Juan 20:1-18
Jesucristo ha sido el único hombre que conocía con exactitud de que muerte iba a morir. Siendo carpintero tuvo en sus manos el tipo de madera y los clavos donde un día su cuerpo sería clavado. Jesús sabía que iba morir, pero nadie como él tuvo la sensación de volver del más allá a través de la resurrección. A su muerte se refirió reiteradamente.
La suya fue como la “crónica de una muerte anunciada”. Pero también fue el único hombre que predijo el tiempo exacto que se levantaría de la tumba. Para Cristo la muerte no era el fin de las cosas. Jesús sabía que iba morir, pero nadie como él tuvo la sensación de volver del más allá a través de la resurrección. Su vida y enseñanza serían anunciados por sus seguidores, no sobre una historia pasada sino bajo una realidad presente.
Lo que se dijo en torno al acontecimiento más grande del mundo, la resurrección, David lo escribióen el Salmo 16:10. Su cuerpo no quedó atrapado en las frías y oscuras paredes de una tumba en el oriente. Con Jesús los mortales entramos en nueva realidad: ya no nos moveremos solo entre la vida y la muerte; ahora sabemos que hay resurrección. Es obvio que los discípulos no creían esto. Pero una vez que comenzaron a despejarse las dudas, la noticia que había resucitado, se convirtió en todo un acontecimiento que puso en ellos la mas grande agitación de su ser.
El presente pasaje parece un clásico de literatura donde uno puede ver que el autor no está hablando de algo que oyó sino de algo que presenció. Hay una serie de acontecimientos que rodean la resurrección en este pasaje. Juan y Pedro son dos protagonistas presenciales de la resurrección, pero sin duda que fue María Magdalena una de las protagonistas principales. De ella se ha hablado mucho y hasta existe un afán de quererla asociar con Jesús de otra forma que solo puede ser pensada por mentes perversas y blasfemas que han querido negar la divinidad de Jesús.
A María Magdalena le corresponde el privilegio de ser el primer ser humano que vio a Jesús después de muerto. Así, pues, mientras María la madre de Jesús le tuvo en su vientre antes de verlo, María Magdalena lo vio después de muerto. Qué verdad se esconde en la pregunta que formula nuestro tema para hoy.
Las lágrimas en la tumba nos muetra el alcance de la mirada al saber que Cristo Vive
Mientras lloraba, se inclinó para mirar
Juan 20:11. La acción del verbo “mirar” en la historia de la resurrección es simplemente significativa. Lea las veces que lo hizo María Magdalena y también los discípulos ( v. 5, 6, 8, 11, 12, 14, 18).
Nicodemo y José de Arimatea fueron los encargados de bajar de la cruz y enterrar el cuerpo del Señor Jesucristo. Ellos se aseguraron que el cuerpo quedara bien colocado en aquella sepultura, completamente nueva. Ellos vieron la piedra que fue colocada sobre la tumba de su Maestro. No había duda, el cuerpo de Jesús quedó allí enterrado.
María Magdalena vino junto con otras mujeres con “especies aromáticas para ir a ungirle” (Mr. 16:1b). Ella, al igual que sus demás compañeras sabían de la dificultad que tenían para cumplir con aquel ritual judío, ¿quien podía remover la piedra puesta sobre el sepulcro? Pero note que el versículo 1 dice que ella vio la piedra removida. Los ojos de María vieron una tumba vacía. Su reacción al principio fue un tanto lógica: “Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto” v.2b. Las lágrimas por la muerte siempre serán de pesar, pero las lagrimas por la vida siempre serán de gozo. El creyente ya no llora su muerte.
Luego Simón Pedro… entró el sepulcro, y vio…
Juan 20:6. Los discípulos también vinieron para ver pero fueron un poco más de la entrada. El texto nos dice que ellos “miraron”. Curiosamente uno de ellos “vio los lienzos puestos allí, pero no entró” v. 5b. Sin embargo, Pedro quien seguramente movido por un fuerte deseo de comprobar lo que Jesús les había dicho “vio los lienzos puestos allí”; pero note este detalle: “y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte” v. 7.
Esto también lo vio Juan, quien dice: “y vio y creyó” v. 8b. Lo que vieron los discípulos fue algo extraordinariamente asombroso. Ellos no solo vieron una tumba vacía sino unos lienzos y un sudario vacío. Y la verdad de la mirada de los que conocieron al salvador seguirá por siempre siendo la misma. No vieron al Jesús muerto, sino al Jesús que ahora vive. Vieron la tumba vacía, vieron la ropa vacía, vieron todo vacío. Jesús vive. La muerte no le retuvo, porque fue el postrer enemigo que él venció. Jesús convierte las lagrimas en gozo. Por qué llorar si el vive.
Entonces entró también el otro discípulo… y vio…
Juan 20:8. Y esta es la gran verdad de la resurrección. Los discípulos supieron que el cuerpo de Cristo no fue robado. Qué ladrón tendría el tiempo primero para remover la piedra de aquel sepulcro. Luego comenzar a quitar todo aquel lienzo con el que se envolvía a los muertos y también el sudario. Pero es más, qué ladrón tendría el tiempo una vez que quitara todas estas cosas del cuerpo, de dejarlas tan bien arregladas en la tumba.
¡Oh, mis amados, Jesús resucitó! Él era el único que podía hacer esto. Desde ese entonces hay una tumba abierta. Una invitación para “ver” solo el lugar donde fue colocado el cuerpo de Jesús, pero él no esta allí. Las lágrimas y el dolor por la muerte de Cristo duran muy poco tiempo. Los cristianos ya no lloramos por un Cristo muerto, sino que lloramos de gozo porque ahora sabemos que El vive. La pregunta que hizo el Jesús vivo a María Magdalena, sigue vigente, ¿por qué lloras? Sí, por que lloras, pues no hay razón para llorar sino para llenar la vida de esperanza y gozo. Sí, por qué lloras. El cristianismo no es la religión de un Dios muerto, sino de un Cristo vivo. “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?”, fue la pregunta hecha.
Las lágrimas en la tumba se convierten en una gozosa carrera al saber que Cristo Vive
Entonces corrió, y fue a Simón Pedro y al otro discípulo…
Juan 20:2. En los acontecimientos que rodearon la resurrección no aparece el verbo “caminar”. Era imposible que una noticia de esa magnitud se llevara caminando. Es por eso que en esta historia todo mundo está “corriendo”. María Magdalena corrió. Al momento ella no sabía que había pasado, pero corrió. Ella no podía callar la noticia; los asustados discípulos tenían que saber lo que estaba pasando. Desde entonces los discípulos los veríamos “corriendo”.
La gran noticia que él había resucitado de los muertos los convirtió en audaces y valientes. Y es que la resurrección ha movido a los hombres a través de toda la historia a “correr” para anunciarla. Los discípulos por miedo a los judíos se habían encerrado v.19, pero frente a la aparición indubitable del Señor dejarían la “casa del miedo” para comunicar en las “casas, en la plazas y en el templo” que Jesús había resucitado. Y es que esta debiera ser la acción que más envuelve a todo discípulo del Señor. Lamentablemente hoy día, cuando se habla de la resurrección, no es el verbo “correr” el que más se usa sino el de “permanecer” y el de “callar”. Somos llamados para volver a “correr” y decir a otros: ¡ha resucitado el Señor! ¡ha resucitado el Señor! ¡ha resucitado el Señor!
Y salieron Pedro y el otro discípulo, y fueron al sepulcro
Juan 20:3. Los discípulos corrieron. ¡Y que clase de carrera! Yo no se si ellos estaban preparados para correr como lo hicieron cuando recibieron la noticia de la tumba vacía. Se nos dice que “corrían los dos juntos”. La sensación de comprobar por si mismo la noticia les mantuvo corriendo al mismo tiempo. Fue como si se tratara de una carrera de 100 metros planos donde al principio los competidores se mantenían “cabeza a cabeza”. Pero de repente uno de ellos, de seguro Juan el que está narrando esta historia, dejó solo a Pedro en la carrera.
Se nos dice que “corrió más a prisa, y llegó primero al sepulcro” v. 4. No sabemos que edad tenía Pedro y Juan cuando hicieron aquella carrera. Seguramente Juan, siendo más joven y más ágil, aventaja a su condiscípulo. Pero las condiciones físicas no fueron obstáculo para hacer todo aquello. Las lágrimas del sepulcro que evidenciaban impotencia y debilidad, se secaron y dieron cabida a un nuevo sentimiento de vitalidad para que los hombres ahora corran por todas partes y anuncien que Cristo vive para ser la única esperanza de salvación para los hombres. No podemos callar lo que hemos visto, dijeron ellos después.
Las lágrimas en la tumba conducen a la más grande esperanza al saber que creemos en un Cristo Vivo
Entonces entró también el otro discípulo… y creyó
Juan 20:8. Sin duda que una de las cosas que ha rodeado la resurrección desde que ocurrió ha sido la incredulidad. Los fariseos le pagaron a los soldados que custodiaban la tumba para que dijeran que alguien se había robado el cuerpo (Mt. 28:12-15).
Para muchos esta pareciera ser la explicación a la tumba vacía. Pero la verdad es que si el cuerpo de Cristo se lo hubiesen robado lo más viable sería que quienes esto hicieron, lo mostraran, pues la falsedad sería mayor. Para otros lo que sucedió fue una alucinación, un éxtasis, un sueño o que vieron algún fantasma. Pero el asunto fue que más de 500 personas vieron a Jesús después de muerto y tantas personas no podían equivocarse. Apareció por 40 días.
Algunos hablan de un síncope, donde se dice que Jesús realmente no murió y que lo sepultaron y volvió luego a la vida. Pero es tan difícil que alguien tan agotado de la tortura de los clavos tenga la fortaleza para remover una piedra tan pesada y salir vivo. El asunto es que los hombres a través de la historia han tratado de negar lo que jamás podrá ser negado. Por mas que hayan querido negar este hecho, todo conduce a lo que Juan vio, una tumba vacía, y por eso creyó.
Jesús no es el hortelano según la visión de María
Juan 20:15. La verdad que no era fácil aceptar que Cristo había resucitado. Las lagrimas de María Magdalena parecían justificadas. Sus pensamientos estaban ofuscados. La posibilidad de un robo estaba en el ambiente. La comparación del hortelano con Jesús formaba parte la incredulidad que Cristo estuviera vivo después que había sido muerto en la cruz. Pero María Magdalena no fue la única que no creía. Los dos discípulos que caminaban rumbo a Emaús hablaban de una historia pasada, de todo lo que Jesús hizo pero no creían lo que se decía acerca de su resurrección, de modo que el Señor tuvo que llamarles “tardos de corazón para creer” (Luc. 24:25, 26).
Cuando estos dos discípulos fueron a los 11 que estaban encerrados por temor y le dijeron que Jesús había resucitado “ni aun ellos creyeron” (Mr. 16:13). Tomás al principio no creyó y hasta desafío al resto de sus condiscípulos a “ver para creer”. Ellos tenían las palabras proféticas. Los ángeles estaban anunciando. La tumba estaba vacía. El cuerpo no aparecía. María Magdalena lo había visto. Las otras mujeres también. Pero a pesar de todo esto, “algunos dudaban” (Mt. 28:17). De modo que tuvo que venir personalmente el Señor y presentarse antes ellos y censurarles su incredulidad. Al final María Magdalena lo vio creyó y sus lagrimas se secaron allí frente a la tumba. ¡Él vive!
Mujer ¿Por qué lloras?
¿Por qué María lloraba tan intensamente? Porque ella había traído todos los ingredientes para darle una sepultura digna a su Maestro, pero ahora no aparece su cuerpo. Está realmente afligida porque no encuentra al cuerpo muerto.
Está llorando profundamente porque no aparece el cadáver de Jesús. ¿Qué le hace pensar que usted no habría hecho lo mismo? La muerte es lo único que produce nuestras lágrimas, solo la vida produce gozo.
De esta manera María cuando escuchó la voz de su Maestro que un día ordenó a los demonios salir de ella, ahora la escucha otra vez. La voz de Jesús se había ido de este mundo cuando dijo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Pero aquella mujer ahora escucha otra vez su voz que le dice “!María!”. Ahora la tristeza cambia en un profundo e inimaginable gozo cuando escucha la voz de su maestro (Raboni) y puede verlo, ya no muerto, sino vivo. Ahora quiere tocar a Jesús, pero él se lo prohíbe, diciendo que ya no lo puede retener. Por cuando ahora vive, ya no pertenece a la tierra. María no podía retener a Cristo porque ahora nos pertenece a todos. Ese es el milagro de la resurrección. La resurrección es la razón de nuestra fe y esperanza. Amen.