Del escritorio de Julio Ruíz

Cuando un pequeño hábito ata a un gran gigante

Cuando un pequeño hábito ata a un gran gigante

Un hábito puede convertise en un verdadero problema en nuestra vida espiritual. Cristo vino para sacar la estaca y romper la cadena pecado.

En  la variedad de animales que usan  los potentados  de los circos, para la diversión de su gente, el elefante es uno de los que nunca falta, y el  que más se distingue por su enorme tamaño, pero también por sus “artes acrobáticos”, a pesar de las toneladas que pesa. Con una altura que llega a los cuatro metros y un peso aproximado de siete toneladas, en el caso del elefante africano, es un animal ágil y silencioso al caminar. En las escenas que le corresponde su actuación, esta gigantesca bestia hace un despliegue de peso, tamaño y fuerza descomunal con la que arranca aplausos y gritos de sus admiradores.

 Sin embargo, antes y después de la actuación, este animal, considerado el más grande de la tierra,  permanece sujeto a una cadena que aprisiona una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo. Una mirada a los instrumentos que sujetan  a este animal para que no se escape, nos plantea una variedad de preguntas. ¿Cómo puede un animal con una fuerza capaz de arrancar un árbol con un solo golpe no librarse de una simple estaca, con apenas unos centímetros de profundidad y una cadena que puede romperla en pedazos?  ¿Por qué no huye? ¿Por qué ni siquiera intenta mover sus patas con las que sacaría el impedimento que le ata? ¿Por qué ese gigante no queda libre de tan ínfimo  obstáculo?

Los que estudian el poder de los hábitos y la eficacia de ser educado con ellos desde temprana edad, coinciden en señalar las posibles  razones por las que el elefante asume esa actitud. Es un hecho que nadie ataría a un elefante adulto sin haber pasado el proceso del amaestramiento de los años. Si usamos nuestra imaginación pudiéramos ver un animal todavía pequeño acostumbrándose a lo que le va a vincular de por vida. Es muy probable que a este animal lo sujeten con la misma estaca y  cadena desde sus  primeros años. Por un buen tiempo el “inquieto infante” tratará de zafarse de sus cadenas; hará todo tipo de esfuerzo de liberación hasta quedar exhausto, pero al no poder hacerlo se va acostumbrando y así llega a ser un adulto atado a la misma estaca y a la misma cadena.  

Con esta situación planteada, el animal pareciera estar resignado a lo que no es posible cambiar. Así, pues,  acepta su impotencia,  renuncia a todos los  esfuerzos hechos y parece declarar que este será su destino de por vida. El poderoso y enorme animal no escapa porque sencillamente cree que no puede escapar. Semejante comportamiento  le da la razón a los que sostienen que no importa lo que quieras ser en la vida, tus hábitos determinan el 95% de tus pensamientos, sentimientos y acciones.  En nuestro caso estamos viendo cómo un hábito negativo puede esclavizar a un gigante por el resto de la vida.

La lista se haría muy larga si tuviéramos que enumerar aquellas pequeñas cosas que se han quedado como “huéspedes indeseables” a través de los años, teniendo la misión de esclavizar al individuo sin  encontrar salida alguna,  y fatídicamente ha tenido que convivir con ellos. Las “cadenas del elefante” pudiera representar aquellas “gustosas”  cosas, que aunque dan  satisfacción a algún deseo momentáneo, el anhelo de dejarlo se hace evidente, sobre todo cuando está en peligro la salud física y la mental.  

¿Por qué no se huye, o por qué no se dejan los malos hábitos? Otra pregunta sería: ¿Por qué hay “estacas y cadenas” a las que se permanece atado desde la temprana edad? ¿Por qué hay tantos gritos audibles o silenciosos  que claman por una liberación de lo que esclaviza el cuerpo y el alma? ¿Por qué algo que puede ser insignificante amarra, hasta el punto de hacerse un compañero “necesario”?. Las respuestas a tales preguntas pudieran darse cuando hay una disposición para reorientar mi manera de pensar y para cambiar mi voluntad sobre lo que hago o practico. 

Sin embargo, si somos honestos, tenemos que admitir que el romper las cadenas que me atan a cualquier vicio o tendencia pecaminosa, no es el fruto de una mera intención personal. Es posible que usted haya lidiado más de una vez con aquello que le afecta, y no ha podido. Y la verdad es que no podrá hacerlo sólo. Muchas de nuestras ataduras tienen que ver con una naturaleza irredenta. Cristo vino para sacar la estaca y romper la cadena que nos ha esclavizado al pecado. Estas fueron sus palabras: “Si el Hijo os libertare seréis verdaderamente libres” Juan 8:36. Huya de su “estaca y su cadena”. Invite al gran Libertador a librarse de ellas hoy y de ese mal hábito.

Julio Ruiz

Venezolano. Licenciado en Teología. Fue tres veces presidente de la Convención Bautista en Venezuela y fue profesor del Seminario Teológico Bautista de Venezuela. Ha pastoreado diversas iglesias en Venezuela, Canadá y Estados Unidos. Actualmente pastorea la Iglesia Ambiente de Gracia en Fairfax, Virginia.
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