La complacencia del Espíritu
Tomando como base el pasaje de Hechos 15 el pastor Julio Ruiz nos trae el estudio «La complacencia del Espíritu»
¿Qué pasaría con nuestra salvación si dependiera de hacer ciertos ritos en lugar de la gracia divina? ¿Por qué los judíos creían que ellos eran los únicos dispensadores de la salvación? Bueno, porque toda su religión se fundamentaba en el hecho de que eran el pueblo escogido.
Y tan fuerte llegó a ser esto que ellos creían que además de ser una posesión especial de Dios, también Dios era una posesión especial de ellos. Los judíos no concebían a un Dios salvando a otros que no fueran ellos. Esto explica la osadía con la que algunos se dirigían a esos hermanitos que estaban llegando al evangelio: “Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos” v. 1. Eso es como si alguien diga: “Si no pertenecen a nuestra iglesia, ninguno podrá ser salvo”. Tenemos una marcada tendencia a pensar que quienes no hacen como nosotros, entonces hacen todo mal.
El texto nos sigue diciendo que se dio una discusión bien acalorada entre esos hombres con Bernabé y Pablo. Y conociendo el carácter de Pablo, y la posición tan clara que tenía sobre la salvación por fe y no por las obras de ley, aquello tuvo que ser de grado superlativo. Así que como ya esta gente estaba cansando al apóstol, les invitó a ir a la “iglesia madre” para resolver el conflicto en presencia de los demás apóstoles, ancianos y la congregación.
Los hombres como estos apóstoles desearían evitar las contiendas y los debates hasta donde puedan, pero si los falsos maestros arrecian contra las principales verdades del evangelio o traen doctrinas perniciosas, hay que enfrentarlos con autoridad. Amados hermanos, los conflictos que generan los prejuicios religiosos están a la orden del día. Desde los tiempos apostólicos hasta la aparición de las sectas y denominaciones, este conflicto existe.
La historia de la “primera reunión de negocios de la iglesia”, llamada “primer concilio”, muestra la sabiduría del liderazgo para enfrentar un conflicto que pudo írseles de las manos. Pero lo más importante en todo esto es la presencia del Espíritu Santo para dar orden, guiar y salir victoriosos de semejante situación. Nos urge darle al Espíritu Santo la preeminencia en la iglesia para que él dé su visto bueno a todo lo que hagamos. Hablemos de eso hoy.
El Espíritu Santo conoce los conflictos a los que nos enfrentamos siempre
La salvación no se logra por guardar un rito
Hechos 15:1. El Espíritu Santo conocía muy bien a su pueblo, pero también a los gentiles. Ambos, judíos y gentiles, fueron objetos de su amor y de su plan eterno. Aunque escogió a uno primero, el otro fue bendecido por el primero. Pero los judíos desarrollaron una posición de exclusividad tan grande que aunque algunos de ellos cedieron en aceptar a los gentiles como parte de la iglesia, se consideraban con los derechos de propiedad de la salvación a través del rito de la circuncisión.
Ellos vieron en la circuncisión la única puerta de la salvación. Por supuesto que esto trajo un choque frontal entre los que enseñaban que ni la circuncisión ni la incircuncision vale nada, sino el nuevo corazón que Cristo da (Ga.6:15). Muchos de los conflictos se generan por estas posiciones. Cuando creemos que no hay otra forma de hacer las cosas, sino como tradicionalmente las hemos hecho, hay una reacción con aquello que pudiera ser nuevo o diferente. Por supuesto que lo difícil será convencer a una parte para que ceda.
Por lo general no somos dados a ceder en nuestras posiciones. Aun en las ofensas contra otros no somos lo suficiente humildes para reconocer que no teníamos la razón. En el caso que nos asiste, la salvación no depende de un rito sino de la obediencia a través de la fe. Ese conflicto lo conoce muy bien el Espíritu Santo y al final él obra para convencer las partes.
Discutiendo las diferencias
Hechos 15:2. El Espíritu Santo también conoce las discusiones acaloradas que despierta el tema de la salvación por gracia y no por las obras de ley. Él, quien inspiró las Escrituras, conoce perfectamente que la salvación no puede estar sujeta a mandamientos de hombres, sino al plan que Dios ha revelado desde el principio. Jesucristo vino para cumplir la ley, y ya no estamos más nunca bajo ella, sino que hemos sido libres de todas sus demandas, las que nadie podía cumplir. Así que esto generó un choque entre los apóstoles y los llamados judaizantes. Los últimos representando a un mundo viejo y los primeros a un nuevo mundo.
Por supuesto que en este tema de la salvación por gracia por medio de la fe no podemos transigir. Si bien es cierto que hay diferencias entre nosotros, debemos ceder a ellas por el bien de la paz y la armonía de la iglesia. Pero en los temas que tocan nuestra doctrina, y sobre todo si tiene que ver con las sectas y los traficantes del error, debemos ser intransigentes. El sabio Salomón ya lo había dicho: “Compra la verdad y no la vendas” (Pr. 23:23).
El precio de la verdad está sellado con sangre. Eso no se puede negociar y fue lo que exactamente hicieron los apóstoles. La defensa de la verdad no nos puede mantener apáticos. Los que comercian con el error hay que enfrentarlos en el terreno de la palabra. Contamos con el conocimiento de la palabra misma y la fortaleza del Espíritu. Y lo bueno es que discutamos nuestras diferencias en un espíritu de amor.
La diligencia para resolver el conflicto
Hechos 15:2-5. Frente a la intolerancia, nada es más importante que la oportuna y sabia intervención de los hombres que dirige el Espíritu Santo. Pablo y Bernabé reconocieron la tremenda amenaza que se cernía sobre la naciente iglesia y la eventual confusión que podrían ser objetos los creyentes si prevalecía la tesis de unos fanáticos judíos que exigían que era necesario circuncidarse para ser salvos.
Así que ellos, siguiendo el consejo de la palabra que dice que “en la multitud de consejeros está la victoria” (Pr. 24:6), se dispusieron ir a plantear este grave conflicto a la “iglesia madre”. Los conflictos no pueden dejarse sin resolver. Los malos entendidos, los rencores, el que algunos dejen de hablarse, se debe a la falta de diligencia en querer resolver aquello que nos quita el sueño y nos roba la paz. Hay en esta historia algo que debe decirse.
Pablo y Bernabé eran hombres llenos del Espíritu Santo, de conocimiento y de sabiduría. Bien pudieron ellos enfrentar esa situación solos, sin embargo aquí le vemos dándole el lugar de respeto a los hombres que anduvieron con el Señor y a los ancianos. Aun los hombres de gran estatura espiritual necesitan del consejo de otros. Cuando se dan los pasos para enfrentar el conflicto, la iglesia y el Espíritu Santo trabajan juntos.
El Espíritu Santo dirige a los hombres para que trate con sabiduría los conflictos
El relato del pescador
Hechos 15:7. Nos llama la atención que tanto la discusión previa que tuvieron los apóstoles, como la que ahora se da en la asamblea, los ánimos estuvieron bien caldeados. Simplemente podemos imaginarnos la controversia de los dos bandos y los “misiles” que se cruzaban de un lugar a otro, con la intención de golpear bien fuerte.
Me imagino a Pablo y sus argumentos, pero también a Bernabé como el pacificador. Y es en medio de tan acalorada discusión que se levanta la voz de Pedro, el hombre que llevó el sermón después del Pentecostés, el curtido pescador que le da un timón de autoridad a una asamblea totalmente dividida. Si bien es cierto que en aquel lugar se estaba levantando un “espíritu divisionista”, allí estaba la presencia del Espíritu Santo en hombres como Pedro para hablar y orientar el momento.
Fue oportuno que Pedro hablara, pues él fue el primero en tener que aceptar que “Dios no hace acepción de personas”, cuando tuvo la visión de aquellos cuadrúpedos y reptiles que Dios le ordenó comer. Entre las cosas que admite es que: “Dios… conoce los corazones” v. 8; además que nos da el Espíritu Santo por igual. Los judíos necesitaban escuchar esto. Además que Dios no hace diferencia entre uno y otro v. 9. No hay tal cosa como una “casta” especial para Dios. Su llamado fue a no poner la carga de la ley, sino a dejarlos bajo la libertad de la gracia v. 10, 11. Nuestro llamado es el mismo, debemos trabajar para no poner más carga sobre los hermanos.
El relato de los denunciantes
Hechos 15:12. No sabemos quién fue el “moderador” de debate de aquel concilio, pero una cosa queda clara, los testimonios a favor de la moción de no imponerles a los gentiles la pesada carga de los ritos de ley, es el que está ganando terreno. Pedro preparó el ambiente para la participación de aquellos dos insignes apóstoles.
¡Qué lujo se dio aquella asamblea de tener esos “pesos pesados” del evangelio! Así tenemos que si el “relato del pescador” fue contundente para apoyar la moción en mesa, el testimonio de Pablo y Bernabé tuvo que ser determinante para derrotar la tesis de una salvación por la ley. Lucas no menciona las cosas que ellos dijeron, sino que “contaban cuán grandes señales y maravillas había hecho Dios por medio de ellos entre los gentiles”.
En esas “señales y maravillas” estaba la composición de la iglesia de Antioquia, que en su mayoría eran gentiles. De esta manera el Espíritu Santo tomó aquellos hombres como ya lo había hecho de esa manera tan poderosa, y los usó para que todos entendieran que en el conflicto que ahora debaten, el Espíritu Santo le ha dado el visto bueno y él mismo ha confirmado que los gentiles también cuentan para la salvación. Si todos supiéramos que el “Espíritu nos anhela celosamente” resolveríamos pronto nuestros conflictos.
El otro hombre de gran autoridad
Hechos 15:13. Jacobo fue el último en la lista para intervenir en el conflicto. El que fuera el medio hermano de Jesús, era considerado como “columna” en la iglesia de Jerusalén (Gál. 2:9), por lo tanto su voz tuvo que ser la más esperada en aquel apasionado debate. En su exposición le dio crédito a las palabras de Pedro, pero también exhortó a los gentiles a que no hicieran de la gracia un libertinaje (v. 14-21).
Bien puede uno imaginarse la intervención balanceada de este hombre de Dios, bajándole la temperatura a los que deseaban que “rodaran cabezas” en la asamblea. En la solución de un conflicto la posición de Jacobo es muy bienvenida. No se puede solucionar una parte dejando la otra ofendida. En las cosas espirituales no podemos actuar como abogados y jueces donde sale un ganador y un perdedor.
Por el contrario, hay que traer las partes a un acuerdo. La presentación de la verdad debe estar revestida del amor al momento de tratar un caso. Qué hermoso es el ministerio de la reconciliación. No sabemos qué pasó con los judíos en aquella asamblea, pero de una cosa estamos seguros, si ellos eran también cristianos tuvieron que reconocer que en Cristo todos somos iguales. Que ahora nos une la misma sangre. Que todos somos pueblo de Dios.
El Espíritu Santo produce la mejor salida a los conflictos que enfrentamos
Trayendo armonía al cuerpo
Hechos 15:22. La frase “pareció bien…”, que se repite también en los versículos 25 y 28, nos habla de una asamblea unida en lugar de dividida. Ya los ánimos han bajado; ahora reina la tolerancia y la armonía. Cuando el Espíritu Santo controla los corazones de los que están en conflictos, esto es el resultado final. Note que la reunión fue fortalecida por las decisiones a las que llegaron. La elección de hombres que estaban siendo dirigidos por el Espíritu Santo le dio un toque de altura aquel primer concilio que fue convocado para dirimir las diferencias.
Feliz la iglesia que anda bajo la mirada del Espíritu. Que el parecer de ella en cualquier situación que le toque vivir, sea también el parecer del Espíritu Santo. Feliz el creyente que vive en armonía con el resto de los hermanos y dentro del cuerpo de Cristo es un miembro unificador. Bendita sea la obra del Espíritu Santo que nos une, que en medio de la variedad de personas que vivimos en la iglesia, mantengamos el equilibrio en cualquier conflicto. Que nunca se nos olvide que » por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo…; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu.» (1 Cor. 12:13). El Espíritu Santo nos armoniza a todos.
Trayendo consolación para seguir adelante
Hechos 15:31-32. El ministerio por excelencia del Espíritu Santo es el de consolación, por eso se llama el Consolador. Esa particular función es vista en esta historia. Él es quien dirigió las mentes de estos dos bandos en disputas para llegar a feliz término.
Él fue quien dio su aprobación a que se nombraran a Silas y Judas, dos de los mejores hombres para regresar con Bernabé y Pablo, pero también le dio el visto bueno a la carta que llevaban a la iglesia de Antioquia. La carta que surgió de aquel concilio traía un mensaje de consolación. La iglesia de Antioquia estaba en angustia por la presión de algunos hermanos legalistas para que ellos fueran sometidos a los ritos de la ley.
Lucas nos dice que cuando la carta fue leída “se regocijaron por la consolación”. Pero no solo se regocijaron por la carta sino que Silas y Judas, “como ellos también eran profetas, consolaron y confirmaron a los hermanos con abundancia de palabras”. ¿Cómo serían esas palabras? Cuando se pasan esos momentos de angustias, nada le hace más bien a la vida que una palabra de consuelo. Esa tarea es del Espíritu Santo. Dejemos que él obre en nuestros conflictos y todo saldrá bien.
Conclusión
CONCLUSIÓN: La iglesia de Antioquia estaba angustiada porque algunos hermanos judíos les estaban obligando hacer cosas que no se correspondían con la nueva vida que habían comenzado. Esto generó un gran conflicto que les llevó a buscar una salida. El primer Concilio de Jerusalén tuvo ese propósito. Amados hermanos, los conflictos siempre van a estar presentes en nuestras vidas, pero la forma cómo los enfrentamos va a hablar mucho de la madurez cristiana para salir de ellos. La buena noticia para el creyente es que cuenta con el Espíritu Santo para ayudarle a superar aquello que tiene el propósito de perturbar su alma y robarle la paz. No sabemos al final que pasó con los dos grupos que discutieron, pero lo que si nos muestra esta historia es que el Espíritu Santo intervino para que cesaran las contiendas y las enemistades. Pero sobre todo, él obra para traer una gran consolación donde ha habido perturbación. Por eso él es el Consolador.