En este país, El amor y la verdad se encontrarán; La justicia y la paz se besarán. De dentro de Venezuela brotará la verdad, Y desde el cielo se asomará la justicia. Nos darás bienestar, y la tierra rendirá su fruto. La justicia irá delante de ti, Y nosotros te seguiremos. AMEN (Salmo 85: 10-13, paráfrasis) |
¿Podemos odiar tanto la injusticia que nos volvemos injustos? ¿Repudiar tanto la opresión que nos convertimos en opresores? ¿Indignarnos tanto con la violencia que nos volvemos violentos? En realidad queremos resolver la crisis, pero nuestras acciones parecen empeorarla. Intentamos salidas, pero torpemente las estropeamos con nuestras pasiones y con la polarización que nos está matando. Como cristianos nos enfrentamos con el dilema de tomar posiciones a favor o encontra de las corrientes en pugna. Si lo hacemos, le aseguramos a la parte que apoyemos la justeza de su causa y sacralizamos su conducta, mientras que demonizamos al adversario al declarar la maldad de sus acciones . ¿Cuál debe ser nuestra posición?
En las circunstancias actuales, las cátedras en un salón de clases no son suficientes. Tampoco, los solitarios espacios de meditación del académico. Pero hay otro extremo, lleno de excesivo pragmatismo, que nos impulsa a concentrarnos en la resolución de cada momento de la crisis como mejor podamos, pero sin tocar la problemática de fondo. Como cristianos tenemos principios y valores que tienen que aflorar y marcar una pauta, una dirección. Es una combinación entre praxis y reflexión que nos lleva a actuar, que obliga a que demostremos con nuestro comportamiento la profundiad de nuestras convicciones. Así establecemos un modelo, un paradigma, para la solución de los conflictos.
Si hay algún tema donde la fe cristiana tiene experiencia es en la consideración de la reconciliación, puesto que justamente nuestro sistema de creencias está basado en el anhelo de reconciliación de Dios con la humanidad pecadora. Fue Dios quien buscando reconciliarse con nosotros, envió a Jesucristo para que se ofreciese en sacrificio en la Cruz del Calvario. Luego, el mismo Señor nos hizo mensajeros de la reconciliación . ¿Qué puede significar todo eso cuando consideramos la reconciliación nacional o la sanidad de la idea de país?. Es que acaso, ¿Puede haber reconciliación entre hermanos que se han herido mutuamente? ¿Entre bandos que cada uno se considera oprimido por el otro? ¿Grupos que cada uno pregona su propia visión de la vida, el individuo, las relaciones, la nación?
El Salmo 85, citado al comienzo de este texto, menciona cuatro valores fundamentales del cristianismo: amor, verdad, justicia, y paz. Cada uno de ellos considerado por separado, puede ser esgrimido como esencial para la reconciliación nacional. Por ejemplo, el amor nos da la capacidad para perdonar al ofensor, al hermano que me ha agredido; al opresor que ha ejercido su dominio sobre mí; o cualquiera que por la fuerza busca imponerme sus ideas. Pero esto daría la impresión de que las faltas y los errores son olvidados o pasados por alto, produciendo lo que algunos han llamado la «reconciliación barata». Por ello, el salmista ha colocado un valor que balancea al amor que es el de la verdad, pues ella ayuda a expresar la naturaleza de la ofensa y los daños que ella ha provocado. Si por el contrario, la verdad por si sola fuera el motor, terminaríamos organizando todo en base a reglas rígidas de comportamiento, sin considerar a la otra parte, sus necesidades, angustias, cualidades y errores. Así mismo, la consideración de lo que es justicia, depende de lo que cada parte valora y de la longitud del conflicto. Nietzsche decía que cada proceso de búsqueda de la justicia crea nuevas injusticias, por lo que lo primero que habría que considerar humildemente, es la imperfección de nuestros conceptos de justicia. Por ello, la paz se contrapone como balance aquí, pues la aplicación de la justicia tiene que permitir la comunión entre las partes, la sanidad de las relaciones. Si no, se lograría la satisfacción de lo que parece correcto para una de las partes a costa de la separación y la desarmonía, o el aplastamiento de la otra.
Es relativamente fácil observar como el conflicto venezolano ha derivado en una batalla legal, una guerra donde cada parte busca imponer su verdad. Un conflicto donde cada sector maneja consideraciones propias acerca de la justicia. Las opciones se ven reducidas, las soluciones al conflicto son pocas porque la capacidad relacional entre las partes pasa por las leyes, las reglas, las normas como base para la interacción. O bien, se enfatiza en la aplicación de lo que se considera estrictamente justo como premisa para la unión nacional. Cada parte ha establecido como meta fundamental el ganar la guerra, vencer a su adversario, reducirlo o minimizarlo, lograr que su visión de justicia prevalezca. Mientras la capacidad de perdonar como expresión del amor, y el anhelo de comunión y paz no sean ejercidos como balance, la ausencia de relación prevalecerá y la conflictividad dependerá, a la larga, de la severidad y la fuerza del bando ganador.
¿Es eso lo que queremos? ¿Una nueva injusticia nacida de la búsqueda de la justicia? ¿Un país dividido? Jesús dijo: que una casa dividida contra sí misma no puede permanecer, y una nación dividida no prevalecerá . Por eso, una de las labores fundamentales del cristianismo en la situación actual es el tender puentes, lazos de comunicación, vías de interacción entre las partes, reparar las grietas que rajaron la casa, de forma tal que se cumpla que:
Que la misericordia y la verdad se encuentren,
Y la justicia y la paz se besen…
Nota: Este estudio es brindado por entrecristianos.com y su autor para la edificación del Cuerpo de Cristo. Siéntase a entera libertad de utilizar lo que crea que pueda edificar a otros con el debido reconocimiento al origen y el autor.