Del escritorio de Julio Ruíz

La fe insumergible – El caso de Noé

La fe insumergible - El caso de Noé

Estudiamos en esta oportunidad el caso de Noe como un hombre de fe insumergible. Basados en Génesis 6:9-22 y Hebreos 11:7.

Sólo para recordar que el Titanic era el barco más grande de su época, y lo consideraban el “insumergible”, pero ya conocemos su historia. Contrario a esto, Noé construyó un barco por fe, pero el suyo soportó el gran diluvio universal.  Imagínese a Noé construyendo durante ciento veinte años un barco en un desierto donde no había posibilidades de agua. ¿Y sabía usted que Noé pudo haber financiado la hechura de aquel gigantesco barco? Si esto fue así, Noé debió ahorrar dinero por años para invertirlo en el barco.  

¿Se imaginan las burlas de sus compañeros, el desánimo de sus ayudantes, y la duda respecto al tiempo cuando Dios cumpliría su propósito? Imagínese en la contratación de trabajadores para esa construcción, e imagínese cuántos de ellos habrían rechazado esa absurda idea de construir un barco en tierra firme, porque la mayoría de los barcos se construyen a la orilla de un muelle.  No pocos lo tratarían de lunático y con delirios de grandeza. Pero Noé no se detuvo. Dios le había ordenado construir el arca, y lo haría, sintiendo que el mandato divino lo aseguraba contra el riesgo. Y el diluvio llegó. La fe de Noé condenó al mundo antiguo y quedó como una lección para enseñarnos que el diluvio devora a los malvados, y sólo los justos heredarán la nueva tierra en la que habita la justicia.  

Para los burladores de todos los tiempos, los de la época de Noé y los incrédulos de ahora acerca del juicio final, Pedro confirmó el juicio del diluvio, diciendo: “por lo cual el mundo de entonces pereció anegado en agua” (2 Pedro 3:6).  Esto lo dijo para recordarnos también que hay otro juicio que se aproxima, y por qué debemos vivir con una fe insumergible como la de Noé. Aprendamos de ella. Cómo es esa fe.

La fe de Noé nace de un caminar con Dios

“Noé, varón justo, era perfecto en sus generaciones; con Dios caminó Noé” (Génesis 6:9).   Noé caminó con Dios al igual que lo hizo su abuelo Enoc, pero con la diferencia de edad, pues Enoc vivió 365 años, mientras que Noé vivió 950 años. Lo importante no es los años que vivas, sino cuánto tiempo caminas con Dios. Noé fue “un hombre justo y perfecto en sus generaciones”; sin embargo, la generación del diluvio era maligna y perversa, y esa fue la causa por la que Dios decidió destruirla (Génesis 6).

Este hombre justo vivirá por fe en los tiempos cuando era muy difícil mantenerse de pie, y su fe no naufragó. Esto lo mencionamos porque a veces nuestra fe se inclina más por las promesas de ver tiempos mejores, pero naufraga cuando es amenazada. Dios le habló a Noé de la advertencia más inesperada, y Noé necesitó creer, porque venía de Dios. La amenaza era la destrucción del mundo, y la noticia era que solo su familia sería salvo. Con la experiencia de Noé nos encontramos que la auténtica fe es la que cree en toda la palabra de Dios.

Spurgeon dijo: “Sólo es verdadera fe la que cree todo lo que es revelado por el Espíritu Santo, ya sea gozoso o angustioso”. La advertencia decía: “He decidido el fin de todo ser, porque la tierra está llena de violencia a causa de ellos; y he aquí que yo los destruiré con la tierra…” (Génesis 6:13). En Noé se cumplió la definición de la fe: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. Él creyó lo dicho por Dios, porque caminó con Él. No hubo dudas de la palabra de advertencia dicha, Noé le creyó y la obedeció.

La que teme a Dios mientras sigue trabajando

Noé “con temor preparó el arca en que su casa se salvase…” (Hebreos 11:7).  El temor de Noé no es como cuando se tiene miedo al mal o a un juez que castiga, aunque eso fue lo que Noé había oído que Dios haría con todos los hombres. Noé era ajeno a este miedo paralizante, por lo tanto, se animó a construir el “arca de la salvación”.

El texto dice que Noé preparó un arca sabiendo que nadie más, sino sólo Dios podía salvarlo. Pero ¿cómo era realmente el temor de Noé? Su temor a Dios era asombroso, porque Noé conoció y vivió en una generación perversa y pecadora, llena de glotonería, infidelidad, lascivia, y con una opresión de unos a otros, a la que le tocó predicar y ver cómo la paciencia de Dios  se alargó para arrepentirse. Noé era un hombre apartado del mal, por lo tanto debió vivir en santidad y temor en medio de gente quienes habían provocado la ira de Dios, la cual estaba a punto de derramarse. Llegaría el día cuando las cataratas de los cielos se abrirán y un gran diluvio vendría como juicio de Dios contra el pecado.

Noé nos recuerda que nuestra fe no es ciega, porque está puesta en un Dios tres veces santo, y nuestro servicio y temor a Él debe ser siempre reverente. Es la falta de esa fe sin el temor a Dios que nos hace vivir como si nunca va a venir el juicio de la “ira santa de Dios”. Noé en su imaginación debió escuchar los gritos de hombres y mujeres arrastrados por las aguas. Debió pensar en el desespero de los nadadores en su agonía mientras se hundían en su perdición. El temor de Noé era santo frente al juicio que el pecado iba a recibir. Que nuestra fe tenga ese temor, porque el juicio de Dios es más inminente, severo y pronto sucederá.

La que ve a través de lo imposible una posibilidad

“No mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven…” (2 Corintios 4:18). Noé sabía que el lugar donde vivía no había ningún mar. Por lo tanto, lo dicho por Dios para construir un barco con esas proporciones era muy improbable, y hasta absolutamente imposible. 

Comunicarle a su generación lo que iba a hacer debió disparar las alarmas de la incredulidad, porque al parecer estaban en presencia de un lunático. ¿A quién se le ocurría ni siquiera pensar en construir un barco con esas dimensiones donde nunca llegaría el agua? Pero Noé escuchó la orden del Señor, y si algo sabía él era que el mandato del Señor no implicaba ningún error. La visión ahora de Noé, contraria a la incredulidad de sus contemporáneos, sería la de ver aquel valle inundado de agua, y luego esa agua subiendo por las colinas hasta prevalecer sobre las cimas de las montañas.

Ciertamente eso parecía imposible, pero este hombre le creyó a Dios. Hay una fe que traspasa los umbrales de las probabilidades o posibilidades, y esa es la fe que descansa únicamente en la Palabra del Señor. Es la fe que al final dice “porque para Dios nada hay imposible”. De la fe insumergible de Noé preparando su barco en tierra firme con el mismo entusiasmo como si estuviera junto al mar, podemos también concluir, diciendo: Lo que el Señor ha dicho puede cumplirlo, porque hasta ahora,  ninguna de sus palabras ha caído en tierra. La fe de Noé nos entusiasma a creer en aquellas cosas que  nos resultan imposibles. Esa fe es la que crece sobre la incredulidad y esa es la fe más difícil y Noé la mantuvo.

IV.          LA  QUE PERSEVERA POR ENCIMA  DE LOS  RESULTADOS

“Cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua” (1 Pedro 3:20).Si hay un predicador sin resultados en la Biblia es Noé; los únicos convertidos fueron su familia inmediata. Noé creyó solo, y predicó sin seguidores. 

No había otros creyentes, excepto su esposa y sus hijos e hijas. Predicó durante ciento veinte años, y al final ni una sola persona convertida entró en el arca. Irónicamente, los animales obedecieron a su llamado y al juicio venidero que los hombres de su época. Su propia familia se salvó, pero nadie más, ni uno solo. La prueba no pudo ser mayor para Noé. ¿Cuál sería nuestra reacción cuando después de 120 años predicando no veamos salvación? En la experiencia de Noé se cumplió el texto que muchos son los llamados, pero pocos los escogidos.

Las Escrituras no hablan de conversiones antes de esto, pero a juzgar por los que entraron el arca, nadie más entró allí como resultado de la conversión. Noé continuó su predicación con intercesión y, sin duda, esperó que Dios obrara y hasta lo justificará ante los ojos de los hombres. Tan cierto fue su predicación que Pedro lo llama “pregonero de justicia” (2 Pedro 2:5). No hubo un avivamiento como cuando Jonás predicó en Nínive, diciendo “de aquí a 40 días Nínive será destruida” (Jonás 3:4), sin embargo, la predicación de Noé duró 120 años y no hubo arrepentimiento.

Esto nos hace pensar en la paciencia de Dios que espera nuestro arrepentimiento “porque no quiere que nadie perezca”. Pero aunque no veamos los resultados de  la predicación, la fe debe mantenerse. Los resultados serán de Dios.

Es la fe que al final será galardonada

“… y por esa fe condenó al mundo, y fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe” (Hebreos 11:7b).No hay don más preciado que aquel donde el mismo Dios califica al creyente como un hombre justo. Hay herencias que los hombres aman en esta vida, pero el “ser hecho heredero de la justicia que viene por fe” constituye la riqueza más grande. Por otro lado, hay hombres que aman la justicia terrenal, y por ellos muchos piensan alcanzar el cielo, más el “justo por la fe vivirá”. Ninguna justicia humana prevalecerá delante de Dios a menos que sea la justicia por la fe. ¿Cómo se salvó Noé? El mismo texto nos dice que fue salvo por gracia (Génesis 6:8).

Nunca se había mencionado esa palabra. Este es el primer hombre que la obtuvo, y todo por su fe. Pablo más adelante nos dirá: “Porque por gracia soy salvo por medio de la fe…” (Efesios 2:8).  La salvación genuina será siempre por gracia. Y, ¿cuál fue su recompensa? Tome en cuenta lo siguiente. Este hombre entró pobre al arca, tan solo con su familia, sin embargo, cuando salió era dueño del mundo. ¡No tenía competidores! Por su fe fue galardonado como el heredero del mundo, y por quien venimos todos nosotros ahora. Sin la fe de Noé no hubiera humanidad actual. ¿Cuál será el legado de su fe? ¿Podrá mi fe al final ser premiada? ¿Cuál será su mejor herencia?

Volviendo a la historia del Titanic, la madrugada del 15 de abril de 1912 aquel barco “casi insumergible”, como fue reconocido por su sofisticada construcción, se hundió en las heladas aguas del océano Atlántico a unas 400 millas náuticas (740 kilómetros) al sur de Terranova, una isla canadiense. Irónicamente, de los 2225 pasajeros que iban a bordo, solo 712 sobrevivieron. Alguien pecando de orgullo dijo en aquel tiempo: “A este barco no lo hunde ni Dios”, y la verdad que no fue Dios, pero si fue un Iceberg, creado que produjo el desastre. Posterior a esto, alguien escribió esta nota: “El Titanic se erige, pues, como un monumento a la confianza excesiva en la tecnología y un recordatorio de lo débiles que somos ante las fuerzas de la naturaleza”.

Sin embargo, muchos años atrás el barco de Noé, construido sin la tecnología moderna, y hecho bajo el diseño de Dios y con la fe y el temor de Noé, sobrevivió a la más grande tempestad hasta ahora conocida. Es que no puede hundirse lo que Dios ha diseñado. Ese barco salvó a la humanidad, llegando a convertirse en un tipo de Cristo. El arca tenía una sola ventana por donde entraba la luz y una sola puerta. Cristo es la luz y es la puerta. En el arca había una sola familia, símbolo de la iglesia, lo que ahora somos. Noé fue salvado por la gracia y la fe (Génesis 6:9; Efesios 2:8).

Pero, sobre todo, el arca es un símbolo de esperanza. Cuando bajaron las aguas, Noé y su familia comenzó a vivir en un mundo nuevo. Después que este mundo sea destruido por fuego, vendrá un mundo nuevo. Cristo es nuestra arca de salvación. invitación es a entrar por fe a ella. Nuestra fe en él nunca se hundirá. Amen.  

Julio Ruiz

Venezolano. Licenciado en Teología. Fue tres veces presidente de la Convención Bautista en Venezuela y fue profesor del Seminario Teológico Bautista de Venezuela. Ha pastoreado diversas iglesias en Venezuela, Canadá y Estados Unidos. Actualmente pastorea la Iglesia Ambiente de Gracia en Fairfax, Virginia.
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