Del escritorio de Julio Ruíz

Amaos los unos a los otros

(Romanos 12:8-9)

 

INTRODUCCIÓN: La iglesia a los Corintios es un caso digno del mejor estudio de investigación para la eclesiología moderna. ¿Por qué decimos esto? Porque de acuerdo a la información de Pablo, esa iglesia fue  equipada por medio del Espíritu Santo como ninguna otra. Observe la manera cómo el apóstol la elogia: “Porque en todas las cosas fuisteis enriquecidos en él, en toda palabra y en toda ciencia; así como el testimonio acerca de Cristo ha sido confirmado en vosotros, de tal manera que nada os falta en ningún don, esperando la manifestación de nuestro Señor Jesucristo…” (1 Cor. 1:5-7). Cualquiera pensaría que una iglesia con semejantes recursos espirituales, no tenía los eventuales problemas que surgen en nuestras congregaciones de hoy, pero la verdad es otra. Lo primero que uno observa es que la iglesia estaba divida en “cuatro pedazos”. Algunos en la iglesia seguían a Pedro, otros a Pablo, otros a Apolo y también otros seguían a Cristo. Como era de esperarse (imaginariamente hablando), el grupo de Pedro cuando se encontraba con el de Pablo se iba en otra dirección. Si el grupo de Apolos se sentaba en una mesa, el grupo de Cristo se sentaba en otra. Cuando la iglesia salía de paseo, los hijos de los hermanos del grupo de Pablo no se juntaban con los del grupo de Apolos. Y para que la rivalidad se acentuara más, a veces el grupo de los de Cristo llamaban a los de Pedro y le decían que ellos no estaban de acuerdo con los diáconos que se habían elegido en el grupo de Pablo. Los del grupo de Apolos también llamaban a los de Pablo y les hablaban que ellos no estaban de acuerdo con los maestros de la escuela dominical elegidos por el grupo de los de Cristo. Al final,  tampoco se pondrían de  acuerdo acerca de quién sería el pastor que les iba a dirigir a los cuatro grupos. Cada uno querría tener de pastor  a su mismo líder. Por supuesto que no fue así, pero pudo suceder con semejante división. Así que fue a esta iglesia a la que Pablo le dedicó el más grande capítulo sobre el amor que se conozca en todas las Escrituras (1 Cor. 13). La iglesia tenía todos los dones, pero carecían de amor unos  con otros. Estaban enriquecidos en todo, pero les faltaba la riqueza del amor. Mis amados hermanos, si una iglesia carece de esta virtud, carece de todo. Es sobre el amor fraternal que la iglesia se edifica. Pablo abordó muchos temas en el presente capítulo,  pero el que toca el “amaos los unos a los otros”, es el más importante. Qué se nos ordena hacer en el segundo mandamiento más grande de todos.

I.    SE NOS ORDENA AMARNOS LOS UNOS A LOS OTROS SIN FINGIMIENTO

1. Hay un tipo de amor  falso. No es raro que Pablo comience esta lista de deberes cristianos hablando del amor, la virtud más grande de la ética cristiana. Lo mismo hizo con los corintios, cuando después de hablarnos acerca de  los dones espirituales, reveló su gran capítulo 13. Cuando Pablo escribe así,  reconoce que aún el ejercicio de los dones espirituales pudiera darse en la iglesia bajo un falso amor. Que aún mientras esté sirviendo en alguna área mi amor no sea real. Este es un asunto muy serio. Lo que Pablo nos está mostrando es que pudiera haber hipocresía en el amor hacia otro. Wikipedia define a una persona  hipócrita como “aquella que no da a conocer sus verdaderas realidades que lleva dentro, y demuestra ser alguien que en verdad no es, sólo aparenta ser eso, tal vez por necesidad, por conveniencia, u otros motivos, según la persona hipócrita que nos estemos refiriendo”. Un amor fingido es un amor hipócrita. Quien esto hace se constituye en un actor con doble cara. Bien pudiera la persona que actúa de esta manera darle un beso fingido (al mejor estilo de Judas), un abrazo fingido, una sonrisa fingida y hasta  hacer algún servicio fingido. Si en vedad nos amamos los unos a los otros, la palabra “fingir” no debiera existir en mis relaciones. Cuando Cristo calificó a Natanael, uno de sus posteriores discípulos, habló de un hombre en quien no había engaño. Así es el real amor.

2. El amor debe ser real. Entonces, el amor sin  fingimiento es el que queda libre de engaños, de adulaciones mezquinas y mentirosas. Es el amor que no esquiva la mirada. El que va al encuentro de otro para el saludo fraterno porque le interesa saber del otro  hermano. Es el amor que pregunta por el hermano que no ha vuelto y a quien no ha visto. Es, en efecto, un amor sin mezcla, transparente, sin sombra de variación. ¿Cuál es el amor no fingido? Es el amor benigno, sin envidia, sin jactancia, que no se envanece, ni hace nada indebido, es misericordioso, compasivo, no busca lo suyo propio… el amor real, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta, y todo lo sufre. ¿Sabía usted que ese amor real encuentra su más legítima expresión en el “amaos los unos a los otros”? Jesucristo dijo que una señal distintiva de un discípulo suyo es el amor por los demás: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros. (Jn 13:35). “Mirad como se aman” fue la característica que el historiador Tertuliano pudo escribir para calificar lo que los enemigos de los  primero cristianos, por envidia de sus relaciones, dijeron. ¿Podrán decir de nosotros, hoy de nosotros, “mirad como se aman”? El amor, pues, no puede ser fingido, porque no será real.

II.    SE NOS ORDENA AMARNOS LOS UNOS A LOS OTROS VENCIENDO CON EL BIEN EL MAL

1. Aborreed lo malo. En lo que se refiere a la conducta cristiana, el creyente debe tomar muy en serio este mandamiento de la palabra. Las cosas malas que ofenden a Dios y que afectan nuestro testimonio debieran ser detestadas  y odiadas por un hijo de Dios. No debiera haber cabida para ninguna manifestación del mal en nuestras vidas. En este mismo texto, el apóstol nos combinó a no ser vencido de lo malo sino “vence con el bien el mal” (v.21). Y si seguimos una conexión con el “amaos unos a otros”, encontraremos que este mandamiento es muy pertinente porque yo debo aborrecer lo malo que hay en mí respecto a algún otro hermano por quien Cristo murió. Mire lo que dice Juan en unas de sus cartas: “Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él” (1 Jn. 3:15). Debo confesar que este texto es muy difícil de  digerir. ¿Habrá cristianos homicidas? ¿Es eso posible? Amados hermanos, tenemos que confesar que así es. Es más, si yo aborrezco a mi hermano, la Biblia también  me dice que estoy en tinieblas: “El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas (1 Jn. 2:9). Aún más, si yo aborrezco a mi hermano, soy un inconverso, así como lo oye, mire lo que otra vez dice Juan: “En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios” (1 Jn.3:10). Yo debo aborrecer lo malo que hay en mí para no aborrecer a mi hermano.

2. Seguidlo lo bueno. Este otro mandamiento  nos orienta hacia dónde debiéramos apuntar en la vida cristiana. Lo que es bueno hay que perseguirlo, hay que buscarlo, hay que desearlo. Si esta es la meta diaria, la vida cristiana pudiera estar adornada de las más hermosas virtudes. Siguiendo con la idea da “amaos los unos a los otros”, imagínese que cada vez que viene un pensamiento negativo hacia un hermano lo rechazo, y en lugar de eso coloco un pensamiento de bien para él. Imagínese que cada vez que sea tentado a hablar mal de algún hermano, usted llena sus labios de bondades y de virtudes y se las hace saber a esa persona; al hacerlo usted está llenando su vida con el bien. Creo que en  esta parte la recomendación de Pablo nos hará muy bien acerca de mis pensamientos hacia los demás hermanos: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Fil. 4:8). Mi vida debiera estar llena de todo pensamiento de bien y no de mal para aquellos por quien el mismo Señor murió. Que ninguna raíz de amargura impida amar a quien el Señor también amó.

III.    SE NOS ORDENA AMARNOS LOS UNOS A LOS OTROS FRATERNALMENTE

1. Un amor entre hermanos de la  misma fe. “Amaos los unos a los otros con amor fraternal” es la definición del tipo de amor que debe existir entre todos los creyentes. ¿De qué se trata este amor? No es un amor basado en la afinidad de los gustos, personalidad o costumbres similares. Curiosamente, aunque este amor se da entre seres humanos, su procedencia es netamente divina. Por lo tanto, es un amor  entre dos personas que tienen la misma fe en Dios. Pedro nos dice que este amor es el resultado de  la purificación de nuestras almas: “Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro…” (1 Pe. 1:22). En base a esto, él mismo recomienda, que “ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados (1 Pe. 4:8). El llamado a practicar este amor fraternal es porque él es  como el oxígeno para el “cerebro” de la iglesia, pero ese amor de  ser “ferviente”. Los sinónimos de la palabra “ferviente” son: vehemente, ardiente, apasionado, ardoroso, efusivo y entusiasta. ¿Es así nuestro amor por mi hermano?  ¡Cuidado con un amor frío entre nosotros!
2. Un amor de las mismas entrañas. El amor fraternal no son palabras superficiales, sino un asunto que se  produce en la intimidad de mi ser. Es por eso que se nos recomienda a no amarnos de “labios no fingidos”. En este mismo sentido Pablo recomienda que la única deuda que debemos tener entre nosotros es el “amaros los unos a los otros” (Ro. 13:8) ¡Por favor hermano, jamás cancele esta deuda! “El amor con amor se paga, pero nunca se salda”, dijo alguien. Nuca deje de amar porque con ello estaría creando la muerte en el mismo cuerpo. Pero además se nos recomienda a “vestíos de amor que es el vínculo perfecto” (Col. 3:14) El “vestido” más elegante de los creyentes en la congregación no es el que está de moda ni el que nos ponemos para las ocasiones especiales. El “vestido del amor” me pone al nivel de cada uno de mis hermanos. Hagamos, pues, que nuestro amor “abunde más y más, en ciencia y conocimiento”.  

IV.    SE NOS ORDENA AMARNOS LOS UNOS A LOS OTROS PREFIRIENDO A LOS DEMAS

“En cuanto a honra”, es la palabra clave. ¿Qué quiere decir esto? El que ama a su hermano, le honra. El que no honra a su hermano no le ama. Esto significa que en la medida que practica el amor fraternal no hará nada que le deshonre. La actitud del creyente no puede ser comparada con la del mundo.  ¿Ha visto en su vecindario que haya un día a la semana para honrar al vecino por su trabajo, esfuerzo, dedicación y entrega? ¡No, eso nunca se da allá! Esa es una virtud exclusivamente cristiana. La idea de esta demanda bíblica es que yo me baje para elevar al otro. La oración de San Francisco de Asis interpreta muy bien esta demanda bíblica: “Señor, que sea instrumento de tu paz.  Que donde haya odio, ponga yo amor.  Que donde haya ofensa, ponga yo perdón.  Que donde haya discordia, ponga yo unión.  Que donde haya error, ponga yo la verdad.  Que donde haya duda, ponga yo fe.  Que donde haya desesperación, ponga yo esperanza.  Que donde haya tinieblas, ponga yo la luz.  Que donde haya tristeza, pongo alegría.  Oh maestro, que yo no busque tanto: Ser consolado… como consolar.  Ser amado… como amar.  Porque: Es dando… que uno recibe;  Es olvidándose… que uno encuentra;  Es perdonando… que uno es perdonado;  Es muriendo… que uno resucita a la vida eterna”. Así actúa el amor fraternal.
CONCLUSIÓN: Hemos dicho que el amor debe ser sin fingimiento. Eso significa que sea real, transparente. Para ello, yo debo aborrecer lo malo que hay en mí, sobre todo aquello que me impide amar de esta manera a mi hermano. Este amor fraternal, que brota desde lo más profundo, procura la honra del otro, en lugar de la mía. Esta clase de amor es el  más demandado después del amor que sentimos por Dios.  Alguien escribió el  siguiente  párrafo que nos ayuda a ver amor fraternal, del que les estoy hablando hoy: “Cuando para alguien sea tropiezo mientras mi orgullo aumenta, DÍMELO. Cuando me veas andar por el camino sin luz, cuando me veas huir de la presencia de Dios, LLÁMAME. Cuando me veas débil, caído, llevando mi vida hasta el mundo falaz, ZARANDÉAME. Cuando me veas que tropiezo, me hundo, me caigo, destrozo, lastimo, que lucho y me pierdo, GRÍTAME. Cuando me veas que hiero, crítico, cuando de testificar me olvido, REPRÉNDEME. Cuando, hermano, me veas perdido, lejos del camino que Dios nos trazó, ENDERÉZAME, pero sobre, hermano, ÁMAME”. Que el amor sea sin fingimiento, aborreciendo lo malo, prefiriendo a los demás como superiores a nosotros mismos.

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