Entre lo importante y lo urgente
Se ha dicho que el "peor peligro es dejar que lo urgente haga a un lado lo importante". Esto debe ser porque nos movemos sobre el péndulo de una presión continua que pareciera imponernos las directrices del momento, sin que con ello tengamos la satisfacción de estar realizando lo que más interesa. Porque el estar "haciendo cosas" no siempre es un sinónimo de ir haciendo progresos. Nuestros días pudieran estar atiborrados de muchas actividades; saturados de un sin fin de movimientos, amarrados por nuestros compromisos, sin que con ello estemos logrando los objetivos trazados. Bien pudiera nuestro cuerpo, dominado por el cansancio que le imprime las exigencias cotidianas, llegar todas las noches al recinto del descanso preguntándose si la faena concluida contribuyó al plan trazado. Esto se afirma porque no han sido pocos los días cuando nuestra actividad creativa se ha venido desgastando por lo que va apareciendo, pero ir dejando para "el más luego", lo que en verdad tiene importancia. Albert Einstein le tomó el pulso a su generación, y con ello tocó también la nuestra, al decirnos: "Se me ocurre que la perfección de los recursos y la confusión de las metas parecen caracterizar nuestra época". Tales palabras van encontrando su eco cuando descubrimos que nuestra vida está dejando una estela de tareas inconclusas. Nuestros momentos quietos pudieran ser perturbados cuando percibimos que la "flor de la vida" se ha marchitado y no hay muchas satisfacciones para celebrar.
Todo esto, porque no es fácil lograr aquel equilibrio que nos permita saber que lo que estamos haciendo es lo más importante y no andar como los bomberos, apagando "los fuegos" donde nace el incendio. Cuando nos detenemos a evaluar el carácter de nuestras acciones, descubrimos que el mayor problema con el que nos enfrentamos, no es por cierto la falta de más tiempo, sino más bien el asunto que incumbe a nuestras prioridades. El mayor "enredo" con el que luchamos pudiera ser el de definir el orden de importancia que tienen todo el entorno donde vivimos y nos realizamos. Para el común denominador de las personas, lo importante no necesariamente tiene que realizarse ahora. Bien pudiéramos vivir postergando esto porque tareas urgentes demandan nuestra atención inmediata. En este punto sería bueno seguirle la pista a los que han logrado darle mayor sentido a sus vidas por priorizar el orden de lo que han hecho con sus consabidas victorias logradas, al recomendarnos, por un lado: Que definamos en forma prioritaria los objetivos y metas que deberíamos alcanzar en el corto, mediano y largo plazo. Que precisemos los roles y objetivos, esforzándonos por cumplirlos. Que establezcamos un modelo de conducta que nos permita ser plenamente interdependientes. Que le demos efectividad a los resultados definiendo de una manera previa la jerarquía de las obligaciones. Que trabajemos y nos comprometamos todos los días sobre nuestra victoria privada. Y que practiquemos el uso de una buena agenda (ya las tenemos hasta electrónicas) para marcar día a día la diferencia.
Un pensador anónimo ha dicho que "lo bueno es enemigo de lo mejor". Si estamos en la correcta interpretación diríamos con esto, que todo ser humano ha nacido para lo excelente. Y esto no sólo por algún alcance académico, sino por la búsqueda continua de lo superior. Así tenemos que las cosas buenas son las que se hacen en una vida ordinaria, pero lo mejor es la cumbre de los hombres extraordinarios. Y cuando uno se mueve entre lo bueno y lo mejor, se comienza a enrumbar hacia la montaña de la excelencia, que es la meta suprema de todos los triunfadores. En nuestra búsqueda de alguien que vivió haciendo las cosas importantes, y no tanto las urgentes, Jesucristo sigue siendo un modelo a seguir. Para él su vida y ministerio formaron parte de un plan diseñado con anticipación. Toda tarea abrumadora a la que se enfrentó no fue sometida por la "tiranía de lo urgente". En tan corto ministerio hizo lo que era importante; fue por eso que antes de morir por nosotros, dijo: "Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que diste que hiciese" (Juan 17:4) Un asunto tan supremo como es el lugar dónde pasaré la eternidad no puede postergarse por las trivialidades de lo efímero y pasajero. ¿Qué tanta importancia le estoy dando a eso en mi vida? Pasamos una sola vez por este mundo, ¡hay de nosotros si no escogemos bien nuestro destino final! ¡Hay de nosotros si solo vivimos para lo temporal y no para lo eterno!
Nota: Este estudio es brindado por entrecristianos.com y su autor para la edificación del Cuerpo de Cristo. Siéntase a entera libertad de utilizar lo que crea que pueda edificar a otros con el debido reconocimiento al origen y el autor.