El rostro de la gracia
Este estudio titulado «El rostro de la gracia » esta basado Tito 2:11-14 y es la séptima entrega de la serie «Atributos divinos» del pastor Julio Ruiz.
He aquí el atributo de la gracia de Dios. En la teología existen dos tipos de gracia: la gracia común y la gracia salvadora. ¿Qué es la gracia común? Es aquella donde Dios favorece a todas las personas. Dios hace salir sus bendiciones sobre justos e injustos, de acuerdo con lo dicho por Jesucristo en Mateo 5:35-48. Nadie queda excluido del sol, la lluvia, el aire, el calor o frío, la salud y el bienestar general de Dios. La gracia común alcanza a cada persona.
Por otro lado, la gracia salvadora es aquel favor eterno (2 Timoteo 1:9), manifestado a todos los elegidos para salvación. Su existencia es antes de todo lo creado; como alguien la definió: “ideada antes de ser empleada, propuesta antes de ser impartida”. Esa gracia vino mucho antes que los hombres se justificaran por las obras. La gracia es tan eterna como Dios. Pero también, Ella es gracia gratuita según Romana 3:24. No hay en nuestra vida mérito alguno para ser justificados y hasta ser merecedores de esta gracia.
“Gracia gratuita” es una manera muy elegante para hablar de algo que excluye toda jactancia y orgullo personal, como si Dios estuviera obligado a corresponder a nuestras vidas porque nos haya creado. Lo único aceptado por Dios es cuando el hombre se somete a Su justicia cumplida totalmente en la redención de Cristo. Esta gracia también es soberana de acuerdo con Romanos 5:21, concedida como un don inmerecido y nadie tendrá que presentar algún reclamo a Dios. En fin, la gracia es el atributo de nuestra salvación. Conozcamos cuál es el rostro de esa gracia. Entremos con temor y temblor en uno de los temas más sublimes de toda la Biblia.
La gracia nos muestra un rostro descubierto
“Porque la gracia de Dios se ha manifestado…”.
La doctrina más importante del evangelio es la gracia. Spurgeon ha dicho sobre esto lo siguiente: “Si quitaran la gracia de Dios del evangelio, le habrían suprimido la propia sangre de vida, y no quedaría nada de él digno de ser predicado, de creerse o por lo cual luchar”. Sin el conocimiento y la predicación de la gracia, el evangelio está muerto.
De esta manera la doctrina de la gracia nos revela a un Dios tratando con el hombre sobre la base de una misericordia exclusiva. La gracia significa el don inmerecido otorgado a los hombres perdidos quienes van irremediablemente camino al infierno; en ese sentido la gracia es la mano que te detiene, te aparta y te trae a Dios. De igual manera, la gracia es el plan divino para rescatar al hombre de su pecaminosa vida y sus consecuencias finales.
Su propósito es ayudarnos a no pecar contra la santidad de Dios. Pablo afirma esta verdad en Romanos 6:14 y 15. Pero ¿en qué consiste la revelación de la gracia? Consiste en mostrarnos que, ante el fracaso del hombre en el Edén, Dios previamente había preparado Su plan para rescatarlo. A Dios no lo tomó por sorpresa la caída del hombre. Vamos a verlo de esta manera. El pecado entró y arruinó el paraíso terrenal, creando un caos con la salida de Adán y Eva de allí, pero Dios ya había preparado “un reino” antes de la fundación del mundo (Mateo 25:34).
El primer Adán fracasó, pero el segundo Adán ya había sido apartado como el “Cordero de Dios” antes de la fundación del mundo (1 Pedro 1:20). Lo extraordinario del plan divino fue manifestar su gracia antes de manifestarse el pecado. Y el evangelio, como la expresión de esa gracia, fue su cumplimiento de acuerdo con Gálatas 4:4-7. La gracia de Dios se manifiesta en Su evangelio, en su Hijo y en el Espíritu Santo.
La gracia nos muestra un rostro salvador
“Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación…”.
Este es el propósito de la manifestación de la gracia. ¿Qué significa esto? Que el hombre está totalmente destituido de la gloria de Dios y por eso interviene la gracia. Dios le hace un llamado a través de su gracia inmerecida. El hombre por sí solo ni podrá salvarse ni justificarse, porque la gracia ha provisto la única manera para salvarlo. No hay nada bueno en el hombre y su tendencia natural es el de corromperse aún en aquellos hombres que esgrimen su propia justicia y sus propias bondades.
De esta manera, el hombre sin Dios rechaza la gracia, la descalifica y la menosprecia, porque le parece algo muy “barato” para ser creído. Pero la verdad eterna es que cuando Dios aplica su gracia, todo lo que ella quiere hacer, lo va a hacer. Y es allí donde entra la vida de Jesús, muriendo por aquellos que han sido elegidos desde la eternidad. La “gracia salvadora” es aquella donde nosotros mismos hemos sido salvados de Dios mismo.
¿Qué significa eso? Pues que Dios mismo hizo una provisión a través de Jesucristo aplacando su ira contra el pecado mismo. Sería algo así como Dios mismo salvándonos del Él mismo a través de la muerte de su Hijo. El evangelio de esa gracia salvadora considera a la raza caída después de pecar con una pena eterna destinados al mismo infierno. Además, la gracia salvadora es ese favor de Dios expresado sobre aquellos a quienes Él ha elegido para salvación; esto se conoce como “la gracia irresistible” donde Dios por medio de su Espíritu Santo convence, llama, atrae y regenera a los pecadores elegidos (Efesios 1:11).
A quienes hayan sido elegidos, se les concede en abundancia la bendición de la gracia salvadora. Esto es así porque Cristo es la encarnación de esa gracia, y solo en él la encontramos (Tito 3:5; Juan 1:17).
La gracia nos muestra un rostro accesible
“Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres».
Este texto confirma el alcance del poder salvador de Dios. No hay una exclusividad en Dios, porque una cosa es su elección anticipada de la salvación, de acuerdo con la omnisciencia divina, pero otra es su compasión y amor total para con los hombres “no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento”.
Aun cuando no hay “justo ni aun uno”, Dios ha provisto una salvación para todos los hombres. Aun cuando todos están destituidos de la gloria de Dios, los hombres tienen acceso a esa gloria de Dios. La Biblia nos dice que el hombre no podía, y no puede proveer su propia salvación, porque aún los hombres “buenos” Dios los salva no “por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho” (Tito 3:5). Consideremos el caso de Cornelio de Hechos 10.
Nadie era más justo y recto como él, pero no pudo salvarse por esa justicia personal, porque al igual que todos él era un pecador, según Romanos 3:22, 23. La experiencia de este hombre “temeroso de Dios” nos muestra a aquellos hombres con acceso a esa gracia. Hebreos 4:16 es un texto único de la gracia de Dios. Al revisarlo nos damos cuenta de una gracia entronizada, personalizada y dignificada, estando en ese trono disponible para todos los hombres.
Ella está allí porque ha derrotado a sus enemigos, y ha soportado el castigo de la culpa de los hombres, esperando por los necesitados. Por esta razón ahora esa gracia nos invita a llegar a ella “para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.”. Pero la ironía de esto es que, si bien la gracia ha sido dada a todos los hombres, revelada a través de Cristo al venir a todos los suyos, no todos los hombres la aceptan (Juan 1:12), debido a su rechazo permanente.
La gracia nos muestra un rostro transformador
“Enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente…”
Pablo ahora nos habla de una gracia “pedagoga” y transformadora. En el anterior mensaje hablamos de la ira de Dios revelándose contra toda impiedad (Romanos 1:18), pero ahora Pablo al hablar de esta gracia en nuestros corazones, nos insta a renunciar a la impiedad. La palabra «piedad» es eusebeia, y según Jerry Bridges: “La piedad es más que el carácter cristiano. Cubre la totalidad de la vida cristiana y proporciona el fundamento sobre el cual se construye el carácter cristiano”. (Jerry Bridges, La práctica de la piedad, NavPress, 1983, p. 12).
Además de la piedad, la gracia nos demanda otra renuncia: “los deseos mundanos”. Esto significa que el mayor deseo de la gracia es construir en cada uno de nosotros un carácter santo. Sobre este particular, Pablo hace la pregunta: “¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (Romanos 6:1-2). La gracia de Dios no patrocina a una vida cristiana mundana, porque ella tiene la misión de transformarnos cada vez más a la imagen y semejanza de Cristo. Entonces, ¿cuál es el propósito de la gracia de Dios con ese anhelo en nosotros?
Para que “vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente”. He aquí el secreto de una auténtica vida cristiana con propósito. De acuerdo con esto, nada nos hará vivir mejor como el estar bajo la cobertura de esa gracia. Pero también nada nos hace más infelices como el vivir en el libertinaje de la gracia (Judas 4), llegando a ser una vergüenza de la gracia.
V. LA GRACIA NOS MUESTRA UN ROSTRO DE ESPERANZA
“Aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo…”.
El trabajo de la gracia comienza con la elección del creyente, y luego sigue en la formación de nuestro carácter, para ser dignos de ella. Sin embargo, la obra de la gracia no termina allí, porque su propósito es llevarnos hasta el momento más sublime cuando nuestros ojos contemplarán la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien vendrá desde el cielo con sus poderosos ángeles (2 Tesalonicenses 1:7).
Notemos como Pablo habla de una “esperanza bienaventurada” para referirse al asunto más feliz, dichoso y glorioso para el creyente que esté vivo en su segunda venida, o para los que vendrán con él en su comitiva para la resurrección. El texto también habla de la aparición del “gran Dios y Salvador Jesucristo”.
Con un solo plumazo Pablo nos muestra quién será el que vendrá del cielo. Este es un texto único, porque, además de probar la deidad de Cristo como siendo uno con Dios, lo hace en su segunda venida. Entonces, no es la aparición de Dios y la aparición de Jesús; es decir, la aparición de uno para cada uno. Es la manifestación de Jesús como el gran Dios y Salvador. La primera venida de Cristo la hizo en la carne, y su venida fue humilde desde su nacimiento hasta su propia muerte. Pero imagínese ahora viniendo como el gran Dios.
El Dios que nadie le vio jamás ahora “todo ojo le verá” (Apocalipsis 1:7). La señal del Hijo del Hombre se verá en el cielo de acuerdo por lo dicho por el mismo Cristo (Mateo 24:30), pero simultáneamente será el gran Dios y Salvador, porque Cristo vendrá como el gran YO SOY.
Conclusión
El propósito final del “Rostro de la Gracia” según Tito 2:11-14 es mostrarnos a Jesucristo dándose a sí mismo por todos nosotros para redimirnos de nuestra iniquidad y “purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras”. ¿Puede pensar en algo más grande que Jesucristo haya muerto para redimirnos, purificarnos y hacer de todos nosotros un pueblo “celoso de buenas obras?”. Esto es la gracia de Dios.
Déjeme ejemplificar el “Rostro de la Gracia” con la parábola del hijo pródigo de Lucas 15:11-32. El hijo menor desperdició su herencia y vivió una vida de pecado, despilfarro y desobediencia total. ¿Qué cree usted que podía hacer aquel padre ante el derroche y la deshonra de su hijo? ¿Qué hubiera hecho usted como padre? Bueno, aquel padre al verlo de lejos salió corriendo para encontrarlo.
Él pudo usar sus manos para darle muchos latigazos, pero las usó para abrazarlo con su ropa harapienta y mal oliente por cuidar a los cerdos. En lugar de usar su boca para reprocharle, la usó para besarlo. El hijo pidió ser como un jornalero (esclavo), pero el padre le dio un anillo, porque él era su hijo. Al final, el padre lo vistió, lo calzó e hizo una fiesta. Y, por último, la gracia celebra la noticia del regreso del hijo con gozo, contrario a la actitud de enojo del hermano mayor, diciendo: “porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado” v. 32.
Este es el “Rostro de la Gracia”, y hay dos llamados de ella: uno es para no ser una vergüenza de la gracia, y el otro es para no rechazarla.