: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús”
Una promesa como esta resulta muy alentadora, sobre todo cuando vemos que hay vientos borrascosos que están golpeando muy fuertemente el sustento para la familia. También es alentadora cuando vemos que la aparición de una enfermedad se hace presente para atemorizarnos y robarnos el gozo que nos viene del Señor. Y lo es también cuando notamos que hay vacíos en la vida, tales como: la soledad, la falta de comprensión; y en algunos casos, hasta la falta de un amor verdadero.
Es bueno que podamos asirnos de esta promesa, pues todo es posible según “sus riquezas en gloria en Cristo Jesús”. Sin embargo, este texto no podríamos sacarlo de su contexto para darle una interpretación libre. Pablo afirmó esta promesa después de haber reconocido y elogiado la participación de los filipenses en su ministerio. Cuando él podía moverse predicando, dijo: “Antes vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo, estas manos me han servido…” (Hechos 20:34). Pero ahora está preso, y necesitó de depender de otros, entre los que aparecen los filipenses, los más fieles en el asunto de “dar y recibir”.
Al dejar, pues, esta promesa con ellos, les estaba recordando lo que Jesús ya había dicho: “Y cualquiera que diere á uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, en nombre de discípulo, de cierto os digo, que no perderá su recompensa (Mateo 10:42). Veamos cómo es que Dios puede suplir todo de acuerdo a esta promesa. Consideremos su naturaleza.
Cuando participamos generosamente en el avance de la obra
“En gran manera me gocé en el Señor de que ya al fin habéis revivido vuestro cuidado de mí…”
Filipenses 4:10. Hemos dicho que Pablo siempre fue un hombre independiente para hacer la obra del Señor. Nunca quiso ser una carga para los hermanos a quien servía. Pero llegó el día cuando sus capacidades físicas fueron limitadas por sus enfermedades y por el encierro de la cárcel. Aun cuando estaba preparado para enfrentar cualquier fuera su situación, la generosidad de los hermanos filipenses llegó a ser su más grande alivio. Note la fuerza de este texto. No dice que solamente se gozó, sino que “en gran manera me gocé”. La palabra “revivido” acá tiene su aplicación en la primavera cuando comienzan a salir las hojas y las flores en los árboles. Ellos habían perdido la conexión, pero ahora hay gozo y gratitud por reactivar los envíos. Dios bendice el interés de aquellos que no paran de compartir para que la obra del Señor no se detenga.
“Bien hiciste en participar conmigo…”
Filipenses 4:14. Previo a este texto Pablo dijo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” v. 13. Es como si dijera: “Aun cuando para mí esta promesa es la razón por la que vivo, la participación de ustedes en mis necesidades ha sido bienvenida”. La palabra clave de este texto es “participar”. ¿En qué participaron ellos? En sus tribulaciones. Una traducción libre nos dice: “Fue bueno de parte de ustedes que participaran en mis problemas”.
Los filipenses no abandonaron a su apóstol en el momento más crítico, sino que se sintieron parte de sus angustias y penas mientras pagaba condena por servir a Cristo. Pablo les dice que por cuanto ellos han participado (y por cierto dice que son los únicos), “mi Dios, pues, suplirá lo que haga falta”. ¿Qué les pudo hacer falta? A lo mejor lo que ellos habían dado para él. Amados, nada honra más a un creyente que cuando participa con gozo en el sostenimiento de los que están al frente del combate. Los recursos que damos para la obra del Señor son los que prevalecen.
Cuando estamos pendientes en que nada falte en la obra
¿Qué podemos hacer con las cargas?
La Biblia nos habla de tres cosas que podemos hacer con las cargas. Una es llevarla nosotros mismos. Hay cargas que solamente yo puedo cargarlas, no son trasferibles. Otra es compartirlas. Pablo nos dice que sobre llevemos las cargas los unos de los otros. Pero la otra es que hay cargas que debemos ponerlas delante del Señor. Los hermanos filipenses habían aprendido el arte de ayudar a llevar la carga. Prácticamente se habían hecho cargo de las necesidades de Pablo. Pero para ellos, lejos de ser una “carga”, la carga, era una satisfacción. ¡Cuánto gozo habría en sus corazones cuando oyeron la gratitud de Pablo respecto al cuidado que de ellos tuvieron para su ministerio!
Ellos tenían diez años apoyando su ministerio desde que él estableció la iglesia entre ellos Filipenses 4:15-16. Ninguna otra cosa puede llenar más de gozo el corazón de un creyente que el saber que es parte del sostenimiento de la obra del Señor. El cielo contabiliza la inversión que hagamos en el reino. Alguien tenía que sostener a Pablo. Los filipenses lo hicieron. Vivamos satisfechos por ayudar a sostener la obra. No dejemos que la carga sea llevada por unos cuantos.
“Enviasteis una y otra vez”
Los hermanos filipenses estuvieron pendientes de las necesidades de Pablo. Ellos se aseguraron de suplir todo lo que a él le hizo falta. No es extraño que cuando Pablo presentó la promesa de la provisión divina para ellos, donde decía que Dios supliría todo, era un hecho cierto. Filipenses pertenecía a las iglesias de Macedonía; de ellas el apóstol, refiriéndose a la forma cómo se entregaron a la obra del Señor, dijo: “Que en grande prueba de tribulación, la abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su generosidad. Pues doy testimonio de que con agrado han dado conforme a sus fuerzas, y aun más allá de sus fuerzas…” (2 Cor. 8:2, 3). Pero a pesar de su pobreza, ellos no dejaron de suplir las necesidades Pablo.
¿Piensa usted que Dios no sería suficiente para suplir a ellos después lo que les faltara? La tentación que podemos tener cuando las cosas económicamente andan mal es dejar de dar para la obra del Señor. Parece que el primer recorte que hacemos son los diezmos. Pero eso es la peor decisión que usted puede hacer. Si usted cree en la promesa de Filipenses 4:19, debe saber que su Dios no le fallará. No le falle usted al Señor. Los filipenses nos dicen que no debemos parar de dar. El creyente fiel jamás compromete ni gasta lo ha dispuesto en su corazón para apoyar la obra del Señor. El creyente fiel da una vez y la otra también. Sostengamos las “cuerdas” de los que descienden a la obra.
Cuando vemos los frutos en nuestra cuenta celestial
No busco dádivas
Así comienza Pablo el versículo 18 (Filipenses 4:18). El no predicaba el evangelio con la finalidad de obtener ganancias por esto. Lamentablemente muchos obreros modernos no leen el testimonio de Pablo respecto al asunto del dinero. Estimamos que si alguien merecía ser sostenido por sus hermanos, era Pablo. Pero aunqueel mismo enseñó que el obrero es digno de su salario, y que no había que poner bozal al buey que trilla, prefirió, en no pocos casos, no depender de los donativos para que sus enemigos no lo agarraran por esta parte. Es más, cuando recogió la gran ofrenda para los hermanos necesitados de Jerusalén se aseguró que un buen equipo lo acompañara. Buscó uno de sus mejores hombres para llevar a cabo tan grande donativo de modo que no hubiera razones para la crítica (2 Cor. 8:18-21). Y este principio también se aplica para los que damos. Cuando damos para la obra no hay tal cosa como la espera de una recompensa. Cada uno de cómo propuso en su corazón. No hay otros intereses al hacerlo, solo para el Señor.
Frutos a nuestra cuenta
Lo sorprendente de Pablo es mostrarnos que la intención en recibir los donativos es para que el dador sea más bendecido. Una traducción libre, dice: «Estoy buscando lo que aumentará el saldo a favor de vuestra cuenta». Es como si dijera: “Lo que ustedes me han enviado, está ahora colocado en el mejor bando, con sus mejores intereses”. Y la verdad es que no hay otro banco como el del cielo. Allí, ni lo ladres pueden robar, ni el dinero perece por falta de uso. La cuenta celestial gana mejores intereses que la cuenta que pueda tener aquí en la tierra. El dinero dado para la obra del Señor bendice a quien lo da, más que a quien lo recibe. Este fue el principio de Cristo (Hechos 20:35).
Hermanos, hay una cuenta abierta en los cielos cuyo único encargado de que gane intereses somos nosotros mismos. Escuche lo que Cristo dijo a este respecto: “Y cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa” (Mateo 10:42). No perdamos los galardones celestiales. No perdamos la bendición que nos aguarda por haber sido malos mayordomos con lo entregado.
Cuando lo que entregamos tiene el olor de la calidad
Enviando al mejor y enviando lo mejor
Los hermanos de filipenses habían comisionado a Epafrodito como el mensajero para llevar a Pablo lo que ellos habían preparado. No tuvieron a alguien mejor que él. Pablo después le va a reconocer como un verdadero “ministrador de mis necesidades”. ¿Cuánto enviaron para su sostenimiento? Pablo lo calificó así: “Pero todo lo he recibido, y tengo abundancia; estoy lleno, habiendo recibido de Epafrodito lo que me enviasteis; olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios” v. 18. ¡Qué extraordinario que una iglesia pueda decir lo que dijo Pablo! Esto habla de una ofrenda de calidad. Como cuando David pecó contra Dios haciendo un censo de su ejército, y al ser castigado por su actitud, decidió comprar un lugar para levantar un altar al Señor: “No ofreceré sacrificios a Dios que no me cueste nada” (2 Samuel 24:24).
O como María de Betania que quebró sobre la cabeza de Jesús aquel perfume de nardo puro, ungiéndole para la sepultura. La promesa de Dios para los dadores es hacer que sobre abunde bendición en todo lo que se emprenda (2 Corintios 9:8). El deseo de Dios para todos nosotros es que no seamos escasos, pues él no ha sido escaso con sus bendiciones. Todo lo que de Dios tenemos es abundante. Vea el aire, el sol, los mares, los cielos, el sustento, la salvación y por si faltara algo, la vida eterna. ¿Por qué ser escaso?
Que sea de olor grato lo que damos
Los sacrificios antiguos tenían que ser lo mejor que la gente podía ofrecer. Era la única manera cómo podían ser aceptados. Tenían que ser agradables delante del Señor. Pablo reconoció que los filipenses le habían enviado lo mejor, tanto así que reconoce que era “olor fragante, sacrificio acepto” delante de Dios. Él les estaba recordando que lo que ellos estaban haciendo, más que para Pablo, era para el Señor. Considere por un momento las aromas que son gratos para usted. ¿Qué tal una flor fragante… o el perfume que usa su esposa… o el agradable olor de un bebé recién bañado? Sin embargo, considere lo siguiente: ¡Ninguna “aroma” es mejor al Señor, ni le produce mayor placer, que cuando usted da para ayudar a Su causa!
Todo lo que necesitamos será suplido
¿No es asombroso pensar que todo lo que nos haga falta será suplido? Recuerde que quien hace esta promesa es Dios. Pero no es cualquier Dios es “mi Dios”. La conjunción causal “pues”, vincula al resto del pasaje. Por cuanto los filipenses habían sido generosos con el apóstol, Dios ya había tomado en cuenta su dedicación. La promesa nos dice que las necesidades de ellos serían suplidas. Pero ahora note cuál es la fuente para este abastecimiento: “según sus riquezas en gloria, en Cristo Jesús”. Tengo la impresión que la economía del cielo no tiene problemas de “recesión”. Agarremos esta promesa. No perdamos las bendiciones. Seamos generosos con la obra del Señor.