Del escritorio de Julio Ruíz

Ponme en la boca de un centinela

Por todos es sabido que la lengua tiene un poder extraordinario. Ella es el medio de comunicación que usamos para expresar nuestras ideas, para entonar las notas de la canción del momento, para dar a conocer las prosas del poema inspirado o sencillamente para el habla de la cotidianidad, que puede expresarse en el regocijo, la emoción, la tristeza, la rabia y hasta en las más triviales tertulias. De modo que en ese diminuto órgano puede esconderse un poder para levantar o uno para destruir. Un poder para edificar o uno para desanimar. Un poder para enaltecer o uno para difamar. Un poder para alabar u otro para blasfemar… Es, en efecto, un poder que está a disposición del uso que se le quiera dar. Un antiguo proverbio lo ha definido diciendo que "la muerte y la vida están el poder de la lengua y el que la ama comerá de su fruto". Y debe saberse que el fruto de ese poder podrá ser muy dulce, si lo empleamos para animar, embellecer, reconocer, destacar…, pero podrá ser muy amargo si lo empleamos para el chisme, la calumnia, la mentira, las obscenidades, los pleitos… Todo esto, porque del combustible que se alimenta el corazón se encenderá la boca. La lengua llega a ser como la puerta de la fuente, que al abrirse, despachará todo lo que se ha venido acumulando en el deposito del corazón. Si en él hay una corriente viva de honestidad, pureza, amabilidad; de todo lo que es de buen nombre, la lengua le abrirá la puerta a una persona culta e íntegra. Pero si por el contrario, tal corazón está lleno de malos pensamientos, de un estado activo de concupiscencia, de un basurero de malas palabras con el que levanta todo tipo improperios, la lengua delatará a una persona necia e insensata. De este modo se parafraseará una nueva máxima: ‘dime lo que hables y te diré quien eres’.

Todos los años somos testigos de los grandes incendios que arrasan con bosques, sembradíos y hasta casas con pérdidas humanas, producto de alguna chispa muy pequeña que alguien accidental o deliberadamente provocó. Se sabe de las tragedias ambientales que dejan tales incendios, muchos de los cuales serán irreversibles por largos años. De igual manera la lengua, actuando como un pequeño "fósforo", es capaz de inflamar "fuegos" de grandes proporciones; y estos, una vez iniciados, avanzan de una manera implacable a través de la confianza dada, devorando el carácter y la dignidad de la persona. Al parecer, nada está a salvo de la furia de la lengua. No en vano se ha dicho que la "lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas". Ella es, según la describiera Santiago, el medio hermano de Jesucristo, "…un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama toda la rueda de la creación…" (Santiago 3:5, 6) En este aspecto, ninguna recomendación es tan buena que aquella que plantea que todo hombre sea tardo para hablar y pronto para escuchar. Que pueda disciplinar su mente para pensar primero, antes de hablar, por todo el efecto que arrojarán las palabras una vez que salen de la boca. Con la lengua producimos reacciones que pueden conducirnos a la paz o a la guerra. El sabio de antaño, conociendo el alcance demoledor de ese pequeño órgano, dijo: "ponme en la boca un centinela; un guardia a la puerta de mis labios" (Salmo 141:3) Esta prevención nos ayudará a ser mejores personas.

Un "centinela" y un "guardia" para la boca, nos habla de vigilancia, de custodia, de protección. Porque por una misma fuente no debiera salir agua dulce y amarga. Es por la falta de ese "centinela" que una palabra llena de odio caldea los ánimos. Una palabra llena de celos introduce la desconfianza. Una palabra con maldición destruye la nobleza del alma. Y aún más, una palabra hiriente hace llorar al amor. Pero de igual manera, "si hay un guardia a la puerta de mis labios", una palabra llena de entusiasmo levantará una actitud pesimista. Una palabra de esperanza traerá vida donde se acaban las ilusiones. Una palabra de amor restaurará a la persona ofendida. Una palabra de paz puede ponerle fin a la discordia. Y una palabra de perdón liberará al que está cargado. El buen uso que hagamos de este importante órgano, no solo nos descubrirá el tipo de personas que somos, sino que fomentará nuestra salud integral, porque: "El que guarda su boca y su lengua, su alma guarda de angustias" (Proverbios 21:23) ¡No viva enfermo por el mal uso de la lengua!

 

 


 Nota: Este estudio es brindado por entrecristianos.com y su autor para la edificación del Cuerpo de Cristo. Siéntase a entera libertad de utilizar lo que crea que pueda edificar a otros con el debido reconocimiento al origen y el autor.

 

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