Del escritorio de Julio Ruíz

María ¡Raboni!

María ¡Raboni!

¡Raboni! fue la primera palabra que María Magdalena le dice a Jesús cuando se da cuenta que ha resucitado.

Juan 20:11-18

María Magdalena fue la primera persona que oyó la voz de Cristo después de su resurrección. ¡Qué privilegio para un ser humano! Jesús no apareció primero a algunos de sus discípulos y tampoco lo hizo a su madre María. ¿Por qué lo hizo esta mujer? ¿Por qué la escogió para escuchar su voz? El Señor no tiene hijos favoritos. Para él todos son iguales; así como escogió el vientre de otra María para nacer, ahora escoge a otra María para darse a conocer después de dejar la tumba vacía.

Ciertamente María Magdalena estuvo con un grupo de mujeres visitando la tumba (Lucas 24:1-12), pero Juan la presenta sola allí y se da este extraordinario encuentro. Hay por lo menos cinco mujeres con el nombre «María» en el Nuevo Testamento, y María Magdalena era una de ellas. Ella, junto a un grupo de mujeres, se convirtieron en seguidoras de Cristo y le ofrecieron apoyo económico para su ministerio. Es posible que esta María era, algo así, como la presidenta de la Unión Femenil, organizada para ese sublime ministerio.

Pero ¿quién era esta mujer a quien Cristo habló por primera vez después de su resurrección? Lucas 8:2 nos revela a una mujer totalmente esclavizada por poderes demoníacos. ¿Cómo llegó a esa triste condición? La Biblia no lo dice, y eso no interesa mucho, pero imaginémonos este cuadro. Si tener un demonio es terrible, siete demonios debe ser siete veces peores. En esta mujer se cumplió lo dicho por Jesús a Simón el leproso (Lucas 7:36-47): “Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama”.

El amor de esta mujer era tan grande, como grande fue su liberación. Consideremos a la luz de esta exclamación de María y de Jesús, el hecho de la resurrección. Veamos cómo la voz del Cristo resucitado cambia absolutamente una condición de derrota

La voz de Jesús explica la tumba vacía

Buscando al que está muerto

Juan 20:13. Alguien ha dicho que María Magdalena fue “la última en la cruz y la primera en el sepulcro”. Vea lo dicho por Juan en el primer versículo. Ese domingo, siendo aún muy de mañana, María fue al sepulcro para buscar el cuerpo de Jesús, y al no hallarlo, salió corriendo y les dio aviso a los discípulos.  Su asombro era este: “Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto v. 2. En la mente de María no cabía otra posibilidad, sino la desaparición del cuerpo de Cristo.

Pero ya habían hechos de la resurrección incuestionables: el sepulcro estaba abierto, los lienzos y el sudario estaban allí, puestos ordenadamente (v. 6-7), y dos ángeles testificaban del acontecimiento de la resurrección.

Sin embargo, la condición de María no le permitía ver aquello. Ella sigue pensando en el cuerpo. Los ángeles le hicieron la pregunta, para saber la razón de su llanto, y esta fue su respuesta: “Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto”. Esta fue la segunda vez que ella habla del cuerpo desaparecido. Pero faltaba algo más todavía. Cuando Cristo vino a ella, pensó en el hortelano, haciendo el mismo planteamiento v. 15.

El lloro de María

Juan 20:13, 15. El dolor de la muerte nunca es fácil de manejar. La mayoría tratamos de evitarlo o posponerlo o mantenerlo alejado de nosotros. Pero la realidad de ella nos hace impotentes, y en casi todos los casos no sabemos cómo enfrentar el momento; eso le pasó a María. El único consuelo para ella era ir a la tumba y llorar allí. Pero, si la tumba está vacía, ¿por qué ella sigue allí? 

Bueno, la verdad de María antes de encontrarse con el Cristo resucitado es la misma nuestra. Si alguna vez has perdido a un ser querido a quien has amado tanto, como a tu propia vida, sabrás por qué María está llorando de esta manera. María había amado a Jesús en vida, ahora lo amaba en la muerte. Ella se había dedicado a servirle en vida, ahora pensaba servirle en la muerte. ¿Por qué ella estaba allí en la tumba, sola? Porque ni siquiera la muerte pudo destruir su amor.

Las lágrimas de María se justifican. El dolor de la muerte produce un llanto inconsolable. Cuando murió mi hermano menor, a los 33 años, mi dolor y mi llanto fue incontrolable.

Estuve postrado por un largo rato sin encontrar consuelo. Ese es el efecto de la muerte cuando se quiere a alguien tan especial.

Ver a Jesús sin reconocerlo

Juan 20:14. Hay algo sorprendente en los pensamientos de María en ese momento. Ella vio a los ángeles, pero no se sorprendió, siguió hablando con ellos como si nada. Pero tampoco se sorprendió cuando vio a Jesús al principio, pues pensaba que era el hortelano. ¿No pudo María distinguir a Jesús al compararlo con el hortelano? Pero si seguimos viendo los relatos de aquel día, los soldados romanos, aquellos que nada les asustaba, cuando vieron al poderoso ángel y el terremoto, estaban aterrados (Mateo 28:3).

Pero María seguía más preocupada por el cuerpo de su Maestro; ese era su objetivo. ¿Por qué no lo reconoció? Barclay sugiere dos razones. “El simple y punzante hecho de que no podía verlo a través de sus lágrimas…

No podía quitar sus ojos de la tumba y estaba de espaldas a Jesús. Ella insistía en hacer frente en la dirección equivocada”. María estaba pasando por el mismo momento de mucha gente en este tiempo. Están buscando a un Cristo muerto. Algunas veces nuestros ojos están inundados con tanta preocupación que finalmente no vemos a Jesús. No busquemos entre los muertos al que ahora vive. ¡Cristo vive!

La voz de Jesús cambia el dolor por gozo

“Jesús le dijo: ¡María!”

Juan 20:16. Sigamos a María en su estado emocional. Veámosla sumergida en su dolor, tristeza y llanto. Ella sigue quebrantada frente a una tumba vacía. Lo que debió ser una buena noticia, le ha roto su corazón. Nada ni nadie podía en aquel momento consolar el dolor de María. Ella tenía los hechos correctos, pero, aun así, su conclusión era otra. María nos muestra el dolor de una tragedia, porque a menudo hacemos lo mismo.

Nos olvidamos de que nuestra esperanza es viva como lo dijo Pedro cuando habló de la resurrección (1 Pedro 1:3). Pero ahora el mundo de María cambiará para siempre. No sabemos cuántas veces Jesús había pronunciado el nombre de María, pero ahora lo hace con exclamación.

Sus ojos y oídos estaban vedados para ver a Jesús, sin embargo, cuando oyó de esta manera su nombre, aquel dolor y aquellas lágrimas desaparecieron. ¿Sabe usted lo que significó para esa mujer oír su nombre de parte de su Maestro otra vez? La voz de Jesús no había cambiado, como tampoco ha cambiado hasta ahora. ¡Jesús vive! La resurrección de Cristo ha cambiado el curso de todo. María oyó otra vez a Jesús; su voz no había cambiado.

“Volviéndose ella, le dijo: ¡Raboni!”

Juan 20:16b. La palabra “Raboni” significa Maestro. ¿Puede imaginarse la escena? El silencio de aquella mañana fue interrumpido por la voz de una mujer asombrada, aturdida, emocionada; pero, sobre todo, por una mujer feliz.

Nombrar a Jesús “Raboni” en ese momento seguramente fue la nota más alta y grande elevada por una mujer totalmente asombrada. Ahora no hay dudas. El cadáver de Jesús nadie se lo había robado. María ahora entiende la razón por la que había ángeles en la tumba vacía. Ahora entiende el asunto de la piedra removida. Pero ¿por qué Jesús no se dio a reconocer de una vez a María? Por la misma razón cuando caminó con los discípulos de Emaús. Ellos y María necesitaban aprender las Escrituras. Jesús había hablado muchas veces de su resurrección y todos sus seguidores lo sabían.

En el caso de María, ella aprendió que Jesús siempre está presente, incluso cuando es invisible a simple vista. Qué bueno es recordar esta lección: a menudo el Señor está más cerca de nosotros cuando nos sentimos más solos. A veces pasamos por un valle oscuro, pero si nuestros ojos están abiertos, veremos siempre a Cristo.

La voz de Jesús impulsa a testificar de Él

“No me toques, porque aún no he subido a mi Padre…”

v. 17.  Otra manera de traducir esto sería: “Deja de aferrarte a mí”. Seguramente María se arrodilló ante su Maestro y envolvió sus brazos alrededor de sus pies para que él nunca se fuera. A lo mejor pensó: “Por cuanto ahora te tengo de vuelta, no te dejaré jamás”. María había encontrado en Jesús su Salvador y a un hombre al que podía amar y confiar. 

A él lo hacía muerto, pero ha regresado, por lo tanto, se aferra a él para no perderlo otra vez. Pero María no sabía que las cosas no serían las mismas. Con estas palabras, Jesús manifestó la culminación de su trabajo terral. Cuando dijo: “No he subido al Padre”, le estaba diciendo, ‘ahora mi prioridad es presentarme ante el Padre, para entregarle el resultado del trabajo hecho’. Jesús pronto tomará su lugar a la diestra de su Padre, para ocupar la posición de mediador entre sus hijos.

En aquella conversación de esa mañana Jesús fijó su futuro, pero también el de sus seguidores. Después María lo tocaría, pero su Padre estaba primero. Una vez arriba, todos podemos “tocarlo” por medio de nuestra fe, servicio y adoración. Al igual que María, ahora todos somos testigos.

“Mas ve a mis hermanos, y diles…”

Juan 20:17. María seguramente quiso quedarse allí con Jesús, pero eso no era el propósito de su aparición. De esta manera, ella fue y contó a los discípulos lo que había visto y oído. El sentido del griego es: «¡María vino diciendo!» No podía dejar de hablar de su encuentro con el Señor resucitado. ¡Estamos llamados a hacer como hizo María: correr y decirles a todos los que escuchen que hemos visto a Jesús! 

María tenía una información de primera mano y era el mensaje que cambiaría el mundo.  Cuando alguien como María dice: “Yo estuve allí. Yo lo vi o yo lo escuché”, estamos oyendo a un testigo ocular y presencial. 

Hay una cosa común en todos los primeros testigos de la resurrección. Aquella gran noticia no podía quedar oculta. La noticia del Cristo resucitado puso en carrera a todos sus seguidores. María y el resto de las mujeres corrieron a sus discípulos para dar a conocer la noticia. Después los discípulos corrieron para dar a conocer la noticia. El mundo de su tiempo fue cambiado por esta noticia. Y este sigue siendo el mensaje de la resurrección: ¡Cristo vive! ¡Cristo vive! ¡Cristo vive! No dejemos de decir esto.

María ¡Raboni!

Mis hermanos, la mejor noticia que ha tenido el mundo llegó de un cementerio cerca de Jerusalén: ¡la tumba estaba vacía!, y esa noticia la primera en darla a fue María Magdalena. Se cuenta la historia de un musulmán africano que se convirtió al cristianismo. Sus amigos le preguntaron: “¿Por qué te has hecho cristiano?”. Él respondió: “Bueno, es así. Supón que vas por el camino y de repente el camino se bifurca en dos direcciones, y no sabes qué camino tomar. Allí en la bifurcación había dos hombres, uno muerto y otro vivo, ¿a quién le preguntarías qué camino tomar?”.

Por otra parte, Hank Hanegraaff, hablando de la resurrección y su impacto en los hombres, dijo: “Lo que sucedió como resultado de la Resurrección no tiene precedentes en la historia humana. En el lapso de unos pocos cientos de años, un pequeño grupo de creyentes aparentemente insignificantes logró poner patas arriba todo un imperio. 

Como bien se ha dicho, ‘Enfrentaron el acero blandido del tirano, la melena ensangrentada del león, y los fuegos de mil muertes’, porque estaban absolutamente convencidos de que ellos, como su Maestro, algún día se levantarían de la tumba con cuerpos resucitados y glorificados.”.  María les dijo a sus discípulos y al mundo “¡Cristo vive!”. Esta es nuestra esperanza y la razón por la que vivimos ahora. Pablo afirmó esto en su célebre texto de 1 Corintios 15:3-9.

Julio Ruiz

Venezolano. Licenciado en Teología. Fue tres veces presidente de la Convención Bautista en Venezuela y fue profesor del Seminario Teológico Bautista de Venezuela. Ha pastoreado diversas iglesias en Venezuela, Canadá y Estados Unidos. Actualmente pastorea la Iglesia Ambiente de Gracia en Fairfax, Virginia.
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América
América
2 años de haberse escrito

Aleluya Nuestro Señor Recusito Él vive !!

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