Del escritorio de Julio Ruíz

Libertad de la esclavitud financiera

(Malaquías 3:7-12) 

INTRODUCCIÓN: Se dice que la reacción que un hombre tenga por el dinero habla mucho de su carácter, sea que esté pobre o rico. Una historia habla de un hombre que heredó una considerable fortuna: doscientos cincuenta mil dólares. El hombre, además de ser ya muy viejo, tenía problemas del corazón, lo que planteaba todo un desafío para darle la noticia. Por cuanto la noticia no podía dársele de manera súbita, los familiares decidieron pedirle al pastor del anciano que se la diera, pero que lo hiciera de una forma bien sutil y diplomática dada su condición. El pastor preparó la estrategia. Decidió hacerle varias preguntas a las que el  anciano respondió. Y una de esas preguntas tuvo que ver con el dinero heredado. La pregunta formulada fue: “¿Qué haría él si supiera que era heredero de una fortuna de  cuarto de millón de dólares?”. El anciano con la naturalidad que le caracterizaba le dijo que los donaría a la iglesia. Y, ¿usted sabe quién se desmayó? ¡El pastor! Nuestra actitud hacia el dinero determina nuestro carácter. Es posible que esta sea la razón por la que la Biblia nos hable tanto del presente tema. ¿Sabía usted que de las treinta y ocho parábolas que el Señor dijo, por lo menos dieciséis de ellas están relacionadas con este asunto? Hay unos quinientos versículos que hablan de la  fe y otros quinientos que hablan de la oración, pero hay más de dos mil que hablan del  dinero y su mayordomía. ¿Por qué esto? Porque Dios está altamente interesado en bendecirnos. Él quiere que sus hijos salgan de la esclavitud del dinero mal administrado. Es un hecho que Dios quiere cumplir la promesa del presente texto. Él quiere que vivamos con ventanas abiertas de bendición en lugar de vivir bajo maldición por robarle lo que a él le pertenece. Malaquías 3 ha sido visto como un texto aplicado más para Israel que para la iglesia, sin embargo el ejercicio de este texto pudiera ser la clave para una vida de profunda satisfacción espiritual. Veamos algunos principios para lograr esto. 

I. TRABAJE PARA VIVIR PERO NO VIVA PARA TRABAJAR 

1. Viva satisfecho. Proverbios 15:6, dice: “En la casa del justo hay gran provisión; pero turbación en las ganancias del impío”. Hay gente que teniendo poco puede dormir  mejor que los ricos, pues estos se preocupen qué hacer  con su dinero. Cuando alguien tiene dinero y no está satisfecho, sino que tiene un afán por obtener más dinero, está en una condición de esclavitud financiera. El que más quiere, nunca se sacia. Y el que más tiene más serán sus preocupaciones financieras. El consejo de decirles a nuestros muchachos que ganen todo el dinero que puedan, pero que lo hagan de una manera honesta, no es bueno. Porque, ¿qué sentido tiene que alguien viva solo para trabar, ganando todo el dinero posible, pero no le queda tiempo para orar, leer la palabra, asistir a su iglesia y menos para servir al Señor? Tal persona sencillamente está esclavizada, solo vive para trabajar, pues ni siquiera puede divertirse. Hay que vivir satisfecho con lo que tenemos, honrando al Señor con lo que nos ha dado. 

2. Busque más al Señor que los bienes pasajeros. Cuando la única motivación que tenemos es el acumular riquezas, y todas mis fuerzas se consumen en el trabajo, hemos dejado que el trabajo se convierta en nuestro amo, en lugar de nuestro amoroso Señor. Los tesoros por los que debemos trabajar son los que podemos enviar para el cielo. Jesús dijo: “Haceos tesoros en el cielo…”. El dinero de la tierra llega a ser un mal amo. Al momento menos pensado se despide de nosotros, dejando una gran frustración e impotencia para resolver las cosas. La gente que vive confiado solo de sus bienes y su capacidad para hacer dinero, sin buscar el reino de Dios primero, le pasa como aquel rico insensato que derribó sus graneros para retener más, pero que esa misma noche vinieron para pedirle su alma (Lc. 12). ¿De quién será lo que usted tiene ahora? ¡Viva para Cristo! Lo que tenemos ahora solo lo tendremos por un rato. 

II. CONFIE EN LA PROVISIÓN DE DIOS DESCONFIANDO EN AQUELLA PROVISIÓN  QUE LE OFRECE MAYOR PLACER 

1. La ilusión de las cosas materiales.  Alguien ha dicho que la gente moderna maneja un carro financiado por el banco, usando gasolina con tarjeta de créditos, para ir a comprar mueles para pagarlos en cuotas mensuales, para amoblar la casa que seguirá perteneciendo al banco por los próximos treinta años, si es que no la pierde antes. ¿Cuál es el principio? Si hay cosas que no necesitamos, no debemos usar el dinero que no tenemos para adquirirlas. Llegó el momento en nuestras vidas donde debemos saber cómo usar con sabia mayordomía nuestro dinero. Lo que si estamos seguros es que Dios quiere abrir las ventanas de los cielos para bendecirnos, si nuestra confianza la ponemos más en su provisión que la que nos ofrecen las tarjetas de crédito. Aprendamos de Pablo el secreto de su contentamiento: “He aprendido a contentarme cualquiera sea mi condición; se vivir en abundancia y se vivir en escasez. En todo y por todo estoy preparado, sea para tener hambre o para padecer necesidad… todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:10-12) 

2. Arreglemos las cuentas con Dios primero. La pregunta de este texto es muy significativa: “¿Robará el hombre a Dios?”. Cuando hablamos de la  infinita misericordia y la continua provisión de Dios, tenemos que volver a este punto. No hay ninguna duda de todo el bien que Dios tiene para sus hijos. Pero la presente pregunta no puede pasarse por alto, pues ésta pudiera ser la más poderosa razón de la esclavitud financiera, y la primera señal de nuestros serios problemas económicos. El asunto de arreglar las cuentas del Señor primero no hace rico a Dios. Hemos dicho que Dios no necesita de nuestro dinero. Pero si que en la medida que seamos buenos mayordomos en esta parte, el Señor se encargará de darnos sus mejores bendiciones. Una buena señal de saber que andamos caminando bien con el Señor es cuando decidimos confiarle al Señor nuestros asuntos financieros. Usted puede cantar, orar y hasta llorar, pero si su consagración no ha tocado su billetera, lo que hace es metal que resuena que hace ruido y nada más. Si amo realmente a Dios, no le robo lo que le pertenece. La razón por la que Dios quiere que demos es porque donde esté vuestro tesoro allí está vuestro corazón. 

 

III. DELE A DIOS LO QUE ES DE  DIOS Y AL CESAR LO QUE ES DEL CESAR 

1. El diezmo le pertenece a Dios. Lo primero que debo hacer con mi dinero es sacar lo que a él pertenece. Esto debo hacerlo antes de sacar para darle al “César” lo que le corresponde. ¿Sabía de usted de creyentes que están listos para pagar sus impuestos pero nunca pagan sus diezmos? ¿Por qué será que le dan “al César lo que es del César”  pero no le dan a Dios lo que es de Dios? Creo que el asunto es porque temen más al César que lo que  temen a Dios. Es una gran falta de temor pensar que puede robarle a Dios, pero temerle al César. Déjeme decirle que un creyente siempre vivirá bajo esclavitud financiera hasta que no aprenda a diezmar. Usted debe regresar a Dios en esta parte. “¿Robará el hombre a Dios?”. Sí, ¿en qué?, se preguntó el pueblo, en “vuestros diezmos y ofrendas”, le dijo el Señor. Malaquías 3:10 nos dice claramente qué es lo que debemos traer. ¿Yo no sé si usted realmente sabe lo que significa el diezmo? Es probable que  esta sea la razón por la que no lo haga. Pero el diezmo significa el diez por ciento de lo que ganamos. Eso no nos pertenece, eso es del Señor. 

2. No retenga lo que no es suyo, eso es robo. Uno de los diez mandamientos dice: “No robarás”. El asunto del robo tiene varias consideraciones. Están los llamados cleptómanos. La cleptomanía define a alguien que tiene un trastorno personal que lo lleva a  hacer robos compulsivos. Se dice que es después de una hora que la persona se da cuenta de lo que ha hecho, de allí que sea una enfermedad. Otra categoría la conforman los “ladrones  de cuellos blancos”, muy comunes en los gobiernos, y los ladrones de “cuellos sucios”, los hacen esto por diversión o necesidad. Pero, ¿puede darse el robo en la iglesia del Señor? Amados hermanos, nos guste o no, si nosotros retenemos lo que es del Señor es un robo. Si no diezmamos de todo lo que Dios nos da, eso es un robo. Es una verdad bíblica muy dolorosa, pero está denunciada en la Biblia. Cuando la Biblia dice: “No robarás”, ubica este mandamiento dentro de esos grandes otros como: “No matarás”, “no adulterarás”, “no dirás falso testimonio”, “no codiciarás”… De manera que el no diezmar también es otro robo. Por esa la pregunta: “¿Robará el hombre a Dios?”. 

IV. ROMPA CON LA MALDICION DE HABERLE  ROBADO A DIOS 

1. Vea la seriedad de esta maldición. En ninguna otra parte de la Biblia se nos dice: “Malditos sois con maldición”. Y si bien es cierto que podemos estar pensando que esta maldición  fue para Israel, porque ellos fueron los responsables que se originara esta maldición al no cumplir con el pacto, tenemos muchas razones para decir que este es asunto también nos toca muy de cerca. Jesús diezmó y lo aprobó. Sus seguidores hicieron lo mismo. Las maldiciones bíblicas tenían consecuencias desastrosas para la posteridad. Si usted alguna vez tuviera que ser maldecido, lo último que quisiera es ser “maldito con maldición”. Tiene menos consecuencias robar cosas materiales que robar a Dios, porque  lo primero no le afecta, pero  lo segundo sí. 

2. Libertad de esta maldición. La palabra de Dios tiene mucho que decirnos para obtener libertad financiera. Hace un tiempo surgió una corriente de pensamiento sobre el asunto de las maldiciones. El énfasis recaía sobre las llamadas “maldiciones ancestrales”. Escuché y leí sobre este tema, pero nunca supe que alguien tocare el tema de las maldiciones que pudieran venir a la vida de un creyente por robarle a Dios. ¡Jamás he escuchado un sermón sobre eso! Pero si hay algo que es bíblico, es esta maldición. Hermanos, mucho me  temo que hay personas que viven en una esclavitud financiera porque sobre ellos pesa una maldición  que no han enfrentado con la franqueza de su arrepentimiento. Al hacerlo usted no solo queda libre, sino que permite el cumplimiento de una de las más grandes promesas de la Biblia. El robarle a Dios hace que se cierren los cielos para bendecirlos. Probarlo en esto es abrir las ventanas de los cielos y dejar que desde allí se derramen las bendiciones retenidas. ¿Qué vamos hacer frente a esta promesa? 

CONCLUSIÓN: Quiero decir que el diezmo no es un sacrificio sino una bendición. Si usted siente que es un sacrificio, no lo haga. Pablo dijo que lo hagamos: “No con tristeza ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre”. Es cierto que por el acto mismo de diezmar no se nos resuelven los problemas económicos, pues no lo hacemos para eso. Pero si estamos seguros que al hacerlo, nos apropiamos de las “ventanas abiertas”. Esta promesa la ha dado Dios. La debo creer. La debo vivir. La debo practicar. En el peor de los casos, prefiero vivir en escasez diezmando lo que le corresponde al Señor, que vivir en esclavitud financiera por robarle al Señor. El punto de partida es: “Volveos”. Al hacerlo, Dios detendrá al devorador de nuestras finanzas. Regresemos a Dios de acuerdo a este imperativo bíblico. Ya no estemos más en deudas con Dios. Jacob dijo: ““y de todo lo que me des, el diezmo apartaré para ti” (Gn. 28:22b)

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