D.L. Moody

La compasión sin límite de Cristo – Parte 2

«Y al salir Él vio una gran multitud y tuvo compasión de ellos y sanó a los que de ellos estaban enfennos.» (Mateo 14:4). 

Se nos dice con frecuencia en las Escrituras que Jesús se compadeció de alguno o que fue movido a compasión; en este versículo vemos que después que los discípulos de Juan el Bautista le dijeron que su maestro había sido decapitado Jesús se fue a un lugar desierto y que la multitud le siguió y que Él, al ver la multitud, «tuvo compasión de ellos» y sanó a sus enfermos. 

Pero miremos otra vez. Jesús va al monte de los Olivos. Ya está casi bajo la sombra de la cruz. De repente la ciudad se presenta ante su vista. Allá a lo lejos se ve el templo; lo ve en toda su gloria y esplendor. El pueblo está gritando: «¡Hosanna al Hijo de David!» Arrancan hojas de palmera y quitándose los vestidos los extienden sobre el camino delante de Él y gritan aún más: «Hosanna al Hijo de David», inclinándose delante de Él. Pero Él no hace caso. Sí, incluso el Calvario, con toda su amargura, pone a un lado. Getsemani se halla al pie de la colina; también lo olvida. Al mirar la ciudad que Él ama el gran corazón del Hijo de Dios se llena de compasión y exclama a grande voz:

«¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas y no quisiste!

Amigos míos, miradle llorando sobre Jerusalén. ¡Qué ciudad tan hermosa debía ser! Exaltada hasta los cielos. ¡Oh, si hubiera conocido el día de su visitación y hubiera recibido a su rey en vez de rechazarle, qué bendiciones habrían caído sobre ella! ¡Oh, tú, desgraciado, que te has hecho atrás, contempla al Cordero de Dios, que está llorando sobre ti, clamando que vayas a Él para que recibas cobijo y refugio de la tempestad que va a abatirse sobre la tierra!

Mira al pobre Pedro

Mirad lo que hace. Está negando al Señor y jura y perjura que no le conoce. Si alguna vez Jesús ha necesitado simpatía, si alguna vez ha necesitado a los discípulos a su alrededor, era aquella noche, cuando estaban presentando testigos falsos contra Él, tratando de condenarle a muerte, y allí estaba Pedro, el discípulo más destacado, jurando que no conoce a Cristo. Jesús podría haberse vuelto a Pedro y decirle: «Pedro, ¿es cierto que no me conoces? ¿Es verdad que te has olvidado de que curé a tu suegra cuando estaba en trance de muerte? ¿Es verdad que te has olvidado de que te salvé cuando te hundías en el agua? ¿Es verdad, Pedro, que has olvidado lo que viste en el monte de la Transfiguración, cuando se unieron los cielos y la tierra y oíste la voz que hablaba desde las nubes? ¿Es verdad que has olvidado la escena en aquella montaña, cuando tú querías plantar tres tiendas? ¿Es verdad, Pedro, que me has olvidado? Sí, esto es lo que Jesús podría haberle echado en cara al pobre Pedro, pero en vez de esto le da una mirada llena de compasión que partió el corazón de Pedro, el cual, saliendo de allí, fue y lloró amargamente.

El perseguidor Saulo

Demos una mirada a este atrevido blasfemo y perseguidor que intenta extirpar la Iglesia primitiva y que está respirando amenazas y matanza cuando Cristo le atajó en el camino de Damasco. Es el mismo Jesús todavía. Escuchad para oír lo que dice: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» ¡Cómo! Podría haberle petrificado con una mirada o con su aliento dejarle sin vida, pero en vez de ello el corazón del Hijo de Dios siente compasión y exclama: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» Si hay algún perseguidor aquí esta noche quiero preguntarte: ¿Por qué persigues a Jesús? Él te ama, pecador. Él te ama, perseguidor. No has recibido de El sino bondades y amor. Y Saulo exclamó: «¿Quién eres, Señor?» Y Él le contestó: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón.» Es una cosa dura luchar contra un amigo así, contender contra quien nos ama como nos ama El y el Saulo perseguidor, lleno de soberbia, se prosterna y exclama; «Señor, ¿qué quieres que haga?» Y el Señor se lo dijo y él lo hizo. Quiera el señor tener compasión del infiel, del escéptico, del perseguidor. Déjame que te pregunte, amigo: ¿Hay alguna razón por la que odies a Cristo, por la que tu corazón se haya vuelto contra Él?

Recuerdo una historia sobre una maestra de escuela dominical que dijo a sus alumnos que siguieran todos a Jesús y que todos podían ser misioneros y salir a trabajar para los otros. Y un día una de las niñas más pequeñas fue a ella y le preguntó: Le dije a una amiga mía (y le dijo el nombre) que viniera conmigo y me dijo que vendría de buena gana, pero que su padre es un incrédulo.»

¿Por qué no amas a Jesús?

Y la niña quería saber lo que era un incrédulo y la maestra se lo explicó. Y un día, cuando la niña iba camino a la escuela, este incrédulo salía de Correos con unas cartas de amor en la mano, y la niñita corrió hacia él y le preguntó: «¿Por qué no ama usted a Jesús?» El hombre tuvo el impulso de apartarla con la mano y seguir su camino, pero la niña insistió: «¿Por qué no ama usted a Jesús?» Si hubiera sido un hombre el que le hubiera hecho la pregunta el incrédulo se habría molestado, pero no sabía qué hacer con una niñita, y ésta, con lágrimas en los OJOS le preguntó otra vez: «ioh, por favor!, dígame, ¿por qué no ama usted a Jesús? » El hombre prosiguió su camino hacia su oficina, pero le daba la impresión de que en cada carta que leía veía escrito: «¿Por qué no ama usted a Jesús?» Intentó escribir,pero obtuvo el mismo resultado; cada carta parecía preguntarle: «¿Por qué no ama usted a Jesús?» Tiró la pluma, desesperado y se marchó de la oficina, pero no podía librarse de la pregunta; se la hacía una vocecita queda dentro y mientras andaba le parecía que el mismo suelo y los mismos cielos le susurraran: «¿Por qué no ama usted a Jesús?» Al fin se fue a su casa y allí le pareció que sus propios hijos le hacían la misma pregunta, por lo que le dijo a su esposa: «Me iré a la cama temprano esta noche», pensando que echándose a dormir la cosa terminaría, pero tan pronto hubo puesto la cabeza sobre la almohada le pareció que ésta le susurraba lo mismo.

Se levantó a medianoche y dijo: «Puedo buscar algún punto en que Cristo se contradiga a sí mismo, y lo hallaré y esto demostrará que es un mentiroso.» Bien, el hombre se levantó y empezó a leer el evangelio de Juan y leyó desde las primeras palabras hasta que llegó a «De tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su hijo unigénito para que todo aquel que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna.» « ¡Qué amor! », pensó, y al fin el corazón del incrédulo se sintió conmovido. No podía encontar razón alguna para no amar a Jesús y arrodillándose oró y antes de que saliera el sol el antiguo incrédulo había entrado en el reino de Dios.

Reto a quien sea, en toda la faz de la tierra, a que halle una razón para no amar a Cristo. Es sólo aquí en la tierra que los hombres creen que tienen alguna razón para no hacerlo. En los cielos le conocen y cantan: «Digno es el Cordero que fue inmolado.» Oh, pecador, si le conocieras no procurarías hallar razones para no amarle. Él es «el primero entre diez miles, y grande es su hermosura.» Tengo idea de que muchos dicen aquí: «Me gustaría mucho hacerme cristiano y saber cómo puedo llegar a Él y ser salvo.»

Ve a Él como un amigo personal

Desde hace veinte años sigo esta regla: Cristo está siempre tan cerca como pueda estarlo personalmente cualquier otra persona viva, y cuando tengo problemas, tribulaciones, aflicciones, voy a Él con ellas. Cuando necesito consejo voy a Él tal como si estuviera cara a cara, hablando conmigo. Hace veinte años conocí a Dios una noche y Él me tomó en su seno y ahora preferiría renunciar a mi vida esta noche que renunciar a Cristo o dejarle o que Él me dejara a mí y que no tuviera a nadie a quien pudiera llevar mis cargas o mis penas. Él vale para mí más que todo el mundo y esta noche Él tiene compasión de vosotros como tuvo de mí. Yo había estado intentando durante semanas hallar el camino a Él y por fin fui y puse mi carga sobre Él y entonces Él se me reveló y a partir de entonces he tenido en Él un amigo verdadero y afectuoso, el amigo que necesitaba. Ve directamente a Él. No tienes por qué ir a ningún hombre, a esta o aquella Iglesia. «Yo soy el camino, la verdad y la vida.»

No hay ningún nombre tan querido por los norteamericanos como el de Abraham Lincoln y en una audiencia como ésta en nuestro país se puede conseguir que las lágrimas desciendan por las mejillas de los presentes con sólo mencionar este nombre: Lincoln es muy querido por los norteamericanos. ¿Queréis saber la razón? Voy a decírosla. Era un hombre compasivo, era amable y conocido por su tierno corazón hacia los oprimidos y los pobres. Nadie iba a él con una historia personal triste sin que él sintiera compasión, no importaba el nivel de la persona en la escala social. Siempre tenía interés en los pobres. Hubo un tiempo en nuestra historia cuando pensamos que Lincoln tenía demasiada compasión. 

Muchos de nuestros soldados no entendían la disciplina del ejército y muchos no cumplían debidamente las reglas militares. Intentaban hacerlo, pero no lo hacían en realidad. Muchos, como resultado, cometieron delitos graves y se les hicieron consejos de guerra y fueron condenados a ser fusilados, pero Abraham Lincoln siempre los perdonaba y al fin la nación tuvo que levantarse en protesta diciendo que era demasiado misericordioso. Finalmente consiguieron que admitiera que si un soldado pasaba por un consejo de guerra y era condenado tenía que ser fusilado y que no podían concederse indultos.

El centinela dormido

Unas pocas semanas después de esto se descubrió a un soldado bisoño durmiendo en su puesto de guardia. Se le hizo pasar por un consejo de guerra y fue condenado a muerte. El muchacho escribió a su madre: «No quiero que creas que no amo a mi patria. La cosa sucedió de este modo: mi compañero estaba enfermo y yo fui a hacer guardia en su lugar, y la noche siguiente, cuando le tocaba a él como todavía seguía enfermo, fui a hacer guardia por él de nuevo y sin querer me quedé dormido.

No tenía intención de ser desleal.» Era una carta conmovedora, pero los padres reconocieron que no había posibilidad de hacer nada, porque no habría más indultos. Pero había un niña en aquella casa que sabía que Abraham Lincoln tenía un hijo pequeño y que amaba a este niño; la niña pensó que si Abraham Lincoln supiera lo que sus padres amaban a su hermano nunca permitiría que lo fusilaran, así que tomó el tren para ir a rogar al presidente en favor de su hermano, y cuando llegó a la mansión del presidente apareció la dificultad de tener que pasar el puesto del centinela. Así que le contó esta historia y el centinela, con lágrimas en los ojos, la dejó pasar. Pero la próxima dificultad fue pasar al secretario y a los otros funcionarios. 

Sin embargo, consiguió llegar finalmente a la sala privada del presidente y allí había senadores y ministros, todos ocupados en asuntos del Estado. El presidente vio a la niña y la llamó y le dijo: «¿Niña, qué quieres?» Y la niña le contó la historia. Las lágrimas se le saltaron de los ojos al presidente. Era padre y su corazón estaba apesadumbrado; no podía resistirlo. Trató a la niña bondadosamente y luego indultó al muchacho, le dio treinta días de permiso y le envió a su casa para que fuera a ver a su madre. Su corazón rebosaba compasión.

Y dejadme que os diga, el corazón de Cristo está más lleno de compasión que el de hombre alguno. Vosotros estáis condenados a muerte por vuestros pecados, pero si vais a Él, como Lázaro, os dirá: «Desatadle, dejadle ir.» «Puedes irte, estás libre.» Él va a reprender a Satán y, como Lázaro, vivirás otra vez. Ve a El, como esta niña fue al presidente, y cuéntaselo todo, no omitas nada y Él dirá: «Vete en paz.»

El toque de compasión

Quiero preguntar al cristiano antiguo que se ha vuelto atrás: ¿Has sentido alguna vez el toque de la mano de Jesús? Si es así vas a conocerlo otra vez, porque hay amor en él. Se cuenta una historia en relación con nuestra guerra referente a una madre que recibió el informe de que su hijo estaba mortalmente herido. Fue al frente y allí se enteró de que los soldados destacados para cuidar a los enfermos y heridos no tenían mucha experiencia en hacerlo y que ella podría hacerlo mucho mejor. Así que fue al médico y le dijo: «¿Tiene inconveniente en que yo cuide a mi hijo?» Pero él médico le contestó: Ahora está durmiendo y si usted va y le despierta su sorpresa será tan grande que será peligroso para él.

Está en estado crítico. Yo le daré la noticia primero de que usted está aquí poco a poco.» «Pero», dijo la madre, «es posible que no se despierte más. Me gustaría mucho verle.» ¡Cuánto deseaba verle! Finalmente el doctor dijo: «Puede verle, pero si le despierta puede morir allí mismo y usted no se lo perdonará.» «Bueno», dijo ella, «no voy a despertarle; basta con que vaya a su camastro y pueda verle». 

La madre fue a su lado. Sus ojos deseaban ver al hijo y al contemplarle su mano no pudo por menos que ponerse sobre la frente pálida del hijo y allí la mantuvo suavemente. Había amor y simpatía en aquella mano y en el momento que el muchacho la sintió dijo: « ¡Oh, madre, has venido’» Él sabía que había amor en el toque de aquella mano. Y si tú, oh, pecador, dejas que Jesús ponga su mano y toque tu corazón, tu también hallarás que hay amor y simpatía en ella. La oración de mi corazón es que toda alma perdida aquí sea salva y venga a los brazos de nuestro bendito Salvador.

Jesús, mi Salvador, vino a Belén,
nació en un pesebre humilde y sencillo;
¡Qué maravilla, pues vino a buscarme! 
Bendito sea su nombre.
Jesús, mi Salvador, fue al Calvario
y allí pagó mi deuda, hizo libre mi alma;
¡Qué maravilla que fuera esto así!
¡Que muriera por mí, por mí!

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