Del escritorio de Julio Ruíz

La adoración que no admite convenios

(Éxodo 8:25, 28; 10:11-24)

INTRODUCCIÓN: Las plagas enviadas a Egipto tenían como propósito quebrantar el poder y el orgullo del faraón de turno. Y al ver la  actitud intransigente de este hombre se puede ver que no hay un caso parecido en la historia de alguien que haya tenido un corazón tan obstinado como este Faraón. No sabemos hasta dónde Moisés pensó que la tarea de solicitar la salida de su pueblo al Faraón sería algo fácil. Tómese en cuenta que Moisés conocía muy bien el palacio y a lo mejor al rey mismo, por cuanto él fue criado hasta los cuarenta años en ese sitio. Puede uno imaginarse la burla a la que fue sometido Moisés cuando  fue por primera vez,  y con su voz medio tartamudo le pidió que dejara ir a su pueblo. Esta fue la respuesta: “Y Faraón respondió: ¿Quién es Jehová, para que yo oiga su voz y deje ir a Israel? Yo no conozco a Jehová, ni tampoco dejaré ir a Israel” (Ex. 5:2). Sin embargo, en la medida que fue sintiendo el peso de todas las plagas sí tuvo que conocer a Jehová. Tan golpeado fue el Faraón por el poder divino que va a convocar una y otra vez a Moisés para que orara a su Dios y detuviera su mano implacable con lo que se estaba devastando a toda la nación. Pero cuando ya sintió que estaba vencido y arruinado, entonces llamó a Moisés para hacer unos cómodos arreglos, de manera que si Israel tuviera que salir de Egipto le dejara alguna de sus pertenencias, entre las que incluía la familia y los bienes. Pero frente a esas pretensiones, Moisés, que ya gozaba de un profundo respeto frente a Israel y el mismo Egipto,  se va a parar muy firme y le  a va decir que no solo se va a llevar al pueblo al desierto, sino que se llevarán con ellos todas sus pertenencias. Y lo que es más grande en esto es oír a Moisés decirle al faraón que a través de sus pertenencias su pueblo adorará a Dios en el desierto. Moisés no negoció nada con el faraón. En esta actitud vemos que los hijos de Dios no deben llegar a cómodos arreglos con el “faraón” de este mundo para servir al Señor. Dios es digno de todo lo que tenemos porque de él recibimos todo lo que tenemos. No podemos aceptar ningún tipo de arreglo que nos presente el mundo para servir a Dios.  Rechacemos las condiciones.

I. ESTÁ BIEN  ADORAR  A DIOS, PERO ¿POR QUÉ DEJAR A EGIPTO? v.8:25

1. Porque Egipto estaba lleno de dioses. Moisés estaba consciente de la abominación que representaba para los egipcios adorar a  otro Dios que no fuera el de ellos. De allí que dijo que al hacerlo en Egipto estarían expuestos a la ira del pueblo mismo. V. 26.  Pero lo era también para Israel. Aquel pueblo esclavizado por  años supo de todos los dioses que adoraban los egipcios. Observaban los ritos y las formas, así como a las distintas figuras a quienes ellos les rendían pleitesía, y ante quienes quemaban sus sacrificios. La decisión de Dios —que era la que cumplía Moisés—planteaba la necesidad de adorarle en el desierto. Esto fue lo que Dios había dicho desde el principio: "Y oirán tu voz; e irás tú, y los ancianos de Israel, al rey de Egipto, y le dirás: Jehová el Dios de los hebreos nos ha encontrado; por tanto, nosotros iremos camino de tres días por el desierto, para que ofrezcamos sacrificios a Jehová nuestro Dios" (Éx. 3:18) De modo que frente a la petición de Faraón de quedarse en su propia tierra para adorar a su Dios, Moisés se mantiene firme de hacerlo fuera de allí. La resistencia que presentó Moisés al Faraón nos recuerda que esa debiera ser siempre también nuestra posición. 

2. Porque Egipto es sinónimo de esclavitud.  Egipto representa al mundo con sus pecados esclavizantes. Representa aquel estilo de vida gobernado por la carne, el pecado  y el príncipe de las tinieblas. La pretensión del "faraón" es que podemos seguir adorando a Dios,  pero que no hay necesidad de salir de "Egipto". Tengo la impresión que algunos creyentes le han hecho caso a esta propuesta. Como no puede arrebatar las almas, que ya han sido salvas, no le importa que los creyentes sigan adorando a su Dios, con tal que no abandonen al "Egipto". Esta dicotomía de la vida hace que el creyente actúe de una manera dividida al momento de dedicar  su vida al Señor. Genera en él un estado ambivalente,  pues con su espíritu quiere adorar a su Dios, pero descubre que en su carne hay cierta complacencia a sus apetitos y deseos,   los cuales se oponen entre sí. 

II. ESTÁ BIEN ADORAR A DIOS, PERO ¿POR QUÉ IR TAN LEJOS? v. 28

1. Porque hay una tendencia natural de querer regresar. Significaba tanto ese pueblo esclavizado para el faraón que lucha de una manera desesperada, buscando todo tipo de arreglos con tal de no dejarlos ir. Ya a estas alturas ha descubierto que  Jehová es más poderoso que sus dioses. Como Moisés no aceptó ofrecer adorar a Dios en Egipto, sugiera la posibilidad que se vayan, pero que no lo hagan tan lejos. Les plantea el arreglo de la salida,  pero que no se escaparan de su alcance. Sin embargo,  la respuesta de Moisés siguió siendo contundente. Aun cuando oró a Dios para que retirara la terrible plaga de moscas que  les había invadido v. 29, exige que el rey no falte más a la palabra de no dejarlos. La determinación de Dios de dejar a Egipto estaba rodeada de su gran propósito de hacer a Israel una nación libre.

2. Porque el adversario no quiere que seamos de mucha influencia. El "no ir tan lejos" sigue siendo el planteamiento del "faraón" de hoy. Es aquel tipo de arreglos para que seamos creyentes sin ningún impacto. Para que no nos preocupemos por el crecimiento espiritual. Para que no hagamos de la palabra de Dios o de la oración,  las disciplinas que nos darán las continuas victorias.  Algunos se preguntan, ¿para qué ir tanto a la iglesia? ¿Qué hacer todo el tiempo en sus actividades? ¿Para qué preocuparse por los demás? La conclusión para algunos es que hay diversiones en el mundo mucho más lindas que las que te ofrece la iglesia. ¡No vayas tan lejos!  ¿Para qué ir tan lejos si al final  vamos para el cielo? Y así, el enemigo le está ganando la batalla a la iglesia, pues ésta lucha por el crecimiento espiritual de sus miembros, mientras que hay una incesante voz que dice: sirvan a  Dios pero no se consagren tanto. Sin embargo, la orden que nos da nuestra "Moisés", tipificando a Cristo, es salir e ir bien lejos en nuestro servicio al Señor.

III. ESTÁ BIEN SERVIR A DIOS, PERO ¿POR QUÉ TODA LA FAMILIA?  10:11

1. Porque Dios quiere una familia unida. A estas alturas el Faraón es  un hombre derrotado. Sin embargo su corazón no se ablanda. Ahora es el hombre que cede una parte y después se retracta. Es el hombre que teme por un momento pero su obstinada actitud lo vuelve a endurecer. Las pesadas plagas lo han venido minando. Admite que ya no es el "dios" todopoderoso de la tierra; ahora no tiene dudas quién es Jehová a quien desafió al principio. De modo, pues, que sigue  negociando la salida. Desea dejar ir a Israel pero sabe que  con su salida se va también la prosperidad de Egipto. Ellos fueron bendecidos con la presencia de ese pueblo desde que llegaron sus antepasados a la región de Gocén. La pérdida va a ser muy grande, de allí que presenta una penúltima negociación. Pero esta negociación era más peligrosa que las anteriores. Él sugiere que se vayan solo los varones v.11. ¿Qué estaba pretendiendo con esto  el Faraón? ¿Cuál era su propósito con semejante propuesta? ¿Cómo se puede servir al Señor sin que la cabeza del hogar esté presente? 

2. Porque el hombre es cabeza del hogar. Hay padres que  le estarían haciendo caso a la recomendación del “faraón”. Hay marcadas tendencias donde los padres se constituyen más en simples proveedores en lugar de ser los auténticos conductores de la vida  familiar. Una extraña filosofía moderna nos hace ver que los hijos podrán valerse por si mismo o por su educación escolar, todo lo que concierne al asunto de sus tentaciones, de su vocación y de sus elecciones. Pero la verdad es otra. Nadie puede sustituir la función del varón en la familia. Mi derecho de formar a mis hijos no es asunto transferible. El mejor modelo para el hijo no es el héroe de la película, el profesor de su colegio, o su ministro religioso; debería ser su propio padre. Por supuesto que hay sus excepciones, pero el padre es la cabeza de la familia. Ese privilegio y responsabilidad se la dio el Señor. El padre no debiera abandonar su mejor legado. Los hijos le fueron dados para levantarlos como “plantas crecidas en su juventud” y sus hijas como “las esquinas labradas como las de un palacio” (Sal. 144: 12)

IV. ESTÁ BIEN ADORAR AL SEÑOR, PERO ¿POR QUÉ NO DEJAR LOS BIENES? (10:24)   

1. Porque los bienes son bendiciones recibidas. La última negociación del Faraón resulta patética. En su desesperación, sabiendo que ya estaba destruido, llama a Moisés y Aarón y les dice que está bien que se vayan a adorar a su Dios en el desierto;  que se vayan todos,  incluyendo también a la familia, pero que  dejen atrás sus ganados. Este detalle es muy curioso. Si se considera que el pueblo de Israel podía llegar a unos dos millones de personas, para el tiempo cuando partió de Egipto, la cantidad de ganado, sumado por cada familia, tuvo que ser muy grande. A esto hay que añadir que mientras las plagas destruyeron casi todo el ganado de los egipcios, el de los israelitas permaneció intacto. Así pues, la desesperación del rey llegaba a dimensiones imponderables. Él sabía que su pueblo estaba en ruinas. La plaga del granizo destruyó muchos productos agrícolas y gran parte del ganado que requerían  para su sustento. De allí que le plantea a Moisés la oferta final para dejarlos ir v. 24. Pero Moisés jamás vaciló ante estas pretensiones, de allí que respondió: “¡También nuestro ganado irá con nosotros! No quedará ni una pezuña de ellos, porque de ellos hemos de tomar para servir a Jehová nuestro Dios. No sabemos con qué hemos de servir a Jehová, hasta que lleguemos allá” v. 26. Los bienes no eran del Faraón.

2. Porque con nuestros bienes adoramos al Señor. La oferta del “faraón” parece encontrar cierto eco en la vida de algunas personas. Hay los que piensan que si se puede servir al Señor “dejando los bienes en Egipto”. Los bienes materiales, representado aquí por el ganado, forman parte de nuestra adoración al Señor. Esta negociación es la que sugiere que el creyente no debe preocuparse de la mayordomía cristiana. Es la mentalidad que cree que puesto que Dios es rico, no tiene necesidad de lo  poco que yo pueda dar. A la hora de entregar nuestros diezmos y ofrendas, la tentación es la misma. Una y otra vez vendrá a la mente todas las cosas que se necesitan y que se pudiera comprar con lo que debo a mi Dios. La adoración sin rendir mis bienes al Señor está incompleta. Moisés sabía que el pueblo no podía venir con las manos vacías al momento de  presentar sus sacrificios. Así también nuestra adoración involucra los diezmos y las ofrendas. Quedarnos con ello es robar a Dios y cerrar las puertas de las bendiciones del cielo. Por cuanto Dios dio lo mejor de lo que tenía para salvarnos, debemos dar a Él, o todo o nada. De Dios recibimos el 100% de todo, ¿es mucho si le rendimos en adoración a Él y a su obra parte de los bienes recibidos? 

CONCLUSIÓN. La resolución de Moisés debe ser la nuestra también. “Hemos de ir con nuestros niños y con nuestros ancianos, con nuestros hijos y con nuestras hijas; hemos de ir con nuestras ovejas y con nuestras vacas, porque tendremos una fiesta de Jehová” (10:9) No hay tal cosa como hacer convenios con lo que a Dios le pertenece. La vida media cristiana es una vida sin retos ni compromisos. El “faraón” moderno nos dice que se puede adorar a Dios pero seguir con hábitos y actitudes de la vida en el mundo. Que se puede adorar a Dios pero que no es necesario tomar las cosas de Dios tan en serio. También dice que está bien adorar al Señor sin que  esté toda la familia involucrada, y que se puede adorar a Dios sin necesidad de ofrecer mis bienes. Esta es la oferta del “faraón”, pero la propuesta de Dios no tiene términos medios, o todo o nada. La adoración a él no admite convenios. No tenemos por qué hacer ningún convenio con el “faraón” de este mundo.

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