Derribando los muros de la división digital
Brecha digital: la pandemia del Covid-19 como revelación
Aparentemente la brecha o división digital se está superando en el mundo pero ¿la están superando nuestras iglesias?
A primera vista las cifras globales dan la impresión de que se estuviera superando la llamada brecha digital. La propiedad de teléfonos móviles ha llegado al 68% de la población mundial, el uso del Internet ya alcanza el 64,4% de los habitantes, el 92% de la navegación se hace con dispositivos móviles, y los usuarios de redes sociales continúan creciendo a un ritmo del 3% anual para estar cerca del 60 % de las personas. Como de costumbre, las estadísticas globales tienden a ocultar las tremendas disparidades que existen en el mundo. Por ejemplo, mientras que el 99% de la población de Irlanda está en línea, en Kenia solo el 35% tiene acceso a Internet. A pesar del gran número de teléfonos móviles, una gran proporción de la población aún no usa Internet de manera regular, o tiene un acceso limitado a la red, limitando el acceso a los espacios digitales emergentes en el gobierno, finanzas, salud, educación, y redes sociales, y ampliando la brecha digital.
Durante la crisis del Covid-19, fuimos testigos de cómo las brechas digitales crearon grandes divisiones entre la población, ya sea por la mala infraestructura, los costos asociados, la falta de acceso a tecnología actualizada, o a una capacitación deficiente. En Venezuela, por ejemplo, un gran programa gubernamental llamado Canaima Educativo[1], iniciado alrededor del año 2008, suministró computadoras portátiles de bajo costo a millones de niños en escuelas públicas, proporcionando también a numerosas instituciones educativas de conexión de banda ancha DSL. Este esfuerzo singular produjo una cohorte de jóvenes que se sentía bastante cómoda con los espacios digitales (Montoya and Bonilla 2019), a pesar de las limitaciones socio-económicas que sufría el país.
Sin embargo, al inicio de la pandemia, esas laptops canaimitas ya estaban obsoletas o fuera de servicio, y la red de comunicación pública se había degradado hasta convertirse en la más lenta de la región. Además de eso, debido a los bajos salarios, muchos docentes no tenían teléfonos inteligentes ni computadoras para enseñar en línea, o para hacer un seguimiento de los estudiantes usando plataformas gratuitas como Google educativo. En su lugar, estos maestros tuvieron que recurrir a engorrosos mensajes de texto en teléfonos obsoletos apodados vergatarios. Claramente, en Venezuela, durante la pandemia, la brecha educativa entre las escuelas de clase baja y las privadas de clase media alta acomodada se vio exacerbada por la división digital.
Los problemas sociales que crean las brechas digitales son extrapolables a la iglesia cristiana. Durante la pandemia, muy pocas iglesias estaban preparadas para enfrentar los desafíos de trasladar sus actividades a espacios digitales. Campbell y Jordan (2022) identificaron cuatro problemas que contribuyeron a la brecha digital entre las iglesias, a saber: infraestructura, tecnología, capacitación y renuencia o resistencia. El espectro de manifestaciones de estos problemas en las iglesias de América Latina requiere una mayor atención, porque los mismos también son reflejo de las desigualdades sociales presentes en cada país de la región.
La mayoría de los artículos publicados sobre cómo las congregaciones evangélicas gestionaron sus actividades durante los cierres debido a la pandemia se han concentrado en megaiglesias o iglesias vanguardistas de corte contemporáneo. Los investigadores mexicanos Carlos Ibarra y Edson Gomes (2022) observaron algunas iglesias en el norte de México que ellos denominaron post-denominacionales, porque tienden a ser más “culturalmente relevantes” que las denominaciones tradicionales. Parte del carácter vanguardista de estas congregaciones se basa en la cultura digital que han creado y que está dirigida, en primer lugar, a cohortes de jóvenes que apuestan por el uso de redes digitales, que conocen las tecnologías multimedia, que son creativas, que están socialmente conectados, y que son capaces de navegar por sí mismos en una variedad de nuevos dispositivos y plataformas. Esto simplemente describe un quinto problema que contribuye a la brecha digital, que es el generacional.
Cristina Gutiérrez y Reneé De la Torre (2020) también estudiaron una iglesia multi-sede en Guadalajara, que ya estaba transmitiendo digitalmente (streaming) sus servicios antes de marzo de 2020, y que simplemente adaptó y amplió lo que estaba haciendo, usando videos de enseñanza bíblica y música de adoración cuidadosamente diseñados y producidos profesionalmente, expandiendo el uso de las redes sociales, además de introducir el uso de aplicaciones móviles para la lectura de la Biblia y el uso devocional. Hubo otras iniciativas digitales que florecieron durante la pandemia, como estaciones de radio virtuales que se dispararon en membresía, o redes de adoración que pudieron componer y grabar música nueva virtualmente (Mora and García 2022). Dichos esfuerzos requirieron que las iglesias y los nuevos ministerios digitales adoptasen una estructura organizativa similar a la de una empresa tecnológica nueva, tal que pudieran innovar, adoptar tempranamente nuevas tecnologías, hacer uso del diseño audiovisual creativo y de un alto nivel de aprovechamiento de las redes sociales.
Estos investigadores, creen que la adaptabilidad y la agilidad de esta estructura organizacional fue lo que permitió que las iglesias post-denominacionales prosperaran, incluso durante la pandemia, en comparación con otras iglesias que, a pesar de tener mayores recursos y una mayor cantidad de miembros, no pudieron tener el mismo tipo de participación en los espacios digitales (Ibarra y Gómez 2022). Identificamos aquí otro problema que contribuye a la producción de una brecha digital eclesiológica, en este caso una estructura organizacional inadecuada que no puede manejar los cambios disruptivos que produce la tecnología. Este aspecto, por otro lado, abre la posibilidad de que nuevos actores religiosos entren en juego en el ciberespacio, lo que produce el consiguiente cambio de la autoridad religiosa hacia una nueva clase de líderes que conocen bien la cultura digital. Tal vez, el clericalismo de las denominaciones tradicionales, se desplaza ahora hacia una nueva división pseudo-clerical entre los especialistas e influenciadores digitales, y los usuarios de los contenidos y las aplicaciones creados por las iglesias en los entornos digitales.
Esta falta de capacidad para funcionar en espacios digitales resultó ser aún peor para congregaciones más pequeñas e iglesias en áreas rurales, que no habían prestado atención a la tecnología antes de la pandemia. Para la mayoría de las congregaciones en América Latina, grandes o pequeñas, casi la única forma de cerrar la brecha digital y aprovechar la disponibilidad generalizada de teléfonos inteligentes fue el uso extensivo de Whatsapp como su estrategia digital principal (Barrón y Iglesias 2021). Se trataba de la plataforma de redes sociales más simple que podían usar, y la mayoría de los miembros de la iglesia ya estaban familiarizados con ella. Por ello florecieron grupos de usuarios de todos los tipos, incluso para la transmisión de contenido lleno de teorías conspirativas y mensajes escatológicos que producían ansiedad entre los creyentes.
Además de los grupos de Whatsapp, muchas iglesias limitaron su presencia en línea a unas rudimentarias páginas de Facebook mal mantenidas, carecían de cuentas de Twitter, Instagram o Tik Tok sólidas y coherentes, muy pocas de ellas tenían su servicio de adoración disponible para transmisión de video o descarga desde la nube, y no tenían una comprensión clara del papel de la tecnología en la iglesia, mucho menos habían invertido consistentemente en la adquisición de tecnología y la contratación de personal especializado. En este caso, vemos cómo la falta de conocimiento acerca del uso de plataformas, software o algoritmos también conduce a la ampliación de la brecha digital.
Se pueden encontrar algunas raras excepciones donde se observa un esfuerzo coordinado, como en el caso de la cruzada evangelística en línea de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en el oeste de Venezuela, en septiembre de 2020. Los organizadores utilizaron con éxito Whatsapp, Facebook, Youtube como plataformas para estudios bíblicos breves, culminando con una semana de una hora de transmisión en vivo de la predicación vespertina. A pesar de la escasez de energía eléctrica, y la pobre infraestructura de comunicaciones que caracteriza a esta región del país, los organizadores catalogaron el esfuerzo como exitoso debido al número de bautizos que realizaron en diversas iglesias locales.
En los tiempos post-pandemia que estamos viviendo, es claro que la brecha digital ya no se define solo por la conectividad o el acceso a Internet. Por el contrario, va mucho más allá para abarcar el tipo de acceso, la disponibilidad de dispositivos tales como teléfonos inteligentes, tabletas o computadoras portátiles, los modelos de negocios que permitan hacer frente a los cambios en el ecosistema tecnológico, y el conocimiento de la economía de las plataformas para acceder a aplicaciones, datos, e incluso derechos humanos y cuestiones legales relacionadas con el acceso a Internet, la seguridad y el intercambio y la protección de datos (Ávila 2023). Lo que hizo la crisis provocada por el virus del Covid-19, fue llevar a las iglesias a entrar de lleno en esta realidad de la cultura digital que ya estaba en pleno desarrollo en muchos campos durante los años previos.
¿Puede la religión digital crear otra forma de brecha digital?
Ahora bien, los efectos de la pandemia de Covid-19 ya han ido cesando en todas partes, pero la dependencia de los sistemas digitales ha ido aumentando, y sigue expandiéndose a una velocidad sin precedentes. Rápidamente hemos pasado a ser una sociedad fuertemente dependiente de la tecnología digital, a tal punto que muchos teólogos y filósofos consideran que estamos entrando en una fase post-humana, en la que las personas no pueden concebirse sin dispositivos y sistemas que amplifiquen los aspecto físicos y mentales de sus vidas.
Las iglesias que se beneficiaron de la fase digital experimental que se inició durante la pandemia fueron aquellas que pudieron navegar las limitaciones de la infraestructura tecnológica disponible en ese momento. Al superar la renuencia a adoptar los espacios digitales, llegándolos a considerar como un canal válido para congregar una comunidad cristiana virtual, estas iglesias se convirtieron en las primeras en adoptar (early adopters) de una manera más intencional e innovadora el uso de la tecnología en la iglesia. Hoy por hoy, no resulta arriesgado profetizar que la tendencia hacia una iglesia digital ya es un proceso irreversible.
Grupos cristianos formados por una generación más joven de especialistas digitales e influencers, sin miedo a desarrollar y probar nuevas plataformas, algoritmos y hardware, con una actitud emprendedora y una mentalidad de innovación, están brotando por todas partes. En principio, basándose en la experiencia de los usuarios observada a lo largo de estos tres difíciles y largos años, están proponiendo nuevas formas de superar las limitaciones y escollos de los entornos digitales para las iglesias. El problema principal es que, aunque estos emprendedores, innovadores, e influencers no representan a “todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas” (Ap. 7:9), están influyendo en la definición de las especificaciones, el diseño, y la implementación de esos novedosos entornos religiosos digitales que ya se han comenzado a usar en todas partes.
Recientemente asistí a un webinar llamado Iglesias en el Metaverso , que fue publicitado como un encuentro de “pastores con visión”. Quedé impresionado con los cientos de asistentes de toda América Latina y España, una clara señal del interés en el tema. Desarrollar una iglesia en este ecosistema virtual llamado metaverso implica el uso de software y hardware de realidad virtual avanzado, que permita provocar en el creyente una experiencia tridimensional inmersiva. Si bien es cierto que no todos los panelistas en el seminario web estaban plenamente convencidos de la plantación de iglesias en estos espacios, si existía la expectativa de que esto podría realizarse muy pronto.
Desde el punto de vista de la brecha digital, una iglesia plantada en un espacio de realidad virtual es un ministerio dirigido a una élite de jóvenes que tienen acceso a Internet ultrarrápido; que pueden permitirse comprar cámaras, sensores posicionales, lentes inteligentes, potentes servidores; que están familiarizados con los algoritmos de identificación de blockchain; y que no tienen miedo de experimentar con los emergentes algoritmos de inteligencia artificial. Además, como se pudo ver en la composición del panel en el seminario web quienes, en su mayor parte, no solo eran miembros de la Generación Z o la cohorte milenial, sino que eran todos hombres, lo que agrega una posible dimensión de edad/género a la división provocada por la religión digital, al igual que sucedió con la industria de los juegos digitales.
Lamentablemente, no todas las startups, grupos o empresas tecnológicas tienen las capacidades, o están dispuestas a invertir en producir tecnología digital que sea inclusiva. Tomemos, por ejemplo, el problema del idioma, que se está convirtiendo en un factor que contribuye a la brecha digital. Como se puede intuir, la mayor parte del contenido de Internet está en inglés y, por lo tanto, el acceso a cierto software o información está limitado a aquellos que dominan este idioma, por lo que un gran sector de la humanidad con acceso a Internet no se beneficia de muchos sistemas y aplicaciones..
Un ejemplo interesante es Wikipedia, que cuando comenzó desarrollaba todo su contenido en inglés. Para resolver el problema del idioma, los fundadores siguieron la naturaleza colaborativa colectiva (crowdsourcing) de la plataforma y reclutaron a miles de voluntarios para la traducción. Más tarde, crearon un equipo de ingeniería de idiomas que agregó una herramienta de traducción de contenido , aparte de varias herramientas de traducción automática para facilitar el trabajo. Hoy en día Wikipedia tiene artículos en 300 idiomas, pero, a pesar del esfuerzo, la relación entre inglés y español sigue siendo de 4/1 artículos (en otras palabras, el contenido en inglés es cuatro veces más grande que el existente en castellano).
El reciente desarrollo de herramientas de Inteligencia Artificial (IA) puede darnos pistas sobre las disparidades digitales entre el Norte y el Sur Global. El término “Sur Global” ha evolucionado hasta convertirse en un concepto complejo, con una variedad de significados que van más allá de las descripciones puramente geográficas. En su mayor parte, es “una metáfora del sufrimiento humano causado por el capitalismo y el colonialismo a nivel mundial”, resaltando la resistencia de los grupos humanos a minimizar dicho sufrimiento, y señalar los esfuerzos por superarlo (Arun 2020).
El año 2023 ha visto el crecimiento de la popularidad de los modelos grandes de lenguajes (LLM) de IA, como el Chat GPT-4 de Open AI recientemente lanzado (14 de marzo de 2023). Los LLM se entrenan a partir de millones de páginas web, libros y otros datos de texto que se pueden encontrar en Internet, para producir respuestas parecidas a las humanas en un modo conversacional. Sin embargo, si tomamos como referencia la proporción de inglés a español de 4/1 existente en los artículos de Wikipedia, no es difícil imaginar cuán sesgadas serían las respuestas de cualquier LLM hacia la producción intelectual del Norte Global.
El Sur Global es el hogar de un creciente 67% de los cristianos del mundo, lo que lleva a la afirmación habitual de que el centro de gravedad del cristianismo se ha desplazado dramáticamente (ver gráfico). Contradictoriamente, la mayoría del personal docente de teología, los fondos de becas, las bibliotecas teológicas, las oportunidades de investigación y los libros de texto son, en su mayoría, del Norte Global y están en inglés. Por lo tanto, dado el enfoque de diseño utilizado para el entrenamiento de los LLM, es probable que las nuevas aplicaciones de religión digital que utilicen este tipo de modelo de IA le den prioridad a los temas e inquietudes teológicos y eclesiológicos desde el punto de vista de un Norte Global próspero, de acuerdo con una cosmovisión masculina de raza blanca. Mientras tanto, los aspectos que le importan a la iglesia en el Sur Global, como la pobreza, el compromiso social, la liberación, la sanación, el sufrimiento y el lamento, la igualdad de género, el trabajo, la teología de la infancia, y el ambientalismo, probablemente serán pasados por alto en esos modelos de IA.
Es por ello que, si los procesos de conceptualización, diseño e implementación se dejan en manos de una élite de jóvenes tecno-entusiastas del Norte Global, serán ellos quienes decidirán lo que la mayoría requiere, siguiendo el adagio de Steve Jobs: “la gente no sabe lo que quiere hasta que se lo muestras”. Estas nuevas tecnologías digitales resultantes, tan emocionantes y prometedoras como puedan ser, o tan espirituales y bien intencionadas como parezcan ser, no serán necesariamente inclusivas por diseño y seguramente no serán de fácil aceptación en el Sur Global.
Debido a los modelos de negocio utilizados, estos sistemas, herramientas y procesos sin duda definirán nuevas prácticas espirituales, rituales, símbolos, relaciones y creencias, introduciendo grandes cambios en nuestra comprensión de la iglesia. Por eso, debe haber un esfuerzo intencional para que los espacios digitales sean inclusivos. Es necesario ir más allá de estos nuevos sacerdotes de la tecnología que deciden cómo deben ser los espacios digitales, para recuperar el “sacerdocio de todos los creyentes” (1 Pedro 2:9- 10), en el cual, todos, independientemente de su edad, género, geolocalización, tradición, etnia, idioma, puedan participar en el proceso de innovación, para así evitar una mayor expansión de la brecha digital en la iglesia.
Jesús y las divisiones: Brindando libre acceso a Dios
A manera de conclusión me permito volverme hacia la Biblia para encontrar pautas que nos permitan considerar los avances tecnológicos actuales y que nos convenzan de la necesidad de buscar las maneras de cerrar las brechas existentes entre los creyentes, en particular la digital.
Cuando observamos el Templo de Jerusalén en tiempos de Jesús, podemos recordar la forma en que el acceso a la presencia de Dios estaba segmentado en muchas divisiones diferentes. Esta segmentación era un signo del carácter jerárquico de la sociedad judía de aquellos tiempos, que reflejaba los privilegios para estar más cerca de Dios, obtenidos según la pureza y la genealogía. El resultado pecaminoso de las divisiones que se construyeron en esas estructuras sociales tan segmentadas no fue otro sino la exclusión.
La arquitectura del Templo habla en voz alta de la violencia de la exclusión que, como dice Mirtoslav Volf, implica indiferencia, abandono y juicio (Volf 1996, 64-68). El acceso al Templo estaba estratificado en una secuencia de diferentes espacios o “atrios”, que representaban el nivel más alto de cercanía a Dios que se le podía permitir a cualquier individuo, dependiendo de su estatus en la sociedad.
A los gentiles y extranjeros solo se les permitía ingresar al patio externo, que se llamaba el Atrio de los Gentiles, similar a un mercado donde los peregrinos llegaban para cambiar dinero y comprar animales para el sacrificio. Un muro de baja altura era la primera división que separaba el área sagrada del Templo, donde ningún extranjero o persona ritualmente impura podía entrar. Regularmente se colocaban letreros de «prohibido el paso» para advertir sobre las consecuencias de cruzar a la siguiente sección.
Una vez que se traspasaba la primera división étnica, estaba la Puerta La Hermosa que conducía al Patio de las Mujeres donde todos los judíos puros podían ingresar, pero las mujeres no podían avanzar más allá, hacia los espacios más sagrados, lo que significaba una división de género claramente representativa de una sociedad patriarcal como aquella.
Los varones adultos que quisieran hacer un sacrificio animal podían pasar por la Puerta de Nicanor e ingresar al Atrio de los Sacerdotes donde el animal era recibido por un sacerdote encargado de la ofrenda. Más allá de ese punto, solo sacerdotes especiales pertenecientes a la tribu de Leví podían ingresar al espacio donde se encontraba el Arca de la Alianza. Y solo el Sumo Sacerdote, en el día de la Expiación, podía encontrarse con Dios en un espacio sagrado interior llamado el Lugar Santísimo.
Pensando en cómo allanar el acceso a Dios y cómo construir puentes para superar las actuales brechas digitales en la iglesias, es asombroso ver cómo se desafiaron todas estas divisiones previamente, cuando Jesús visita el Templo en Mateo 21:12-16. En esta extraordinaria escena del evangelio, Jesús se desplaza desde los atrios exteriores a los interiores trastornando el orden del Templo, tan apreciado por la clase sacerdotal. Primero echa fuera a todos los que habían puesto algún negocio ambulante, y patea las mesas de los usureros, y los puestos de los vendedores de palomas. Seguidamente declara que aquel lugar que había sido designado como casa de oración, había sido convertido en una guarida de ladrones. Jesús abre el espacio para que entren ciegos y lisiados para que sean sanados.Ante el atrevimiento de Jesús los líderes religiosos quedaron atónitos, y se escandalizaron aún más cuando escucharon a un montón de niños correr, y gritar: ¡Hosanna al Hijo de David! Enardecidos por la irreverencia de los muchachos, le reclaman a Jesús y éste les recuerda lo que está escrito: De la boca de los niños y de los bebés prepararé un lugar de alabanza.
Jesús quería que el exterior del Templo estuviese limpio del mercado negro de divisas y de la basura y el excremento de los animales que se comerciaban allí. Deseaba abrir el Templo para que todas las naciones vinieran a orar (Isaías 56:7, Marcos 11:17). Además de permitir que los ciegos, paralíticos, lisiados y similares, todos previamente con prohibición de entrar al atrio interior y ofrecer sacrificios, pudieran ahora pasar libremente al interior. De la misma manera, que aquellos niños enérgicos y alegres, a los que no se les permitía entrar en el Templo, pudieran tener voz y cantar alabanzas a Dios.
La declaración que estas acciones conllevan es clara: el Templo es casa de oración para todos, sean niños, mujeres, gentiles, o enfermos. El corolario resultante es válido para la iglesia en cualquier cultura, período de la historia o situación social: no debe haber divisiones para adorar o acercarse a Dios. Para sellar esto, cuando Jesús estaba muriendo en la cruz, la cortina en el Templo, que mantenía el Lugar Santísimo separado de la gente, se rasgó por la mitad, de arriba hacia abajo, abriendo el acceso a la presencia de Dios a todos por igual (Marcos 15:38). Pablo se hace eco de este hecho recordando que Jesús nos acercó a todos, y que mediante su sacrifico en la Cruz, derribó todos los muros de división que puedan existir entre sus seguidores (Efesios 2: 13-14).
¡Qué principio tan extraordinario para aquellos de nosotros que diseñamos, usamos y facilitamos los entornos digitales para nuestras prácticas espirituales! Si éstas refuerzan las brechas, o crean nuevas, más nos vale encontrar nuevos caminos, nuevos métodos, nuevas tecnologías, y eso implica el reto sacrificial de ser más creativos, más inclusivos, y menos monetizados.
Bibliografía
Arun, Chimanyi. 2020. «AI and the Global South: Designing for other worlds.» In Tha Oxford Handbook of Ethics of AI, edited by Markus Dubber, Frank Pasquale and Das Sunit, 589-606. New York: Oxford University Press.
Ávila, Renata. 2023. «La brecha digital en América Latina como barrera para el ejercicio pleno de derechos.» In Derechos digitales en Iberoamérica: situación y perspectivas, 147-161. Madrid: Fundación Carolina.
Barrón, Viviana, y Elsa Iglesias. 2021. «Iglesias evangélicas y limitaciones al derecho de reunión en la pandemia del COVID-19 en Argentina.» Derecho, Estado y Religión VI-VII: 23-37.
Campbell, H., and Mandy Jordan. 2022. «The Digital Divide, Digital Reluctance and Its Impact on Pandemic Churches.» OakTrust Library. Accessed March 2023. https://oaktrust.library.tamu.edu/handle/1969.1/195938.
Gutiérrez, Cristina, and Reneé De la Torre. 2020. «Covid-19: la pandemia como catalizador de la videogracia.» Espiral: Estudios sobre estado y sociedad 27 (78): 167-213.
Ibarra, Carlos, and Edson Gomes. 2022. «Cristianismo Postednominacional y Coronavirus: Campo religioso e innovación en México y Estados Unidos.» Encartes 5 (9): 174-196.
Montoya, Yaimar, and María Bonilla. 2019. «Aproximaciones a la cultura digital de las familias venezolanas en torno al proyecto Canaima Educativo.» Contratexto (32): 259-278.
Mora, F., and E. García. 2022. «Venezuelan Evangelical Digital Diaspora, Pandemics, and the Connective Power of Contemporary Worship Music.» Religions 13 (3): 212.
Volf, Miroslav. 1996. Exclusion and Embrace: A theological exploration of identity, otherness, and reconciliation. Nashville, Tennessee: Abingdon Press.
Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la posición oficial de Entrecristianos.
[1] Similar al programa One-laptop-per-child (OLPC) pero patrocinado por el gobierno.