En el capítulo cuatro de Colosenses Pablo nos exhorta a temas prácticos como el uso de la palabra dicha como conviene en nuestra manera de hablar. Que nuestras palabra estén sazonadas con sal para que hablemos bien.
Colosenses 4:5, 6
El título del mensaje para esta ocasión lo tomamos de Proverbios 25:11 que dice: “Manzana de oro con figuras de plata es la palabra dicha como conviene”.
Cuando Salomón presentó este proverbio nos dejó claro que las palabras que salen de nuestra boca definitivamente nos delatan. Definen quienes somos. Muestran lo que hay adentro, porque “de la abundancia del corazón habla la boca”. Tanto el oro como la plata son los metales más preciosos, y compararlos con nuestra manera de hablar es pensar en lo que es correcto e importante.
Una palabra bien dicha es una joya valiosa, capaz de lograr cambiar un estado de ánimo y hasta arreglar los desacuerdos. Ese tipo de palabras es apropiada, oportuna en tiempo y en circunstancia. Es aquella palabra que tiene la misión de corregir, enderezar y levantar al mismo tiempo. Otro proverbio nos dice que “la muerte y la vida están en poder de la lengua, y el que la ama comerá de sus frutos (Proverbios 18:21).
Entonces con la lengua o matamos o damos vida. Pablo, en la medida que va terminando esta carta exhorta a sus hermanos acerca de cómo debe ser el comportamiento ante los demás. Porque la mayor parte de la vida del creyente es que fuera de la iglesia, él debe saber cómo ha de ser su comportamiento. La gente pronto juzgará nuestra conducta y palabras, para bien o para mal, el tipo de cristiano que soy. Entonces, cuál es la palabra bien dicha como conviene que hará la diferencia en nuestras vidas.
Veamos lo siguiente.
Es la que se habla siempre con gracia
Las palabras que no tienen gracia.
Si bien Pablo habla que las palabras siempre deben ser con gracia, tenemos que hablar primero de aquellas que están carentes de eso, y la Biblia las ubica y le da su lugar. ¿Cuáles son esas palabras donde no está presente la gracia? Jesucristo inició la lista cuando nos dijo: “Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio” (Mateo 12:36).
Las palabras ociosas son aquellas donde mi lengua se suelta libremente a decir cosas que no contribuyen a la mutua edificación. Porque definitivamente las palabras edifican o destruyen, desaniman o inspiran, curan o dañan. Así que soy llamado para saber qué es lo que voy a decir y cómo lo voy a decir. Y esto lo mencionamos porque los mismos proverbios nos dicen que “en las muchas palabras no falta pecado, pero el que refrena sus labios es prudente” (Proverbios 10:19). Y Salomón para hacernos saber acerca del cuidado que debemos tener al hablar nos dice “aun el necio, cuando calla, es contado por sabio” (Proverbios 17:28). Nadie debería hablar mejor que un hijo de Dios. Por supuesto que acá no se trata de hablar con palabras refinadas, sino hablar sabiendo que soy un representante del cielo.
Las palabras llenas de gracia
Colosenses 4:6. Se dice que, a excepción del beso, el hablar es la forma de comunicación más emocionante que se ha desarrollado. En cada conversación dejamos impreso en los demás la manera en que pensamos o lo que somos. De allí que la recomendación de Pablo es para que nuestra conversación esté llena gracia, no tanto que sea graciosa. No siempre una persona graciosa es una persona llena de gracia. La idea es que seamos agradables y corteses, amables y bondadosos a la hora de hablar, sobre todo con el inconverso.
Santiago nos advierte que no puede salir de una misma fuente, agua dulce y amarga, al referirse al uso de la lengua. Las palabras llenas de gracia tienen que estar dirigidas por el Señor, pues la palabra “gracia” nos viene del regalo que él nos ha dado. Hablar con gracia es usar el idioma del cielo. ¿No nos dice la Biblia que hemos sido salvos por gracia? Vivimos por gracia y debemos hablar con esa gracia.
El sentido de todo esto es que el espíritu de Cristo esté presente siempre en mi conversación. Cristo nunca usó una mala palabra, porque, aunque le habló muy fuerte a los fariseos, tanto que los trató de hipócritas, todos se admiraban de cómo hablaba. Se nos recomienda a decir la verdad en amor.
Es la que está sazonada con sal
Hablar para preservar.
Jesucristo ya nos había dicho que nosotros somos la “sal de la tierra”. Esta distinción desde el principio nos hace ver que somos llamados para hacer la diferencia en la tierra. En los tiempos cuando no existían refrigeradoras, las comidas, en especial las carnes y los pescados, eran preservadas a través de la sal. Su función era evitar la corrupción. Cuando Pablo nos dice que nuestra palabra está siendo sazonada con sal es porque sabía que nosotros somos la sal de la tierra.
De hecho, la palabra “sal” se refiere a la influencia que los creyentes ejercemos para impedir la maldad y para preservar al mundo de la corrupción espiritual. Esto significa que debiera dar gusto escuchar hablar a un creyente y no vergüenza. Las palabras corrompidas al parecer son las que más abundan por todas partes. Pablo alentó a los hermanos de Éfeso para que tuvieran apercibidos del tipo de palabras que hablaban.
Entre tantas amonestaciones está aquella que dice: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea Buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes” (Efesios 4:29). Y si la palabra es para preservar como la sal, que lo hagamos contra el pecado porque no puede ser tratado de otra manera.
Hablar para dar sabor.
Pero la función más importante de la sal es que pueda dar sabor. Esto es lo que le da el toque a la comida. Si bien es cierto que hoy frente a ciertas enfermedades se recomienda que tengan lo mínimo de sal, nada es más sabroso que una comida bien sazonada, donde la sal haga su trabajo. ¡Que tenga su punto!
Así que no son pocos los que sufren al tener que comerse una comida sin sal. ¿De qué manera nuestra palabra puede tener ese punto justo de sal? Bueno, por un lado, que no sea insípida, ni esté pasada de sal. Las palabras que decimos deben tener conocimiento de la fuente; eso es, la palabra de Dios.
Cuando estamos llenos de esa palabra, las nuestras serán dadas con sabiduría. Me gusta escuchar a alguien que hable con sabor. Cuando esto hacemos, la gente que nos oye pronto sabrá que están en presencia de un genuino creyente.
¿No dijo Jesús que de la abundancia del corazón habla la boca? De la mujer virtuosa se nos dice que cuando “habla, sus palabras son sabias, y da órdenes con bondad” (Proverbios 31:26). Que nuestro hablar sea como lo dijo Isaías: “Jehová el Señor me dio lengua de sabios, para saber hablar palabras al cansado…” (Isaías 50:10). Que nuestras palabras sean sazonadas con sal.
Es la que sabe responder bien
Responder sin oír primero.
Una de las cosas más difíciles del ser humano es saber escuchar. No siempre se cumplen las palabras que nos dijera Santiago que “todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse” (Santiago 1:19). Con frecuencia interrumpimos al que está hablando, simplemente porque no lo estamos oyendo.
En no pocas ocasiones respondemos sin pensar porque pareciera que lo que queremos es imponer nuestra conversación sobre el otro que habla. Los hombres y las mujeres sabias tienen la disciplina de saber escuchar antes de responder. Nuestra naturaleza pareciera ser como la de algunos animales que siempre están prestos para contraatacar.
Cuando respondemos sin haber oído, y no pensado adecuadamente, el resultado será un choque de palabras, un alzamiento de la voz y hasta encender el furor. Una de las virtudes del fruto del Espíritu es el dominio propio. Tenemos que admitir que esta última parte del fruto del Espíritu Santo es la que más fallamos al hablar.
Es la falta de templanza la que nos lleva con frecuencia a pecar contra Dios. Cuánto necesitamos aprender de la palabra de Dios la necesidad de oír bien para poder responder bien. Nos evitaríamos malos ratos si hiciéramos lo primero.
El arte de responder bien.
Hablamos del arte porque esto debe aprenderse. Los hijos de Dios tenemos la ventaja de poder hablar bien porque contamos con la presencia del Espíritu Santo como nuestro mejor instructor. Una vida más íntima como él nos ayudará a saber responder bien. Qué tal las palabras de reconocimiento.
Qué tal que la blanda respuesta quita la ira. Pero que mal es cuando la palabra áspera hace subir el furor. A los hombres se nos dice cómo debemos hablar a nuestras esposas. Pedro, quien tuvo un carácter fuerte, tuvo que aprender la lección de cómo hablar a la esposa, porque nos ha dicho que no seamos ásperos con ellas.
Se dice que más hieren las palabras que los golpes. En este arte de hablar bien debe existir la firmeza de saber responder gentilmente. Pablo nos dice “portaos varonilmente”, y en eso está implícito la manera como debemos responder los hombres, sobre todo cuando se trata de una conversación entre los esposos. Aquí hablamos no de una competencia de gritos, sino de aprender a responder adecuadamente. Nuestro modelo sigue siendo Jesucristo. Mi conclusión es que cuando estoy controlado por el Espíritu Santo sabré responder mejor. ¿Cómo responde usted a lo que oye?
Es la que se usa para aprovechar el tiempo
Andando sabiamente para con los de afuera
Colosenses 4:3. Este texto pareciera no estar relacionado con el tema, pero no es así. La exhortación empieza con nuestro “andar sabiamente con los de afuera”.
Hemos dicho que nuestro hablar nos delata. Los hombres que nos escuchan pronto descubrirán el tipo de testimonio que presentamos. Nuestro comportamiento será la referencia si andamos sabiamente para con los de afuera. Y es aquí donde mis palabras deben estar respaldadas con los hechos. En esta parte, ambas cosas deben ir unidas.
Hablamos siempre con los de afuera, pero en algunos casos haríamos bien en callarnos y cuidar mejor la manera de comportarnos; mientras que otros, que viven vidas coherentes, tendrían que atreverse a dar testimonio con su boca.
Las oportunidades que se nos presentan con los que no conocen al Señor no son frecuentes, de allí que debo aprovechar el tiempo para hablarles bien de Jesús, hablarles bien de su Novia, la iglesia, y sobre todo dejar delante de ellos un buen testimonio para que vean que vale la pena seguir al Cristo que predicamos y que es bienvenido a la iglesia donde nos congregamos. La sabiduría en nuestro hablar y testimonio será un imán para con los de afuera.
Redimiendo bien el tiempo
Colosenses 4:3b. La palabra “redimir” significa literalmente “comprar las oportunidades”. El sentido de esta frase es que el tiempo es corto y las oportunidades se desvanecen en seguida. Hace muchos años se dijo que los “días son malos” y eso no ha cambiado. Esto significa que debemos estar conscientes de lo que hablamos por la misma condición que los tiempos se nos van y con ello las oportunidades.
Sí, la mejor manera de hacer realidad “las palabras dichas como convienen” es aprovecharlas para hablar de Cristo “a los de afuera”, a los que no conocen al que nosotros conocemos. Los incrédulos están cegados. Ellos no se dan cuenta cuán malos son los días y sus días. Por tanto, no hay que desperdiciar ninguna de las oportunidades que se nos presentan para hablar y “redimir” las palabras al presentar el mensaje más glorioso, aún cuando las consecuencias tengan que ver con algún rechazo o que se burlen de nosotros.Es interesante que el verbo “redimir” es el mismo que se emplea para describir la redención que Cristo logró en la cruz.
El precio que pagó Cristo ahora debemos pagarlo redimiendo el tiempo, hablando a otros de esta salvación que ahora tenemos en Cristo. No desperdiciemos el tiempo hablando con los de afuera de otras cosas que no sea del tema de la salvación de su alma.
La palabra dicha como conviene
En la historia de David hay una que nos puede ilustrar lo que he querido decir en este mensaje. Se trata de aquella de 1 de Samuel 25. Es el encuentro de David con aquella mujer llamada Abigail. Esta mujer tenía a su esposo llamado Nabal, muy rico, con muchas ovejas, y al parecer los siervos de David habían cuidado sus rebaños en el desierto. Pero Nabal era un hombre muy insensato, como su nombre.
Un día David estando en el desierto, y con un ejército hambriento, envió a diez jóvenes para que hablaran amablemente con Nabal de modo de solicitarle comida y víveres para su ejército (v. 6). Pero la respuesta de Nabal fue muy dura y áspera (v. 9-11), y estos jóvenes regresaron apenados a su líder David. Frente a esas palabras de menosprecio David tomó la decisión de acabar con aquel hombre insensato y todo lo que tenía, y cuando venía con todos sus hombres, y con una gran sed de venganza, le salió al encuentro Abigail, mujer inteligente y sensata para detenerle, persuadiendo con palabras sabias y prudentes (v.24).
David, al escuchar de esta mujer las razones por las que su esposo actuó así, desistió de su propósito, y esa mujer por haber dicho las palabras como conviene delante de rey David, en quien ella reconoció que ya erel ungido y futuro rey de Israel, evitó una tragedia y dejó que fuera Dios quien juzgará la causa del rey. Abigail será reconocida por las amables y sabias palabras que cambiaron a un corazón que tenía sed de venganza. La blanda respuesta quita la ira. Entonces, mis amados, “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno”. Hablemos como lo que somos.