"La luz verdadera que alumbra a toda la humanidad,
venía a este mundo…
y aunque Dios hizo el mundo por medio de El,
los que son del mundo no lo reconocieron.
Vino a su propio mundo, pero los suyos no lo recibieron ".
Juan 1: 9-10.
En las noches de Diciembre, en las afueras de nuestra ciudad de Valencia, se ve una hermosa cruz de luz casi suspendida sobre el perfil de la montaña, hacia el oriente. Se le conoce como: "la cruz de la Navidad" y, al parecer, es iniciativa que se mantiene, desde hace mucho tiempo, gracias a la tradición y constancia de una empresa privada. Algo similar sucede en Caracas donde una cruz, también de luz, es "encendida" para esta temporada festiva, teniendo como trasfondo la majestuosa falda del gran monte Avila…
Interesante resulta que no es la imagen de un San Nicolás, ni la de una estrella de larga cola, no es el contorno de un pesebre, ni tiene forma de pino… se trata de una cruz y no estamos en Semana Santa.
Aunque nos hayamos acostumbrado a verlas encendidas y atractivas a partir del día primero de Diciembre de cada año, no está de más que nos formulemos algunas preguntas lógicas al respecto…
Qué relación puede tener el pesebre con la cruz ?… la pequeña Belén con la gran Jerusalén ?… el gozo con el duelo ?… el establo con el Calvario ?… el nacimiento con la muerte y la Navidad cristiana con la Pascua judía ?…
Parecieran, de entrada, dos escenarios aparentemente enfrentados pero, en realidad, ambos pertenecen a un mismo drama: la encarnación del Hijo de Dios en el contexto humano. Notemos ahora, en la trama, "un cierto hilo que no abandona el encaje"…
La Biblia nos narra que, la noche de Navidad, la pequeña ciudad de Belén estaba llena de gente… se celebraba en toda Palestina un censo ordenado por el emperador Augusto y todos debían acudir a su ciudad de origen, para ser empadronados… José y María tuvieron que albergarse en un establo, pues "no había lugar para ellos el mesón". (Luc. 2: 7).
Poco después, según el relato de La Escritura, los soldados del rey Herodes buscaban al niño para matarlo y Jesús tuvo que ser llevado fuera, a tierra extraña, por sus padres, para escapar de la matanza que habría de ser ejecutada intentando eliminar al Mesías.
No menos dramático fue lo que aconteció en los últimos días de su vida. Esta vez, en la capital misma de la nación. La ciudad de Jerusalén estaba también llena de gente… se celebraba la fiesta judía de la Pascua. Después de un amañado juicio y de ser vejado por la soldadesca y el pueblo, Jesús fue llevado fuera de la gran ciudad, más allá de la segunda muralla, para ser crucificado.
Por siglos y siglos, la comunidad judía echaba fuera del campamento o fuera de la ciudad, todo lo que consideraba inmundo, insano o indigno… Tener que salir o ser echado fuera era una deshonra, una necesidad de expiación o un castigo y, de hecho, a veces significaba la muerte. Esta medida no solamente afectaba a personas y a cosas sino que se exigía inclusive para los cuerpos de los animales cuya sangre se ofrendaba en el tabernáculo o en el templo, por los pecados del pueblo…
El escritor de la carta a Los Hebreos, enlaza las figuras envueltas en La Palabra Revelada y nos dice que: "Jesús sufrió la muerte, fuera de la ciudad, para consagrar al pueblo por medio de Su sangre…!" (Heb. 13: 12). La analogía teológica resulta tan obvia como elocuente… La cruz de Cristo no tenía espacio en la ciudad de los hombres; por ello, habría de ser levantada en las afueras, en el monte…
Aunque entre el establo de Belén y El Calvario de Jerusalén habían transcurrido poco más de treinta años, la estadía del Hijo de Dios entre los hombres estuvo siempre signada por el rechazo de éstos hacia El. La Luz que alumbra toda la humanidad había llegado a este mundo… pero los hombres amaron más a las tinieblas que a La Luz, porque sus obras eran malas. En palabras del apóstol Juan, leemos: "A lo suyo vino, y los suyos no lo recibieron". (Juan 1: 11).
Escasos tres años de palabra y acción fueron suficientes para que pueblo, iglesia y gobierno lo quisieran fuera de la ciudad !.
No había lugar para El en el sistema establecido por Roma ni en las expectativas revolucionarias de Israel. Su vida iba en contracorriente con el promedio social. Centraba a Dios en el corazón del hombre y en las relaciones humanas. Molestaba costumbres y tradiciones populares. Extremaba sus demandas éticas con principios morales absolutos. Incomodaba a las "fuerzas vivas" de la sociedad. Hablaba con autoridad y retaba con sus hechos. Se presentaba como si fuera Dios y exigía abnegación, obediencia y adoración por parte de los hombres… !.
Cuando el procurador Poncio Pilato presentó a Jesús ante la multitud, el grito popular fue tan radical como grotesco e injusto: "Fuera con ése !. Deja libre a Barrabás !." (Luc. 23: 18).
Así las cosas, y ya no habiendo lugar para El en el quehacer social, se le sentenció a sufrir la muerte en la cruz, fuera de la ciudad…
En la tarde de un día viernes, expuesto en lo alto, en medio de las sombras, y mientras el pueblo estaba "de fiesta", el Hijo de Dios nacido en Belén, daba Su vida "en rescate por muchos". (Mrc. 10: 45).
Un niño naciendo en un pesebre, fue tan solo el inicio… un hombre muriendo en una cruz, en las afueras de la ciudad, resultó ser el clímax.
Pero, ya bien conocida esta historia, qué tal de revisar lo que hacemos en nuestros diciembres y en qué se han transformado nuestras celebraciones navideñas, en nuestras ciudades ?…
La pregunta central sería: ¿Ocupa Jesús el centro de esa festividad ?… O será que tal vez se repite la historia de Belén y le asignamos una vez más el "establo" en las afueras de nuestros corazones…
Hay lugar para el Señor en una ciudad que se embriaga con compras, bailes, borracheras, gaitas, luces, sexo, banqueteos, colores, violencia, regalos, fuegos artificiales, y accidentes ?… Que cada quien se responda desde la mas cruda sinceridad… Para el Hijo de Dios, Jesús de Nazareth, El Redentor del mundo, no veo espacio en una celebración de ese tipo.
Creo que nuestras ciudades satisfacen sus propios apetitos con todos los recursos festivos a los que pueden echar mano y maquillan el ambiente "navideño" con superfluas y trilladas frases de amor, paz, alegría y felicidad que se desvanecen en la asfixiante atmósfera del materialismo hedonista que se respira por doquier. En medio de esta agitación, a Jesús, el Cristo, se le deja en la periferia del acontecimiento social, en las afueras de la ciudad, ya fuere en el establo o en el monte… Pero lejos, en un cierto ostracismo y jugando, si acaso, un papel de reparto.
Este señalamiento pudiera parecer en extremo negativo o amargo, pero creo que sería irreal e iluso calificar a la fiesta navideña como una celebración auténticamente religiosa, espiritual y cristiana. Los hechos, hablan por sí solos. Cierto es que sus excepciones las hay… y gracias a Dios por eso.
Cuando en las noches de Diciembre pienso en esto, levanto la mirada y veo la cruz iluminada que alguien, alguna vez, suspendió sobre el perfil de la montaña, en las afueras de nuestra ciudad… recuerdo entonces que el Hijo de Dios vino a nosotros hace mucho tiempo y que experimentó, desde Su nacimiento, el desprecio o el desconocimiento de los hombres… Recuerdo que no hubo lugar para El en el centro de la pequeña Belén y que luego tampoco lo hubo en el centro de la gran Jerusalén.
Nació entre animales, en un establo. Murió entre delincuentes, en una cruz.
Que no nos extrañe pues la ubicación de la cruz "fuera de la ciudad"… Tanto en la Jerusalén de ayer, como en la agitada Caracas de hoy o en la provinciana Valencia de nuestros días… ya fuere en tiempo de Pascua o en tiempo de Navidad.
Debo sin embargo acotar que reconozco, con mayúsculas, la intención de quienes en alto ubicaron la cruz, tanto en Valencia como en Caracas… En ellos, privó el interés estratégico de hacerla visible a la mayoría de los habitantes de ambas ciudades. Y gracias a Dios porque eso estuvo en sus corazones… Muy probablemente, el Espíritu Santo de Dios algo le dirá a algunos valencianos y caraqueños, cuando en las noches decembrinas, vean resplandecer esas cruces de luz…
Pero, no nos movamos a engaño… No podemos "transformar el mar en limonada". No estoy diciendo nada extraño, cuando afirmo que: el comercio y el sincretismo cultural, están minando el carácter espiritual de la celebración navideña… El "bonche" ha sustituido al culto, las cuñas de TV al Evangelio y la imagen de un anciano astrólogo está por desplazar a la de Jesús, el Hijo de Dios… Lo que nos falta es que un grupo gaitero se nos "aparezca" y nos diga que, "como señal", a donde vayamos, habremos de encontrar: una botella de wisky, envuelta en hojas de hallaca, echada bajo un arbolito !.
Hermanos y amigos, en breves palabras y abandonando cualquier expresión sarcástica… la triste realidad es que Jesús, el Hijo de Dios, nacido en Belén y muerto en Jerusalén, sigue quedando "fuera" del corazón de los hombres que dicen celebrar Su nacimiento pero no le reconocen como su Salvador y menos aún como su Señor !.
Muy diferente fue la respuesta de los pastores que acudieron al pesebre y "regresaron dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían visto y oído." (Luc. 2: 20).
Muy diferente fue la reacción de los "sabios venidos del Oriente" que, tras larga jornada, llegaron hasta Belén y "cuando vieron al niño, con María su madre, arrodillándose lo adoraron." (Mat. 2: 11).
Muy diferente fue la reacción del anciano Simeón que asistió al Templo cuando trajeron al niño para presentarlo… La Biblia nos dice que, al verlo, "alabó a Dios, diciendo: … he visto la salvación que has comenzado a realizar a la vista de todos los pueblos, la luz que alumbrará a todas las naciones y que será la honra de tu pueblo Israel." (Luc. 2:30-32).
La alegría y la adoración se hicieron presentes alrededor del advenimiento del "niño Dios"… Y es que, en efecto, el niño nacido en ese establo, en esa noche de cifras no precisas, era el Mesías de Dios, el Rey de reyes, el Salvador del mundo y el Señor de señores… Como tal deberíamos recibirle, al menos en nuestra vida y ojalá, en nuestros hogares .. ya eso sería bastante.
La Palabra de Dios nos dice que, desde afuera, El está tocando a nuestra puerta.. si le abrimos la puerta, si le dejamos entrar y le reconocemos como nuestro Salvador y Señor… entonces estaremos dándole el lugar que El se merece y entonces, solo entonces, estaremos celebrando, verdaderamente, la fiesta de la Navidad.
Precisamente, ese fue el centro del mensaje anunciado por el ángel a los pastores, en las colinas de Belén… "Hoy les ha nacido en la ciudad de David, un Salvador, que es el Mesías, el Señor !." (Luc. 2: 11). En esa frase celestial, el ángel mensajero pregonaba un evento que se estaba cumpliendo en la pequeña Belén y profetizaba, tácitamente, a la vez, otro que le daría continuidad, treinta y tres años después, en la gran Jerusalén…
Y es que, el pesebre y la cruz, estaban hechos de la misma madera.
Nota: Este estudio es brindado por entrecristianos.com y su autor para la edificación del Cuerpo de Cristo. Siéntase a entera libertad de utilizar lo que crea que pueda edificar a otros con el debido reconocimiento al origen y el autor.