(Jueces 1:1-3; 18-19; 27-29; 30-35)
INTRODUCCIÓN: La conquista de la tierra de Canaán tiene dos revelaciones sorprendentes. Por un lado, la generación que salió de Egipto murió en el desierto, por lo tanto no supieron cómo era la tierra prometida. En segundo lugar, la generación que sí entró en la tierra, pero que no conquistó completamente sus territorios. La frase que distinguió ese tiempo fue: “No arrojaron a los que habitaban…”. Esta frase aparece trece veces y se ha constituido en la causa de todos los problemas que tiene el pueblo de Dios. El libro de Jueces debe ser estudiado con gran urgencia por la iglesia del Señor. Su historia es una de las más oscura del pueblo Israel, y bien pudiera representar el estado espiritual por el que muchos creyentes pasan cuando ya han pisado la “tierra prometida”. Si el libro de Josué nos muestra a un pueblo obediente, conquistando la tierra de la promesa, el de Jueces nos revela a un pueblo desobediente, idólatra, y en no pocas veces, derrotado por sus enemigos. El primer asunto que nos impacta del libro es que ninguna de las tribus pudo echar a todos sus enemigos de su territorio, y esto a la larga se convertiría en su propio azote. En el libro podemos ver un ciclo que tiene cuatro fases repetitivas: 1) Israel deja a Dios; 2) Dios los disciplinaba utilizando enemigos implacables; 3) Israel se arrepiente y ruega por liberación; y 4) Dios levanta jueces que vinieron para salvarles; y así siguen hasta que llegamos al final del libro con una nota sombría: “En estos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía” (Jue. 21:25). Cuando no arrojamos al “cananeo” de la vida, damos cabida a la anarquía espiritual. Si nuestro Dios y Rey no nos gobierna, quedamos a expensas de hacer lo que nos parezca. Consideremos las implicaciones de dejar al enemigo viviendo en nuestro territorio.
I. DIOS PROMETE SU ÉXITO MIENTRAS ESTAMOS OBEDECIENDO
1. ¿Quién subirá primero? v. 1. Fue un hecho notable que aunque Israel hizo grandes avances en la conquista de Canaán, con Josué al frente, hubo mucha tierra sin conquistar todavía. Así que, antes de seguir adelante, hicieron la pregunta correcta: “¿Quién subirá primero?”. Y es que nada le hace más bien a la vida que consultar el oráculo de Dios antes de seguir en la conquista. Nadie conoce mejor lo que nos conviene que aquel a quien llamamos “Padre nuestro”. Nadie conoce más a nuestros enemigos que aquel que ya les venció en la cruz. Hacemos bien en consular antes de enfrentar al enemigo. Esta pregunta está llena de obediencia. Eran doce tribus y necesitaban saber a quién asignaría Dios en la conquista de la tierra que faltaba. ¡Qué lindo es la vida cristiana en esa primera etapa de obediencia al Señor en todo! Y en esto de la obediencia, lo primero que hizo Judá fue pedir ayuda a Simeón, la más débil de todas las tribus. Una de las características sobresalientes de la obediencia es saber que no somos autosuficientes. La obediencia genuina tiene el rostro de humildad. Las victorias espirituales son directamente proporcionales a nuestra obediencia. Los creyentes autosuficientes son seres solitarios. Por lo tanto, la obediencia debe ser la marca distintiva de un cristiano.
2. Una promesa de éxito. El acto de obediencia está respaldado por una promesa de éxito. Así le dijo Dios a Judá: “He aquí que yo he entregado la tierra en sus manos”. Esta solemne promesa les aseguraba un éxito en la medida que avanzaban en la conquista. De esta manera, cuando Judá salió confederado con Simeón a la batalla, “Jehová entregó en sus manos al cananeo y al ferezeo” (v. 4). Estas victorias se van a repetir hasta el v. 19a. Todas fueron sin mucha oposición. Se cree que el mismo Caleb estaba al frente de aquella primera operación (vv. 11-15). Las ciudades y los reyes derrotados fueron de granes renombres. Se destaca a Jerusalén y a Hebrón como ciudades que llegarían a ser parte de una gran historia. El rey capturado fue un tal Adoni-bezec, quien había dado muerte a setenta reyes, y llegó a pagar con la misma moneda con la que ajustició a los reyes vasallos (vv. 5-7). También se destaca la muerte de tres hijos del gigante Anac por parte de Caleb (v. 20). Los éxitos fueron arrolladores, sin embargo hay que leer el versículo 19b. A partir de allí cambiará el asunto. ¿Qué pasó entonces? Hubo enemigos no derrotados. No pudieron arrojarlos a todos. La tribu de Judá comenzó a ver que aquella gente tenía “carros herrados” y se olvidaron que “los carros de Jehová se cuentan por veintenas de millares” (Sal. 68:17). El éxito de Dios termina cuando falla nuestra fe. El coraje de la fe es frenado por temores inferiores. Elías después de haber derrotado a cuatrocientos profetas de baal huyó de una mujer (1 Reyes 19:1-3).
II. HAY ENEMIGOS QUE PERSISTEN EN VIVIR JUNTO CON NOSOTROS
1. La falta de resolución para arrojar al enemigo. Al parecer el resto de las tribus tomó el mal ejemplo de lo que Judá hizo al final (v. 19b), más no lo que hizo al principio. La tribu de José no hizo muchos adelantos. A partir del (v. 27) comienza el descalabro. La frase que se repite varias veces es: “Mas al jebuseo que habitaba en Jerusalén no lo arrojaron los hijos de Benjamín v. 21ª… Tampoco Manasés arrojó v. 27ª… Tampoco Efraín arrojó v. 29ª… Tampoco Zabulón arrojó v. 30… Tampoco Aser arrojó v. 31… Tampoco Neptalí arrojó v. 33…”. Y quien menos pudo avanzar fue Manasés, si se compara con la tribu de Judá. ¿Qué pasó con estas tribus? ¿Por qué no tuvieron las resoluciones de sus antiguos líderes para arrojar a sus enemigos? ¿Qué pasó con la fe de los ancianos en todas las promesas del Señor? ¿Qué tan real fue para ellos la presencia poderosa de Dios quien les había dado tantas victorias? Se puede inferir de esta condición de las tribus una especie de conformismo por lo que ya habían conquistado. Vea el caso de la tribu de Aser v. 32. No arrojaron a sus enemigos sino que vivieron con ellos. Este es uno de los grandes riesgos en la vida cristiana. Las victorias inconclusas a la larga son crónicas de derrotas anunciadas. Cuando se dejan a los enemigos en el mismo territorio ellos van a estar allí y a la larga se manifestarán. Tome en cuenta su propia condición espiritual. Vea cómo aquellas cosas que no pudo eliminar desde el principio todavía están en su vida causándole daño. Considere algún vicio empedernido. ¿Por qué aun siendo creyente todavía hace malos negocios? ¿Por qué lo que hace no es igual a sus palabras?
2. No hay que subestimar al enemigo. Hay dos notas distintivas en este pasaje. En lo poco que pudo avanzar Manasés, se añade esto: “…y el cananeo persistía en habitar en aquella tierra” (v.27c). El otro texto dice: “Y el amorreo persistió en habitar en el monte de Heres…” v. 25. Aunado al hecho de unos conquistadores débiles, se planteó la feroz resistencia de los habitantes de Canaán. Ellos persistieron en habitar en su tierra. La verdad de aplicada acá es que, si los conquistados se consiguen con un conquistador conformista y sin voluntad, éstos se harán más fuertes y a la larga ganarán la batalla. ¿Por qué no puedo vencer a este enemigo del alma? Porque hay enemigos que son como una mala hierba; usted la arranca ahora y muy pronto volverá a nacer. Si no hacemos morir lo terrenal en nosotros, la presencia de ciertos pecados de la carne vendrá otra vez para combatir contra el Espíritu. Hay que matarlos o nos matan a nosotros.
III. SI NO SE EXPULSA AL ENEMIGO ELLOS EXPULSARÁN AL INVASOR
1. El peligro del desánimo v. 34a. La tribu de Dan nos muestra los efectos del desánimo en nuestras conquistas espirituales. Como no tuvieron ánimo para enfrentar al amorreo, fueron acosados hasta retirarse y vivir en las montañas, sin aventurarse a bajar al valle donde sabían que los enemigos tendrían poderosos carros herrados, muy difíciles de vencer. En la vida espiritual si no expulsamos al enemigo de nuestras vidas, se convertirán en un azote continuo cuyo propósito principal será desanimarnos. Y cuando un creyente es acosado por el desánimo, lo invaden temores y un continuo sentido de derrota. ¿Puede usted imaginarse a la tribu de Dan, escogidos por Dios para habitar la tierra prometida, arrinconada en la montaña con el temor de ser derrotados? ¿Qué hace un hijo de Dios asediado, preso de múltiples temores, porque ha visto gigantes invencibles en lugar de ver el poder de Dios para vencerlos? Sobre este particular, Pablo dicho lo siguiente: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Tim. 1:7). Con este recurso no hay enemigo que pueda azotarnos porque: “Mas bien, en todas estas cosas somos mas que vencedores por medio de aquel que nos amó.” (Ro. 8:37). No se deje acosar por el enemigo. Usted es más poderoso.
2. Deteniendo nuestro avance v. 34b. El presente texto es muy revelador. Los amorreos no solo acosaron a los israelitas, sino que “no los dejaron descender”; no pudieron avanzar. ¡Qué atrevidos fueron estos habitantes que Dan quiso arrojar! Literalmente le pusieron límites a sus avances. Los mantuvieron en la raya. Qué cuadro más triste es aquel donde los hijos de Dios son atrincherados por el enemigo. Cuando Jacob profetizó sobre sus hijos, Judá fue identificado como “león”, mientras que a Dan se le conoce como “serpiente”. Y Judá como león prosperó y mantiene su influencia hasta hoy. Pero Dan, ni siquiera con su astucia serpentina, pudo avanzar más. La vida espiritual que no enfrenta a sus enemigos, y los arroja, después se encargarán de expulsarnos de nuestros nobles y firmes propósitos. Tenemos que reconocer que lo primero que Satanás quiere hacer con un creyente es detenerlo en su avance. Si él lo neutraliza en su avance logrará su propósito de detener el evangelio. ¡Qué coraje el de los creyentes del primer siglo! Nada ni nadie les detuvo. Bienaventurado el creyente que ningún “amorreo” lo detiene.
IV. ALGUNAS VECES DIOS DEJA EL ENEMIGO PARA PROBARNOS
Dios conoce los corazones y sus tendencias. Él sabe cuán inclinado es el hombre a hacer el mal. Israel ha sido uno de los ejemplos más elocuentes sobre ese conocimiento divino. Ninguno como ese pueblo para haber visto la mano poderosa de Dios; sin embargo, nadie fue más desobediente como ellos. Y frente a la inclinación de abandonar a Dios por los ídolos de las tierras sin conquistar, Dios tomó la decisión de dejar a los enemigos que vivieran con ellos para probarles y ver hasta dónde llegaban en su condición espiritual (2: 20-22). ¿Sabes por qué Dios ha dejado alguna debilidad en tu vida? No es, por cierto, para que seas un continuo esclavo de ella, sino para que aprendas a depender y oír lo que el Señor le dijo a Pablo: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo”. (2 Cor. 12:9).
CONCLUSIÓN: ¿Qué hacer frente a estas realidades? ¿Nos conformaremos en vivir siempre con el enemigo? ¿Podemos vencerlos? El apóstol Pablo nos revela que en alguna etapa de su vida vivió con un terrible enemigo; una especie de “amorreo persistente”. Lo llamó “el pecado que mora en mí” (Ro. 7:16-25). En su descripción nos deja ver la batalla que muchas veces libramos con ese enemigo, hasta decir como él: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?”v.24. Sin embargo, su grito de victoria también debe ser el nuestro, pues aunque hayan enemigos que persisten en seguir viviendo, decimos: “Gracias doy a Dios, por Jesucristo señor nuestro” v. 25. Arrojemos a los enemigos de nuestras almas. Dejemos que el poder del amigo Cristo, por medio de su Espíritu Santo, lo haga. Dios no nos ha dado un “espíritu de cobardía”. El libro de Hebreos lo expresó de esta manera: “Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma” (He. 10:39).