Llegamos al último domingo de Adviento recordando nuevamente que esta temporada prepara nuestro corazón para el Rey. Hoy meditamos en la paz de Dios, una paz que no depende del entorno. Jesús dijo: “La paz os dejo, mi paz os doy… no como el mundo la da” (Juan 14:27). Su paz no es emocional; es espiritual y transformadora.
La paz de Dios llega cuando dejamos de pelear con nuestras propias fuerzas. “Echando toda vuestra ansiedad sobre Él, porque Él tiene cuidado de vosotros” (1 Pedro 5:7). En una época marcada por estrés, presiones económicas y cargas internas, esta paz es medicina para el alma.
Además, su paz gobierna lo que sentimos. “El Señor dará fortaleza a su pueblo; el Señor bendecirá a su pueblo con paz” (Salmo 29:11). No es evasión; es presencia. Cristo no nos prometió ausencia de tormentas, sino calma en medio de ellas.
La paz de Dios se vuelve refugio en tiempos difíciles
Dios actúa como un escudo emocional y espiritual. “Y la paz de Dios… guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:7). Guardar significa proteger, rodear, cubrir. Su paz sostiene incluso cuando no entendemos lo que vivimos.
También se vuelve guía. “Que la paz de Cristo gobierne vuestros corazones” (Colosenses 3:15). La paz no es solo consuelo; es dirección. Cuando Cristo gobierna, la confusión pierde fuerza.
Finalmente, la paz de Dios nos prepara para celebrar Navidad con corazón sereno y expectante. “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera” (Isaías 26:3). Este último domingo es una invitación a respirar hondo, descansar, y permitir que su paz marque el ritmo de nuestra vida.
