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El amor desordenado de la avaricia (Siete pecados capitales)

avariciaLa avaricia es el cuarto de los llamados Pecados Capitales. Se define como el “afán que inmoderado de riqueza y de atesorar bienes materiales”, de allí el título de hoy. La acotación “inmoderado” es importante resaltarla porque el dinero en si no es malo, sino aquel deseo desordenado por adquirirlo, y en muchos casos sin importar los medios. Esto es dicho porque el hombre avaro no es feliz con lo que tiene, y nunca será feliz con lo que poseerá.

No en vano la admonición antigua está revelada en su justa proporción, cuando se nos dice: “Raíz de todos los males, es el amor al dinero”. La avaricia, esa ansia, ese apego insaciable y egoísta por los bienes materiales es lo que está creando, a su vez, un trastrueque frontal de los más elementales valores en una sociedad que no se detiene en su frenética carrera por el consumismo, teniendo en el materialismo, el “dios” a quien le rinde tributo y pleitesía todos los días.

Se cuenta que cuando Mazarino, aquel señor de Francia en un tiempo, sintió que estaba llegando a los linderos de su vida para pasar a la otra, mandó que le trajesen todos sus tesoros para verlos por última vez. Su cuarto se convirtió en una joyería de riquezas y en un museo de arte. Mirándolo todo con ojos desencajados, crispando sus manos sobre la ropa de su cama, gemía: ¡Y pensar que lo pierdo todo! ¡Y pensar que lo he de dejar todo!…

De esta manera mueren los avaros. Ni el umbral de la muerte, ni su cercanía al destino eterno le preocupan, sino el saber que dejan lo que tanto codiciaron. La mente del avaro está atiborrada de una ambición indetenible.
 
 A nadie debe privársele el derecho de obtener las cosas que más anhela, siempre y cuando en el proceso de adquirirlas aplica su mano al trabajo laborioso y honrado, donde el esfuerzo y la disciplina se constituyen en instrumentos determinantes para lograrlos.

Tales personas debieran vivir contentas y realizadas, pues con eso honran su propia dedicación y constancia, honran al Dios de la provisión quien se constituye en la fuente de sus fuerzas y energías, pero también le cierran la puerta a la avaricia que es el pecado que atenta contra la integridad del hombre honrado. Porque el avaro, contrario a lo antes explicado, es un ser descalificado para compartir, para comunicarse y para aplicar la filantropía con los demás. Vive ajeno e insensible a la gente que le rodea.

La avaricia busca atesorar

El único plan y la única pasión que acaricia su corazón es: atesorar, pero nunca quedan satisfechos porque » en la tierra hay suficiente para satisfacer las necesidades de todos», decía Mahatma Gandhi, «pero no tanto como
 para satisfacer la avaricia de algunos”. Porque los tales nunca se sacian, nunca están conformes; pero siempre van en busca de algo más. En ellos no se encarnan el consejo de las Escrituras bíblicas, cuando dice: «Porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podemos sacar.

Así, que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y engañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición…» (1 Timoteo 6:6-10)
 
Martín Luther King, el gran paladín de la lucha contra los derechos humanos de los Estados Unidos durante el tiempo de la segregación racial, fue además un prominente pastor bautista, quien tenía una agudeza en la hermenéutica de los textos sagrados.

En su libro «La Fuerza de Amar», donde hace referencia al joven rico que vino corriendo a Jesús, dice: «Jesús no llama necio al hombre rico por serlo ni por haberlo hecho de forma deshonesta, sino porque los objetivos por los que vivía se le confundieron con los medios por los que vivía.

Tantas veces había dicho yo y mío que estaba incapacitado para decir nosotros y lo nuestro Tenía la inconsciente sensación de ser el Creador, no una criatura».Y es triste pensar que ese joven se perdió en la penumbra de su propia decisión porque no estuvo dispuesto a compartir sus riquezas.

Con esto vemos que el avaro pasa del deseo enfermizo de dinero y queda expuesto a su propia reprobación, a menos que se arrepienta. Fue por eso que Jesús previno a sus seguidores con estas palabras: “Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” (Lucas 12:15) La avaricia satisface el cuerpo más no el alma.


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