Del escritorio de Julio Ruíz

El precio de la obediencia – Génesis 22:1-14

El precio de la obediencia

Abraham fue un hombre de fe pero también un hombre destacado por su obediencia a Dios. Estudio basado en Génesis 22:1-14

Hemos estudiado hasta ahora dos lados de la vida de Abraham. Uno tuvo que ver con su fe al salir de Ur de los caldeos, y el otro el de sus temores y debilidades cuando estuvo frente a faraón y a Elimelec, al presentar a Sara como su hermana por temor a morir. Sin embargo, esto no empaña la vida de Abraham para llevarlo a estar en la galería de los hombres prominentes de la Biblia por su obediencia, revelada en Génesis 22.

Esta obediencia sólo podía ser comparada con la de Jesucristo cuando luchó en el Getsemaní para hacer la voluntad de su Padre, pues la decisión en aquel momento era su muerte para salvar al mundo. Génesis 22 es la más grande referencia a la tipología de Cristo en la Biblia. En el NT vemos a Cristo discutiendo con los fariseos acerca de Abraham de acuerdo con Juan 8:56-58. Jesús dice que Abraham se gozó de la llegada de su día, especialmente cuando Dios le dio la promesa de la bendición a través de su simiente (v.56). Pero, además, les dijo que antes que Abraham existiera, ya él existía (v.58). Aquel debate con los fariseos debió ser una referencia al momento cuando Abraham caminó a la montaña del sacrificio.  

En sus mentes no cabía la idea que Jesús proviniera de Dios, y que sin tener ni siquiera cincuenta años ya pretendiera haber conocido a Abraham.  Y las palabras de Hebreos 11:19, “en sentido figurado”, pareciera llevarnos en esa tipología bíblica, cuyo propósito sería mostrarnos anticipadamente al salvador Jesucristo.  Consideremos este cuadro comparativo entre la vida de Isaac y la de Cristo en este capítulo 22 de Génesis. En qué consiste el precio de la obediencia de acuerdo con este extraordinario capítulo de la Biblia.

En esta obediencia vemos la prueba menos pensada

 “Aconteció después de estas cosas, que probó Dios a Abraham…” v. 1. Si tuviésemos que escoger algunos capítulos más importantes de la Biblia, tendríamos que incluir a éste en la lista. Observamos aquí que mientras Dios no permitió el sacrificio de Isaac, si permitió el sacrificio de Hijo Cristo. Jamás alcanzaremos a entender por qué nos amó tanto Dios, y esta historia nos mostrará precisamente su alcance y lo inexplicable de ese amor. “Después de estas cosas” es una referencia al capítulo anterior (21) que habla del nacimiento de Isaac y la salida de Agar de la casa de Abraham.

Esas fueron dos emotivas experiencias en la vida de Abraham. No fue cualquier cosa lo que Dios le pidió a Abraham para entregarle. Fue el hijo de la promesa. ¿Cuál fue el propósito de aquella prueba? Ver hasta donde Abraham le temía a Dios v. 12.  Las pruebas pueden venir en diferentes paquetes, y ellas pueden tocar lo más estimado, o de mayor valor para nosotros. Las pruebas a veces nos llevan de un momento de profundo gozo (el nacimiento de Isaac), a un momento de profundo dolor e inexplicable sacrificio.

Pero la obediencia de Abrahán no fue el de una fe ciega, sino más bien una confianza establecida en lo que ya él había visto hacer a Dios. Abraham debió pensar: ‘Si Dios nos dio a este hijo, de la manera cómo vino, y ahora lo pide, Él debe saber al final lo que hara’. Abraham fue fiel y obediente al pedido de esta prueba por parte de Dios, porque al final de ella Dios sería más glorificado.

En esta obediencia vemos la entrega de lo más amado

Y dijo: Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré.”. Observamos en este texto que Dios menciona a Isaac como su hijo, su único, su amado, como para seguir comparando a Isaac con Jesucristo, quien es llamado el unigénito Hijo de Dios (Juan 3.16). Mire esto, Isaac es llamado “hijo amado” por el padre, pero también Jesús en Mateo 3.16-17. Por otro lado, veamos como Sara fue una madre incrédula; de hecho, se rió cuando el ángel le habló del hijo que tendría (Génesis 18.12).

Ella simplemente pensaba que el nacimiento de Isaac era imposible por su edad, y porque ya le había cesado la costumbre de las mujeres. María pensó también lo mismo (Lucas 1.34), porque ella era una virgen y no había conocido varón. Dios hizo un milagro en María con el nacimiento de Jesús. De esta manera, el hijo de María nació para morir, y en el caso de Isaac, Dios mandó a Abraham a ofrecer a su hijo Isaac para morir también, pero con la diferencia que su muerte no ocurrió, porque lo de él era un símbolo de algo mayor.

Dios detuvo la muerte de Isaac, pero no la de su Hijo; he aquí el más incomprensible amor de los amores. La obediencia sin un real sacrificio no paga el precio de la demanda divina. Si no entregamos lo que más amamos, nuestro sacrificio es en vano. Dios es digno del mejor sacrificio.

En esta obediencia vemos la esperanza del regreso

Al tercer día alzó Abraham sus ojos, y vio el lugar de lejos… y volveremos a vosotros” v. 4,5. El precio de la obediencia debe hacerse bajo la visión de la esperanza, y esa fue la experiencia de Abraham desde el momento de prepararse para salir al lugar donde Dios le había pedido hacer el sacrificio. En la frase “al tercer día” vemos la esperanza de Abraham.

De acuerdo con Hebreos 11.17-19 en la mente de Abraham, Isaac estuvo muerto por tres días. Sin embargo, Abraham sabía que Isaac era el hijo de la promesa, por lo tanto, él confiaba que su Dios lo levantaría; en eso consiste el precio de la esperanza. Este es un símbolo de la resurrección. Jesucristo había dicho que “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12:23-24). Jesucristo iba a enfrentar la cruz, y la sepultura era la siembra del trigo, pero después vendría el fruto de la resurrección.

Veámoslo de esta manera.  En el sentido figurado, Isaac “resucitó” de entre los muertos al tercer día. Sin embargo, la resurrección de Cristo no fue una figura como la de Isaac; él murió por nosotros y por nuestros pecados. Y al vencer la muerte y haber resucitado, el dolor de la siembra fue compensado porque volvió a la vida. De esta manera, así  como Abraham recibió a su hijo de nuevo “al tercer día”, así Dios el Padre recibió a su Hijo también. Esta es ahora la razón de nuestra esperanza. El sacrificio de nuestra esperanza no es ciego, sino vivo. Fuimos renacidos para “una esperanza viva” (1 Pedro 1:3).

En esta obediencia vemos la auténtica adoración

Entonces dijo Abraham a sus siervos: Esperad aquí con el asno, y yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos, y volveremos a vosotros” v. 5. He aquí la mejor definición bíblica de la adoración. Usted puede observar que allí no hubo cantos, danzas, gozo, alegría o sonrisas. No había un templo con muchos instrumentos y un grupo de “adoradores”.

Entonces ¿qué hubo? Lo primero que vemos es una sumisión voluntaria a la voluntad de Dios y la obediencia completa al pedido de su Palabra. Esto es una auténtica adoración. Observe esto. Abraham y su hijo van solos al lugar de sacrificio, van a un culto de adoración. En esta escena, Isaac va a morir y Abraham acompaña a su hijo para cumplir el sacrificio. Isaac lleva la leña (algo así como la cruz que llevó Jesús), mientras que Abraham lleva el cuchillo y el fuego.  En esta tipología vemos a Jesús subiendo la cuesta con la cruz y el Padre está allí con el “cuchillo y el fuego” de su santa ira para sacrificar a su propio Hijo.

Con esto aprendemos que la verdadera adoración es un acto donde se dobla mi voluntad a la del Padre y en el altar del sacrificio me entrego como lo hizo Isaac sin protesta, sin desobedecer; pero más aún, es la actitud de Cristo, quien, aunque le pidió al Padre “pasar de él la copa”, al final se rindió a Su voluntad muriendo de esta manera. La adoración sin el olor del verdadero sacrificio el altar será humo que se desvanece.

En esta obediencia vemos la leña del sacrificio

Y tomó Abraham la leña del holocausto, y la puso sobre Isaac su hijo, y él tomó en su mano el fuego y el cuchillo; y fueron ambos juntos” v. 6.  Si alguien conocía la leña para el sacrificio era Abraham. La Biblia habla de los 4 altares que Abraham levantó para sacrificar holocaustos al Dios que se le apareció, de acuerdo con Génesis 12:6-7, 8; 13:17-18, pero ninguna leña fue mejor escogida que aquella puesta sobre Isaac (22:9-12).

Lo que hace esta historia una tipología tan cercana a Jesús es ver al joven Isaac llevando la madera sobre la cual sería sacrificado. Por supuesto que es el cuadro de Jesús llevando la cruz (Juan 19.17). Y esta también es la final demanda de Dios para nosotros. A cada uno de nosotros se nos demanda ser un sacrificio vivo (Romanos 12.1-2). Jesús plantea a sus seguidores considerar el costo del discipulado cuando se nos habla de tomar nuestra cruz cada día y seguirle (Lucas 9:23).

La leña sobre los hombros de Isaac fue la manera cómo Pablo más adelante entendería esa Palabra al decir: “cada día muero” (Filipenses 3.7-8). Morir cada día es la consigna para comprobar que estamos en un sacrificio vivo donde la obediencia debe ser nuestro estandarte y nuestra bandera. Véalo de esta manera. Isaac llevó su cruz (la leña), Jesús llevó su cruz, y ahora se nos pide a nosotros lo mismo (Luc 8.23-25).

En esta obediencia vemos quien es el sustituto

Y respondió Abraham: Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío… Entonces alzó Abraham sus ojos y miró, y he aquí a sus espaldas un carnero trabado en un zarzal por sus cuernos; y fue Abraham y tomó el carnero, y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo” v. 8, 13. Vamos a ver el giro que toma esta historia.

Trasládese por un momento hacia aquella montaña. Vea la escena. Ahora Isaac está atado y puesto arriba sobre la leña. El anciano padre con sus manos temblorosas toma el afilado cuchillo, agarra la garganta a su amado hijo, levanta el instrumento del sacrificio, y justo, cuando ya estaba tan cerca de derramar la sangre, el ángel del Señor le detuvo desde el cielo. La voz de arriba calificó la fe de aquel anciano padre; pero como era necesario un sacrificio, Abraham vio a un cordero trabado con sus cuernos a un zarzal, y fue y lo tomó, y a lo mejor con las mismas cuerdas que había amarrado a su hijo, ató al animal, lo colocó sobre la leña, lo degolló y allí lo sacrificó.

De esta manera Abraham había respondido a la pregunta de su hijo cuando dijo: “Jehová proveerá” (Jehová – jiréh). Y Jehová se proveyó de cordero para el holocausto. Vea que aquel carnero lleno de espinas, y en aquella montaña de Moriah, llegaría a representar a Cristo muriendo el Gólgota, muy cercano a esta montaña. El sacrificio de la obediencia nos hará ver cómo Dios al final provee, haciendo Dios mismo el sacrificio mayor. Al final Dios ve nuestra obediencia y responde.

El precio de la obediencia

De toda esta sorprendente historia con este paralelismo entre Isaac y Cristo, las palabras “porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único” (v. 12), responden adecuadamente a lo que es el precio de la obediencia. No fue pues extraño que Abraham volviera a oir esa voz del cielo con estas palabras alentadoras y proféticas (Génesis  22.15-18). De la simiente de Abraham vino posteriormente Cristo dentro del pueblo de Israel.  

Cuando no le rehusamos a Dios nada,  y le entregamos al “hijo” que más amamos, el futuro que nos espera será glorioso. Al precio de la obediencia  le acompaña la complacencia divina, trayendo como frutos el llegar a ser  bendición para otros. El precio de la obediencia es el camino de la victoria cristiana.


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1: El pecado del santo Abraham
2: El precio de la obediencia - Génesis 22:1-14
3: La fe insumergible - El caso de Noé
4: La fe inquebrantable de Jocabed
5: La fe de Enoc, el que camina con Dios

Julio Ruiz

Venezolano. Licenciado en Teología. Fue tres veces presidente de la Convención Bautista en Venezuela y fue profesor del Seminario Teológico Bautista de Venezuela. Ha pastoreado diversas iglesias en Venezuela, Canadá y Estados Unidos. Actualmente pastorea la Iglesia Ambiente de Gracia en Fairfax, Virginia.
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