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La necesidad de un avivamiento familiar

(Génesis 35:1-7)

INTRODUCCIÓN: El profeta Habacuc, muchos años atrás, dijo: “Oh Jehová, aviva tu obra en medio de los tiempos, en medio de los tiempos hazla resplandecer” (Hab. 3:2). En esta oración se puede ver que una de las granes necesidades del alma es la de un fresco y nuevo avivamiento. La palabra “avivamiento”, en el lenguaje espiritual, tiene que ver con la necesidad de volverse al Señor con un amor más intenso y renovado. Y como la palabra “obra” puede abarca mucho de lo que somos y hacemos, se nos ocurre pensan que si alguien necesita un avivamiento es nuestra familia. Para nadie es un secreto que los tiempos que vivimos están conduciendo a nuestros seres amados, entre los que mencionamos a los padres, las madres y en especial a nuestros hijos, a una frialdad e indiferencia por las cosas del Señor. ¿Por qué esto? Porque algunos de ellos pudieran estar viviendo más para sus negocios, sus intereses, sus diversiones y hasta placeres, pero no para el Señor. Lo que más entristece el corazón de los padres es descubrir que el hijo que antes vivía y le servía al Señor, ahora ande en la misma corriente que va el mundo. Hay un gran dolor en la familia cristiana cuando parte de sus miembros se compartan como alguien que no ha conocido al Señor. Y esa rebeldía activa o pasiva, plantea con urgencia la necesidad de un avivamiento familiar. No podemos dejar que nuestros hijos, quienes han sido parte de la herencia cristiana, estén perdidos para nosotros y para el Señor. Jacob, de quien nos ocuparemos hoy, fue un hombre de Dios, pero al parecer había fracaso como padre y conductor de su familia. Pero en esta historia le vemos trayendo su familia de regreso al Señor. En esta mañana, y como parte de estos temas, regresemos al Señor e iniciemos una renovación familiar. ¿Cómo hacerlo?  

I. NECESITAMOS REGRESAR AL LUGAR DEL PRIMER ENCUENTRO

1. El regreso a “Betel” v. 1. Lo primero que hay que destacar es que el nombre “Betel” fue asignado por Jacob a una ciudad que antes se llama “Luz”. Ese nombre vino después que él, en su larga huida cuando engañó a su hermano Esaú, llegó a un “cierto lugar” donde tuvo un sueño espectacular. Al quedarse rendido del largo viaje, soñó con una escalera que iba de la tierra al cielo, por donde subían y bajaban ángeles. Pero en la cúspide de la escalare vio a Dios en su trono, quien le ratificó la promesa que antes había hecho a su abuelo Abraham y a su padre Isaac acerca de la descendencia, pero también como su Dios protector. Cuando Jacob despertó estaba aterrorizado por lo que vio, por eso llamó el lugar “Betel” o “Casa de Dios y puerta del cielo”. (Gn. 28:10-22). En aquella mañana hizo promesas de consagración, pero siguió huyendo. Después de más de veinte años, Dios se le aparece otra vez y le dice: “Levántate y sube a Betel” v. 1. ¿Por qué ese llamado? Porque si Dios va hacer algo nuevo con nosotros, y sobre todo a nivel de la familia, nos convoca a regresar primero a su comunión. Cada padre debe tener su propio “Betel”. La invitación de Dios es para que allí se le haga un altar de adoración. Si anhelamos un avivamiento familiar debemos regresar a la comunión anterior.

2. Regresar a una mejor conducción familiar. Cuando Jacob oyó otra vez la voz de Dios, estaba pasando por una enorme crisis que lo tenía quebrantado por el comportamiento de sus hijos. Dina, su única hija, había sido violada por un príncipe de aquella tierra. Este hecho mantenía a Jacob devastado, y los hermanos de ella, Simón y Leví, estaban muy enojados. La situación fue tal que ellos, astutos como su padre, idearon un plan para vengar esta atrocidad. El resultado fue una muerte colectiva, aprovechando el dolor de la circunsición a la que fue sometida toda la gente. Al final saquearon toda la ciudad, llevándose hasta los niños y las mujeres. Como era de esperarse esta acción despertó el odio de los vecinos (Gen. 34:30). Cuando Jacob vio esto su perturbación fue mayor. Al darse cuenta de la maldad de sus hijos, se percató que no había establecido un patrón espiritual delante de ellos. En aquel momento descubrió que no les había dado a sus hijos las normas morales que deberían tener en sus vidas. La conducta de aquellos hijos revelaba una gran falta de temor a Dios. ¿Sabía que los niños son un fiel reflejo de lo que existe en el hogar? Haga una prueba preguntándole a un niño, y allí descubrirá cuál es el concepto que ellos tienen de Dios y de su palabra. ¿Estaría dispuesto como padre a pasar ese exámen? ¿Qué piensa que responderían los hijos?

II. NECESITAMOS QUITAR LOS ÍDOLOS ANTES DE EMPRENDER EL VIAJE

1. Un padre de carácter débil v. 2. Este texto nos da una radiografía de lo que sucede en un hogar cristiano. Nos muestra que Jacob tenía un carácter muy débil, como muchos padres modernos, porque pudiera ser la esposa la “cabeza” de la casa. Para el caso de Jacob, la situación era mayor porque tenía dos esposas y varias concubinas. Él había dejado que la idolatría invadiera la casa, y Raquel, la que más amaba, era la principal idólatra del equipo (Gn. 31:32). Mucho se ha dicho sobre por qué Raquel le robó a su padre los ídolos. Algunos creen que ella los robó por su valor familiar, o por haberlos codiciado por cuanto podían estar hechos de metales preciados; o que Labán, su padre, los consultara y de esa manera sabría donde habían ido. Otros afirman que “en esta cultura, la posesión de los ídolos de la familia era el derecho del heredero principal” (Biblia de estudio Nelson). Como quiera que haya sido, la familia de Jacob estaba llena de ídolos. Esto revela que Jacob no había hecho a Dios el Señor de su casa. La familia tenía otros dioses. El carácter débil de los padres puede abrir la puerta para que los hijos tengan sus propios “ídolos”, con un cierto consentimiento paterno. Un padre tolerante pudiera abrir la puerta a la idolatría en la familia. ¿Cuáles serán los ídolos de hoy?

2. La importancia de la determinación. Una de las primeras cosa que Jacob hizo antes de ir a Betel, para adorar a Dios, fue despojar a su familia de la idolatría. Se dio cuenta que ya era hora que su familia adorara a un solo Dios. La vida de este hombre tenía muchos altos y bajos. Al buscar las razones de sus faltas descubre cuán permisivo en el seno del hogar. Pero ahora este hombre está quebrantado y ha reconocido la necesidad de renovarse con el Señor. Se ha dado cuenta que el camino de un avivamiento en la familia comienza con la cabeza del hogar. ¿Qué nos dice el Salmo 34:18? La bendición del cielo llega a través del quebrantamiento. Esta actitud nos lleva a reunir a la familia y ver dónde se le ha fallado al Señor. Nos lleva en humildad a revisar por qué no me he preocupado por mi esposa y también por mis hijos. La determinación de un padre responsable es: “Quitad los dioses ajenos que hay entre vosotros…”. Hay un solo Dios para la familia.

III. NECESITAMOS CAMBIAR DE ROPA PARA VER EL ROSTRO DE DIOS

1. Nuestro vestido es de lino fino v. 2b. La Biblia nos dice que cuando vinimos a Cristo, lo primero que él hizo fue ponernos una ropa nueva. En la parábola del “hijo pródigo” vemos que el padre mandó quitarle el vestido sucio, con olor todavía a pecado, y le dio el vestido que tenía en su casa. Los vestidos viles deben ser cambiados por las ropas de galas (Zc. 3:3-4). El creyente ha sido vestido con ropa de lino fino que “son las acciones justas de los santos” (Apc. 18:8). El llamado de Dios a Jacob produjo una completa búsqueda de la santidad familiar. Así que su familia no solo tenía que despojarse de sus ídolos, sino también de su ropa sucia. Y es que no podemos llegar a “Betel”, lugar de encuentro con Dios, con la misma ropa de siempre. Años más tarde, Pablo tomó la misma acción de Jacob cuando presentó una larga exhortación para despojarse del viejo hombre. El Señor no solo limpia nuestros corazones, sino que también muda nuestras vidas. Cambia los harapos del pecado y nos da vestiduras nuevas. El vestido de la familia pudiera estar manchado por algún pecado, de allí este llamado de santidad (Ef. 4:22-24).

2. Hay que cambiarse todos los días. Usted y yo nos bañamos y cambiamos todos los días. El vestido sucio de la calle lo reemplazamos por uno limpio y agradable. ¿Sabía usted que todos los días debemos vestirnos con la vestidura adecuada para acercarnos ante el Señor? Cuando la Biblia afirma que “sin santidad nadie verá al Señor”, nos está diciendo que no podré entrar delante de su presencia, a menos que la sangre de Cristo me limpie de todo pecado. Mire bien lo que estoy diciendo. Como creyente tengo que renovarme en el espíritu de mi mente y ponerme la nueva ropa todos los días para venir hablar con mi Señor. El asunto de acercarnos a Dios es muy serio. Jacob se dio cuenta que sus mujeres, sus hijos, sus nietos y todos los que con él estaban, tenían vestiduras sucias. Él escuchó de Dios el llamado para ir a Betel, y no podía permitir que su familia se acercara a Dios con la misma ropa que traían. Esa es la actitud correcta para acercarnos a Dios. Él es digno de lo mejor. Tome en cuenta esto, nadie se presentaba ante un rey con la misma ropa. José tuvo que cambiarse de ropa para ver al Faraón.

IV. NECESITAMOS OBEDECER PARA ALCANZAR LA BENDICIÓN

Una vez que Jacob y su familia se santificaron, salieron con pasos de vencedores (vv.4, 5). En el camino a Betel, nadie les hizo frente. La NVI nos dice: “Cuando partieron, nadie persiguió a la familia de Jacob, porque un terror divino se apoderó de las ciudades vecinas” v. 5. En el momento que obedecemos a Dios y tenemos comunión con él, algo milagroso sucede en la vida de nuestra familia. Dios comienza a actuar como nunca lo habíamos visto antes. Jacob vivió con muchos temores. Él vivió como fugitivo. Por haber sido “travieso” (su nombre significa suplantador), se convirtió en un hombre lleno de temor. Su penúltimo temor lo experimentó cuando se iba a enfrentar a su hermano Esaú. Sin embargo, por el cambio operado en su ser, en él y su familia se cumplió la palabra que dice: “Cuando los caminos del hombre son agradables a Jehová, aun a sus enemigos hace estar en paz con él” (Pr. 6:7). Por otro lado, el profeta Isaías nos recuerda: “Ninguna armada forzada contra mi prosperará…” (Is. 54:17). Cuando en el seno de la familia se emprende el camino a la obediencia, Dios abre las puertas del cielo para bendecirnos. La prosperidad espiritual está ligada a la obediencia del creyente.

CONCLUSIÓN: Nuestras familias están urgidas de un avivamiento espiritual. La presencia del pecado pudiera hacer que ella pierda su brillo y su impacto en medio de la sociedad. Jacob reconoció que estuvo muchos años alejado del Betel del encuentro con Dios. Pero tomó una decisión sabia. En un momento muy trascendente, convocó a su familia a abandonar los ídolos y a despojarse del hombre viejo. Reconoció que nadie puede presentarse a Dios a menos que esté limpio y purificado. Con en el caso de Jacob encontramos el primer avivamiento de una familia en la Biblia. Y la nota distintiva de este avivamiento tuvo que ver con el altar que erigió para adorar a Dios. Amados, este es el asunto principal del avivamiento en la familia. ¿Cuál es el altar que se ha levantado en el hogar? ¿Podemos afirmar que en nuestro hogar hay un solo altar para adorar al Señor?

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