Largo es el camino que lleva desde Karash, en las afueras de Teherán, hasta un discreto piso en la ciudad suiza de Lausana. Un camino que el joven Alí (nombre supuesto, por razones de seguridad), de 26 años en la actualidad, emprendió en marzo de 2006 para salvar la vida. Su crimen: renunciar a Alá para abrazar la fe de Jesús y convertirse al cristianismo, opción que puede ser castigada con la muerte.
Llegó a Suiza escondido en los bajos de un camión y se bautizó
Una tía le ayudó a huir. Su suegro, islamista fanático, le denunció
Un viaje cuyo final es aún incierto, pues las autoridades suizas se niegan a concederle el asilo político que ha solicitado. Su caso, que salió por primera vez a la luz pública en el diario Le Temps, enfrenta a las autoridades, que no ven motivo bastante para aceptarle en Suiza, con los que le creen en peligro de muerte si regresa a su país.
Alí trabajaba en Teherán como chófer de autobuses. Nacido en una familia de musulmanes creyentes, estaba prometido con una joven con la que se casó poco antes de su ordalía. Su interés por el cristianismo comenzó en las clases del Corán de su escuela. Durante unas navidades, recibió como regalo una biblia. Comenzó la lectura y descubrió "una religión de amor".
Unos cristianos iraníes de origen armenio le invitaron a lecturas bíblicas los viernes. Más tarde, Alí visitó sesiones de oración en la Iglesia Evangélica de Rabbani Jamaat. De ahí pasó a repartir biblias y películas cristianas entre sus amistades, un proselitismo imperdonable.
En la noche del viernes 1 de marzo de 2006, "un grupo de barbudos" irrumpió en la mencionada sala de lectura y se lo llevaron. "Eran miembros de la policía religiosa, la Basidj Sepah, conocida como Pasdarán", explica Alí a EL PAÍS. Esas fuerzas de seguridad ocupan hoy el espacio dejado por la Savak, la policía política del anterior régimen, magistralmente descrita por Ryszard Kapuscinski en su libro El Sha. Para agravar el caso, en la reunión también había mujeres: esa presencia femenina va contra una interpretación de la religión que prohíbe que hombres y mujeres que no sean familia estén bajo un mismo techo.
Trasladado a un centro de detención, Alí afirma haber atravesado "un túnel de patadas y puñetazos" antes de sufrir sesiones de tortura. "Me dieron latigazos, me quemaron con cigarrillos y me aplicaron descargas eléctricas en los genitales mientras se burlaban diciendo: pídele a tu Jesús que baje y te salve", cuenta.
Puesto en libertad tras dos días, Alí se refugió en casa de su tía, abogada liberal. Horrorizada, la mujer decidió sacarle del país. Mientras tanto su suegro, musulmán fanático, le denunció al enterarse de su conversión al cristianismo. Alí huyó por la frontera turca gracias a guías contratados por su tía. "Mi padre no me denunció, pero me pidió que no volviera nunca más a casa". Desde Bazargán, del lado iraní, llegó a pie hasta Dogubayazid, ciudad turca a 30 kilómetros de la frontera, "un viaje que costó una fortuna", aclara. Tras llegar a Estambul sin pasaporte, Alí se escondió en los bajos de un camión que le llevó hasta la ciudad suiza de Basilea, donde se bautizó y formalizó una demanda de asilo. "En Irán, la persona que bautiza y el bautizado se arriesgan a la pena de muerte", comenta, "y por ello sólo pude convertirme formalmente en Europa. Aunque mi conversión en el corazón tuvo lugar mucho antes, en Irán".
Pero la alegada persecución y tortura no parece motivo suficiente de asilo para la Oficina de Migraciones (ODM), dependiente del Ministerio de Justicia y Policía, que rechazó su demanda el pasado 2 de abril. La ODM considera "contrario al buen sentido" que quienes le arrestaron le liberen, para volver a pedir su captura poco después. La ODM reconoce que la conversión al cristianismo "es motivo de persecución" en Irán y que la sharia (ley islámica) "contempla la pena de muerte" en tal caso, pero "ésta no se aplica de forma sistemática si la conversión se vive en el ámbito privado".
Instalado ahora en Lausana, Alí ha recurrido contra la denegación del asilo político. Mientras se materializa el trámite, se dedica a estudiar. Ha recibido ayuda económica de una fundación que le permite sacar el equivalente al graduado escolar. Esta beca, de unos 5.000 euros, es otorgada por la Asociación Envol, a la que dice haber llegado "a través de unos amigos". Cuenta con un prestigioso abogado, Elie Elkaïm, que se ocupa de su defensa "por unos honorarios simbólicos" y es el presidente de la rama suiza de la Liga Internacional contra el Racismo y el Antisemitismo.
Por el momento, Alí goza del estatuto de "demandante de asilo". Ello le permite seguir en Suiza, alojado con cargo al Estado y cobrando una modesta ayuda mensual equivalente a 220 euros. Mientras Alí sigue esperando, Suiza se interroga sobre la difícil unión del derecho de asilo y la libertad religiosa.
Fuente: El País