No tengo plata ni oro pero lo que tengo te doy
Conocida es la frase de Pedro «No tengo plata ni oro» y de eso trata el pastor Julio Ruiz en este estudio basado en Hechos 3:1-10
Hemos dicho que la iglesia nació el día de Pentecostés cuando llegó el Espíritu Santo, bautizando a los presentes y llenándoles con su poder. Después del milagro de hablar en otros idiomas, que jamás habían conocido, los apóstoles quedaron ungidos para hacer nuevos milagros, tanto así que Lucas nos dice: “Y sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles”. (Hch. 2:43).
De todas esas “señales”, la curación del cojo sentado en el templo frente a la “puerta de la Hermosa”, es la única que se menciona hasta aquí, quizás para poner en el contexto la manera cómo Dios iba a usar a los apóstoles para el avance del evangelio.
Tome en cuenta que este milagro conduce a la conversión de miles de nuevos conversos, así como sucedió después del Pentecostés. Con esto quedaría demostrado que el verdadero propósito de los milagros era dar cabida al anuncio de la palabra para la sanidad del alma, además de la del cuerpo (Hc. 4:4). El paralítico que traían y lo sentaban cerca del templo es un cuadro dantesco de la tragedia humana. Lucas, como médico al fin, no omite detalles para decirnos que era un paralítico de nacimiento. Imagínese por un momento la tragedia.
Ese hombre había visto a los demás caminar, correr y jugar, pero él nunca lo pudo hacer. Seguramente vio a los niños correr, pero el pasó su infancia sin poder moverse. No tuvo ninguna oportunidad para hacer algo, y lo único que le enseñaron fue a pedir limosnas. Ahora tiene más de cuarenta años, pero tiene que ser llevado por otros para hacer su trabajo de vivir por otros. ¿Sabe usted lo que ese hombre sentiría? Su vida la consideraba como una carga para los demás lo cual le llevaría a una profunda amargura del alma. Simplemente no podía hacer nada.
Este hombre simboliza la realidad de nuestra naturaleza caída. Al mirarlo nos damos cuenta que el dolor y el sufrimiento forma parte también de la tragedia humana de nuestro tiempo. A veces se manifiesta a través de una enfermedad física, como el caso de este paralítico y muy a menudo pasa desapercibido a los ojos humanos. ¿Sabe usted cuántos hoy están paralizados emocional y espiritualmente? Frente a este panorama reaccionamos como los apóstoles: No tenemos oro ni plata, pero lo que tengo te hoy. ¿Y qué es lo que tenemos para dar?
No tenemos plata ni oro pero tenemos la esperanza que produce Cristo para el que la ha perdido toda
Un hombre cojo de nacimiento…
Hechos 3:2. La hora que los apóstoles ocuparon para la oración fue a las tres de la tarde v. 1. Aquella fue una hora significativa, pues fue la misma cuando murió nuestro Señor. También fue significativo que ellos se toparan con ese hombre, y en esa condición, cuando se dirijan al sacrificio de la oración. No sabemos cuántos de los años que este hombre tenía los había pasado en ese lugar. Un hombre “cojo de nacimiento” nos habla de una tragedia imponderable.
Si hubo una palabra que él desconocía era la “esperanza”. Pasó la niñez paralítico, siguió así en la adolescencia, continúo hasta la juventud y ahora ya es un hombre de más de cuarenta años y sabe que no podrá caminar. Simplemente él dependía de otros para moverse.
Ninguna cosa es peor que haber perdido la esperanza. Quien esto pierde, ha perdido todo, de allí el aforismo popular: “La esperanza es lo último que se pierde”. Pero donde muere la esperanza allí se hace presente el Señor. Cuando el hombre lo ha agotado todo, allí comienza el poder de Dios pues “no hay nada imposible para Dios”. No importa cuánto tiempo se viva paralizado, hay vida y esperanza en Jesús. Él vino para salvar lo que se había perdido.
Ponían cada día a la puerta del templo que se llama la Hermosa…
Hechos 3:2b. Tenemos obligadamente que hacer un comentario sobre este particular detalle. El hombre paralítico no era puesto en cualquier puerta del templo. Lucas se asegura en identificar que la puerta se llamaba la Hermosa. ¿Y por qué ese singular nombre? Porque el material con el que estaba hecho la hacía lucir radiante y esplendorosa desde lejos. Los visitantes podían divisar su hermosura desde la distancia. Pues era allí donde ponían al paralítico “cada día”.
¿Se imagina ese trabajo? Este hombre estaba tan cerca de todo, pero tan lejos a la vez. Vivía tan cerca de la casa de Dios, pero tan lejos del Dios de la casa. La tristeza, el dolor y hasta las quejas silenciosas de su alma tenían que ser notorias. Todos los días venía que la gente entraba y salía. Él, por su condición física, no podía entrar en el templo porque las leyes lo prohibían. Así que él estaba en el templo, no para adorar sino para mendigar.
La ironía de su vida era que, mientras contemplaba la belleza de la puerta, orgullo de la sociedad judía, su aspecto era de un puñado de huesos con más deseos de morir que de vivir. Mis amados, cuántos hombres hoy también están en la misma condición. A lo mejor están en el mismo templo, pero “paralizados” espiritualmente. Tienen nombre de que viven, pero están muertos. Necesitamos darle a Jesús el Autor de la vida.
Les rogaba que le diesen limosna”
Hechos 3:3c. La palabra “limosna” no la oímos hoy con gusto, pues notamos en ella algo humillante. En la Biblia, el significado de la palabra “limosna”, ante todo, tiene que ver con un don interior. Es la actitud de apertura “hacia el otro”. Quien esto pide es un desposeído a quien la vida lo ha llevado a ese estado. No sé si alguna vez usted se ha topado con un mendigo.
Aparte de su vestimenta y su cuerpo maloliente, por lo general su rostro es demacrado, con los ojos hundidos y con una pena y tristeza que solo es digno de conmiseración. Una de sus características es la insistencia hasta que se les de algo de comer o dinero para comprar. El paralítico de esta historia hacía lo mismo.
La traducción de la palabra “rogaba” tiene la idea de algo insistente. Por cuanto el levantar las limosnas era su trabajo, ningunos de los que entraban en el templo se les escapaba. Como este hombre no tenía esperanza de caminar, por lo menos dependía de las limosnas para vivir. ¡Qué manera tan gráfica para mostrarnos el estado miserable de una persona! Los “paralíticos” espirituales son también limosneros. Nosotros no tenemos ni oro ni plata, pero tenemos a Cristo y debemos ofrecérselos.
No tenemos plata ni oro pero tenemos la fe de Cristo para que los hombres pongan la mirada en Él
Pedro, con Juan, fijando en él los ojos, le dijo: Míranos
Hechos 3:4. ¿Por qué Pedro y Juan le pidieron al paralítico que les mirara? ¿Hacían esto los demás que entraban al templo? Les aseguro que lo último que pedían los que le daban las limosnas era que este hombre les mirara.
Todos iban de prisa y por lo general los mendigos tenían alguna canasta donde podían lanzarle dinero sin necesidad de detenerse para conversar con aquel menospreciado. Así que fue una gran sorpresa para él que dos hombres le pidieran que les mirase. ¿Qué esperaba de ellos? Cuando Pedro le dijo: «Míranos», este hombre a lo mejor pensó: ahora si hice mi día, porque esperaba recibir de ellos algo. Creo que la decepción fue grande cuando vio que ninguno tenía dinero para darles. Sin embargo, la exigencia de Pedro planteaba un cambio en lo que siempre espera recibir.
La intención de los apóstoles era avivar en un hombre sin esperanza, la fe que nunca tuvo para ser sanado. A los hombres que están postrados en su condición, que viven sin esperanza, se necesita invitarlos a cambiar de mirada y a dejar de confiar en las “limosnas” de este mundo. Sobre este particular el profeta de antaño ha dicho: “»Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más» (Is. 45:22). Nosotros tenemos a Jesucristo para darle a cada mendigo. Hagamos que ellos pongan su mirada en Cristo (He. 12:2)
Entonces él les estuvo atento…
Hechos 3:5. Si bien es cierto que estos que venían al templo despertaron en este paralítico mayor expectativa para recibir algo, por cuanto pidieron su atención, el hecho que estuvo atento es la cualidad más esperada en un necesitado para que la semilla de la fe nazca y comience a dar frutos. La verdad es que si algo no hace la gente hoy día es estar atento a aquellos que tienen consigo el mensaje que puede cambiar sus vidas.
Asistimos a una generación incrédula, indiferente y que se aleja cada vez del Señor. Por supuesto que es nuestra responsabilidad ir a ellos, así como Pedro y Juan fueron al hombre echado en la puerta de la Hermosa y le trajeron algo más que oro. La atención que este paralítico puso en estos hombres fue porque ellos se acercaron para hablar con él y luego para levantarle. Amados, los hombres incrédulos o indiferentes se sensibilizan cuando ven que hay alguien que se interesa por ellos. Eran muchos los que entraban y salían por la puerta de la Hermosa, pero solo dos humildes hombres se detuvieron y se interesaron por él. La fe nace cuando es provocada intencionalmente.
No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy…
Hechos 3:6. Sin duda que estas son las palabras más grandes de esta historia. ¿Qué pudo ser más valioso que la plata y el oro pensaría aquel mendigo? ¿Qué poseían aquellos hombres que era distinto al resto de los que entraban y salían del templo? Bueno, en el momento que Pedro tuvo la atención de este hombre, hizo dos cosas: En primer lugar, admitió su bancarrota en las cosas materiales. «No tengo plata ni oro…». Esto no fue extraño porque su Maestro tampoco tenía (Mt. 8:20). Pero, en segundo lugar procedió a ofrecerle al dueño de la plata y del oro. Lo que este hombre va a oír es algo asombroso, insólito y único para una ocasión como aquella. Estos hombres no le iban a dar a este mendigo las cosas que él siempre esperó como dinero. Amados, no siempre el dinero es lo que el hombre necesita para vivir. El hombre necesita a Cristo, y eso fue lo que estos pobres, pero ricos apóstoles, le ofrecieron. Y es que no se puede dar lo que no se tiene. Y así es con nosotros. Si no poseemos una relación viva con Jesucristo, nunca seremos capaces de dar un toque celestial a los demás. Oh, hermanos, cuán rico es un hombre lleno del Espíritu Santo. Esa es una riqueza incomparable.
No tenemos plata ni oro pero tenemos la autoridad del Nombre de Cristo para levantar al caído
En el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda
Hechos 3:b. ¡Qué palabras tan llenas de poder, determinación y autoridad! Aquella confesión de los apóstoles fue como una música a los oídos de ese hombre y la noticia que jamás había oído. Los apóstoles sabían bajo que autoridad venían delante de aquel hombre caído. Ellos conocían a Jesucristo, el que vino de Nazaret.
Aquel a quienes ellos también vieron levantar al paralítico de Betesta que tenía unos treinta y ocho años en la misma condición (Jn. 5:8). Ellos conocían a la única persona que podía levantar y poner a caminar a ese hombre que jamás creyó poder hacerlo. El nombre de Jesús es el del gran YO SOY de Israel. Es el mismo Dios todopoderoso. El nombre ante el cual los demonios tiemblan, los ciegos ven, los muertos resucitan y las enfermedades se van. Los apóstoles no tenían ni oro ni plata, pero estaban sostenidos por la autoridad más grande del cielo y de la tierra.
Nadie se quedará postrado cuando se pronunciaba ese nombre y se ordenaba levantarse. Ese nombre sigue siendo el mismo dos mil años después. Fue el mismo Cristo quien antes de ascender al cielo dijo: “Toda autoridad me es dada en el cielo y en la tierra…”. La iglesia tiene esa autoridad, solo que el Señor está buscando que haya hombres llenos del Espíritu Santo para que la ejerzan, y en su nombre levanten a los que hoy están también postrados en su condición.
Y al momento se le afirmaron los pies y tobillo…
Hechos 3:7. Los auténticos milagros de Dios ocurren al instante, lo cual hace cambiar el curso natural de las cosas. Jesús fue carpintero, pero no hizo muletas para los paralíticos, de allí el asombro de todos frente a un imposible. El hombre que estaba por más de cuarenta años paralizado se levantó al momento por primera vez.
No tenemos por qué dudar que Dios le hiciera huesos nuevos a este hombre. Los que tenía no podían resistir los saltos y brincos para comenzar a andar. El poder sanador de Dios tiene la característica de hacer nueva todas las cosas. Cuando un hombre cree en Cristo de corazón viene un cambio visible. Es así como entra de muerte a vida, de una condición de postración a una de resurrección.
Observe todo los efectos de esta sanación. Sus pies y tobillos se afirmaron v. 6. Luego saltó y se puso en pie (v. 7). Después entró al templo que nunca conocía por dentro. Allí alabó al Señor, la primera experiencia que tiene aquel que es tocado por misericordia del Señor (v. 8). El poder del Cristo resucitado levanta al hombre postrado para que este le alabe y testifique ante los hombres de la obra transformadora que viene solo por el toque divino.
Lo que tengo te doy
CONCLUSIÓN: Muchos modernos “apóstoles” si tienen plata y oro, pero los que sanaron a este hombre estaban en “banca rota económica”, pues aunque algunos vendían sus propiedades y los ponían a los pies de los apóstoles, ellos repartían todo entre los más necesitados. Pero, ¿qué es lo que más necesita la gente? ¿Plata u oro o decirles que se levanten y anden?
Esta historia nos muestra que tenemos a un Dios de milagros, pues lo que es imposible para los hombres, si posible para Dios. Para los hombres que hoy están también postrados, sin ninguna esperanza para salir de su condición, hay una palabra que surge llena de gracia y de poder: “No tengo oro ni plata, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesús de Nazaret, levántate y anda” (v. 6).
Levante sus ojos y mire a Cristo; el poder que hubo para sanar ayer, es el mismo que sana hoy. No ponga su fe en el oro o la plata de este mundo, sino en el Señor que cambia y transforma la vida. Levántese y ande. No siga postrado. Venga a Cristo hoy para ser restaurado y sanado.
BUENISIMO