La marcha de los redimidos
Estudio basado en el Éxodo 14, en la experiencia de Moisés y el milagro del cruce del mar rojo con la marcha de los redimidos
Una maestra contaba a sus alumnos el relato del cruce del mar rojo con mucha pasión, diciendo: “Y extendió Moisés su mano sobre el mar, e hizo Jehová que el mar se retirase por recio viento oriental toda aquella noche; y volvió el mar en seco, y las aguas quedaron divididas. Entonces los hijos de Israel entraron por en medio del mar, en seco, teniendo las aguas como muro a su derecha y a su izquierda (14.21-22)”. Danny, un chico de nueve años, muy despierto como son ellos a esa edad, salió corriendo de su aula de Escuela Dominical. Sus ojos se movían en todas las direcciones buscando a sus padres. Cuando por fin halló a su padre, lo tomó por las piernas y le contó a gritos: “Papi, ¡esa historia acerca de Moisés y todo aquel pueblo que cruzó el Mar Rojo fue fenomenal!”.
El padre del niño miró a éste, sonrió, y le pidió que le contara. “Los israelitas salieron de Egipto, pero Faraón y su ejército los persiguieron. El pueblo corrió tan rápidamente como pudo hasta el Mar Rojo. El ejército egipcio estaba cada vez más cerca, así que Moisés se puso en su radioteléfono portátil y le ordenó a la Fuerza Aérea Israelí que bombardeara a los egipcios. ¡Mientras esto sucedía la Marina Israelí construyó un puente de lanchas y el pueblo llegó hasta la otra orilla!”. Aquel padre se asombró y le preguntó. “Hijo, ¿fue así como lo oíste?”. El chico respondió: “¡No, pero si te lo contara de la manera como nos lo contó la maestra, jamás lo creerías!”.
Este milagro, tan único en la Biblia, ha dado lugar para ser ridiculizado por muchos, buscándole otras explicaciones científicas, con tal de no creer lo hecho por Dios en aquellos momentos. Pero, aparte de lo que otros puedan pensar, en este relato se encuentran unos de los retos más grandes de toda la Biblia. “Di a los hijos de Israel que marchen” era la orden. Pero ¿hacia dónde iban a marchar? ¿No habían llegado a un punto sin retorno? ¡Sí! Pero el Señor les ordenó marchar, lo cual plantea un ejercicio de fe sin precedente.
Esto es lo planteado: Dios liberó a su pueblo para marchar. No podemos quedarnos en el mismo sitio. En el mes de mayo pasado cumplimos seis años como iglesia. Han sido seis años de marcha continua. Pero el peligro pudiera ser, o quedarnos donde estamos, o retroceder por causa de los enemigos, en lugar de ver al Dios de nuestra libertad.
Entonces ¿qué deberíamos saber mientras marchamos?
En la marcha de los redimidos hay caminos que se cierran
Callejón sin salida
Éxodo 14:2. Cuando Dios ordenó a Moisés que llevara al pueblo de Israel en dirección contraria, quedaron en una especie de callejón sin salida. Eran el blanco perfecto para ser atacados por el Faraón. De modo que allí estaban los israelitas acorralados y sin esperanza entre el mar y el temible ejército de Faraón. Israel sabía de la crueldad de aquellos hombres. ¿Cuál era la situación? A un lado tenían a Migdol con sus desiertos de arena intransitables; al otro lado estaba el mar Rojo, ¡imposible ir por allí! Al lado oriental estaba la intransitable sierra de Baal-Zefón.
La única manera de escapar era devolviéndole por la misma ruta de donde venían. Pero ¿cómo regresar por allí? Todo el ejército egipcio estaba apostado en ese lugar, listo para atacar. Usted y yo tenemos que imaginarnos el tremendo aprieto en el que se encontró Moisés. Dos millones y más de personas estarían gritando al mismo tiempo ¡vamos a morir! Pero la verdad de todo esto es que, cuando no vemos ninguna salida humana, Dios está ocupado en abrir el camino por donde jamás pensamos salir.
Las puertas que Dios abre no siempre son las normales. Él abre caminos en la roca endurecida, en el anchuroso mar y en los ríos impetuosos.
La asechanza del enemigo
Éxodo 14:7. La escena a la orilla de las playas del mar rojo nos revela un cuadro de imposibles humanos. La llegada del faraón a esta parte del camino creó todas las condiciones para un genocidio total. El faraón no tenía un ejército de marcha lenta, él contaba con el más rápido de la mayor fuerza terrenal conocida.Seiscientos carros escogidos representaban una amenaza real y un desenlace fatal. Pero mientras el enemigo selecciona todo su poderío para amedrentar a los redimidos del Señor, Dios ya ha escogido sus propias huestes para enfrentar y defender. Israel aprendió eso apenas comenzando el camino de su libertad.
Hay una verdad solemne en todo esto. Vienen ocasiones a nuestras vidas donde Dios pareciera llevarnos a ciertas situaciones de gran dificultad, en donde no vislumbramos posibles salidas. Pruebas que creemos insuperables. Especies de paredes donde no se ven escapatorias. Pero si usted ha visto caminos cerrados en su marcha, hasta el punto de desfallecer, no todo se ha acabado. ¡No se desanime! Usted no marcha solo, cuenta con el mejor aliado. Dios abre las puertas donde todo se ha cerrado, y si vieras en algún momento puertas cerradas, Dios ya ha abierto la otra.
En la marcha de los redimidos vienen los temores al fracaso
Del gozo contagioso al miedo colectivo
Éxodo 14:10. El faraón y su ejército no hicieron mucho esfuerzo para alcanzar a Israel. La huida de ellos de Egipto fue a pie, lo cual supone un lento y pesado viaje. Como era obvio, la salida a la libertad tenía que ser el tema de obligadas tertulias. Pero de repente todo cambió. El gozo de la libertad pronto se convirtió en un temor colectivo. La algarabía del pueblo en fiesta fue transformada en manos sudorosas, piernas debilitadas y un miedo colectivo. La visión del enemigo hizo olvidar por un instante la demostración del poder de Dios. Cuando ellos vieron los carros del temible enemigo, tirados por rápidos y valientes guerreros egipcios, palidecieron y se turbaron en gran manera.
El texto nos dice que temieron y clamaron. La palabra traducida acá por «clamar» tiene implícita la idea de clamar a causa de una gran angustia. Las malas noticias tienen la misión de robar el gozo y llenarnos de temor. Al creyente le pasa como a Israel en ese momento. La presencia del enemigo hace olvidar por un instante al Dios que pelea sus batallas. El temor por un rotundo fracaso paraliza el testimonio y nos hace olvidar las promesas divinas. Los temores tienen la misión de detener la marcha.
El temor da a luz la murmuración
Éxodo 14:11-12. El canto de la libertad le duró muy poco a Israel. Tan pronto fueron presos del temor desearon volver a la esclavitud. Ahora la discusión no es dónde iban a vivir, sino dónde iban a ser enterrados. Las preguntas surgidas en medio de la protesta revelaron la baja estima a la que les había llevado el período de esclavitud y la debilidad de su fe. Se ha dicho que es más fácil sacar a la gente de la esclavitud que sacar la esclavitud de la gente. Se puede ver una nota de amargura en la pregunta dirigida a Moisés v. 11 ¡Qué ironía la de esta pregunta! Por supuesto, Egipto era famoso por las tumbas, más que ninguna otra nación.
Cuando Israel levantó esta queja dio lugar al pecado de la murmuración, y ese pecado le acompañaría por el resto de su viaje. Ese pecado los llevó, en efecto, a ser enterrados en el desierto. Se quejaron cuando no tenían comida, y se quejaron de la comida que tenían. Se ha dicho que la diferencia entre un murmurador y un amigo compasivo es como la de un carnicero y un cirujano: mientras el uno la corta para comérsela, el otro la corta para sanarla. Moisés respondió a la murmuración de esta manera v. 13. Cada vez que murmuramos negamos el poder de Dios (Filipenses 2:14-15).
Mientras marchamos Dios pelea por nosotros
¿Por qué clamas a mí?
Éxodo 14:15. Esta pregunta es interesante, porque pareciera verse dentro de algo irónico, sobre todo por la situación de desespero del pueblo, y la enorme responsabilidad de Moisés. “¿Y a quién más debería clamarle?” pudiera haber respondido Moisés”. ¿Acaso no le había prometido Dios a su siervo Moisés que él llevaría a su pueblo hasta el desierto? Esta pregunta plantea la importancia del ejercicio de la fe en un momento tan decisivo como aquel. Lo que Dios le está diciendo a Moisés es: “Mira, ya te he dicho lo que voy a hacer. No sigas pidiendo mi ayuda. Ya no ores más sobre esto. Simplemente da la orden para la marcha del pueblo. Solo espero tu orden para actuar”.
Mis amados, mientras marchamos ya el Señor ha determinado su plan de acción. En aquel momento, Egipto iba a ser testigo de la plaga número once. La última donde acabaría con su poderío militar. Qué bueno es recordarnos que si el Señor pelea por nosotros, debemos estar tranquilos (v. 14). La orden es marchar. No nos detengamos frente al desánimo, frente a los cambios, frente a la incertidumbre. Recordemos quien pelea nuestras propias batallas.
Jehová es varón de guerra: Jehová es su nombre
Éxodo 14:3). En Egipto Dios vino como todopoderoso para decirle a aquella nación pagana que sus dioses no eran sino fabricación humana. Cada plaga demostró su poder sobre cada dios. Pero observe ahora que, a la orilla del mar, Dios vino a ellos como guerrero, conquistador y vencedor. La vara de Moisés, levantada en alto y tocando por fe las aguas, golpearon al impetuoso y profundo mar, pero también al impugnable e indestructible ejército de Egipto. Desde ese entonces Israel sabía que tenía un capitán que pelearía sus batallas. Por supuesto que él no usó el ejército. Amados hermanos, Jehová el “varón de guerra” no ha cambiado.
Tú no estás solo en tus conflictos. Contigo está el poderoso de Israel; aquel que jamás ha perdido una batalla. Amada iglesia, tú no estás sola en tus luchas contra las huestes de maldad con las que combates. Ahora tu Capitán en jefe es el Espíritu Santo. Aquel a quien Jesucristo dijo que enviaría para que no estuviéramos solos. “Nunca te dejaré ni te desampararé”, es su eterna promesa. Nada que se levante contra ti prevalecerá, si Jehová es tu “varón de guerra”.
Mientras marchamos se abre la puerta de lo imposible
El viento de Dios
Éxodo 14:21. Dios no siempre abre caminos en la dirección que vamos, sino en aquel donde menos pensamos. No había camino abierto para Israel, sino hacia arriba, y por allí vino la liberación. El viento que sopló aquella noche no fue el de la explicación de los incrédulos. La ABC de España ha publicado lo siguiente: “Los investigadores consideran que un viento de cien kilómetros por hora sopló desde el este durante doce horas hasta dejar al descubierto un lecho barroso de algo más de tres kilómetros de largo por casi cinco de ancho por un período de cuatro horas. Este fue el tiempo suficiente para permitir el paso de los israelitas, así como para que llegaran sus perseguidores egipcios, que luego fueron tragados por las aguas cuando volvieron a unirse”.
El presente estudio hecho por la universidad de Colorado hay que darle crédito, pues esto es lo que la Biblia dice. Solo que el viento no vino como algo natural aquel día, sino que fue el “viento de Dios”. Nuestra fe es como la vara de Moisés, al golpear sobre el mar de la dificultad, entra en acción el viento de Dios para abrir la puerta de lo imposible.
La última vez que los vieron
Éxodo 14:13. La sentencia de los enemigos de Dios está sobre ellos como la “espada de Damocles”. Cuando el faraón llegó hasta donde estaba Israel acampado pensó que el hacerlos desistir para que regresaran, era un asunto fácil. Sin embargo, desde el mismo momento que eso sucedió, el ángel de Dios, que no era otro sino el Cristo anticipado, se hizo presente para defenderlos. Aquel fue el último día cuando Israel vio a los egipcios. La promesa de sacarles de aquel lugar de esclavitud ahora es una realidad.
El texto al final nos va a decir: “En ese día el Señor salvó a Israel del poder de Egipto. Los israelitas vieron los cadáveres de los egipcios tendidos a la orilla del mar. Y al ver los israelitas el gran poder que el Señor había desplegado en contra de los egipcios, temieron al Señor y creyeron en él y en su siervo Moisés (Éxodo 14:30, 31). Dios salva a sus hijos sobre cualquier poder levantado en el presente. Podemos seguir en la marcha de los redimidos. La victoria es un hecho siempre. No fuimos llamados para vivir derrotados, sino para avanzar.
La marcha de los redimidos
Obedecer la orden de marchar cuando parece imposible es un acto de fe. Al momento cuando el pueblo de Israel pensó estar atrapados y sin esperanza entre el mar y el ejército del temible Faraón, Dios abrió camino en el mar. Y el camino que llegó a ser el escape para el pueblo de Israel se convirtió en el camino de la derrota para los egipcios. El milagro del cruce del mar rojo fue la prueba puesta por Dios para ponerle punto final a la esclavitud de Egipto. Allí Dios derrotó al enemigo. Y Dios lo seguirá haciendo. Su pueblo debe seguir su marcha. Dios ha prometido pelear por su pueblo.
La orden dada por Dios a Moisés es la misma para la iglesia de hoy. «Di a este pueblo que marche»; esta debe ser nuestra consigna siempre. Hemos sido salvos para marchar. Digamos como Débora en su canto triunfal: “Marcha, oh alma mía con poder” (Jueces 5:21). Tengamos la resolución de Hebreros 10:39. Marchemos firmes, y confiados, Dios es nuestro poderoso gigante quien nos acompaña para darnos la victoria. ¡No temas, únete a la marcha de los redimidos!
Estudios de la serie Dios que pelea nuestras batallas
1: La marcha de los redimidos3: El poder de la alabanza
¡ poderoso mensaje aleluya!!